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—¿D-Donde estamos? —pregunta Gabriel despertando de golpe, recordando que lo último que pasó es que iba a morir.

—Tranquilo, tranquilo... —Román lo empuja suavemente contra un colchón, pero no es el suyo ni esa es su habitación.

Están en un lugar tétrico con las paredes de piedra y sin ventanas. Lo máximo que alcanza a ver al fondo son unas escalerillas que conducen a algún lugar que está por encima del techo. El resto de las cosas no son más que un par de puertas, y una cama más como la suya, blanca y desaliñada.

—Después de lo que Margaret conseguí cogerte y huir. Ella se fue porque acabó muy malherida, debió pensar que podríamos matarla en ese estado, así que dejó para perseguirnos a vampiros más jóvenes que ella. Los despisté, después busqué un lugar donde ocultarnos y descubrí que en esta ciudad superpuesta el alcantarillado es en realidad un complejo de búnqueres subterráneos aislados que donde se esconden soldados que son avisados cuando hay problemas en la zona. Estos búnqueres solo se abren y se cierran con tarjetas de acceso específicas, así que cuando vi que salían de aquí dos soldados, un vampiro y un humano, pensé que era perfecto y los maté. He ocultado sus cadáveres y ahora podemos estar aquí por un tiempo, tenemos las identificaciones de esos soldados, así que nadie que no sea Margaret puede entrar y si ella pretende revisar toda la ciudad habitación por habitación tardará mucho en llegar aquí y encontrarnos. Por eso, tranquilízate y descansa ¿Si? Lo necesitas.

Gabriel se lleva una mano a la cabeza, está recibiendo demasiado información de golpe y se siente atosigado. El mareo todavía persiste, solo que ahora una migraña enorme viene de la mano de este. Román se levanta de la cama, haciendo crujir los muelles, y se convierte en un borrón a ojos de Gabriel.

—Como había un humano en esta base, tienen suministros de comida muy energética. Es toda enlatada y no tiene buena pinta, pero seguro que te hará estar mejor. Come. Yo revisaré que clase de armas tienen aquí para ver si algunas son útiles para nosotros.

Gabriel asiente, todavía confundido y tratando de procesar toda la información que Román le ha dado antes. Le entrega varias latas que no cree que vaya a acabarse y el chico las coge como sin darse cuenta.

Empieza a comer con los ojos perdidos en algún lugar del colchón, pensando en la situación en la que está. Román encuentra solo armas de fuego, no con mucha munición. Aparentemente todas son grandes y pesadas, así que Gabriel no podrá llevarlas en su estado en caso de que deban salir, así que aparta la única arma pequeña que encuentra: un revolver mediano sin más balas que las de su tambor lleno. Seis tiros, no es gran cosa, pero es mejor que nada.

Cuando termina de revisar las armas se volta, viendo a Gabriel rodeado de latas vacías y todavía pensativo. Su ceño se frunce y muerde su propio labio, seguramente recordando a Ángel, pero no tienen tiempo de lamentarse.

Igual que con Leoren, no solo le han robado la vida a un ser querido, sino también el luto a quienes le han perdido. No hay tiempo para llorar las muertes de Leoren y Ángel, necesitan vengarse rápido o sino no quedará nadie para llorarles. Deben actuar antes de sentir, pero a veces es tan difícil.

Román nota que, aunque sea por la frustración, el rostro de Gabriel recupera el color un poco, tornándose más sonrosado. Además, sus ojos parecen centrado, certeros como una bala y sus manos ya no tiemblan. Se recupera más rápido de lo esperado en un chico humano, es impresionante.

Cualquiera ya habría muerto, pero Román sabe que Gabriel es diferente. En muchos sentidos.

—¡Mierda! —grita el muchacho levantándose de golpe de la cama.

Tira al suelo todas la las latas vacías con su brusco movimiento y, enredándose entre las sábanas, se tropieza.

Román lo toma por las axilas antes de que se dé de boca contra el cemento y lo empuja a la cama de nuevo.

