Lucas retrocede cuando Damián entra, ocupando con su cuerpo enorme el angosto pasillo que le puede llevar a la libertad. El chico choca con las taquillas y agarra fuerte el asa de su mochila, la sombra del alfa se proyecta sobre su cuerpo con facilidad, la oscuridad lo devora y siente que está en sitio donde suceda lo que suceda, nadie va a verlo. Nadie sabrá lo que pasó, como nadie sabe por qué su padre salía llorando cada vez que debía quedarse a solas con un alfa en una habitación demasiado pequeña como para respirar.
—Apártate. —brama Lucas, su voz sale más temblorosa de lo que esperaba. Damián solo sigue sonriendo, esta vez no luce tranquilizadora su sonrisa. Dientes de lobo.
—¿Acaso no vas a ducharte? —pregunta Damián. Lucas se paraliza por sus palabras, sabe que ducharse implica desnudarse y definitivamente no quiere. Lucas niega. —Eso es una guarrada.
—No me he ensuciado. —se apura a responder. El hombre alza una ceja y pone las manos en sus caderas, acercándose un paso más.
—¿No? Estás sudando. —le reclama. Él no puede negarlo, su cuerpo entero parece hervir por la cercanía, gotas caen desde su frente cuando la cara de Damián está justo a la altura de la suya. Ni siquiera puede pensar, todo es demasiado aterrador. —Deberías ducharte. —añade.
—No es asunto tuyo lo que ha¡¿Qué haces?! —grita, la mochila se le cae al suelo cuando da un repullo y corre a taparse los ojos con las manos. Ve por los pequeños huecos como la camisa del alfa y sus pantalones caen al suelo.
Lucas siempre es atrevido y desafía a los alfas, pero jamás le ha pasado algo así. Siempre se ha defendido en situaciones en que podía defenderse, pero ahora... No es lo mismo la calle o los pasillos del instituto que un lugar solitario, donde luchar puede costarte la vida. Él se aprieta contra la superficie, tapándose sus ojos y temblando. Quiere salir de ahí, está sintiendo el enfado y la excitación formar una mezcla explosiva en el aire y no le gusta nada cuando la respira y su omega se estremece sumisamente. Sabe que los alfas cabreados son más agresivos y que los alfas agresivos son más... salvajes, en todos los sentidos.
—Desvestirme ¿Cómo me voy a duchar si no? Y tú deberías hacerlo también, no quiero que apestes en el lugar en el que yo también vivo ¿Qué claro? —la forma en que pregunta eso último hace que la piel de Lucas erice.
El asiente, quitándose las manos de los ojos. Su rostro enrojece al ver el enorme y musculoso cuerpo lleno de curvas definidas y hendiduras impresionantes allá donde los músculos se alzan, fibrosos y notorios. Traga saliva esquivando la abultada ropa interior y se queda sin aliento frente a un rostro sin sonrisa. Quiere bajar la vista cuando ve sus ojos encendidos y el ceño levemente fruncido, pero una mano lo toma por la barbilla con fuerza obligándolo a mirarlo a la cara.
—¿Sabes? Me has dejado muy en ridículo con lo de esta mañana. —explica dejando ir una despreciable risa que muere pronto. Después alza una de sus manos y aparta al cabello de Lucas de su rostro, mostrando una forma redondeada y una tez brillante, empapada en sudor. —Pero tranquilo, he decidido perdonarte, solo que... creo que deberíamos hacer justicia ¿No?
Lucas lo mira aterrado, sus ojos abiertos de par en par. Extraña esa sonrisa amable, esa faceta de Damián que decía querer ser su amiga, pero al parecer la ahogó con el té de esta mañana. Damián ni siquiera está pensado, ha evitado a Lucas todo el día porque su alfa gruñía en su interior demandando arrancarle la carne a pedazos, quería comérselo jodidamente entero. Estaba logrando evitar sus instintos hasta que el maldito omega decidió aparecer en el gimnasio y montar esa escena que obviamente su lobo no dejaría pasar. Ahora Damián ni siquiera puede controlarse, solo sabe que Lucas es realmente hermoso cuando tiembla, que su piel es suave cuando la aprieta entre sus dedos y que quiere más de ese aroma aterrado, quiere embriagarse en lo indefenso que el omega se siente, beber de su sumisión hasta hartarse y entonces arriesgarse a tener una maldita sobredosis. No quiere parar.
—Ya sabes, tú me has manchado a mí esta mañana... —dice con voz ronca, su semblante ensombrece y suelta su barbilla, con la otra mano toma fuerte el pelo de Lucas y tira de él, haciendo que caiga de rodillas con el rostro alzado y los labios curvados en una mueca de dolor. Cierra sus ojos azules, esperando que al abrirlos todo sea un mal sueño. —Lo justo es que yo ahora manche esa cara de niño bonito que tienes ¿No?
