Lucas sonríe, los focos hacen que su cara sude y que le lagrimeen un poco los ojos, pero está feliz, demasiado feliz. El público aplaude mientras él toma el diplome en sus manos, el mar de estudiantes corea su nombre de forma divertida y algo difícil de entender, posiblemente porque en la fiesta ya están borrachos prácticamente todos. Entre el público y los cientos de rostro, Lucas atina con la mirada a uno y sonríe grande al pillar a Damián secando sus lágrimas mientras le saca fotografías.
Jura que ese alfa va a matarlo algún día de ternura. Aunque si no lo ha hecho ya en tres años... Sonríe. Tres años. Al repetirlo en su cabeza suena cada vez mejor, pero al recordarlo, las magnánimas palabras son solo un parpadeo. Hay mil recuerdos en su cabeza, pero le da la sensación de que son pocos, de que son un mero segundo perdido en la inmensidad del tiempo. Cada momento con Damián le sabe a poco, aunque ese momento hayan sido ya tres años de relación. Lucas solo sabe estar sediento, querer siempre más tiempo con él, querer decir dos cifras cuando le pregunten cuando llevan juntos. Querer quizá decir una cuando le pregunten si tienen cachorros.
Se sonroja ante la idea, pero niega con la cabeza y una risa tonta escapa de su boca. El profesor pone una mano en su hombro, llamándolo, entonces él se sobresalta y ríe de nuevo.
—La foto. —le dice amablemente, Lucas lo mira con ternura mientras sonríe y se coloca a su lado.
Posa mostrando el diploma y luciendo como si fuese a ser joven para toda la vida. El profesor pasa su brazo por los hombros de Lucas, pero no se siente incómodo. Con el tiempo ha conocido a alfas amables dentro de ese lugar, aunque también a verdaderos imbéciles, pero casualmente cada vez que un alfa era una capullo con él, a las dos semanas o menos, le evitaba por los pasillos incluso pareciendo que huía de él; el chico sonreía en esos momentos, pensando que tenía un ángel protector, aunque Damián es más como un perro guardián.
El flash le hace dar un repullo y frotarse los ojos después y, entre destellos y oscuridad, siente un gran abrazo. Abraza de vuelta a Jaime, el mejor profesor que jamás ha tenido nunca y el mejor consejero amoroso y familiar que pensó que un profesor jamás podía ser.
—Estoy tan orgulloso... —susurra, palmeando su espalda para después separarle y mirarlo a los ojos con los suyos brillantes, casi húmedos. —Eres el primer omega en graduarse... y con honores. —ríe, pasando una mano por su cara. Es tan increíble que duda de su propia cordura. Un omega llegando tan lejos, un omega tan inteligente... Como tú, María, mi amor, te dije que algún día iba a ayudar a los omegas a tener alas antes de que fuesen al cielo a verte. —Te echaré de menos en clase, ahora no habrá nadie que haga mis deberes. —bromea, golpeando el hombro del pequeño y tratando de pensar en cosas felices.
—Entonces pon deberes más fáciles ¿Sabes la de noches que he pasado en vela para hacer esos malditos ejercicios? ¡Dios! —se queja el chico, tirándose del pelo. El hombre ríe, entonces mira detrás suyo y da un apretón en su hombro, antes de girarse un poco.
—Lo tendré en cuenta. —dice con una sonrisa tristona, Lucas tiene que graduarse, es lo normal, pero odia las despedidas, odia tomar cariño a omegas tan especiales y después dejarlos ir sin saber qué será de sus vidas. Mentiría si dijese que no teme por Lucas. —Ahora te dejo, tu familia estará deseando felicitarte. Ah, y puedo escuchar a tu alfa gruñirme desde aquí, así que me voy rápido.
El omega se despide del profesor moviendo su mano en el aire mientras lo ve dirigirse a la salida, entonces se voltea hacia la muchedumbre de jóvenes alterados y baja de la tarima de un saltito justo frente a su alfa para que este lo recoja. El hombre lo atrapa ágil en el aire y da un tierno beso en sus labios después de hacerlo, aunque mira con una mueca seria a las espaldas de Lucas.