—¿Qué pasa? —pregunta asustado.

—¡El vial! —chilla tomando a Román por el cuello de su camisa y sacudiéndolo fuertemente. —S-se lo llevó ese maldito vampiro ¡MIERDA, mierda, mierda! Debe tenerlo Margaret a estas alturas, así no podremos regresar y huir de ella. No conseguiremos la cura, Román ¡¿Por qué has tenido que dejarlo escapar?!

Román empuja a Gabriel violentamente contra el colchón, azotándolo con fuerza para detener sus gritos incesantes.

—¡Por que sino ibas a morir! —ruge en respuesta.

Gabriel luce desconcertado un segundo, furioso al siguiente. Se incorpora en el colchón, encarando al vampiro con las cejas fruncidas, rodeadas de arrugas, y el rostro rojo de ira.

—¿¡A quien mierda le importa mi vida!? Ese v-

Su voz vuelve a perderse y su cuerpo vuelve a chocar contra el colchón cuando Román lo empuja, esta vez cayendo con él y dejando que sus labios rocen los de Gabriel lo suficiente como para hacerlo esperar un beso, lo necesario como para poder hablar antes de darlo.

—A mí. —susurra cerrando los ojos, bajando de forma que su nariz fría roza la de Gabriel y su aliento se vuelca en su boca, llenándola de un anhelo brumoso y no de pesadas, afiladas palabras. —Te quiero.

Gabriel sonríe y siente las palabras abrazarlo, llenarlo, confortarlo. Su corazón ya no late a medias, sus ojos ya no ven entre lágrimas y ahora, por fin puede reír con verdadera alegría.

Con una mano agarra el hombro del vampiro, con la otra se apoya en la cama y rodeando las caderas del hombre, se impulsa y logra hacerlos rodar a ambos a un lado de la cama, acabando a él a horcajadas sobre Román.

El vampiro cae de cara, toda luz es opacada por el pequeño chico sobre él y lo mira desde la almohada con genuina sorpresa. Sus cabellos caen sobre la cama como tela negra cubriendo el lecho y su cuerpo, bajo el de Gabriel, luce más grande que nunca, pero también más indefenso.

Es ahora Gabriel quien sonríe con cinismo.

—Pensé que nunca lo dirías. —se burla y baja a besarlo.

Esta vez es él quien empieza, quien muerde primero el labio del otro, quien saborea antes la lengua ajena. Román sube su mano derecha al cuello del chico, la cierra sobre la garganta sin presionar demasiado, sintiendo el lado del corazón al que se ha confesado; acaricia su nuca mientras besa al chico con más fiereza que este mismo. Que Gabriel tenga iniciativa le gusta, que no tenga experiencia aún más. Lo besa lento y después profundo, el ritmo enloquece, lo hace jadear con los labios, gemir con la lengua, después aminora el ritmo, lo deja descansar en un interludio de besos pequeño en la superficie de los belfos antes de hundirse de nuevo en su boca y ahogarlo con la propia, dejándolo sin aliento.

La zurda alcanza la cintura, estira los dedos, comprobando cuan pequeña es, y los clava. Quiere dejar sus huellas en su piel incluso después de que se haya ido. Cree que su corazón se contradice: quiere que Gabriel sane después de su muerte, pero quiere dejar cicatriz con sus dientes, para que no lo olvide.

Gabriel lleva sus manos a los botones de Román, los del cuello le enredan los dedos, entre beso y beso agarrota las manos y se frustra por no poder desabrochar su camisa. Román se separa un segundo de su boca para preguntarle si necesita ayuda, pero ve al chico con el ceño fruncido y antes de que pueda hablar el muchacho tira con fuerza de los dos lados de su camisa, abriéndola de golpe, haciendo saltar los botones que tintinean por toda la habitación.

Después Gabriel no dice nada, pero luce satisfecho con una sonrisa ladina en su boca y un leve rubor. No se atreve a mirar a los ojos de Román, pero sí a bajar a su ancho y pálido cuello y besarlo, morderlo como tanto ha hecho el vampiro con él y llegar con la afilada punta de la lengua a las clavículas.