Lucas siente las palabras atravesarle como cuchillazos. No, no quiere. La impotencia se apodera de su cuerpo y sabe que pronto lo hará Damián. Odia ser un omega, odia que todos alfas sean iguales. Odia que puedan tomar de él todo lo que tiene, menos su dolor. Abre los ojos, el azul apenas visible, ahogado en un mar de lágrimas. Si va a suceder, al menos quiere clavar su angustia en el cuerpo de Damián, como sea.
La mano en su pelo se afloja, el aroma del alfa se disipa como niebla y su rostro se pone pálido. Lágrimas. Se da cuenta de que ha hecho a Lucas de llorar, de que si no le hubiese visto así probablemente habría hechos cosas peores. Damián se da cuenta de que por un momento ha empezado a ser la clase de alfa que Lucas odia y que él también detesta; la clase alfas que culpan al lobo de sus almas y dejan que sus manos cometan las peores atrocidades. Retrocede, aterrorizado de sus propios actos, con el lobo aullando en su pecho.
—L-Lo sien... —ni siquiera puede terminar sus balbuceos, tan pronto como es libre, Lucas se levanta, lo empuja y huye.
Huye de él. Y Damián también querría poder hacerlo, arrancarse la piel y correr lejos de ese cuerpo tan lleno de instintos que a veces es poco más que un animal hambriento.
Piensa en los enormes ojos de Lucas, en el azul ahogado en llanto y en la forma angustiada en que lo miró mientras sus pestañas se perlaban con lágrimas. Se siente tan profundamente mal, es como si alguien enterrase un puñal en su pecho y retorciese la hoja cada vez que él sigue dándole vueltas a lo que ha hecho. Se sienta en el banco, ocultando el rostro entre las manos, y deja ir un largo y pesaroso suspiro. Sí la ha cagado.
Gruñe con rabia cuando se pone bajo la ducha, el agua cae sobre su cuerpo como fuego y aunque quema su piel, no se aparta ni regula la temperatura. Necesita eso, necesita que piel aprenda que no todo el calor es bueno y que el robado es el peor de todos. Necesita sentir algo de dolor para compensar la gran mierda de persona que ha sido con Lucas. Apoya las manos contra las baldosas y la imagen del chico vuelve a su mente: los ojos llorosos, el cuerpo doblegado por su fuerza, esa mueca tan agridulce de resignación... su cuerpo amenaza con encenderse de nuevo, pero él no se lo permite. Pone el agua congelada para terminar de ducharse, saliendo de ahí con el pelo húmedo y la calentura totalmente erradicada.
No sabe con qué cara entrará ahora en su habitación y mirará al chico después de lo sucedido, pero sabe que sea cual sea, vendrá acompañada de una disculpa. No puede no pensar en disculparse después de lo que ha visto. De camino a la villa universitaria piensa en el nerviosismo de algunos omegas antes de tener sexo con él, sobre todo los vírgenes, pero nada en comparación al terror de Lucas; y es que es eso lo que le sorprende tantísimo, el miedo. Él ladre si te acercas y trata de morderte si tocas su piel. Quizá no es un perro peligroso, quizá solo piensa que él está en peligro.
Cuando llega toma aire y el pomo entre sus manos, lo abre con decisión y se prepara para la charla que debe tener con el omega ahora. Pero... no está. Damián revisa todas las habitaciones y el chico no está. Anochecerá dentro de poco, así que él ya debería haber vuelto a casa, además ¿A dónde iba a ir sino después de lo sucedido? Una extraña zozobra lo recorre y su lobo gruñe, pensando que algo malo podría haberle sucedido. Sin embargo, se obliga a sí mismo a sentarse y esperar.
Y eso hace, espera largas horas mientras revisa cosas en su ordenador y en su móvil hasta que, casi a la hora de irse a la cama, el chico aparece. Aunque más que entrar en la casa, parece querer colarse en ella. De no ser porque Damián está sobre el sofá que hay frente a la puerta, no sabría que la está abriendo. La oscuridad lo envuelve todo ahora que Damián ha cerrado su portátil y lo ha dejado a un lado, apenas puede vislumbrar cómo el pomo gira cautelosamente; Lucas ha girado la llave despacio y presiona la maneta del mismo modo, tratando de no hacer ningún sonido. Abre la puerta, entrando a hurtadillas y sin advertir la presencia de Damián, entonces este se levanta de su asiento.
—Lucas... —su voz suena profunda y retumba en el silencio.
El chico da un repullo al escuchar su nombre y se voltea violentamente. Su cuerpo se prensa contra la puerta al ver al alfa acercarse.
—¿Qué quieres? Tengo prisa, me quiero ir a dormir. —advierte, resoplando con molestia, pero su mano sigue aferrándose al asa de la mochila como lo hizo en los vestidores y su mirada está en el suelo.
—Solo hablar de lo que ha pasado hoy. —aclara Damián suavemente, en realidad se está esforzando por hacer que su tono suene un poco menos demandante, pero se siente demandante; Lucas no ha aparecido por horas y él ha estado esperando por él. Sabe que no tiene derecho a enfadarse, pero eso no puede quitarle la molestia.
