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 El omega respira profundamente, tratando de incorporarse en la cama, pero sin quitarle el ojo de encima en ningún momento a la cajita color crema. La toma entre sus manos, confundido, pensando en si debería abrirla o ir tras Damián; el alfa es su prioridad y quiere recuperarlo, pero por otro lado él le ha dado esa caja, así que querrá que él la abra. Lucas hiperventila, no estando seguro de si es un objeto al azar que le ha lanzado por que sí o algo importante, sea cual sea, las manos le tiemblan tanto que no puede ni acercarse al paquete.

Mira hacia la puerta de entrada, está cerrada y afuera hay un enorme silencio. No sabe dónde está Damián ni como encontrarlo, eso lo desespera, no soporta tenerlo lejos, no si existe la posibilidad de que el hombre no vuelva. Lucas rompe en llanto de nuevo, quiere ir a buscarlo, restregar su cabeza en su pecho y ronronear hasta que el dolor de ambos se vaya. Aunque también sabe que si logra hallar al alfa, este no querrá saber nada de él: le gritará o le ignorará, le dirá que le quiere lejos y si él llora por su perdón está seguro de que acabará golpeado; a los alfas les cuesta demasiado retener sus impulsos y sabe que para Damián debe haber sido extremadamente doloroso no haber hecho una locura minutos atrás, cuando tuvo la oportunidad, así que Lucas no quiere seguir empujándolo hacia su límite.

No quiere abrir la caja, no sabe que hay en ella, pero cuando trata de pensarlo la ansiedad le hace respirar dificultosamente. Quizá, quizá debería irme y ya está... podría cambiarme de universidad y tratar de olvidar todo... Lucas lloriquea, él no quiere olvidar al alfa, pero ¿Qué hará? ¿Quedarse y pasar un verano distante con él? ¿Irse y volver de nuevo al inicio de curso? ¿Fingir que él y Damián no se conocen durante cuatro años? ¿Seguir su relación como hasta ahora y esperar a que le parta el corazón el día que se gradúen? Sinceramente, Lucas no cree que haya una buena solución, todas suenan nefastas. En fondo, piensa, es todo su culpa por haberse involucrado con un alfa. Con ese alfa... Solo el recuerdo de Damián le hace querer quedarse, tumbarse sobre las sábanas y envolverse en ellas hasta acabar bañado en su olor masculino.

No quiere alejarse de Damián, pero... <<Si vas a largarte, tienes toda la tarde para hacerlo, to volveré después de eso>> Damián sonaba como si realmente lo estuviese echando, pero quizá es solo porque estaba enfadado, quizá le está dando la opción de quedarse a Lucas. O quizá no. Lucas se tira de los cabellos y aúlla descarnadamente tratando de comprender qué debe hacer. Quiere más tiempo para pensar, lo necesita... pero sabe que las normas del campus son estrictas y que si se irá debe estar fuera del edificio —él y sus pertenencias— antes de la noche; apenas quedan unas horas para eso y él cree que necesita por lo menos toda una vida para tomar una decisión como esa. Le gustaría detener el tiempo o el dolor, le gustaría poder descansar por una vez en su puta vida; descansar como lo hacía cuando Damián le tomaba en sus brazos y le acariciaba hasta hacerlo dormir.

Suspira entrecortadamente, sus lágrimas caen por todo el estrés que está sufriendo y por el rabillo del ojo la caja color crema le insiste con sus presencia. El chico se voltea, despacio como si fuese a espantarla, y la toma entre sus manos; es como una caja de zapatos, quizá más pequeña, y no pesa demasiado, pero al tomarla siente una gran carga sobre sus hombros. Lucas quiere saber lo que hay dentro, pero por otro lado no quiere. Pone los dedos en el borde de la tapa, está a un pequeño movimiento de manos de revelar lo que hay dentro y no sabe ni que esperarse. Retiene la respiración, manteniendo los dedos ahí y sabiendo que cuanto más lo piense, más se demorará.