—¡Ese profesor nos ha ayudado en los peores momentos! No me vengas con rugiditos de alfa posesivo. —le dice Lucas, tirando de su mejilla y regañándolo en un tono tierno, aunque severo. No está bromeando demasiado en el fondo, ese tipo ha sido más que un profesor para ambos y Lucas siente que le debe algo. Le gustaría algún día poder ayudarle también.
Se siente algo ridículo al recordar cómo empezó su extraña amistad con él profesor: Lucas entró nervioso a su despacho para preguntar una tontería sobre como citar en un trabajo, pero ante el estrés de segundo de carrera, rompió a llorar y no paró hasta que el profesor estuvo más de una hora hablando con él, motivándolo y contándole como él, cuando era un estudiante de su edad, también era algo penoso y lloraba entre parcial y parcial. Lucas se sintió tan aliviado que empezó a ser rutina ir al despacho del profesor para hablar de ansiedad, estudios, organización y un día se sorprendió contándole otros problemas que no eran de clase; el hombre siempre le respondió siendo amable y siempre le miró como si estuviese viendo en él a otra persona a la que extrañaba. Lucas no entendió nunca esa mirada, pero era tan gentil que jamás quiso explicaciones, solo que siguiese posada sobre él. Es la primera vez en su vida que un profesor le ha tratado como un ser humano, que le ha mirado como si viese alma y más que carne. En parte él es causante de que Lucas haya conseguido graduarse con la mejor nota de su promoción o al menos así lo cree el omega.
—To toca demasiado... Voy a tener que tocarte mucho más para compensar eso, este noche voy a...
—Ejem. —ambos se giran hacia el sonido de la tos, Lucas a punto de estallar de la risa y Damián con el rostro rojo mientras baja la cabeza, disculpándose delante de sus suegros.
El omega mira con cierta reprobación a la pareja, la alfa que lo acompaña no puede evitar dejar ir una carcajada.
—¡Acosan a mi bebé! No te rías. —le regaña el padre de Lucas, señalándola con el dedo.
—Ah, pero cuando yo te digo cosas así te gusta ¿Por qué tu hijo no puede disfrutar de que su alfa le diga esas cosas? —pregunta ella, alzando una ceja y hablando quizá un poco alto. El omega infla los mofletes y Lucas puede imaginar todas las malas palabras que hay hinchándolos, pero que no van a salir.
Su padre odia que lo avergüencen y su alfa es una perfecta maestra en el arte de sacar de sus casillas a un omega tan tranquilo como él. Lucas cree que su madre es divertida. Madre. Fue extraño hace dos meses, cuando la llamó así por primera vez, se sintió cálido y extraño, pero no culpable, como supuso que se sentiría. Él pudo notar como los ojos de la alfa se iluminaban con emoción y cómo trataba de actuar normal pero no podía evitar desprender feromonas emocionadas; ese día, después de eso, ella le dijo que no quería que se sintiese forzado a llamarla así, que ella no quería tomar el puesto de nadie. ¿El puesto de quién? Siempre ha habido una vacante en este hueco de mi corazón.
Lucas sonríe cuando sus padres dejan de discutir para recordar que se ha graduado con unas notas que dejarían por los suelos a cualquier alfa. Ambos lo abrazan y aunque siente que lo están aplastando, no le importaría morir asfixiado por un abrazo familiar, uno de esos que pedía siempre antes de ir a dormir, cuando rezaba a un dios que no sabía ni deletrear.
—Estamos tan orgullosos, mi pequeño omega luchador. —susurra el padre, acariciando la cabeza del chico. Lucas no dice nada, no sabe qué decir, todo es demasiado increíble, literalmente: de vez en cuando se pellizca para comprobar que no esté soñando.
—Vas a hacer grandes cosas en la vida. —le dice la mujer, acariciando su mejilla mientras lo mira con ojos brillosos y deja morir las palabras en un susurro sobre sus labios; durante unos segundos solo le mira, tocando su piel, y ambos sienten que han encontrado a alguien que buscaban desde hace mucho. Quizá no son madre e hijo por sangre, pero a ninguno podría importarle menos; no necesitan tener una conexión en la sangre, al fin y al cabo, la tienen en el corazón.
