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Gabriel despierta con un pequeño sobresalto cuando nota algo pesado sobre su regazo, se gira y mira a su alrededor con confusión. Se frota los ojos y parpadea varias veces al ver manchurrones grises y negros rodeándolo y entonces reconoce de nuevo las paredes y la ancha espalda de Román.
—Buenos días —le dice el vampiro dedicándole una sonrisa encantadora y solo con recordar lo último que pasó entre ambos, Gabriel se queda embobado mirándolo y se sonroja.
El vampiro se inclina un poco y besa sus labios castamente. Gabriel sonríe como un bobo chico de secundaria enamorado y Román le revuelve el pelo, después extiende su mano hacia él, dándole algo.
—Oh, un revolver. —dice el chico con cierta sorpresa, tomando el objeto con alegría.
Quedarse sin su arma había sido un golpe bajo para él. Gabriel es fuerte y ágil, pero no es contrincante contra un vampiro y mucho menos contra un ejército de ellos, si debe luchar con sus manos desnudas. Podría quizá hasta esquivarlos o huir, pero no hacerles ni un solo rasguño.
—No tenían nada mejor, pero está bien. Tenemos que irnos de aquí hoy.
—¿Hoy? —pregunta incorporándose un poco y viendo que es lo que hay sobre su regazo, a parte del arma. Unas latas de comida y ropa limpia. No, Román no broma.
—Sí ¿Crees que puedes? ¿Tienes más fuerzas ya?
—Sí, sí... —dice algo desanimado. Su cuerpo se siente más firme que antes y ya no se haya mareado más que por el sopor, pero le duelen las caderas y todavía se siente algo más débil de lo común. —¿Por qué debemos irnos ya? No hemos planeado nada todavía, sería peligroso si salimos a lo loco.
—Mientras dormías sonó la alarma. Se supone que los soldados que vivían aquí deben atender a la llamada, si al ver que no han ido deciden revisar aquí será un problema. Incluso si no les dejamos pasar podrían sospechar más y llamar a Margaret, lo más sencillo es irnos y que simplemente piensen que han muerto y todavía no han podido encontrar sus cuerpos.
Gabriel se deja caer en la cama, agotado, pero asiente. Comprende la situación y Román está en lo cierto, pero todo empieza a salirse de control. Él jamás ha sido muy fan de los planes, las normas y los pasos que seguir, pero también ha tenido siempre oponentes débiles y la seguridad de que podía matarlos incluso si lo pillaban por sorpresa.
Ahora las cosas han cambiado.
<<Todo ha cambiado.>>
Román se siente a su lado y le besa la frente de forma protectora, lo mira a los ojos después con seriedad y dice.
—Come algo y después saldremos ¿Si?
Gabriel traga saliva y asiente, el otro solo lo rodea con el brazo y lo acerca hacia sí, tratando de calmarlo. Gabriel trata de lucir impasible y tranquilo, pero su corazón se sincera con Román sobre sus miedos latiendo deprisa.
—¿Qué deberíamos hacer cuando salgamos? —pregunta Gabriel doblándose para alcanzar una de las latas.
Empieza a abrirla en el tiempo en que Román se queda pensativo.
—Buscar el vial que pueda devolverte al mundo normal, antes que nada, después la cura a mi inmortalidad. No puedo morir dejándote atrapado aquí.
Gabriel suspira pesadamente, sube la vista con los ojos brillosos y no dice nada.
Durante un rato están en absoluto silencio, Gabriel come con prisas, Román le acaricia el brazo para reconfortarlo.
—Sería bonito quedarme contigo siempre, pero...
—Lo sé. —Román le sonríe, un gesto agridulce. —Después de todo lo que has visto, debes acabar con Urobthos y yo quiero acabar con mi eternidad y ambos queremos vengar a Leoren y Ángel.
Gabriel muerde su labio, resistiendo su impulso por no llorar, y asiente.
—¿Por qué tiene que ser tan difícil?
—Eres fuerte —le anima el vampiro—, lo superarás.
Gabriel solo le lanza una mirada afilada y ríe irónicamente.
<<¿Cómo voy a superarte, Román? ¿Cómo? Si contigo he encontrado a una nueva familia y contigo la he perdido>>
—Ugh —el chico saca la lengua llena de tropezones de lo que pretende ser comida —, esta comida enlatada sabe a culo. —se queja, cambiando de tema.
—Supongo que es el equivalente humano a lo que yo siento al beber tu sangre. —le dice Román con una sonrisa cínica.
Gabriel le asesina con la mirada y después procede a escupirle en la cara un trozo de no se qué que no logra masticar.
