57

 Román mira a su alrededor, las paredes grisáceas y llenas pequeños dibujos y de pintura que cae a trozos son exactamente iguales que los de la sede de la organización. No sabe realmente si está ahí o no. Después de ofrecerse y ser capturado por los vampiros de Margaret le golpearon la cabeza hasta hacerle perder el conocimiento, así que no recuerda como ha llegado hasta aquí.

Aun así, la composición del lugar parece más reveladora que cualquier lucidez de su mente. Suspira, de poco le sirve saber donde se halla si pronto va a ser metido en una caja y arrojado a las entrañas del mundo para no ser liberado de nuevo. La idea le aterra hasta el punto de hacerle temblar, pero en el momento en que vio a Gabriel en manos de Margaret no hesitó antes de arrojarse a ese terrible destino.

Al menos, de ese modo, su eternidad estará salvando a alguien que quiere, no matándolo. Quizá es la primera vez que logra cumplir la promesa de proteger a uno de sus amantes. Cierra los ojos y en cada parpadeo ve los rostros de quienes ya se han ido, desea no ver nunca el de Gabriel grabado en sus párpados como si fuese un epitafio de sí mismo. Espera verle solo cuando abra los ojos, saber que por lo menos él si está bien.

Pero, aunque esté feliz de haberlo salvado, al menos por ahora, también se siente horriblemente frustrado. Tantos siglos intentando encontrar la cura y ahora, teniéndola casi en la punta de sus dedos no puede permitirse ni rozarla.

Román suspira de nuevo, lamentándose, su voz llena la estancia de forma leve, un eco de su tristeza resuena. Está en un lugar grande, una sala redondeada con un techo alto y ni un solo mueble en ella. En la pared donde él se apoya no queda nada de pintura, solo la masa gris e insípida que la subyace, toda agrietada. Y de ahí salen dos pesados esclavones, unidos a dos cadenas que le apresan cada mano.

Tira de sus restricciones de metal, por lo mucho que pesan y el macizo sonido que hacen al chocar con el suelo sabe que son resistentes. Lo suficiente como para dude si puede o no romperlas. Tampoco está seguro de si es buena idea o no escapar, pero sabe que es una posibilidad que no puede dejar de lado; Margaret no tiene por qué cumplir su palabra de dejar vivir a Gabriel, por eso Román necesita planear como incumplir él también su parte del trago.

Como si la hubiese invocado con esas ideas, Margaret aparece con hermoso y largo vestido color cereza que se ciñe a su cuerpo, pero se cierra los suficiente para lucir sobrio y elegante. Tiene también algo de colorete y los labios pintados de un color mate exacto al de su atuendo.

—¿Qué se celebra? —pregunta irónico, mirándola con desdén desde el suelo.

—¡Un entierro! —exclama feliz, alzando los brazos al aire y después mirándolo profundamente. —Tu entierro, solo que se celebra que esta vez el cadáver está vivo. Me gustaría poder hacerlo ahora, pero tomaremos muchas medidas para que no escapes, por eso los preparativos se están alargando tanto. Dime ¿Prometes no escapar hasta entonces? No estoy segura de si estas cadenas podrán retenerte mucho tiempo.

—Solo si demuestras que Gabriel está vivo. Quiero que lo devuelvas a su mundo, sácalo de este infierno. —exige. La mujer le mira risueño y se le acerca.

Se agacha a su altura, pero lo suficientemente lejos como para que Román no pueda alcanzarla.

—¿Con esto? —pregunta inocentemente, abriendo la palma de su mano y mostrando el vial rojo. Román sabe la respuesta y sabe que ella la sabe. No entiende qué trama hasta que la vampiresa destapa el frasco y bebe de un solo trago el contenido. Román la mira sorprendido, ella se seca los labios de un lametón y dice, encogiéndose de hombros. —Es una lástima.

—Si lo matas o le tocas un solo pelo... —murmura empezando a sentir la ira arder en sus venas.

—Tranquilo, nadie le tocará, es un tesoro para nosotros ahora y para siempre.

El rostro contraído por la rabia de Román se relaja un segundo, está perplejo.

—¿Un tesoro? Querías matarlo hace unas horas ¿Qué estás diciendo? —pregunta como si se hubiese vuelto loca, sin una sola pista de lo que ella está tratando de decirle.

—Estoy diciendo que ahora tú eres el único que quiere matarlo. —Román arquea una ceja y tuerce la boca. —No lo entiendes ¿Verdad?

—No entiendo nada lo que estás diciendo —explica, entonces golpea el suelo hasta agrietarlo y grita: —¡Déjate de juegos y sácalo de aquí!

—Me temo, mi querido creador —dice eso despacio, saboreando lo amargo de la palabra—, que no es posible. La cura no puede salir de este lugar.