Ambos dan un repullo cuando los altavoces escupen una movida canción sin previo aviso. La mujer se aparta abruptamente de su hijastro y ríe por el susto que se ha dado, después mira a los lados y ve a los padres de todos los alumnos irse, dejando el salón preparado para una fiesta de jovencitos. De esa clase de fiestas donde los padres quieren que sus hijos se diviertan pero tendrían un infarto si se quedasen para ver cómo lo hacen.
—Bueno, creo que es hora de dejar el sitio para los recién graduados.
—Tienes razón, mi niño, cuídate. No bebas. —le dice su padre, asestándole una mirada severa. —No dejes que mi bebé beba. —dice ahora, dirigiéndose hacia Damián.
—¿Eh? —pregunta, ha estado distraído desde que Lucas y su familia se han empezado a abrazar; se ha retirado un poco, no queriendo estropear el momento y no es que le importe dejarle a su omega espacio con sus padres sin entrometerse, es que quizá tiene algo de envidia. —Ah, no, no. Solo agua mineral, señor. —responde, fingiendo una risa.
La gustaría que su padre hubiese venido, pero, aunque es un alfa muy divertido y bueno con él, es incapaz de comprometerse ni con su propio hijo. Odia eso y siempre temió ser esa clase de persona, por eso no se aferra a demasiada gente, pero cuando lo hace los abraza con todo su corazón y no los deja ir nunca. Ve a su omega, despidiéndose de sus padres con la mano y sonriendo hasta que sus ojos son dos líneas y hay arrugas adorables a sus lados. Yo no quiero abandonar a quienes amo. Nunca. Nunca lo haré, Lucas, tengo más miedo de dejarte del que tú puedas tener a que yo lo haga.
—¿Pasa alg-
Lucas es cortado por un dedo que pica su hombro amablemente, él entonces se voltea para ver a un alto y delgado alfa que le mira con ojos café demasiado fríos. Le suena de algo esa mirada tan extraña, pero no sabe de qué hasta que aparece a su lado Marcel, con Esteban cogido del brazo y con visibles copas de más —¿Cómo se ha emborrachado si se supone que aún no han empezado a vender alcohol?—.
—Michael, el padre de Marcel, encantado. —dice, alargando su mano. —El primer lunes de dentro de dos meses, a las nueve de la mañana. Te haré llegar la dirección. Un placer, adiós. —dice el tipo, haciendo una pequeña reverencia y dejando a Lucas con un mudo ¿Qué? en la boca.
Cuando el hombre está unos pasos alejado y la música demasiado fuerte como para que lo llame, se gira hacia Marcel con cara de circunstancias y lo mira.
—Te ha contratado para que trabajes en su empresa. Yo he decidido trabajar en la de mi madre. —explica, encogiéndose de hombros.
—¿Q-Qué? —pregunta el omega, llevándose las manos a la boca para tapar una expresión de sorpresa que se transforma rápidamente en una sonrisa.
La empresa farmacéutica que el padre de Marcel maneja —y también la que maneja la madre— es una de las más grandes e importantes del país y Lucas sabe que aunque tenga la mejor nota de su promoción, le habría sido un infierno tratar de conseguir siquiera un puesto de barrendero ahí por sí solo. Pero ahora ¡Tachán! Tiene un trabajado deseado por miles de alfas con solo chasquear los dedos, es como un truco de magia. Uno que le ha dejado muy boquiabierto.
—¿No me oyes? —pregunta el otro algo extrañado pues ha hablado con voz clara, por encima de la música.
—S-Sí, es solo que... Oh, Dios, Oh ¿has oído? —pregunta, volteándose hacia Damián. El alfa asiente y lo abraza desde detrás, apoyando su cabeza en el hombro del chico.
—Mi omega gruñón, estoy tan orgulloso. —murmura, dándole un beso en la mejilla, aunque el otro le intente morder por llamarle de ese modo.
