54

 —Sí. Sí, esta noche. Gracias es... es muy importante para mí que conozcáis a la persona con la que estoy. —Esteban cuelga su teléfono, la voz robótica de sus padres es apenas distinguible del pitido del aparato cuando la llamada finaliza.

Marcel está a su lado y le quita el móvil, tomándole después de la mano, al ver cómo esta tiembla. Los dedos parecen de papel en medio de un huracán y odia ver al chico tan nervioso.

—Mis padres son... un poco ofensivos a veces. Estoy nervioso. —dice, soltando una risa nerviosa. Marcel asiente mirándolo de forma comprensiva y sin decir nada, solo acariciando los nudillos del chico con su pulgar y manteniendo sus ojos siempre sobre los del chico. Quiere ser su faro en la oscuridad, evitar que se pierda en su mar de preocupaciones y que le acaban ahogando. —Ellos... no he tenido el valor de decirles que eres beta o que me estás cortejando, lo siento. —continúa, bajando la vista y sintiendo los ojos arder.

Quiere seguir hablando, decirle a Esteban que le necesita a su lado pase lo que pase esa noche, pero siente el dolor de las palabras pesar en su garganta y solo sale un triste balbuceo, roto por un sollozo. El beta lo toma de la barbilla, haciéndolo alzar la vista hasta que se topa de nuevo con esos iris café capaz de robar su atención y hacerle sentir lejos de los problemas.

—Saldrá bien, todo irá bien. —dice con voz firme, pero suave. Marcel odia mentir y ahora no está seguro de si lo ha hecho o no, pero sabe que hará lo que esté en su mano por que todo esté bien para su pequeño beta.

—Sí... —le responde, sonando poco convencido. Sin embargo, termina por regalarse una sonrisa ciertamente confianzuda y se levanta de la cama con más energía. —Tengo que ir a prepararme, vienen en unas horas.

Marcel asiente, dejándolo en la habitación mientras él va a por algo que ponerse. Decide vestirse sencillo, con unos pantalones negros, un cinturón de cuero discreto y una camisa blanca con los puños algo arremangados, dejando a la vista unos antebrazos fuertes y unas grandes y atractivas manos. Su cabello está peinado hacia un lado, sin gomina, y aunque luce algo revuelto, le sienta bien junto a sus características gafas negras, de montura fina. Esteban, por su lado, se prueba mil cosas y no logra decidirse por ninguna; cuando la hora de irse está peligrosamente cerca él se queja frente al espejo con unos tejanos ceñidos y una sudadera que antes solía marcar sus músculos y ahora solo cae sobre su cuerpo, quedándole adorablemente grande. No parezco un alfa... pero no soy uno. Traga saliva, sintiéndose inseguro.

—Deberíamos ir ya hacia el restaurante. —le avisa Marcel, mirando la hora en su reloj de muñeca. Esteban se voltea, alarmado, con las mejillas rojas y el cabello desordenado de tanto tirar de él por el estrés.

—Pero no me gusta cómo me queda... —se queja Esteban haciendo un puchero mientras voltea a verse de nuevo en el espejo. El problema no es que no le guste como le queda, es que sabe que no debería gustarle y que obviamente no le gustará a sus padres.

Fue enseñado a tener que llenar la ropa de músculos y su cabeza de un ego tóxico, ahora, sin todo eso se siente ligero, pequeño y agradable, pero sabe que sus padres esperan de él grandes cosas, no cosas buenas.

Marcel aparece detrás suyo y desliza lentamente las manos por su cintura, haciendo que la holgada camiseta se ciña junto a sus dedos a la delgada cinturita del chico. Luce tan sumiso que él mismo se sonroja al verse así, rodeado por las manos de un hombre como Esteban. Entonces deja un pequeño beso en su cuello, haciéndole sentir escalofríos. Usualmente no es tan cariñoso, pero Esteban podría acostumbrarse.

—Eres precioso. Ahora vamos. —ordena, su tono frío es contradictorio: le derrite el corazón.

Esteban asiente como hechizado por la voz rasposa y rodea el brazo del otro, siguiéndolo mientras salen del lugar. Andan una media hora, buscando el restaurante, aunque Esteban parece desear que no lleguen nunca, no mira a los lados tratando de encontrar el cartel, anda lento y cuando por fin están delante suspira pesarosamente y entra con cierto recelo y el rostro poseído por una expresión de dolor.

—S-Son esos... —exhala con un hilillo de voz, apenas señalando con la cabeza una mesa algo escondida donde una pareja espera.

La madre de Lucas es una mujer que parece hecha de cera. Su piel está en exceso empolvada, su cuerpo está recto como si alguien la hubiese moldeado así y los ojos están fijos en un punto de la mesa que le permite tener la vista hacia abajo sin inclinar de forma poco estética la cabeza. Su mirada ni siquiera existe, está tan apagada que parece no ver nada más que el negro que entela sus ojos.

El padre está a su lado, es un hombre elegante, de esos de arrugas marcadas, pero porte excelente. Su traje parece haber sido planchado sobre su cuerpo y a su gomina no se le escapa ni un solo pelo, la espalda de él está perfectamente alineada con la silla y luce como si estuviese sacando pecho en todo momento. Hojea el menú mientras toma el de la esposa y decide escoger el plato por ella.

Cuando se acercan Esteban alza la mano con nerviosismo y saluda incómodamente; la madre hace una leve reverencia con su cabeza, sin despegar los ojos del punto fijo de la mesa donde no hay nada y el padre directamente no saluda, solo mira su reloj, comprobando que llegan un minuto y medio tarde y resopla con indignación. Va a abrir la boca cuando ve el atuendo de Esteban, pero entonces la cierra, analizando a su acompañante. Mira Marcel de arriba abajo sin discreción alguna y después suela un desvergonzado:

—Será una broma ¿No?

Comentarios