—Te estás metiendo con el tipo equivocado. —amenaza Román con voz ronca, acercándose a él mientras sonríe mostrando los colmillos.
—Ti isitis mitiindi cin il tipi iqiivicidi —le imita haciendo una mueca y poniendo voz de pito.
Román responde lanzándose contra él en un ataque de cosquillas y besos en el cuello que los deja a ambos rodando sobre la cama y riendo. Como Gabriel sigue desnudo al darse cuenta se tapa urgentemente con la sábana, sonrojándose. Román vuelve a reír por lo adorable que es y le alcanza la ropa que le había dado y que, durante su pelea, se ha caído de la cama.
—Vístete anda —le insiste, besándole la mejilla. —, debemos salir lo antes posible.
Gabriel se pone serio de nuevo y asiente.
En cinco minutos el chico y está vestido y armado con el revolver, esperando a que Román use la tarjeta que robó de uno de esos tipos para abrir la puerta que conduce al exterior. Desliza esta por una pequeña pantalla, después se pone verde y emite un solo pitido.
—Podemos salir —dice Román empezando a subir por la escalera.
Gabriel le sigue y ve como abre la trampilla, revelando el perpetuo cielo ocre y rojo de ese lugar.
Ambos salen rápidamente, asegurándose de que no hay nadie cerca y, después de eso, se toman de la mano sin saber muy bien a donde ir.
Román aprieta fuerte los pequeños dedos de Gabriel, no quiere que lo aparten de su lado nunca más.
—Oigo a soldados hablando, deberíamos espiar lo que dicen, ven.
Román acaricia sus dedos y empieza a andar despacio, guiándolo hasta uno de los edificios. Pone su mano en la pared y anda pegado a ella, dejando que sus dedos avancen antes que sus pies. Al llegar a una esquina se detiene, cierra los ojos y escucha. No puede avanzar más, los soldados están lejos y si él puede oírles un poco a esa distancia significa que de más cerca ellos podrán oír el corazón de Gabriel.
—¿Qué dicen? —pregunta Gabriel susurrando.
—Hablan de Margaret —explica, haciendo que el chico se emocione. Si es su día de suerte, dirán algo útil —, ha cazado recientemente, así que estará totalmente recuperada. Dicen que está descansando ahora. En... mierda, no lo he oído bien ¿Cómo era? ¿La sala de recuperación II? No sé como se supone que vamos a averiguar don-
—Sé donde es. —dice Gabriel con los ojos bien abiertos, mirando al vampiro con una sonrisa incrédula. —¡Se donde es! —repite emocionado, fingiendo un grito, aunque apenas susurra.
—¿Cómo?
—Ese es el nombre de una de las salas de la sede de la organización de cazavampiros donde viví. Solía acabar mucho allí cuando me hacía daño. Sé perfectamente cómo llegar ¡Sígueme!
Román entonces corre detrás del chico, ambos cogidos de la mano, ambos llenos de esperanza.
Y por un segundo piensa que por fin la vida le sonríe.
Román y Gabriel se sorprenden por la facilidad con la que llegan a la organización. Las calles tienen vigilancia, pero afortunadamente siempre hay un camino por el que ir, una forma de ocultarse tras las esquinas, de posarse grácil y silenciosamente en los puntos ciegos, de esperar a que un soldado se gire para salir corriendo.
Finalmente, Gabriel alcanza a ver a lo lejos algo parecido a su antiguo hogar. Puede reconocer esa silueta de castillo mágico que la sede de la organización ha hecho su símbolo, esa arquitectura tan característica del edificio, anteriormente llamado Sagrada Familia. El lugar se ve ahora más gris, apagado, con las altas aristas ciertamente retorcidas, pero aunque sea una versión de pesadilla, sigue siendo el mismo sitio y Gabriel sabe que un vez entre podrá encontrar la sala que tiene en mente.
No hay nadie vigilando la puerta de entrada, podría tratarse de un lugar poco importante, sin mucha seguridad, de un oportuno hueco creado en un cambio de turno, así que Gabriel decide que no van averiguar de qué se trata, no hay tiempo que perder y mucho menos en ese lugar donde parece haberse detenido.
Tira de la mano de Román mientras corre hacia el lugar, emocionado como un niño pequeño, pero el vampiro se siente incómodo. Algo falla y no sabe que es, todo ese mundo estaba vivo cuando llegaron, lleno de peligros, movimiento, ahora su objetivo parece una fotografía. La quietud del lugar hace que se le erice el vello del cuerpo, pero aun así sigue a Gabriel, no tiene más opción.