—¡Esto hay que celebrarlo! —chilla Lucas, alzando las manos y lanzándose a abrazar a Marcel aún con Damián rodeándolo.
El alfa ríe cuando nota que el beta se tensa por el contacto. Realmente Marcel es un tipo rarito, tiene a su novio borracho enganchado a su brazo, pero se molesta por su mejor amigo abrazándolo. El hombre mueve sus brazos mecánicamente hasta que casi rodea a Lucas, entonces da un par de palmadas en su espalda y dice en tono monótono:
—Me alegro de que estés feliz. —hace una pausa, mirando al chico mientras aleja sus brazos, pero Lucas sigue aplastado contra él. —¿Cuánto deben durar los abrazos?
Todos estallan en carcajadas y Lucas lo suelta limpiándose una lágrima risueña. Maldito rarito, como le quiero.
—¿Bebemos para celebrarlo? —Marcel asiente con tranquilidad y Esteban suelta una especie de aullido extraño de borracho, seguramente tratando de estar a favor.
—Pero tu padre me ha dicho que no podía dejarte beber. —objeta Damián.
—¿Y vas a hacerle caso? —pregunta poniendo las manos en sus caderas y alzando una ceja con incredulidad.
—Sí. —responde el otro firmemente.
—Grr, soy un alfa. —balbucea Lucas, subido a una mesa y con una botella de cerveza medio vacía pegada a sus labios.
Marcel lo mira con párpados pesados y Esteban ríe sonoramente aplaudiendo también. Lucas se aplaude a sí mismo antes de que un hipido lo interrumpa y le provoque otro nuevo acceso de risa por lo ridículo de la situación. Damián se levanta de golpe, tomando a su pequeño novio y bajándolo de la mesa.
—Eso es peligoso. —le regaña, tambaleándose un poco.
—Peli... groso. No oso. —le corrige Lucas con voz gangosa y de nuevo teniendo un ataque de risa. Damián se rasca la cabeza, confundido. ¿Por qué hay dos Lucas? Ugh, no debería beber más.
—¿Oso? —pregunta con confusión, no recordando de lo que estaban hablando. Lucas de nuevo se carcajea de forma ruidosa y aunque suena lindo, se preocupa un poco, el omega ha bebido más de la cuenta.
—¡¿Dónde hay un oso?! —grita el beta, levantándose de nuevo por el susto pero cayendo de culo al suelo al tropezar con sus propios pies. Se queja y, olvidándose de la posible presencia de un oso en la sala, se acurruca contra su novio y refunfuña.
Marcel solo le abraza perezosamente, mirándolo con los ojos entrecerrados, tratando de discernir entre la vigilia y el sueño. Al parecer el alcohol le hace quedarse medio dormido, así que desde que ha bebido no ha dicho ni media palabra, solo se ha quedado amodorrado en una esquina, apenas moviéndose para acomodarse una vez cada media hora o así.
Lucas sigue riendo, hasta que para de golpe, llevándose una mano a la panza y mirando a Damián concentrado.
—¿Qué sucede? —pregunta el más grande.
—Uh, estoy enamorado de ti, tengo mariposas en el estómago. —le dice el chiquillo, riendo de nuevo y haciendo que su alfa se ruborice. Damián se pone tímido cuando bebe, así que quizá no es mala idea hacerle tomar de vez en cuando.
Lucas vuelve a abrazarse a su tripa y a alzar las vista con los ojos abiertos y fijos en Damián.
—Oh, oh...
—¿Qué?
—No son maripositas, es vómito. —farfulla, poniéndose una mano en la boca y sintiendo las copas de más haciendo el camino por su garganta de nuevo, solo que en un sentido en que no deberían hacerlo. —¡Voy al baño, ahora vengo! —chilla, empezando a correr.
—No debería haberle dejado beber... —Damián se queja cuando trata de seguirle pero tropieza.