Román siente un pinchado atravesarle el cuerpo y la sonrisa de ella amenaza con desbordar sus mejillas.

<<Que no sea lo que estoy pensando, que no lo sea...>>

—¿Qué... que estás diciendo? —pregunta con un hilillo de voz.

—Oh ¿Pensabas que ese frasquito de cristal iba a ser el recipiente de la cura por toda la eternidad? Llevamos un tiempo buscando un receptáculo mejor y resulta que has sido tú —dice pulsándole la nariz con el índice —quien nos ha traído el frasco perfecto. Si sigues queriendo matarte ¡Adelante! Libérate de esas cadenas, yo misma te conduciré a tu querida cura si quieres.

—¡¿Cómo has podido hacerle eso?! ¡Voy a matarte! —vocifera tratando de atraparla entre sus manos y aplastarla como a un insecto, sin embargo las cadenas tiran y aunque el metal gime cuando lo empuja y la pared se agrieta, no termina de ceder.

Su cabeza es solo ruido y más ruido, no tiene una sola idea clara y se resiste a creer que Margaret le está diciendo la verdad. Quizá solo le engaña para torturarlo y reza porque sea eso.

—Realmente, querido, no es necesario. Sé hacerlo yo sola. —De nuevo, el vampiro la mira no solo con rabia y el rostro ensombrecido, sino con la confusión que sus palabras producen en él. —Ya te lo he dicho, la cura no puede salir de este lugar y viendo lo cabezón que es ese chiquillo me perseguirá hasta el infierno para que lo saque, así que es mejor destruir la llave.

—¿Te has vuelto loca? ¡Nos quedaremos todos encerrados aquí y tú... tú... —la mira con los ojos completamente abiertos, las manos temblando y las rodillas en el suelo.

No quiere atacarla ya, solo hacer que se calma y deje las ideas estúpidas a un lado. Si hace una locura, él y Gabriel están acabados. Intenta hablar despacio, bajito, no quiere alterarla, pero ella estalla en una risotada estridente que lo hace retroceder.

—¡Oh! ¿Ahora te escandaliza un suicido? No seas hipócrita. Me he mantenido viva solo por dos cosas: cumplir una promesa y vengarme de ti. Ahora por fin, por fin puedo reunirme con mi familia. Familia a la que tú mataste, por cierto.

—Espera —jadea Román, extendiendo su mano hacia ella. —, por favor, no hagas esto. Enciérrame en lo más profundo del mundo, pero por favor, deja ir a Gabriel, déjale volver a su mundo, tener una vida normal, déjale vivir, por favor... y yo haré lo que tú pidas.

El rostro de la mujer lo mira sin su característica máscara feliz, ahora sus ojos grandes brillan, las comisuras decaen mientras se acerca más y más a Román y parece dolida. Compasiva.

Entonces sonríe de nuevo.

—No, gracias.

—¡Maldita zorra! —explota y esta vez, cuando se lanza hacia ella, las cadenas están suficientemente holgadas y ella suficientemente cerca como para poder atraparla tomándola de las muñecas. —Voy a retenerte por toda la eternidad si es suficiente, no dejaré que te mates si solo tú eres la llave de salida.

Gruñe mientras aprieta sus pequeños brazos, los huesos dentro de ellos crujen y ella, sin embargo, no opone resistencia un ningún momento.

—Imbécil, olvidas que, aunque sea vampira, sigo siendo bruja.

Román mira su mano derecha, la mujer une dos dedos, después los chasquea una chispa lo deslumbra, lo siguiente que sabe es que en sus brazos no está ya Margaret, sino enormes llamas que le lamen la piel y se la arrancan y en el centro de la hoguera un muñeco de hueso y ceniza, pero sin sangre. Lo poco que queda de Margaret.

Román la lanza lejos, lamentándose de rodillas. Siempre pensó que la eternidad era un infierno y ahora debe vivirla en otro. Se arrepiente tanto de todas sus decisiones, desde la primera hasta la última. Se arrepiente de haberle arrebatado a Margaret la oportunidad de decidir, se arrepiente de todas sus promesas, todas rotas, incluso la que le hizo a Gabriel. Se arrepiente de haberlo arrastrado a ese horrible destino. De haberlo amado hasta el punto de arrastrarlo con él a su perdición.

Querría poder borrar todos sus errores, todo su dolor, pero no puede.

Escucha pasos viniendo de la entrada, alguien arrastra los pies hacia él, huele a sangre y muerte, pero ni siquiera se pregunta quien es. Tiene la vista perdida en las llamas que tiene en frente, en el chasquido de los huesos calcinados, los colores infernales danzando frente a sus ojos, celebrando su tragedia. Le arden las retinas, llora sin pestañear mientras siente que se pierde en el fuego. Lo daría todo por arrojarse y ser consumido, por no renacer de sus cenizas.