Así que no lo piensa. Se muerde la cara interna de la mejilla y entrecierra los ojos, como cuando ve películas de terror, entonces empuja con los dedos la tapa y revela el contenido del interior.

Tal cual lo ve siente dos cosas: la alegría más profunda que su corazón jamás ha conocido y la tristeza más pesada que nunca pudo imaginar. No se atreve a tocarlo, pero no puede apartar la mirada: observa casi con reverencia el hermoso collar de cuero con un círculo de metal bruñido en un extremo y un cierre sofisticado en el otro; el cuero es grueso y por lo pequeña que es la circunferencia del choker, puede adivinar que ha sido hecho a medida para él. Lucas quiere llorar, no sabe si de alegría y de pena, pero quiere llorar. Él me... me ha comprado un collar de cortejo. Me quiere cortejar, Damián quiere que sea su omega.

Oh. Damián.

—Ya verás, Esteban, te adaptarás muy rápido. Somos una familia sencilla. —dice el alfa al volante. El aludido asiente y trata de poner buena cara mientras piensa y como seáis todos como Marcel, sois también una familia muy rara.

Una melodía calmada empieza a sonar, a lo que el beta más grande saca su teléfono del bolsillo.

—¿Tan pronto nos echa de menos? —ríe Esteban al ver el nombre de Lucas en la pantalla del móvil ajeno. Su pareja no responde, solo mira el icono con cierto hermetismo y eso le hace pensar que qué Lucas llame tan pronto es una mala señal.

—Disculpadme. —dice Marcel educadamente, dirigiéndose a su padre y su novio. —¿Si? ¿Lucas? —pregunta con su tono marcial.

Al otro lado de la línea se escuchan unos sollozos que lo sobresaltan y le hacen mirar a Esteban con el ceño fruncido, indicándole que algo anda mal. Antes de que pueda preguntar qué sucede, Lucas recobra la compostura y habla.

—He sido un gilipollas, he hecho enfadar a Damián diciéndole que él no me quería más que como una distracción y ahora me he enterado de que planeaba cortejarme. —lloriquea, mirando todavía el collar en la caja y queriendo tantísimo alargar la mano y tocarlo, pero ya no sabe si siquiera tiene derecho a hacerlo. —No sé que... No sé que hacer... —se queja, tirándose de nuevo en la cama y deseado con todas sus fuerza que el alfa aparezca de nuevo por la puerta y lo consuele.

—Lucas, es más sencillo de lo que crees ¿Tú quieres que te corteje? —la pregunta y el tono frío de esta atraviesan al chico como un escalofrío, poniendo en alerta a todas sus células y haciendo que todas griten lo mismo. Sí.

—Yo... Llevo... desde que le conocí... Oh, llevo seis malditos meses queriendo llamarle mi alfa... —Lucas sorbe, tratando de hablar sin que los hipeos le corten cada palabra. —Pero...

—¿Pero? —pregunta la voz al otro lado de la línea. Marcel no está diciendo nada, está preguntando y aunque Luca haya acudido a él para pedirle consejo quizá es eso exactamente lo que necesita: preguntarse las cosas a él primero.

—Yo... No lo sé... —confiesa sintiendo la angustia partirle el corazón. Quiere, malditamente quiere decir que sí, pero cuando lo piensa y recuerda los platos fríos sobre la mesa, los regalos de navidad nunca abiertos que volvían cada año a estar bajo el árbol de navidad, las sonrisas evanescentes cada vez que alguien tocaba al timbre a destiempo... Cuando recuerda, simplemente se dice a sí mismo que no puede.

—Lucas. Él no es tu madre, así que no le trates como si fuese tan mal alfa como ella.

El omega de pronto se siente mareado, nunca nadie menciona a su madre de forma tan directa y ahora que alguien lo hace se siente como un golpe en toda la cara. Su padre siempre usaba frases con segundas intenciones o eufemismos para hablar de su madre, como si tuviese miedo que al decir su nombre todos se dieran cuenta de que no había un alfa que respondiese a esa llamada. Marcel quizá ha sido muy brusco, pero es lo que Lucas necesita: darse de bruces contra la realidad.


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