Acaba cayendo al suelo y sentándose con sus dos amigos y con la vista fija en la puerta del baño; ve a Lucas entrar corriendo y suspira. Si en un rato el chico no ha salido y él tiene el suficiente equilibrio para ponerse en pie, irá a buscarlo y lo llevará a casa. Ambos necesitan un descanso y Damián está deseando dormir abrazado a su pequeño.
Tan pronto como Lucas entra un olor familiar golpea su nariz. Es un tufo que conoce, pero que ahora mismo no puede identificar, sin embargo, no le causa una buena sensación, sino que tan pronto como lo huele su cuerpo se queda clavado en el medio del baño, camuflando las arcadas con una más poderosa sensación de peligro. Entonces Lucas gira hacia donde está el lavamanos y ve a la otra única persona que hay en los baños, lo que le sorprende, pues el local tiene baños solo para omegas y el tamaño de ese tipo confiesa a gritos que es un alfa.
El omega lo mira girando sus ojos, pero no su cabeza, su cuerpo está rígido, congelado por un pánico que no comprende. El alfa está de espaldas y con la cabeza gacha, así que no ve su rostro a través del reflejo, solo una complexión fuerte y un cabello castaño y sucio que de nuevo sabe que conoce y siente que desearía no hacerlo.
—Bonita graduación. —dice el tipo con voz lenta y aguardentosa. Lucas traga saliva al notar que no es el único que anda borracho, pero sí el único que está en peligro por ello, en vez de ser un peligro. —Yo debería haber estado en ella. —añade junto a una risa irónica y rota, cortada por un ataque de tos. El tipo gruñe y cuando se ha relajado, suspira. —Pero tú lo jodiste todo. —sentencia, sonando más sobrio que antes. Su voz rasposa, pero firme, atraviesa a Lucas.
Entonces el hombre se gira, dirigiéndose hacia él. La boca del omega se abre de par en par, su cabeza se llena de recuerdos y sus ojos empiezan a lagrimear. No de nuevo... Damián, alguien, ayuda...
—Matthew... —murmura, con la boca seca.
—Mírate... —suelta con desprecio, señalando la marca en su cuello y luciendo una sonrisa burlona en sus labios. Los lame ansiosamente antes de hablar de nuevo, con los ojos casi saliéndosele de las órbitas al contemplar con tanta rabia la marca del mordisco. —Tanto ladrar y solo eres una perra dócil... dejándote morder solo para que ese alfa finja que quiere algo más de ti que solo sexo. —escupe, riendo de nuevo con desdén.
—Él me ama. —gruñe Lucas, sintiendo sus palabras ácidas en la garganta y la ira burbujeando en la boca de su estómago.
Aprieta sus puños cuando el alfa se ríe y extiende los brazos, mirando a ambos lados como mostrando el lugar.
—¿Entonces por qué no está aquí para protegerte? —pregunta, la sonrisa grabada en sus labios como si lo fuese lo único bueno que le queda en la vida.
Avanza un paso, Lucas mira la puerta detrás del tipo y vuelve sus ojos rápidamente hacia él. Está solo a unos metros, pero él está borracho. Damián está afuera, tan cerca, pero si grita no le oirá porque la música está demasiado alta, así que su única opción es salir de ahí o quedarse y dejar morir todo lo que construido durante estos años con su alfa.
Toma aire. Tú puedes Lucas, tú puedes. Damián está justo ahí, detrás de la puerta. No lo piensa y sale disparado hacia ella, pegándose a la izquierda para que el alfa no le atrape, apenas da dos pasos veloces y su corazón ya late desbocado, su vista se fija únicamente en la salida y en sus labios el amago de un grito se forma. Casi se le saltan lágrimas de alegría cuando tiene el frío poco en las manos, lo agarra tan fuerte que ni la muerde podría arrancarlo de este mundo mientras sus dedos sigan rodeando el metal con tanto ímpetu.
Ya está, lo he conseguido, lo he hecho. He ganado a un alfa, me he protegido, he... No se abre.