Lo daría todo por ser él quien diga adiós por primera vez.

La figura ensangrentada se para a su lado y no habla, solo le observa. A él le da igual, no tiene alma ya, se le ha agotado de tanto llorarla. Es solo carne envolviendo un corazón que late contra su voluntad, esclavo de una vida trucada. Quiere arrancarse de sí, escupirse, descarnarse; romper la coraza y quedarse desnudo y vulnerable para que así todo lo que le hace daño acabe matándole de una vez por todas.

Quiere a Gabriel clavándole una estaca en el corazón, quiere que le odie, que no sufra por él, que sonría al acabar con su miserable existencia y se vaya riendo a tener cualquier clase de vida con solo preocupaciones mundanas. Quiere volver atrás en el tiempo, cuando Gabriel le disparó por primera vez y morir como castigo por todo el daño que le ha hecho con solo estar vivo.

Quiere curar su existencia, pero no puede arrancar una vida enquistada, solo infecta el suelo que pisa, los momentos que comparte y hace metástasis a los corazones que ama.

—No llores. —dice la figura.

Román reacciona en el instante en que reconoce la voz de Gabriel, alzando la vista. Pero se siente desorientado al hacerlo ¿Por qué no lo había olido? ¿Por qué no ha escuchado su corazón? Y la respuesta se encuentra en la mirada amable de Gabriel, llena de sangre ahora, en su dulce sonrisa, rota por afilados colmillos.

—Mi amor... ¿Qué te han hecho? —pregunta sollozando, alzando las manos con miedo a tocar al chico.

Gabriel coge las manos de Román y las pone en sus mejillas. Están tan frías, tan muertas... pero sigue habiendo algo cálido en su sonrisa, en su tono de voz y en la forma en que roza su piel.

—No pasa nada, estoy bien. —miente dulcemente, pero Román no es crédulo y ve una pequeña luz desvanecerse en sus ojos.

Y es tan triste el momento en que el dolor supera el amor, en que uno no puede ver ya a su amado con esa ternura del principio, sino con una profunda compasión. Gabriel odia ese momento horrible, no de desamor, si fuese eso podría superarlo, entenderlo, sino de frustración. Román no ha dejado de amarlo ni él ha dejado de amar a Román y eso es lo más triste, porque se quieren y aun que ambos cruzarían medio mundo por el otro, es demasiado tarde para que funcione.

Como siempre, simplemente no ha llegado a tiempo. Y Gabriel siente que ese es su maldito problema, que no llega a tiempo. No llegó a tiempo con el cuchillo de cocina aquella horrible noche en que terminó su infancia, la promesa de su padre y la vida de su madre.

No llegó a tiempo hace unos meses para salvar el brazo de Norman. Ni llegó a tiempo por Lauren ni por Ángel. Siente que da igual lo duro que lo intente, sus desgracias están escritas y es muy tarde para que él intente cambiar el destino, sus seres queridos tenían su muerte fijada desde antes de que los amase.

El tiempo lo atormenta, lo persigue, le pisa los talones. En ese sentido es como Román, solo que a él le sobra tiempo y a Gabriel le falta. Si tan solo pudiesen complementarse perfectamente, darse el uno al otro lo que cada cual necesita. Si pudiesen arreglarse, pero, de nuevo, es demasiado tarde.

Incluso para el amor es tarde, dos mil años tarde. Ha llegado al corazón de Román cuando está lleno de otros, harto, demasiado holgado de tanto estirarlo para que quepan sus amantes pasados como para que pueda sostener el recuerdo de Gabriel como algo especial.

Y ya se lo dijo al principio, que estaba mejor solo ¿Por qué no se hizo caso a sí mismo? Lo sabía, lo sabía y metió la pata igual. Sabía que iban a abandonarle y los amó a todos como si pudiese protegerles. Es un chiste de mal gusto ¿A quien va a proteger si por su culpa va a morir incluso el único inmortal del mundo? Su vida es un chiste y él llega demasiado tarde a la broma como para que le haga gracia.

Román lo abraza llorando, las cadenas le rozan el cuerpo y no siente frío, solo dolor, un dolor desgarrador que le abre el pecho de dentro afuera y le hace sentir descarnado.

—Mi pobre Gabriel... —susurra Román, besándole el rostro. La frente, los párpados, los labios. Sigue siendo tierno, pero ahora luce también desesperado por buscar con sus labios un calor que no está. Entre sollozos repite: —Mi podre Gabriel...

—¿Me quieres? —pregunta el chico mirándolo a los ojos.

