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Damián despierta con el menor abrazándose a él, la cabecita del chico reposando en su pecho y la mirada celeste perdida en ninguna parte en concreto, pero colmada de preocupación. Damián va a preguntar qué le sucede, cuando el chico se adelante y le habla con dolor.

—¿Puedo pedirte un favor? —pregunta con un hilo de voz, las palabras salen temblorosas y al hablar se aferra al alfa, como si necesitase fuerzas para lo que va a decir.

Damián asiente tragando saliva, sabiendo que jamás podrá negarle nada a ese pequeño chico. Un nudo se forma en su garganta, impidiéndole hablar, pero disparando en su cabeza demasiados pensamientos molestos.

Me pedirá que no vuelva a suceder, que hagamos como si nada hubiese pasado, que no lo hable más... me pedirá que desaparezca de su vida y me va a romper el corazón porque solo podre decirle que sí. Quiero lo mejor para el omega, aunque lo mejor para Lucas sea que se olvide de mi

La angustia lo recorre, su boca sabe amarga de pronto y el aire huele a cenizas a causa de las feromonas angustiadas de ambos.

—No le pongamos nombre a lo nuestro, sea lo que sea. Me hace feliz, tan feliz... si no le ponemos nombre dolerá menos cuando termine.

El alfa lo mira, los labios curvados en una mueca agria y los ojos analizando como los del pequeño se anegan en lágrimas. ¿Cuándo se acabe? Él no quiere que se acabe nunca, pero cuando va a decirlo deja morir las palabras en su boca, haciéndolas suspiro cuando se precipitan por sus labios. Sabe que, aunque le diga que se mataría ahora mismo para poder morir antes de su relación termine, Lucas jamás le creería. El omega está tan asustado de perder a Damián que prefiere no admitir que le tiene. Y Damián solo puede resignarse porque ¿Qué hará? ¿Decirle al chico que se equivoca y desencadenar una pelea que solo logrará poner más distancia entre ambos y darle la razón al omega?

—Por favor. —murmura Lucas cuando nota lo mucho que el alfa se tarde en contestar. El pequeño juega nerviosamente con sus dedos sobre el pecho del alfa y este siente que con ellos mueve hilos de titiritero y juega así también con su corazón.

Damián se muerde el labio, queriendo gritarle a Lucas que lo suyo tiene un nombre, un nombre que nadie debería estar asustado de pronunciar y que él no tiene miedo de demostrar. Amor... mi amor... Pero tan pronto como diga esa palabra, Lucas saldrá despavorido, pensará en lo mucho que esas cuatro letras prometen y, con ello, en los muchos juramentos que Damián puede quebrantar para hacer de su amor una miseria. Lucas no será capaz de soportar el peso de ser amado, de acostumbrarse a ser amado, de confiar en que siempre seguirá siendo amado.

Así que Damián asiente, pensando que quizá... quizá con el tiempo el omega se dará cuenta de que lo único inmortal en los hombres es su primer amor y que él es el de Damián. Que jamás lo dejará de querer ni aunque envejezca y su cabeza sea incapaz de recodar el nombre y la cara de Lucas, porque el corazón nunca olvida.

Y ese quizá es el problema de Lucas también: que el corazón tampoco perdona. Y él jamás ha perdonado a los alfas por hacerle tener temer al amor.


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