—Esto ya no es efecto de esa droga de hombres lobo, Gabriel. —ríe el vampiro, enterrando los dedos en el cabello del chico y rizándolo entre caricias.

—Cállate o voy a parar. —se queja el chico quedándose quieto a un beso del pecho de Román.

Se estremece por la anticipación, tiembla de deseo y nervios. El vampiro ríe y desliza sus dedos desde la nuca de Gabriel hasta la parte más alta de su cabeza, tirando un poco de su cabello hacia arriba para hacerlo mirarle.

—No podemos hacer nada hasta dentro de un tiempo, cuando nos recuperemos, así que... Si paras ¿qué haremos aquí dentro? ¿Aburrirnos? —pregunta el vampiro burlón.

Y Gabriel sabe que tiene razón. Están entre cuatro estrechas y tétricas paredes, encerrados hasta que sus cuerpos puedan volver al campo de batalla. Tienen algo de tiempo y muchas ganas y ambos saben cual es la mejor forma de relajarse después del estrés de la batalla. Pero se siente extraño, Gabriel jamás pensó que llegaría a esta situación y mucho menos en un lugar como ese, en la base enemiga. Pero esa podría ser su única, su última oportunidad de besar y probar a Román. Y no piensa quedarse hambriento.

Gabriel le sonríe al vampiro y baja a su pecho, besando la fría piel, recordando las ganas que tenía, en su primera vez, de tocarlo, morderlo y arañarlo. Entonces su cuerpo estaba débil, incapaz de alzarse y tomar lo que deseaba, pero ahora...

Muerde uno de los pezones del vampiro, a lo que este ríe enternecido, acariciándole la cabeza. No está seguro de si Gabriel es así de fiero o de si trata de impresionarse, pero lo que está claro es que se esfuerza y eso le parece adorable.

Una mano en cada hombro, su rostro baja por la línea hundida que parte los abdominales, los recorre con la nariz, roza el ombligo con los labios y una línea de vello le hace cosquilla en la cara mientras desciende más allá de su abdomen. Las manos bajan, dedos deslizándose sobre el pecho amplio y duro, pellizcan los pezones buscando alguna reacción, arañan las costillas y presionan ahí donde la carne de su vientre se hunde y luego se alza, musculosa.

Su naricilla choca con el tacto áspero de los tejanos del vampiro y sube la vista. Los ojos de Román están en los suyos, ardiendo.

—Tenía tantas ganas de hacer esto... —susurra el muchacho, bajando una de sus manos sin pena alguna hacia la cremallera de su amante.

—Podrías haberlo hecho antes. —le informa Román con una sonrisa socarrona.

—¿Y tirarme a un perdedor que no era capaz de reconocer sus sentimientos? No, gracias. Nunca cometo el mismo error dos veces.

La risa de Román es alta y resuena por todo el lugar. Gabriel está sonrojado por lo que hace, luciendo tan tierno y pueril, sin embargo, sus labios son audaces y los dedos prestos que ya le han desabrochado el pantalón aún más.

Gabriel suelta una risa sin gracia, negando con la cabeza. Sus ojos se ven un poco brillosos.

—Realmente pensé que nunca ibas a decirlo ¿Sabes? Pensé que te ibas a llevar eso a la tumba.

—Pero lo he dicho —responde Román con tono serio, tomando al muchacho de la barbilla para alzarle el rostro y mirarlo a los ojos. —y te diré que te quiero cien veces más si es necesario.

Gabriel le sonríe y se siente tan feliz, tan completo. Había deseado tanto eso, había deseado tanto tener a Román a su lado, no por una estúpida promesa, no porque son compañeros o porque es su mejor opción, no porque el efecto de una estúpida droga lo pide como su cura, sino como amante.

—La primera vez —Gabriel suspira, bajando los pantalones del hombre poco a poco, su indecisión se muestra en la lentitud, en el temblor de su labio al hablar. —que lo hicimos ¿Es realmente como me dijiste? ¿No me deseabas?