Lucas mira con horror como la puerta permanece estoicamente cerrada a pesar de la fuerza con la que él la atrae hacia sí mismo. Sobre su cabeza ve la sombra de una mano y nota entonces que Matthew está apoyándose en la madera, prensando la puerta para mantenerla cerrada. Estaba tan concretado en huir que no había reparado en su presencia, pero ahora puede sentir su aliento en el cuello y oler en el aire el extraño cóctel de feromonas y copas de más. El aire apesta y Lucas siente con cada inhalación que no puede respirar, como si alguien cavase su tumba y llenase con la tierra sus pulmones.
—Sacándote una carrera y obteniendo las mejores notas, apuesto a que quieres apuntar alto y conseguir un buen trabajo ¿No es así? —susurra el alfa, alejando la mano de la puerta para tomar la muñeca de Lucas.
El omega no tiene tiempo a responder o a siquiera tratar de abrir la puerta de nuevo, el hombre tira de él hacia detrás, haciéndolo caer en el suelo. Las arcadas vuelven a poseerle y se queda tumbado, luchando por respirar y mantener la comida en su lugar, pero entonces su estómago se siente como si enterrasen en él metal al rojo vivo y ve la punta del zapato de Matthew golpearlo una y otra vez, incluso cuando él le pide que pare, vomita y después trata de arrastrarse lejos.
La misma mano que lo ha tirado al suelo le toma ahora del pelo, empujándolo contra el lavamanos, como ya pasó hace unos años, cuando empezó la carrera. Recuerdos horribles vuelven a él cuando el tipo pone una mano en su espalda para mantenerlo doblado sobre la superficie y otra en su cabello, para jalarlo y obligarle a alzar el rostro hacia su reflejo. Lucas puede ver en el espejo su rostro deshecho por el llanto y la debilidad. Soy patético...
—¿Quién crees que eres? —pregunta el otro, sacudiendo su cabeza, Lucas se mira en el espejo, haciéndose la misma pregunta. —¿Crees que eres importante? ¿Qué eres querido? Solo eres un omega más, un omega al que su alfa no va a querer tocar nunca más después de esto. Eres tan... tan despreciable que nadie va a luchar por ti aunque llores, eres un omega, estás solo. Mereces estar solo.
La mano prensa hacia abajo abruptamente, golpeando su cabeza contra la superficie y dejándolo mareado e indefenso.
—No eres nadie. —dice, sonriendo, Lucas puede ver en el espejo esa cara altiva y borrosa, apenas distingue sus rasgos, pero por mucho alcohol que tenga su cuerpo siempre podrá distinguir la sonrisa de un alfa y la forma horrible en que le causa escalofríos. —No eres nadie, solo un omega. Y a los alfas eso es lo único que nos importa de vosotros.
Lucas traga saliva. Podría gritar pidiendo ayuda o tratar de moverse, podría voltearse y vomitarle encima Mathew con lo borracho que siente. Pero lo único que puede hacer es llorar porque ¿Y si tiene razón? Durante un momento él ya no es él, ni está aquí; él es su padre, abandonado por una alfa que solo quería de él morder la dulzura de su piel; él es todos sus compañeros omegas de clase, graduándose a los dieciséis con lágrimas en los ojos, viendo entre el público a sus padres, señalándolos a alfas mayores, desconocidos y con los que posiblemente las primeras palabras que intercambiasen serían un condenado ''Sí, quiero'', lleno de incertidumbre; durante un momento es él a los quince años, arañando la cara del primer tipo que le dijo un cumplido y del primer tipo que le llamó omega antes de que él mismo pudiese hacerlo.
Durante un momento Lucas es solo un omega y se siente irremediablemente diminuto. Siente que podría desaparecer en las garras de cualquier alfa y daría igual, que sería prescindible; siente que es solo carne y feromonas, una combinación de factores tan simple como una receta médica escrita para curar los deseos de los alfas. No siente que sea un chico único o un motivo inexplicable que hace que Damián sienta magia en su estómago y en su cerebro.
Solo siente que, en un mundo de alfas, él no tiene nombre ni rostro, sino una maldición: su condición de omega.
