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 Damián lleva congelado en medio del pasillo, con el pomo de la puerta entre las manos, alrededor de cinco minutos, lo que no parece mucho, pero en realidad es una eternidad tortuosa dentro de su cerebro. ¿Qué haré cuando entre y vea que él no está? Dios mío, no voy a ser capaz de tocar el collar de nuevo. El hombre es incapaz de moverse, de entrar en su casa y ver que no es más un hogar. Quiere llorar al recordar lo que ha sucedido horas atrás. Cada vez que piensa en el omega diciéndole que solo está jugando con él se martiriza por las veces en que le miró a los ojos y pensó que le quería, pero no se lo dijo. Cada vez que recuerda las victorias de su lobo sobre él y la forma en que este asustaba a Lucas hasta que lo miraba como si fuese una bestia, se odia por no haber hecho algo al respecto.

Sabe que el omega se ha ido ¿Quién no lo haría? Damián se está repitiendo una y otra vez en su cabeza las cosas buenas que no hizo y las malas que no paró de hacer. Se odia por ellas, entiende que Lucas le odie también por ellas, sobre todo por la forma desproporcionada a la que ha reaccionado a su pequeña pelea de horas atrás. ¿En qué estaba pensando? Se recrimina, pero el problema es que Damián recuerda perfectamente las atrocidades en las que estaba pensando. Sabe que esas ideas intrusivas y violentas las tienen todos los alfas y no hay forma de extirparlas de la mente, pero también sabe que el lobo solo aúlla en su cabeza y, al fin y al cabo, es él quien decide qué hacer. Y he decidido comportarme como un imbécil agresivo con Lucas.

Damián suspira, mirando el pomo de la puerta y su mano pegada a él. Sé un alfa y afronta ya el rechazo. Suspira pesadamente, entonces entra, pero con los ojos cerrados. No quiere olvidar la forma en que el lugar se veía, tan lleno de Luz, cuando el omega seguía ahí, quiere mantener el recuerdo en su retina y si es necesario cegarse ante el presente. Cierra la puerta, imaginando que esa es solo una tarde normal, una de esas en las que vuelve a casa y ve al omega estudiando en el sofá o haciéndole algo de comer en la cocina. Quiere tantísimo que Lucas esté ahí que puede olerle. Damián se impresiona del poder de su cerebro para engañarlo, pero es consciente de que esa mentira no irá mucho más lejos, así que abre los ojos.

Damián suelta una risa nerviosa. Tonto cerebro, deja de engañarme. Cierra los ojos de nuevo, respira hondo y lo vuelve a abrir. Espera ¿Qué? Siente la tentación de pellizcarse el brazo para ver si el Lucas hermoso, sonrojado y tímido del sillón es real, sobre todo por el hermoso detalle de que está portando su collar, pero no le da tiempo a hacerlo porque el mismo chico le confirma su existencia cuando corre hacia él y lo abraza.

—¡Alfa! —gimotea, escondiendo la cabeza en su pecho e inhalando. El simple aroma de Damián es suficiente para que el llanto de Lucas, que lleva en sus ojos y mejillas desde que el alfa se fue, pare de repente. —Alfa... —murmura, ronroneando cuando siente la mano acariciar sus cabellos como siempre. Él restriega su cabecita contra el pecho del más grande, sintiéndose a gusto de nuevo.

Damián aún está demasiado sorprendido como para reaccionar, solo mira al chico entre sus brazos como si fuese una especie de ser mitológico y le mima el cuero cabelludo con mucha delicadeza, temiendo que el hombrecito sea de humo y sus dedos lo atraviesen, disipándolo.

—Quiero que me cortejes... —confiesa el muchacho, aturdido por el sepulcral silencio del alfa. —S-Si es que aún quieres...

El hombre desliza la mano desde su cabello hacia su cuello y ahí acaricia sensualmente con la yema de los dedos hasta llegar a su barbilla; la alza, haciendo al chico mirarlo. Azul y verde desparecen, alfa y omega se van: todas sus diferencias son aniquiladas y sus pupilas se expanden, dejando ese negro calmado consumirlos a ambos, mostrándose las puertas de sus almas. Ambos se miran, se ven y notan en lo más profundo de su ser, que son iguales, tan iguales como dos corazones que se buscan con desespero.