Román empuja sus pantalones fuera de las piernas cuando nota que las manos del chico se han detenido, deja ver sus piernas grandes y bien formadas, su ropa interior apretada y Gabriel retiene el aire en sus pulmones ante la visión. Se acalora rápido, perdiendo ese valiente empuje del principio. Román se incorpora sentándose en la cama con Gabriel entre sus piernas arrodillado, con los labios todavía temblando por la pregunta.

Le besa en la boca con dulzura, una mano desciende por su espalda delineando su columna, otra asciende por debajo de la camisa, toda la palma abarca el pequeño y terso vientre, lo hace encogerse de la impresión, su tacto es frío, pero tan placentero...

—¿Tu qué crees? —pregunta alzando una ceja, siguiendo con sus besos por el cuello del chico, tomando con sus manos la orilla de la camiseta de Gabriel y alzándola poco a poco.

Gabriel gimotea entre besos, nota la prenda pasar por su cabeza y volar a quien sabe dónde.

—¿Acaso crees que haría esto si no te desease? —pregunta entonces, empujando al chico debajo suyo y empujando con fuerza sus pantalones y zapatos fuera de su cuerpo. —¿Crees que estaría tan impaciente por hacerte el amor si no te desease?

Gabriel ríe coquetamente, dejándose hacer sobre el lecho. Román está besando en los mismos lugares que él antes le ha besado. Solo que el vampiro sí consigue reacciones más allá de los suspiros ronco y las risas cínicas que él emitía. Gabriel gime cuando el hombre pinza uno de sus pezones con el índice y el pulgar se deshace en leves ruiditos cuando lo lleva a su boca, haciendo que la succión de sus labios convierta el rosado en rojizo. Muerde su abdomen después, dejando la tez pálida, cubierta por una suave piel de melocotón, teñida de morado y rojo.

Desea más, quiere tirar de las tetillas del chico hasta que sus hermosos botones luzcan como cerezas, arrastrar las uñas en la piel hasta llevarse un recuerdo de ella, morder donde está dejando chupetones y llevarse toda esa tentadora sangre a la lengua. Pero sabe que no puede. Su noche de pasión es solo una pausa antes de que el mundo vuelva a ser horrible y hostil y necesita que Gabriel esté sano y fuerte para poder protegerse a sí mismo cuando él se vaya.

—Tengo tantas... —Román le besa el vientre, se muerde el labio y después aprieta con la mano su cintura. —tantas... —susurra, dejando que su aliento frío haga a Gabriel encogerse bajo él. —ganas de comerte. Estando tan cerca de ti me cuesta resistirme. —Ronronea contra su piel.

Baja más, pone las manos en sus corvas y le alza las piernas, abriéndoselas. Gabriel se queda paralizado de vergüenza sin ser incapaz de apartar su vista del hombre mientras acaricia su muslo con la mejilla hasta llegar a las ingles, besándolas y lamiéndolas.

—No sabes lo mucho que quiero tocarte, abrazarte, besarte y poseerte. Te amo, Gabriel, no sé por qué no lo he dicho antes.

Excepto que sí lo sabe y, por un momento, le tortura el pensamiento de que confesarse, de que besarlo y amarlo deliberadamente es solo destruir al pobre chico. Sin embargo, su mente vuelve a quedarse en blanco, iluminada en una luz reconfortante, cuando Gabriel le habla de vuelta.

—Yo también te amo, Román... —susurra con la voz pesada y el aliento tórrido. Se alza en la cama, lo besa estando a su misma altura y tiene, de nuevo, la picardía de hacer el primer movimiento. Rodea el cuello de su amante, pero baja la mano hasta que su índice se queda atrapado en el elástico de la ropa interior. Tira, revelando lo que hay dentro a sus ojos cerrados por el beso, después deja ir la tela y el elástico vuelve de un azote al cuerpo de Román, sobresaltándolo. Gabriel le besa entonces con lengua y, al terminar, añade: —y quiero que me hagas el amor. Esta vez sin ninguna estúpida droga de por medio, quiero que lo hagas de veras por primera vez, porque podría ser la última. Quiero tener este recuerdo, quiero que seas el primero al que le digo que sí con mi mente totalmente despejada. Eres mi primer amor y nunca te voy a olvidar... por eso quiero tener más recuerdos contigo, quiero hacer tantas cosas... Cosas hermosas.