No sabe cuándo ha cerrado los ojos, pero no pretende abrirlos, se siente demasiando avergonzado como para abrirlos y ver en el espejo una cara que no reconoce, un cuerpo al servicio de quien tortura su alma. Piensa por un momento que ha perdido el conocimiento, pero cuando escucha el sonido de la bragueta bajándose traga duro y entienda que no tiene esa suerte.
Espera al dolor, a la humillación; espera que se le trate como se trata a los omegas, espera oscuridad y hundirse en ella hasta ver todo negro y perder la radiante sonrisa de su alfa de vista, espera quedarse ciego después de ver cómo es el mundo para no tener que hacerlo de nuevo; espera no recuperarse nunca de esta amargura, pasar sus días en cama y sin ver en la luz de sol más que la oscuridad horrible que le ampara, espera cerrar los ojos cada noche y no dormir, con el recuerdo de Matthew pegado en el reverso de sus párpados.
Pero recibe luz, tan radiante que le quema las retinas un momento y hace que salte, gritando. Nota un pinchazo en el brazo y relaja su cuerpo, reculando para ver qué sucede. Se confunde al ver la intravenosa pegada a su muñeca y al distinguir después sábanas blancas y la cama de hospital donde reposa. Parpadea confusamente, tratando de adecuarse a la luz, pero entonces todo sucede rápido y unos enormes brazos lo envuelven. No necesita ver la cara de su alfa, lo huele y todo su cuerpo cae rendido sobre la cama, calmado y llorando sin remedio: siente que el corazón se desborda sinceramente, de alegría, angustia y confusión.
—¿Qué ha pasado? —pregunta, rascándose la cabeza y notando la migraña punzar dentro de esta.
El alfa lo toma por las mejillas y lo hace mirarle. Luca advierte lágrimas en sus ojos, pero su expresión es severa y puede ver su boca curvándose con asco.
—No te tocó. No dejé que te tocase, Lucas, no dejé que él tocase una sola parte de ti. Soy tu alfa, nunca dejaría que nadie te tocase, nunca... pero te dejé ir solo al baño, borracho... yo... soy un horrible alfa, Luc-
Los labios del pequeño lo callan con un casto beso, cuando se separan el alfa está conteniendo aire y lágrimas y solo mira al menudo chico en la cama como si fuese algo demasiado hermoso para ser contemplado.
—No es tu culpa, tu no sabías... —empieza el omega, pero un dedo se pone en sus labios.
—Es mi culpa, como alfa sé las muchas cosas horribles que podemos hacer. Ahora, quiero que vengas un momento, la enfermera dijo que podrías andas cuando despertases. Por favor, no digas nada hasta que lleguemos.
Lucas asiente extrañado, pero obedece. Baja de la cama de un torpe salto y su alfa lo sostiene, sintiendo la piel fría bajo la bata de hospital que apenas se abraza a su cuerpo. Lucas toma la barra de metal de donde el suero que tiene conecta al brazo cuelga y empuja la base con ruedas, andando junto a Damián. El alfa lo toma fuerte de la cintura, casi levantándolo del suelo y lo lleva lentamente al pasillo, para después entrar en una de las habitaciones contiguas.
Cuando entran Lucas puede distinguir un leve aroma metalizado y siente su estómago revuelto, el hedor de la sangre hace que los omegas sientan náuseas, después de todo ellos son el origen de toda vida y la sangre derramada el inicio de toda muerte. La habitación es luminosa y solitaria, parece limpia excepto por el fuerte aroma metálico y el mareante tufo a desinfectante. Damián apoya a Lucas contra la puerta cómodamente y da un pequeño beso en su mejilla.
—Quédate aquí. —le susurra, acariciando con ternura su piel. Entonces anda lentamente hacia el centro de la pequeña habitación, donde una cortina blanca cuelga y por debajo se intuyen las patas de una cama de hospital, así como sábanas blancas como las de Lucas colgando sobre el suelo. —Lucas, no soy el mejor alfa del mundo y he dejado que casi te suceda algo horrible y aunque creas que no es mi culpa y yo crea que sí lo es, no importa. Solo importa que no es culpa tuya, que es el mundo el que está mal, no tú. Y dicen que es imposible cambiar el mundo, pero también dijiste que era imposible que no odiases a un alfa y aquí estamos... Lo que quiero decir es que... es que los alfas van a querer marcarte de por vida y después olvidarse de ti, pero yo, cueste lo que cueste, voy a hacer que nadie nunca se atreva a olvidarse de quien eres, Lucas. Nadie.
