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Desmond conduce a su mascota por el largo pasillo de la planta superior, lo mira desde arriba, el castaño está callado, encogido y temblando contra su tacto que, rodeándole el cuello, lo guía en las direcciones que él desea.

Se siente extraño cerca del chico, no porque se le haga raro cambiar de mascota, es algo común para él, sino porque el chico en sí es raro.

La noche anterior, cuando le pidió que se llevasen bien, su corazón se sintió extrañado. Todo estaba muy fuera de lugar ¿Desde cuando los humanos dicen cosas así? Cuando el chico le dijo que quería pedir algo, incluso son su vocecilla inocente que sería incapaz de entonar algo malvado u obsceno, el vampiro ya imaginó lo que sería. Todos los humanos le piden lo mismo porque todos desean lo mismo desde el fondo de sus corazones, lo desean más que ser libres de nuevo, más que seguir viviendo. No hay un solo humano que no se lo haya dicho y juró que casi podía ver la forma de la palabra en los labios de su nuevo humano.

<<Muérete>>

Ni siquiera escucha ya esa petición con una voz, sino con miles. Todos los humanos a los que ha sometido e incluso algunos, clavados en la parte trasera de su cabeza, se lo gritan desde que nació. Y muy al fondo cree escuchar su propia voz diciendo lo mismo que todos los demás.

Pero se está llenando la cabeza de demasiadas preocupaciones por culpa de una simple mascota, niega con una risa irónica en sus labios, ese chico le ha hecho pensar más en su primera noche que los demás en todas sus patéticas vidas. Pero tampoco importa, es solo un humano más y, como todos, acabará siendo igual en un momento u otro.

Lo conduce hacia el amplio baño, con el humano aún llevándose las manos a los ojos para detener el llanto histérico. Desmond lo empuja dentro del baño y suspira de frustración cuando el débil muchacho se va al suelo de nuevo, tropezando con sus propios pies.

—Hueles a vómito y descomposición, es asqueroso y me está quitando el apetito, pero como has hecho un buen trabajo limpiando te daré el lujo de ducharte y de comer después. Cuando termines seré yo quien esté hambriento, así que date prisa y acicálate bien para mí, quiero tener un manjar esta noche, no un niñato sucio ¿Entiendes?

El chico apenas asiente bajito desde el suelo y Desmond rueda los ojos antes de abandonarlo con un portazo. Su nueva adquisición es sin duda interesante y servicial, pero demasiado débil para ser realmente útil y todo ese llanto, ese quebrarse fácilmente y suplicar va a tener que desaparecer si quiere cumplir bien sus órdenes.

<<Lo educaré a golpes, acabará muriendo o siendo una buena mascota.>> piensa, retirándose sin mayor preocupación.

El muchacho se queda solo en el baño y cuando la presencia del vampiro se disipa por completo puede empezar a respirar con normalidad y a dejar de llorar poco a poco. Curiosamente mira a su alrededor y como un animalillo olfatea al sentir el agradable aroma de los jabones.

El lugar es amplio y acogedor, está hecho con colores suaves y blanquecinos, pero definitivamente un poco cálidos, menos la bañera, que es totalmente blanca. El resto es todo madera clara, bambú o baldosas color naranja pastel. Es un lugar bonito, sin duda, mucho mejor que las duchas comunitarias de la casa de crianza.

El chico aún no puede sacarse de la cabeza lo mucho que duele su quemadura o lo mucho que aún pesa la cabeza de la chica entre sus manos, solo de pensarlo le recorren escalofríos desde la punta de los dedos hasta la base de la espalda, pero tener ese baño agradable y estar solo en él le hace sentir un poco mejor.