—Oh... —susurra el vampiro, conmovido, pero su voz pasa del asombro a la lujuria cuando el chico desliza delicadamente la mano por su pecho y abdomen y agarra su virilidad después con descaro. —Gabriel.

Ronronea su nombre, hundiéndose en su cuello. El vampiro apoya su frente trémula en el hombro del muchacho y este muerde su labio y trata de ser impresionante. Sus dedos agarran con fuerza, pero no demasiada, y sintiendo el pulsar del cuerpo venoso bajo la tela íntima inicia su vaivén. Bombea la masculinidad de Román con su diestra y con la zurda le acaricia el pelo.

Y es tan hermoso que no puede creerse que tenga a semejante criatura entre sus brazos, jadeando de placer. Cuando lo hace, su voz suena rebosante, masculina. Los gemidos son aire rasgado y le erizan la piel, es tan varonil.

Román no se queda atrás, muerda la piel del chico y desliza su mano hacia el mismo lugar, solo que él no tira del elástico y lo deja ir en un jugueteo coqueto, él simplemente desliza los dedos por dentro y, con su palma desnuda, rodea el eje de Gabriel.

El chico gime en alto, echando la cabeza hacia detrás y se detiene un segundo, tan perdido en el placer que había olvidado que tenía un cuerpo más allá de aquel que encierran los dedos de Román. Cuando el le toca, solo existe la piel que roza, el resto es solo bruma insensible que se desvanece cuando cierra los ojos, siente que solo puede saber que su dermis está ahí si es bajo las yemas de Román.

Sin embargo, vuelve en sí algo avergonzado y sigue masturbando a su amante. Nervioso, se pregunta qué debería hacer. Tienes ganas de complacer y ser complacido, pero su experiencia se basa en escenas censuradas de películas que ha visto de refilón. Sabía que lanzarse sobre Román, besarlo y tocarlo, era lo que deseaba, pero no conoce más trucos. ¿Debería ignorar también la ropa interior de Román? Sí, sabe que sí, que tendría que pasar los dedos por el cabello rizado que conduce a su entrepierna y atrapar con sus manos el enorme pene desnudo, sintiendo su calor, sus venas gruesas, la forma en que el líquido se perla en la punta. Pero está nervioso ¿Cómo empezar? Se sonroja imaginando que sus dedos tropiezan torpemente en el camino.

Se muerde la lengua por ser tan idiota cuando su corazón acelerado alarma a Román y este ríe enternecido, empezando a mover su mano más y más rápido. Gabriel se encoge sobre sí mismo, las piernas le tiemblan y su mano se ha detenido. Román es realmente bueno y tiene sentido: ha tenido más tiempo de estudiar los placeres humanos que cualquier humano.

Fugazmente, Gabriel piensa en todos los amantes que el vampiro habrá tenido antes, de los que ha aprendido a rodearlo así, a bombearlo apretando más en la base, deslizando el pulgar sobre la hinchada punta cuando llega al extremo, oprimiendo la hendidura cuando cree que estallará.

Pero da igual, Román ahora está aquí con él y eso es lo único que al chico le importa.

—Toda esta ropa empieza a molestar ¿No? —pregunta en su oído, mordiendo el lóbulo para después dar un lento lametón en él, haciendo que Gabriel tenga un escalofrío mientras asiente.