Empuja la puerta de la entrada, entrando el primero, después nota los dedos del muchacho deslizándose fuera de su mano.
—¡Eh! Te dije que no te solt-
La puerta se cierra dejando entrever antes una cabellera roja y una sonrisa afilada. Antes de escuchar el portazo, se oye un tiro al aire y el sonido metálico del revolver al caer al suelo.
Román se siente morir de nuevo y la abre de golpe. Margaret tiene a Gabriel entre sus brazos, como él lo tuvo anoche, pero en la punta de sus dedos no hay caricias, solo malas intenciones. Detrás suyo se erigen nuevamente filas de soldados, listos para no perder de nuevo.
Román sabe que si da un paso más ella matará a Gabriel, sabe que tantos vampiros podrán retenerle y que nadie podrá salvar a la persona que juró proteger.
Ahora ya entiende por qué todo estaba tan tranquilo, porque había tan pocos enemigos en las calles, todos aguardaban tras sus pasos, dispuestos a saltar sobre ellos cuando diesen uno en falso.
—Ha sido tan fácil engañaros... —ríe la mujer, pasando una de sus afiladas uñas por el cuello de Gabriel.
El corte se extiende por toda su garganta y es muy superficial, de él apenas brotan dos gotas de sangre, suficiente para agitar a los hombres que tiene detrás y para conseguir una reacción de Román.
—¡Suéltalo! —el grito atraviesa el cielo, parece rasgarlo y hasta retroceder a algunos hombres. Pero no a Margaret, ella ya murió en sus garras, ya no tiene nada que temer.
—No estás en posición de dar órdenes, querido. —responde ella, recogiendo con su dedo la sangre de Gabriel que baja hasta las clavículas. El chico respira agitadamente mirándolo a los ojos, suplicando ayuda con ese mero gesto. Se lleva el dedo enrojecido a la boca, lo lame despacio y después sonríe pícaramente. —Delicioso, ya veo porque le tienes tanto aprecio... Dime, si lo lanzo a mis hombres, que están hambrientos como perros, ¿Cuánto crees que tardarán en matarlo?
Román aprieta la mandíbula y se ve tentado a lanzarse sobre la mujer y despedazarla. Podría matarla ahí mismo y lo sabe, pero no podría salvar a Gabriel.
Román respira hondo, baja la vista al suelo sumisamente y dice:
—¿Qué necesitas de mí para dejarle libre a él?
—¡No, Román, n-
La mano huesuda de Margaret se coloca sobre la boca de Gabriel e hinca las uñas, haciéndole sangre en las mejillas. Román quiere arrancarle los dedos uno a uno cuando escucha a Gabriel quejarse ahogadamente, pero resiste y mantiene la cabeza gacha.
—Que digas que sí a lo que ya te propuse ¿Suena mejor ahora eso de pasarte la eternidad en una caja? —Román asiente despacio, cae de rodillas sobre la arena rojiza y extiende sus manos. —Adelante.
Gabriel llora sobre la mano fría de Margaret cuando ve a sus hombres acercarse a Román y encadenarlo, llevándoselo con correas de metal como a un perro abatido.
—No... —murmura entre lágrimas cuando desaparece de su vista. —no puedes...
—Oh, querido —le dice Margaret, sonriéndole con crueldad. —, sí que puedo.
Después le toma de la mano con fuerza suficiente para romperle los dedos y lo arrastra dentro de ese alto y espantoso edificio que una vez fue su hogar.
—¡Suéltame! —chilla Gabriel, resistiéndose. La mujer mira a su alrededor, comprobando que su ejército se ha diluido y ya se han llevado a Román, —¡Suéltame, monstruo! —entonces abofetea a Gabriel.
El golpe lo aturde hasta hacerlo caer al suelo y una vez ahí la chica sonríe con alivio y arrastra a Gabriel por su muñeca.
—¿A d-dónde me llevas? —pregunta entrecortadamente, luchando por ponerse en pie.
Pero no necesita que le respondan a esa pregunta, él mismo conoce todos los rincones y recovecos del lugar donde ha vivido desde los seis años, él conoce la amplia entrada, pasillo hortera y larguísimo hacia la sala de reuniones y la forma en que esta misma parece aparecer alrededor de una enorme mesa redonda. Mesa donde los han sentado cientos de veces para hablar sobre su comportamiento y mirarlo por encima del hombro, como si él hubiese elegido estar ahí, como si tuviese que ganarse su merecida venganza.