Con lentitud empieza a levantarse e inspeccionar el lugar un poco, encuentra toallas y ropa limpia en un cajón, la ropa es de Desmond y está seguro de que no le va, además de que si se atreve siquiera a arrugarla el tipo posiblemente lo matará como a esa chica. Entonces busca un poco más, encuentra diferentes productos de higiene, un pequeño botiquín que espera no tener que necesitar, algunas reservas de sangre de emergencia que le erizan la piel y, finalmente, halla un baúl donde hay batas pequeñas de satín y toallas algo más pequeñas que las anteriores.

Sobreentiende que son para las mascotas que Desmond tenga. Toma una de las translúcidas batas y le sorprende la liviana textura. Es una pieza más fina y más abierta que el pequeño pijama que tenía cuando llegó ahí, le hace sentirse extraño pensar en ponerse esa tela con transparencias y huecos insinuantes, pero es definitivamente mejor que andar desnudo y por los suelos como un chucho cualquiera, así que está feliz.

Cuando prepara, al lado de la bañera, una pequeña toalla y la bata de satín, enciende el grifo con intención de llenar la tina. El agua cae y él está tan emocionado al ver el vapor que sale del chorro, será la primera vez que tenga una ducha caliente en años. Sus manos se sacuden mientras modula la temperatura con la maneta del grifo y al terminar de ajustarlo se da cuenta de que ha estado reteniendo la respiración todo el rato, se siente como un bobo y se ríe de sí mismo en voz baja, pero algunas lágrimas acuden a sus ojos cuando se da cuenta de lo horrible que va a ser su vida si lo mejor del día va a ser una ducha caliente.

Una ducha que va a darse únicamente para que su amo le encuentre más apetitoso.

Traga saliva.

Nunca le han mordido y si por él fuese seguiría así por el resto de su vida, pero sabe que es inevitable. Tiene suerte de no haber sido probado por ningún vampiro en una exposición, con sus manos y tobillos atados... Intenta convencerse de que esto es mejor, aunque no lo logra del todo.

Niega con la cabeza, no quiere amargarse con pensamientos tan horribles el pequeño rato de relax que tiene. Mira los diferentes champús que el vampiro tiene dispuestos frente a la bañera, en una pequeña vitrina. Hay de todo ahí, lociones para suavizar la piel, cremas naturales, aceites para el cabello... Intuye que todo es para que sus mascotas luzcan bien y esa idea le asusta.

Le asusta demasiado pensar que es solo un objeto.

Aun así, trata de relajarse destapando los botes y oliendo las fragancias. Finalmente acaba de decidirse por un jabón de frambuesa, para las pieles sensibles, y champú de almendras. Se dirige hacia la bañera, apaga el grifo y trata de ignorar lo mucho que le suenan las tripas.

Comida, Desmond ha dicho que podrá comer y eso lo hace tan feliz que es capaz de olvidarse de los horrores vividos hasta ahora. Mete un pie en la bañera y es tan agradable que no puede evitar gimotear.

Cuando pone los dos pies recuerda la última vez que se dio un baño caliente, seis años atrás, un día normal y corriente después de volver de clase, fue porque su perro lo manchó enterito de barro y su madre y su padre le mandaron corriendo a limpiarse para que no llenase todo de suciedad.

Fue un día normal, ahora ya no hay días normales, la rutina es una tortura y si lo que le espera cada noche es lo mismo, el chico realmente quiere desaparecer.

Entra poco a poco, la sensación caliente en su piel es prácticamente nueva y su cuerpo se pone nervioso por ello, cuando llega a espalda y el agua le toca las quemaduras grita fuerte y pierde el equilibrio. Cae en la bañera, hundiéndose hasta la altura de las clavículas y ahí se desenvuelve en lágrimas.

Cuando logra calmarse se frota con la esponja la piel manchada de sangre hasta casi rasparla y hacer brotar la suya e incluso dejándose el cuerpo blanco y reluciente se siente todavía sucio. Hunde su rostro en el agua hasta que cree que se ahoga, fingiendo que puede permanecer en una burbujita por siempre y no salir nunca más a su cruel realidad, pero debe tomar aire y apresurarse, así que sale y termina de frotar su cuerpo.