Román se saca su ropa interior casi sin darle tiempo a Gabriel a verlo. Parpadea un segundo y lo siguiente que ve es la tela deslizándose por los tobillos del hombre y la enorme erección de este apuntándolo. El vampiro estrecha la distancia tomándolo de la nuca para acercarlo y darle un irónicamente casto beso y Gabriel siente la rigidez del otro contra su vientre. Es cálido y enorme, siente pánico por un segundo. Román ya estuvo dentro suyo, pero bajo los efectos de la droga cualquier dolor que no fuese el de su necesidad, era una mera molestia. Ahora teme no poder tomar todo de Román y decepcionarlo. No quiere ser lastimado.

—¿Estás nervioso? —pregunta después, acariciando una de las mejillas del chico con dulzura. Gabriel asiente, no tiene idea de si puede usar su voz o si el vampiro se la ha robado entre beso y beso, pero no lo comprueba, solo mueve su cabeza y el otro sonríe por lo adorable que es. —Puedo detenerme si tienes miedo.

Gabriel sube la vista, sus mejillas rojas, el pelo alborotado y la mirada oscura y fiera. Sus ojos pardos se ven decididos y el chico niega mientras él mismo se deshace de la poca ropa que le queda.

—No creas que me asustas, vampiro tonto. —se burla el muchacho, lanzándose hacia él.

Gabriel vuelve a caer sobre Román. El vampiro toma al chico de la cintura para guiarlo, sentándolo sobre su erección intencionalmente. Gabriel siente el duro eje del otro deslizarse entre sus nalgas lábilmente, rozándolo, provocándolo, y tiembla por la anticipación. Después el vampiro lo agarra por el cuello y lo hace baja para besarlo. El chico le muerde los labios cuando Román empuja sus caderas y hace que su polla se deslice de nuevo rozando la rasa entrada. Todo su cuerpo pulsa de necesidad y Gabriel cae exhausto con su rostro escondido en el cuello del otro, jadeando mientras su polla endurece más y gotea pre semen. Un cosquilleo se dispara por toda su longitud y arde en la punta, está deseando correrse.

Después una de las manos del vampiro vuelve a masturbarlo y la otra pasa de su cadera a su culo, apretando una de sus nalgas entre los dedos. Su carne se siente tan llena y tersa en esa zona, hunde los dedos y el trasero del chico es tierno, pero el músculo bajo es capa es firme y agradable al tacto; tiene un cuerpo espectacular y no necesita ojos para decirlo, Román podría ser ciego y, con solo acariciar a Gabriel con uno de sus dedos sabría que es impresionante.

Después de tocar su trasero, la mano baja un poco y dos dedos buscan la entrada, acariciando el prieto anillo muscular cuando la hallan. Gabriel gime alto, algo asustado, pero Román solo sigue besándolo mientras presiona. Lo toca más rápido, coronando su pene con el pulgar para negarle el dulce orgasmo y justo cuando este viene y se va, mete un par de dedos en su interior.

Gabriel grita por el susto, el dolor es molesto, puede sentir el ardor de ser abierto, de su cuerpo siendo forzado a tomar el de otro, pero entonces Román empieza a mover los dedos dentro y fuera, dilatándolo y el dolor persiste, pero es delicioso. Quiere que sea la polla de Román la que haga que las piernas le tiemblen, quiere más que sus dedos haciéndolo jadear y pensar que se romperá en cualquier momento.

—Hazlo, hazlo... —susurra Gabriel, deseoso. Tiene los ojos brillantes, las finas hebras de cabello pegadas a la frente y el cuerpo perlado por brillante sudor, haciendo que su piel luzca un poco dorada.

—Todavía no estás listo —susurra el otro, siendo sincero y a la vez cruel. Se divierte con las súplicas del chico, con su forma de gemir lastimosamente, con el pudor con que aparta la mirada, pero la promiscuidad con que sus caderas empiezan a molerse contra su polla erecta para provocarlo.

—Vamos, por favor, por favor... —susurra con un tono inocente, casi pueril, tan bonito que le hace querer romperlo y quitarle toda esa inocencia de la voz a gritos.

Quiere rasgar ese velo susurrante de súplicas, convertir las cuerdas de arpa de su garganta en gritos sucios, en peticiones más obscenas.