Solo que esta vez cuando entra en la sala no hay ninguna mesa, ni sillas, ni jefes gritándole. Solo un pedestal más bajo que él y un pequeño vial rojo sobre este.
Siente que el corazón se le para. Ha estado en esa sala millones de veces diciendo que acabaría con todos los vampiros, jurándolo. Y justo a su lado, estaba la forma de hacerlo.
<<Lo he tenido delante de mis narices todo este tiempo>>
—El antídoto a nuestro don —lo presenta ella, extendiendo la palma para señalar el pedestal. —o a nuestra maldición, como otro piensan. —se queja rodando los ojos.
Entonces aprieta aún más fuerte el brazo de Gabriel y tira de él hasta ponerlo justo delante del frasco de cristal. El chico podría perfectamente alzar la mano y alcanzarlo, pero sabe que posiblemente sus dedos acabarían troceados antes de que pudiese ponerlos encima del vial. Sin embargo ¿Por qué traerlo a la localización exacta de lo que está buscando?
Gabriel sabe que solo hay una respuesta.
—Vas a matarme ¿Cierto? —pregunta con su labio inferior temblando, no de temor, sino de rabia. Mentiría si dijese que no tiene miedo, pero tras todo lo que ha pasado para llegar ahí, tras todos a quienes ha perdido y jurado vengar, es la ira lo que se apodera de él al ver que no podrá tomar nunca algo que tiene justo delante. Algo que se ha ganado.
—Al contrario. —le sonríe de forma maquiavélica. —¡Chicos! —Aparecen por la puerta dos de sus secuaces, ambos vampiros con paso marcial y la mandíbula cuadrada. Gabriel los mira con desconfianza. Está seguro de que no trama nada bueno y de que esa mujer se muere por librarse de él, pero también sabe que si va matarlo no necesita ayuda y mucho menos querrá dejar su muerte a manos de otro pudiendo disfrutarla ella. —Sujetadle. —ordena, arrojando a Gabriel hacia ellos.
El chico intenta zafarse cuando los tipos le ponen las manos encima, pero pese a sus esfuerzos por librarse de las garras de los vampiros, termina arrodillado entre ellos con sus brazos tomados fuertemente, doblados de forma que, si trata de resistirse, sus huesos van a romperse.
Margaret se aleja despacio, mira el vial de sangre con adoración y acerca la mano paulatinamente, casi con miedo. Gabriel tiene la sensación de que no llegará jamás a poner sus dedos sobre el cristal, de que se quemará si lo intenta, como en los viejos mitos.
Pero no es así, coge el vial con sus manos y se acerca haciendo tronar el suelo bajo sus pies. Cuando está delante de Gabriel mueve el frasco frente a sus ojos de un lado a otro, como si fuese a hipnotizarle. Gabriel ve la sangre seguir el vaivén, apenas son unas gotas, sería tan fácil destruirlas. Pero Margaret jamás lo permitiría y, aun así, le muestra la cura, arriesgándose a que Gabriel tenga un as bajo la manga; no lo tiene, pero ella no lo sabe. Gabriel no entiende que hace y mucho menos cuando la mujer abre el frasco y lanza el tapón lejos.
—¿Qu-
Margaret aparece entonces frente a él, agachada, y le clava las uñas en las mejillas, atravesándolas con sus dedos. Gabriel grita de dolor y cuando abre la boca al hacerlo, ella aprieta su mandíbula hasta que cede bajo sus dedos.
El muchacho abre la boca, horrorizado y cuando la mandíbula se le rompe no puede siquiera gritar, solo siente todo su cuerpo volverse cristal y caer. Llora horriblemente, entonces la mujer derrama las gotas de sangre del vial directamente en la garganta de Gabriel.
Queman mientras caen por su garganta, siente que todo su cuerpo va a desaparecer de tanto dolor, pero entonces Margaret decide que no ha terminado. Muerde su cuello, hundiendo todos sus dientes, y cuando Gabriel va a agradecer la pérdida de sangre por quitarle esa horrible consciencia, se da cuenta de algo: no está bebiendo su sangre, esta inyectando su maldición desde los colmillos, como una víbora.
<<Voy a convertirme en lo que siempre he odiado>>
Y con ese pensamiento Gabriel pierde el conocimiento, deseando no volver a recuperarlo.
—Tengo que hacer una visita a mi querido padre. —dice Margaret con ironía, despegándose del chico inerte y dirigiéndose a sus dos súbditos. —Vigiladlo, no vaya a ser que os ataque.
—Tranquila. —le dice uno de los dos, sonriendo atractivamente. —Es solo un niño, no podrá con nosotros ni siendo un vampiro.
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