Se lava el pelo masajeando el cuero cabelludo, arrancando enredos a tirones y notando las hebras castañas suaves después de mucho tiempo. Cuando llega el momento de limpiar y desinfectar su herida le es imposible, a lo sumo es capaz de exprimir la esponja llena de jabón sobre la quemadura, pero siente que si frota se arrancará piel, así que simplemente la aclara con algo de agua y decide salir. Se cuida de no mojar demasiado el suelo, temeroso de un Desmond enfadado. Por el momento no ha recibido ningún castigo propiamente dicho, así que trata de tener una buena conducta incluso en los más pequeños detalles.

Tiembla un poco al salir del agua, pero se seca rápidamente con la toalla, frotándola en su cuerpo y pelo y dando muy leves toques sobre la zona quemada y sensible. Quiere imaginar que ya ha pasado lo peor.

Suspira, vacía la bañera y se relaja frotando un aceite hidratante por su cuerpo. Se siente seco, limpio y cálido, hacía mucho que no tenía la piel tan hermosa o tersa. Se entretiene, acariciándose las lampiñas piernas, subiendo por su propia cintura para llegar a los hombros y los brazos, se los acaricia entre sí y extiende sus dedos hasta la espalda, rozándola. Abrazándose a sí mismo ahora que sabe que nadie más lo hará.

Sus propias caricias logran darle algo de calidez, aprendió eso con Todd, cuando lo abrazada cada vez que se despertaba en medio de una pesadilla horrible. Sus brazos lo acunaban con cariño y el pequeño dejaba de llorar al rato.

Sin embargo, no funciona del todo con él mismo.

Al terminar dobla la toalla y la deja a un lado, entonces coge la bata de satín con algo de nerviosismo, mirándola con cierto reparo antes de ponérsela.

La puerta cruje y Desmond entra, sonriendo al respirar la dulzura de flota en el aire. El muchacho da un repullo y sin ponérsela todavía, se cubre el cuerpo con ella pudorosamente. El vampiro cierra la puerta a sus espaldas mientras observa con cierta diversión como su mascota se pega a la pared, asustada y ocultándose tras la preda que aprieta en sus puños.

Con gran velocidad se aparece frente a su adquisición, que da un pequeño grito por la sorpresa y se tapa la cara con el satín blanco, el vampiro ríe, se apoya colocando una mano al lado de la cabeza del chico y espera unos segundos antes de hablar, escuchando los latidos acelerados.

—Dame eso, déjame verte. —ordena ofreciéndole su palma.

El muchacho vacila un poco y tiembla, pero le entrega la ropa y su amo no hace más que echársela a un hombro. Una vez apartada, puede contemplar al chico desnudo con más detenimiento. Su cuerpo es pequeño y delgado, caderas marcadas y una cintura estrecha, está pálido por no tomar el sol y tiene algunas partes del cuerpo, como la punta de la nariz, los genitales y las rodillas de un color rosado delicioso.

Pone sus nudillos en el vientre del chico, por debajo del obligo, nota como retiene la respiración por su tacto y tiembla, entonces extiende sus dedos por la tripa del chico, su mano la abarca casi entera con relativa facilidad; asciende, examinándolo, pasa por su torso entero con una lentitud tortuosa, por el pecho, aprieta en las clavículas y llega al cuello, lo rodea con los dedos, sin hacer presión. Lo siente tragar saliva.

—Buen trabajo, tu piel ha quedado suave y agradable —le halaga el vampiro, él quiere agradecerle, pero no salen más que balbuceos de su boca—, será un placer morderla. Ahora bajarás conmigo y te alimentaré, después de eso si tratas de rehusarte a alimentarme a mí te golpearé hasta que vomites.