<<Corromperlo.>>

Román mueve los dedos más deprisa dentro del chico y suelta su pene, lo deja sacudiéndose temblorosamente entre sus piernas, salpicando su abdomen con el preludio de un orgasmo y cuando los gritos de Gabriel le llenan los oídos de su maravillosa música se detiene y lo deja agotado sobre su pecho.

Entonces susurra:

—No te canses tan pronto, la diversión va a empezar ahora...

Los ojos de Gabriel se expanden cuando las manos de Román toman cada una una de sus nalgas, abriéndolas para él y alinea el pequeño agujero con su eje. Gabriel siente la cabeza del miembro del otro contra su entrada y gimotea. Muerde el cuello de Román para resistir el dolor cuando el otro se empuja rítmicamente, no entrando todavía.

Impaciente, coloca sus manos a los lados de la cabeza de Román, subiendo un poco su torso, y entonces empuja su propio cuerpo hacia abajo. Abre la boca, ya vacía de gritos, cuando logra que el enorme glande se acomode dentro suyo. Se muerde el labio después, cerrando los ojos, disfrutando del dolor de ser abierto por un amante tan grande. Apoya una mano en el pecho de Román, con la otra se sostiene el cabello hacia atrás, no quiere molestos mechones impidiéndole ver la bella expresión del vampiro mientras baja lentamente, tomando toda su longitud dentro de él.

Nota su interior arder y dilatarse mientras la erección de Román entra hasta que por fin llega al fondo, golpeando sus entrañas. El vampiro muerde su propio labio hasta que una gota de sangre se desliza por la comisura hasta la almohada, traga de respirar y no descontrolarse. El interior de Gabriel es ardiente y estrecho, pulsa a su alrededor, lo chupa hacia dentro con ganas, como pidiéndole que empuje y empuje hasta destrozarlo.

Sus manos se colocan sobre las caderas del chico ahora, soltando las nalgas, y se dice a sí mismo que debe negarse a la tentación de agarrarlo con su fuerza invencible y hacerlo saltar sobre él vigorosamente para que pueda follarlo con todas sus fuerzas. Muere por ser salvaje con él, pero no quiere herirle.

Entonces Gabriel le desquicia, arquea un poco la espalda y tensa las piernas, subiendo un poco y sacando a Román de su interior, solo para desfallecer y volver a caer sobre su polla gimiendo.

Román no lo aguanta más y empieza a moler sus caderas empujando más adentro del chico, haciéndolo gritar, toma las de él y lo mueve arriba abajo, Gabriel lo acompaña propulsándose con pequeños saltitos. Siente Román clavársele dentro una y otra vez, destrozando su interior y haciéndolo sentir demasiado bien a la vez.

Grita y Román le tira del pelo para demandarlo cerca; lo besa furioso, hambriento, le muerde los labios hasta hacerlos sangrar y luego los lame con avidez. Gabriel siente que podría correrse solo con eso, con lo caliente que es Román follándolo por el culo mientras le chupa la sangre, por lo emocionante que es estar sobre un vampiro que te jalonea y te mueve a su gusto, que empuja su pelvis en tu interior tocándote como nadie te ha tocado, que te hace el amor con rabia.

Román gruñe mientras se empuja más y más, las rodillas de Gabriel tiemblan y no puede dar más saltos, se aferra al pecho del vampiro sintiendo que sin él caerá en un enloquecedor mar de sensaciones y el otro aumenta el ritmo. Con desespero, el más pequeño lo abraza y su amante se apoya en ambos talones y logra más profundidad en cada empuje. Sus pieles se tocan, las uñas de Román recorren toda la espalda de Gabriel y este apenas puede levantarse, su cuerpo se siente pesado, lleno de Román y de miles de sensaciones que empiezan en cada pequeño centímetro que el otro toca y se expanden como fuego por todo su ser, consumiéndolo, haciéndolo arder como en un deleitoso infierno.