Rojo y Rojo, dos almas condenadas se miran y no ven en la pupila del otro nada propio, solo el color del infierno. No se reflejan ya ni en la mirada de quienes aman. No tienen alma.

—Te amo. —responde Román con tristeza, besándolo por la que posiblemente sea la última vez.

Gabriel corresponde y ni los labios de Román logran aliviar su dolor.

—Mi pequeño... ¿Qué vamos a hacer? —pregunta como un niño confundido. Román está arrodillado, cubierto en lágrimas, lamido por el fuego y completamente destrozado.

—Te diré lo que vas a hacer —susurra Gabriel risueño, girándose para ver las llamas que crujen a su espalda. El fuego crece y se aviva con su dolor, reclamándolo. Román entiende, por esa furtiva mirada a la fogata, lo que tiene en mente. —, vas a ser un inmoral y, esta vez, no serás también un inmortal.

Román ríe secándose las lágrimas, había olvidado la vieja broma y que el chico la diga ahora arroja un poco de esperanza.

—¿Juntos? —pregunta Román, mirando al fuego.

Gabriel le toma de la mano y llora junto a él, pero después le sonríe tan radiante que parece humano casi por un segundo, respondiéndole con un hilo de voz:

—Juntos.

Ambos dan un paso hacia las llamas, todavía sin entrar en ellas, con sus cuerpos blanquecinos como lienzos siendo pintados por las luces danzarinas del fuego. Se miran de nuevo. Hay tanto que quieren decirse, pero tan pocas palabras para expresarlo.

—Gracias —susurra Román, mordiéndose el labio para retener sus lágrimas. Una gota de sangre cae de sus labios y se desliza hasta su mentón. Gabriel se acerca y la lame, haciéndole hormiguear la piel. —, siempre creí que moriría solo.

—Y yo —confiesa Gabriel, apretándole más la mano, mirando al fuego como si estuviese hipnotizado. —, pero nos tenemos el uno al otro.

—Adoro los finales felices. —bromea Román.

Gabriel ríe con su hermosa voz, a ambos se les escapan las lágrimas y no son capaces de decirse nada más. Solo se arrojan al fuego, abrazados.

Besándose.

Y en su último beso, ambos sienten que los labios del otro están cálidos, vivos. Y es maravilloso, independientemente de lo que venga después, del horror que les espere tras la muerte, ese último instante de sus vidas es maravilloso, tan lleno de amor.

Nadie va a poder quitarles eso.

Fin

Esta es una de mis últimas historias que más amo. Al igual que OLPM o GDO me ha ayudado a salir de muchas zonas de confort y experimentar algo nuevo, me ha ayudado a crear personajes diferentes a los que estoy acostumbrada y hacerlos más humanos y menos moldeados según lo que me es cómodo escribir. Quería darle un final bonito a esta historia, lo deseaba a rabiar, un final donde todos viven y son felices, donde son mortales y disfrutan cada instante de su efímera vida, pero no he podido porque aunque sea mi historia no decido yo como termina, lo deciden los personajes. He intentado hacerlos reales, humanos, he intentado hacerlo de tal forma que su dolor no parezca algo escrito, sino vivido, sentido por el lector. Espero de todo corazón que a vosotros esta historia os haya llegado y que la hayáis podedido sentir en vuestra carne como si mis personajes fuesen también de carne y hueso.

Espero haber escrito más que palabras.

Mi experiencia creando ''Inmor(t)al'' ha sido maravillosa, me ha costado mucho, pero siento que ha merecido la pena. Quiero saber vuestras experiencias leyéndolas y agradecería que me contáseis con sinceridad qué os ha parecido; como sabéis, agradezco las críticas constructivas siempre que vengan con respeto.

Esper que os haya gustado mucho esta historia <3 Ya sabéis, como siempre, que si queréis tenerla en físico o en ebook (para leerla sin conexión o para apoyarme) la podéis conseguir baratita en amazon, seáis de donde seáis. Y también recordad que en la versión de amazon hay capítulos extra al final que desvelan ciertas cosillas interesantes sobre la historia y sobre el pasado de los personajes. Espero que si alguien ha decidido comprarla no se arrepienta y espero que los que la leéis aquí en wattpad tampoco.

Muchas gracias a todos por el apoyo y por acompañarme en esta historia <3 Actualmente también estoy publicando ''La mascota del vampiro'' y ''Garras de omega''; para un futuro próximo también esctoy escribiendo ''El niñero'', la cual creo que será una de mis historias con personajes más complejos psicológicamente y mucho más ''moralmente grises''. Como ya sabéis, si queréis leer adelantos o interaccionar conmigo de cualquier forma, tengo un grupo de Fb llamado ''Yaoi: Lecotras/es de Diother Lu'' ^^

Un beso muy grande a todas/os/es (un besito entre llamas jejeje) <3


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