El alfa baja un poco su cabeza y toma la circunferencia metálica del collar de Lucas con su índice tirando de ella hacia arriba para hacer que el chico se estire hacia él, poniéndose de puntitas. Sus labios quedan apenas a un milímetro y sienten que aun así la distancia los está matando.

—No hay nada que quiera más en el mundo, omega. —susurra, no llega a llamarlo suyo con sus palabras, pero sus labios se encargan de hacerlo de otro modo.

El beso los hace gemir a ambos de gusto. Las manos de Lucas suben por el marcado abdomen del lobo hasta llegar a su ancho cuello, de donde se cuelgan con pasión; las de Damián toman autoritariamente la cintura del chico y aprietan arrancándole hermosos sonidos que solo pertenecen al espacio que sus bocas comparten. Perfila con su lengua los belfos del menor y este saca la suya, haciendo el beso más húmedo, más salvaje y hambriento. Damián alza al chiquillo con sus fuertes brazos y este se ayuda de sus piernas para saltar y colgarse del hombre, con sus piernas rodeando la cadera de Damián y sus tiernos muslos a los lados de su cuerpo, presionando gustosamente.

El alfa tira al chico al sofá y sonríe al verlo con los cabellos revueltos y la mirada encendida en pasión. Sus ojos lucen algo rojos por haber llorado toda la tarde, pero Damián está seguro de que puede provocarle otras cosas que le hagan olvidar el sufrimiento. Lucas lo mira desde la blanda superficie y extiende las manos hacia él, recogiendo su rostro y atrayéndolo para dar otro fogoso beso. El alfa muerde su labio y el chico gime por ello, sabiendo que va a quedar marca ahí; pasa la lengua sintiendo un poco de quemazón por su belfo y se calienta al pensar que si el alfa se va, el recordará sus rudos besos lamiendo la herida y dejando que el dolor lo inunde de nuevo.

—Alfa... —murmura, sintiendo un camino de besos en su cuello y el collar siendo gentilmente apartado. El propio chico recuerda el collar entonces y dirige las manos hacia él, palpándolo con extrañeza. —Nunca pensé que llevaría uno. —confiesa sin poder evitar sonreír.

—¿Te gusta? Me costó mucho escogerlo, quería que fuese una sorpresa increíble.

Lucas ríe, tapándole la cara.

—Lo amo... y definitivamente ha sido una gran sorpresa. —Lucas suspira lleno de amor y mira a los ojos del alfa, con los rubios cabellos de este cayendo en su cara y haciéndole cosquillas. —Aún no me creo que me vayas a cortejar. Ni siquiera he sabido nunca como funcionan estas cosas.

—Un mes. —dice Damián entonces, acercándose más para robarle un casto beso. —Te voy a llenar de mimos, amor y regalos por un mes. Después tú dirás sí o no. Si dices que sí te estaré mimando y consintiendo por lo que quede de nuestras vidas, si dices que no... —el alfa aparta la mirada un segundo, la dolorosa posibilidad le atraviesa el cerebro y siente su pecho oprimido, pero ahora está besándose con su hermoso omega, así que lanza lejos los horribles pensamientos y le da otro ósculo, esta vez usando su lengua hasta que Lucas se queda sin aliento. —Si dices que no voy a tener que pedirte otra vez que me dejes cortejarte, y otra, y otra... hasta que digas que sí.

Lucas le sonríe con ternura. No harán falta dos veces.

—Deja de decir cosas bobas, alfa tonto, y bésame. —murmura, sonriéndole de la forma más radiante que ningún ser sobre la tierra puede imaginar.

Damián se ríe del cielo y su hermosura; Lucas tiene el azul en sus ojos y la luz del sol en su sonrisa, toda cosa en el mundo debería envidiar lo perfecto que ese omega es. Y todo alfa en el mundo va a envidiarlo por tener a ese omega solo par él.

Sonríe por la idea y lo besa de nuevo, lentamente. Esta vez no hay prisas, saben que tienen todo el día y sobretodo toda la noche para besarse y susurrarse palabras de amor sin usar sus voces.


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