Román gira en la cama, poniendo al chico debajo suyo como la primera vez, pero esta se aferra a él con fuerza y chupa su cuello hasta dejarlo morado, follándolo sin compasión. Gabriel grita, le tira del pelo, le clava los dedos en los fuertes músculos de la espalda y enrosca sus piernas en las caderas mientras el otro bombea su pene dentro y fuera, clavando al chico en el colchón, haciendo que giman hasta los muelles.

Gabriel se siente tan diminuto bajo su cuerpo, pero tan seguro de sí. No tiene nada que ver con su primera vez, ahora sabe que Román lo desea, que, en cada embate, en cada beso y mordisco, se esconde la sombra del anhelo, que cuanto más profundo esté y más fuerte lo penetre más quiere hacerlo disfrutar y más disfruta él. Sabe que Román no está saciando su deseo, sino alimentando el propio.

Sabe que, al terminar, lo suyo sigue.

Y todo eso le permite disfrutar de tan placenteras horas en que el hombre lo empuja contra la almohada para separarse y poder mirar hacia abajo, viendo su enorme virilidad salir del chico, húmeda, y entrar de lleno lentamente mientras la rosada polla de su amante se sacude y empapa su vientre. Román lo folla lento ahora, saliendo hasta dejar al chico abierto y vacío y volviendo a llenarlo sin pausa. Gabriel gime alto, despacio, sintiendo cada centímetro joderlo por completo y llevarlo al cielo.

Cuando cree que va a correrse con Román golpeando ese dulce punto en su interior, el vampiro sonríe como si supiese lo que siente y sale, haciendo su cuerpo sacudirse en protesta de la soledad y, antes de que se acostumbre y se relaje, lo penetra nuevamente, volviendo a empezar su juego.

Y Gabriel cree que enloquecerá del placer y la espera, muere por explotar, pero no quiere que esos segundos brevísimos antes del orgasmo se acaben y nunca. Y Román los hace eternos, los aleja y los vuelve a traer al cuerpo de Gabriel con más intensidad para robárselos de nuevo. Gabriel llora de placer mientras Román lo folla y desesperadamente le araña el cuerpo y le besa hasta tener los labios hinchados.

—Por favor, más fuerte, más fuerte... —se atreve a pedir, mirándolo a los ojos.

Y Román se siente tan hipnotizado que por primera vez es él quien obedece, aferrándose al chico, golpeando su próstata con energía, moviendo su pelvis tan rápido, tan fuerte, que el chico se tambalea y tiene que agarrarse al cabecero. El ritmo aumenta cuando Gabriel pensó que ya no podía ir a más, se lame la sangre de los labios y besa a Román con su jugosa lenga tintada de carmesí; el vampiro lo toma por el cuello, se empuja dentro y fuera, dentro y fuera y es enloquecedor y maravilloso al mismo tiempo.

El calor sube por ambos cuerpos y el de Gabriel es el primero en caer presa del deseo, se encoge y se corre entre ambos manchándose el vientre de blanco. Grita, se lleva las manos a la cabeza y nota que no puede pensar, solo sentir, sentir y sentir como le hormiguea el cuerpo entero, tiene electricidad bajo la piel y en la boca mil gemidos y un hilo de saliva cayendo descaradamente por la comisura. Cuando su orgasmo amenaza con alejarse, dejándole las piernas temblando y el rostro empapado en sudor, Román lo embiste duramente y nota al muchacho apretarse contra su enorme tamaño, pulsar dulcemente y chillar. Entonces se derrama dentro suyo, haciéndole sentir caliente y poseído.

Sale de dentro suyo, con el pelo alborotado pero tan estoico como siempre al segundo, mientras Gabriel es un lío de balbuceos y sollozos en la cama.

Román lo pone de lado y lo abraza por detrás, acariciándole el costado, besando su nuca y susurrando.

Susurra con una sonrisa que nota en la piel cuando los labios dejan pequeñas caricias y dice todo el rato lo mismo, Gabriel tiene los oídos pitándole por el volumen de su propia voz, pero después de un rato, cuando está a punto de quedarse dormido, entiende lo que el vampiro le está diciendo con tanta insistencia.

<<Te amo>>


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