—Lo único que ha pasado hoy es que has estado a nada de que arranque tu pene de un mordisco. No hay nada que hablar, así que vete a la mierda o donde sea, pero déjame pasar. —el chico da un paso a la derecha, esquivando el gran cuerpo, pero el alfa lo imita barrándole el paso de nuevo. —¡Que te quites! —grita, empujándolo. Damián no se mueve ni un centímetro y las mejillas del muchacho se encienden por lo vergonzoso que es que no pueda hacerlo retroceder. —¡Quítate! —chilla ahora más histérico, golpeando el pecho del alfa con los puños.
Los impactos resuenan en su caja torácica sin demasiada intensidad, Lucas es débil, pero molesto y si sigue golpeando a Damián no podrán hablar con tranquilidad, así que el alfa se ve obligado a tomar medidas. Con presteza, el hombre detiene los golpes atrapando las manos del chiquillo en las suyas. En un rápido movimiento ambas muñecas quedan restringidas por los dedos de la mano derecha de Damián; todo sucede demasiado deprisa y cuando Lucas comprende lo que sucede, su corazón amenaza con pararse. Después sus emociones se desbordan, el omega siente el peligro y sin un alfa para defenderle ahí, él toma la tarea.
—¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡Suéltame! —el omega chilla; él también patalea e incluso intenta morder las manos del alfa, aunque sin éxito alguno.
El hombre, al ver que sus intentos por mejorar la situación han sido en vano, suspira con pesar y deja su ceño fruncirse. Damián no quiere ser malo con ese pequeño y lindo omega, pero se está comportando como si realmente quisiera un buen castigo. Damián trata de sosegarse y golpea las muñecas del chico sobre su cabeza, en un lugar donde el omega no puede alcanzarlo para morder sus dedos en un intento de liberarse. Lucas sigue pataleando y revolviéndose, inquieto, y Damián realmente se siente fastidiado. Él solo quiere hablar ¡Hablar! ¿Es tanto pedir eso? La respuesta está en frente suyo, en forma de omega agresivo y desesperado, luchando contra su agarre.
—Lucas, solo quiero hablar. Si no te calmas voy a tener que usar mi voz para que seas un chico bueno ¿Entiendes? —y Damián quiere saltar de la alegría cuando Lucas parece entender, quedándose quieto por completo.
—¿T-Tu voz? —pregunta el omega, sus palabras se escuchan como un débil hilillo.
—No quiero usarla, pero si no me dejas más opción... —su mirada ensombrece y aunque suena convencido, él sabe que probablemente no cumpla su amenaza. Pero Lucas no lo sabe.
Y Lucas no va a dejar que nadie use la voz en él. No va a dejar que alguien le deje la mirada muerta como a su padre o fuerce a su cuerpo a pecar contra él mismo. No, él no permitirá que pase. Damián se distrae por la repentina docilidad del chico, cosa que este aprovecha para lanzar una certera patada a su entrepierna. El agarre desaparece como por arte de magia y el alfa cae al suelo agarrándose los testículos, su voz es un gruñido, pero no es esa voz que Lucas tanto teme. El chico aprovecha para correr hacia el baño, lugar donde se encierra a cal y canto y donde espera que el alfa ya no pueda herirle. Vivirá en ese maldito baño si es necesario.
Su pecho sube y baja con brusquedad y requiere de mucho rato y concentración que Lucas vuelva a respirar normal de nuevo. Cuando lo hace los quejidos del otro lado se detienen, después escucha pasos dirigirse a él. La puerta tiembla cuando Damián la intenta abrir, pero desiste rápido, entonces se apoya contra esta y se desliza hasta quedar sentado en el suelo.
—De todas la veces que un omega ha tocado mis bolas ¡Esta es la peor! Deberías darles un besito para que se curen.
—¡Cerdo, a-asqueroso, solo cállate! —grita el chico desde el otro lado del baño, ahogándose con sus propias palabras por lo obsceno de las del otro.
Damián ríe por lo tierno que le resulta ver al omega nervioso y avergonzado por una simple broma. Después su carcajada se apaga, dejándolo serio y preocupado.
—Ahora en serio, Lucas... Siento lo que ha pasado en los vestuarios. No me extraña que odies a todos los alfas, pero... me gustaría pedir una segunda oportunidad. Estaba enfadado y cachondo y no es excusa para lo que hice, lo sé... Ah, simplemente intento no ser así, intento ser mejor. Solo quiero que sepas que he sido un imbécil y que siento haberte asustado tanto. Nunca querría hacértelo pasar mal.
El alfa espera, su respuesta es una respiración lenta y pausada, en ella una cavilación bulliciosa tiene lugar, pero él no logra escuchar nada. Pasan los minutos y no hay respuesta.
—¿Lucas? —pregunta, dando un par de toques a la puerta con los nudillos. Si logra llamar la atención del omega, este no lo manifiesta. El alfa sonríe afligido y se levanta, mirando aún la puerta. —Buenas noches entonces.
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