—¡N-no lo haré, por fav-

El muchacho queda estático cuando el vampiro le cruza la cara de un bofetón, lo tiene ahora agarrado de la cintura, clavándolo en el lugar, porque de lo contrario lo habría mandado a la otra punta de la habitación. Siente su mejilla arder y el cuello dolerle por la forma brusca en que ha movido la cara por el golpe. Se le llenan los ojos de lágrimas.

—No grites en mi presencia.

—L-lo siento, solo quería decirle que por favor no me golpee, me portaré bien, le dejaré beber mi sangre, pero por favor no me haga daño. —responde el muchacho bajando la voz tanto como puede, habla acelerado, casi sin vocalizar por los sollozos.

—Bien, así hablan los buenos chicos. —le sonríe Desmond, entonces retira la prenda de su hombro, volviendo a tenderle la bata a su humano.

El chico empieza a ponérsela delante suyo, entra las manos por las mangas y después empieza a abotonarse de arriba abajo. El vampiro vuelve a acercarse y el chico solo se queda congelado sosteniendo uno de los botones.

—Solo lo abotonarás por el medio. —ordena, empezando arrancar algunos botones de la parte de arriba, dejando a la vista unos centímetros más que las clavículas. El muchacho asiente, Desmond se inclina más, arrancando botones abajo, lanzándolos al suelo. Asciende por sus piernas, quitando botones. —Así, tienes que lucir apetecible para tu amo, no tienes derecho a cubrirte tanto. —le susurra al oído, terminando justo en su entrepierna.

El extraño camisón ahora apenas la cubre, se le ven las piernas enteras y la prenda se desliza un poco por sus hombros.

Su amo sale del baño y él le sigue escaleras abajo hacia la cocina, donde el hombre lo hace esperar de rodillas justo en la entrada. Trastea alguna cosa en la nevera y lo ve rascarse la cabeza con algo de confusión. Finalmente vuelve a él con una lata de atún, algunos mendrugos y una botellita de agua, pero los deja en la mesa, fuera de su alcance

Su estómago protesta vergonzosamente y se le hace la boca agua al ver los alimentos. No es gran cosa, pero para él es lo mejor ha comido en años.

El vampiro busca algo en un cajón y él se pregunta que será; siente que se le cae el mundo a los pies cuando el tipo vuelve, sonriente, y arroja un par de comederos de perro a sus pies. En uno derrama el agua, en el otro lanza el pan y el atún, sin darle cubiertos.

—Adelante, come. —le dice el vampiro sentándose en una silla para observar.

El chico tiembla de coraje, pero tiene tanta hambre... Se agacha hacia su plato de comida, dispuesto a hurgar en él con la boca como un mero animal salvaje, pero entonces Desmond se levanta de golpe y lo patea en el estómago, mandándolo lejos. Se le rompe el corazón al ver el bol volcarse en el suelo y se encoge sobre sí mismo sintiendo su cuerpo doler por el golpe. Respira agitadamente, asustado, pero ve al vampiro sentarse nuevamente con semblante calmado.

—Agradéceme antes de probar un solo bocado, a partir de ahora soy como tu maldito dios. —dice desde la distancia mientras el chico se acerca arrastrándose, todavía herido. —Deberías agradecerme en cada segundo de tu existencia que te deje vivir como mi bolsa de sangre personal y tenga suficiente compasión para alimentarte y no estar torturándote todo el rato.

—Lo siento... —murmura arrodillándose frente a la comida esparcida —Mu-muchas gracias por la comida, mi amo ¿Puedo? —cuestiona con un hilillo de voz.

Desmond sonríe satisfecho y él, con lágrimas en los ojos y un vacío en el estómago, empieza a lamer el suelo hasta dejarlo impecable. Después sorbe el agua del bol con algo más de dignidad, pero sintiéndose humillado de todos modos y al terminar recuerda lo que viene ahora.

El vampiro se acomoda algo más en la gran silla y palmea sus piernas.

—En mi regazo, mascota. —lo reclama, mirándolo con severidad.