El alfa corre la cortina y Lucas se queda pálido.
Matthew luce tan horrible que por un momento Lucas se compadece y al siguiente solo quiere correr al baño a vomitar. Su cuerpo está magullado, lleno de heridas e hinchazón, de moratones que hacen que la piel parezca carbón y su cabeza está cubierta por una venda que, aunque tendría que ser blanca, poco a poco es devorada por una mancha roja que nace justo de su frente. Lucas traga saliva, entonces su alfa anda hacia él y lo abraza de nuevo. El omega no puede dejar de mirar al alfa sobre la camilla y las lágrimas se le vienen a los ojos. Siempre quise defenderme, hacer sangrar a los alfas que me hacían llorar, siempre pensé que no podría. Todo este tiempo he olvidado que no tengo por qué luchar solo.
Damián acaricia el cuello de Lucas y con apenas el contacto de las yemas de sus dedos el omega sienta la marca de Damián hormiguear, primero lo hace la cicatriz de su piel, después la sensación tórrida atraviesa la dermis y se clava en su corazón, como si Damián no necesitase un cuerpo para abrazarlo.
—No hay cargos contra mí, todo parecía una simple pelea de borrachos y nadie alegará contra un alfa que defiende a su omega, es ilegal tocar a un omega marcado; además, la herida en su cabeza... han dicho las enfermeras que fue porque se resbaló y golpeó su frente contra el lavamanos. Nadie puede demostrar que yo le tomé del pelo y lo golpeé con todas mis fuerzas. —Damián aprieta más fuerte al chico y entonces se separa un poco, viéndolo a los ojos. Ve las lágrimas y, aunque lo espera con el corazón encogido, no encuentra el miedo en estos, solo una sonrisa tierna bajo ellos. —¿Qué sientes, omega? —le pregunta.
—Seguro. Me siento seguro por primera vez en mi vida. —susurra, llevando sus dedos a la marca en su cuello.
Alfa, gracias por enseñarme a vivir sin miedo. Gracias por enseñarme a amar.
FIN
He querido darle un toque agridulce al final. Sabéis que las historias full tiernas y fluff no son lo mío (PARA NADA), así que quería que el final de la historia tampoco fuese del todo rosita y con florecitas. Matthew es un abusador, sí, pero es a la par víctima de un sistema que le permite seguir pensando y siendo así y aunque eso no es excusa, quería resaltarlo de todo modos. Que Damián termine mostrándole a Lucas lo mal que ha dejado al tipo no es solo un acto bonito, no se trata solo de que Damián haya protegido a su omega, sino que se ha ensañado con Matthew y eso es un recordatorio de que por muy bueno que sea Damián es un alfa: tiene una naturaleza violenta, sangrienta e incapaz de ser borrada. Damián podrá luchar con sus demonios tanto como quiera y ser el alfa más dulce con Lucas, el mejor novio posible para él y su primer mejor amigo, pero eso no le quita que no sea perfecto ni totalmente bueno. Porque nadie es bueno del todo y eso no significa ni que todos seamos una completa mierda y no haya esperanza ni que todo mal sea aceptable y por eso podamos hacer lo que nos venga en gana, para nada. Las personas son complicadas y por eso quería hacer un omegaverse con una moralidad complicada (no demasiado, porque también me apetecía escribir algo cute).
¿Os ha gustado la historia?
Por favor, expresad lo que sintáis en los comentarios, sin miedo, pero siempre con respeto. Agradezco muchos las críticas constructivas que me han hecho ver el potencial que muchas veces se pierde en mis historias, me esmeraré mucho más en la próxima y ojalá podáis ver los frutos de mi esfuerzo en esa historia y en las otras que acabo de actualizar.
Os quiero muchos owo
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