El chico se levanta, ahora algo más enérgico, y se sienta sobre las piernas de este tal y como si estuviese sentándose en una silla. Desmond suspira hastiado y lo empuja al suelo.

Grita cuando su cara se golpea contra la dura superficie y mira hacia el vampiro con ojos de cachorro sin entender qué ha hecho mal ahora.

—Así no, idiota, ven aquí —lo llama más malhumorado ahora.

El chico se pone de pie delante suyo, fijándose en que el imponente hombre es más alto que él incluso sentado, y este lo toma con sus manos enormes, tirándolo hacia su regazo. El muchacho cae sobre él con las piernas abiertas y aunque la posición tan íntima le da pánico, el vampiro lo atrae más hasta que sus torsos están completamente pegados. Lo rodea por detrás con un brazo, sin dejarle opción a huir.

—Mucho mejor. Dime ¿Tu hermoso cuello ha sido mordido antes? —pregunta mientras empieza a descender hacia él.

Su cuerpo menudo tiembla cuando el vampiro lo olisquea, deslizando la nariz por la curvatura de la garganta.

—No, amo—confiesa enrojeciendo. Juega con sus manos en su propio regazo y dice: —¿Puedo abrazarme a usted? Estoy nervioso...

Poco a poco acerca sus manos a las solapas de la camisa del vampiro, pretendiendo aferrarse al hombre en busca de un pequeño consuelo, pero este le manotea antes de que pueda alcanzarlo y dictamina severamente:

—No puedes tocarme, humano ¿Desde cuándo crees que tienes ese derecho?

—¡Lo siento! No creo tener nada, sé que usted... que es superior, pero estoy asustado por mi primera vez, por favor...

—Las manos a tu espalda, estás aquí para alimentarme, no para ser consolado porque te duele. —Tomás asiente mordiéndose el labio y entrecruza los dedos ahí.

Pero no sirve de nada cuando Desmond encaja los dientes en su cuello. Los colmillos entran sin resistencia, se clavan en la piel como cuchillos en mantequilla caliente. Los dientes contiguos, menos afilados, rasgan y desgarran, no hacen precisas incisiones, lo rompen entero.

El chico grita de agonía cuando su hemorragia llena la boca del contrario de un dulce placer y al notar que Desmond empieza a sorber su sangre quitándole las pocas fuerzas que le quedan no puede más que golpear su pecho débilmente. El vampiro apenas nota molestos toques que le interrumpen en su comida, así que enfurecido se despega de su cuello y se alza, haciendo caer al chico al suelo.

—¡No molestes, escoria! —le grita dándole una patada en el estómago que lo hace retorcerse.

—¡Lo siento! —trata de defenderse, pero tan pronto habla el hombre patea su rostro.

El chico se hace un ovillo y trata de cubrirse la cara con las manos, Desmond, hecho una furia, lo sigue golpeando hasta sacarlo de la cocina, llevándolo de un lado a otro del salón con puntapiés que dejan un rastro de sangre. Su mascota tiene la ceja rota y su abdomen lleno de hematomas peligrosos. Le pide por favor que se detenga, se disculpa e incluso intenta agradecer de nuevo por la comida, pero nada lo libra de su castigo.

Se muerde la lengua, la boca se le llena de sangre y no de palabras y Desmond no parece compadecerse en lo más mínimo.

Golpea su tripa una última vez, más fuerte que las anteriores, proyectándolo contra la robusta puerta de entrada; se da de lleno en la espalda y un calambrazo le recorre la columna. Cae al suelo, desesperado, y sus entrañas nerviosas le hacen vomitar lo poco que ha comido desde que llegó ahí.

El vampiro solo le insulta, algo que los oídos llenos de dolor del humano no escuchan bien, lo único que sabe es que el hombre le ha pateado fuera y ha cerrado la puerta. Sonríe cuando se da cuenta de que la paliza por fin ha terminado y entonces se desmaya antes de ver la salida del sol.



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