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Al despertar el chico se da cuenta de que es de noche de nuevo, no por un cielo estrellado, sino porque está dentro de la casa nuevamente. El vampiro no parece estar por la planta baja al menos, pero sí ha dejado trapos y una fregona para que limpie el vómito y la sangre resultantes de la paliza de anoche. No sabe dónde está su amo, pero no quiere saberlo, simplemente se pone en pie rápidamente y empieza a limpiar, temiendo que el otro se enfade si no lo hace. Llora mientras pasa el mocho por las manchas sanguinolentas, no solo porque todo su cuerpo se resiente de la noche anterior, amoratado, rasguñado y sucio de sangre, sino porque él no debería estar limpiando el estropicio como si fuese el culpable.

Realmente se está esforzando por ser un buen chico, no es siquiera una de esas mascotas rebeldes o astutas que conocen mil ardides para huir de sus tareas, sino que es dócil y trata de hacer lo que se le ordena para no ser maltratado ¿Por qué aun así Desmond le trata de ese modo horrible?

No quiere pensar que es un monstruo completamente, que no tiene sentimientos más que el deseo por herirle o la satisfacción por verle llorar y sangrar, porque si es así perderá toda esperanza.

Además, aquel vampiro que le ayudó una vez tenía la misma mirada de Desmond cuando lo pilló distraído en la sala de exposiciones, parecía tan pequeño y asustado rodeado de todos esos vampiros, como él mismo en su presencia. Y está seguro de que pese a todo lo que le teme, puede sacar de él algo capaz de amar, de compadecerse.

—¿Has terminado? —pregunta su poderosa voz.

El chico se voltea, pálido como la cal, y asiente.

—Bien, sube, debes limpiar algunas cosas más.

Asiente y corretea escaleras arriba, no quiere hacer a su propietario esperar un solo segundo, no después de sufrir su mal genio.

Una vez arriba pasan del despacho del hombre para dirigirse a la sala principal, la que tiene la puerta más grande.

Desmond empieza a abrirla y el pobre humano siente que el tiempo se detiene mientras recuerda el olor a descomposición de la otra habitación. Sudores fríos caen por su rostro y teme con toda su alma encontrarse de nuevo paredes ensangrentadas y cadáveres.

Aguanta su respiración.

El vampiro abre la puerta mostrando una enorme sala con paredes revestidas de estanterías llenas de libros. A un lado hay un gran escritorio y al otro una cómoda mesita baja y asientos donde uno podría leer cómodamente, cerca de otra chimenea, esta es más pequeña que la de abajo y no tiene nada metálico en ella, pero le trae recuerdos desagradables.

Siente su herida arder, pero niega y trata de centrarse en lo bueno, así que entra correteando hacia los libros, mirándolos con los ojos enormemente abiertos.

—¡Amo, esto es genial! Me encanta leer, cuando... hace seis años pasaba todo el día leyendo, toda la noche, incluso en los recreos estaba solo leyendo y era genial, meterte en un mundo de fantasía y vivir tantas cosas solo con letras... Oh, mi señor ¿Cuántos libros hay aquí? ¡Son cientos! ¿Los ha leído todos? ¡Pensé que no volvería a ver un libro en mi vida!

El chico parlotea a toda velocidad revoloteando por la habitación como una alegre mariposa. Sus pies parecen ingrávidos, paseándolo con lo que parece un divertido baile frente a los cientos de títulos que se amontonan ante sus ojos. Desmond los mira, tan brillantes y despreocupados, sabe que su mascota ha olvidado por unos instantes dónde está y de quien es. Y eso debería enfadarle, pero no lo hace. El humano es tan hermoso, rebosa una alegría que le resulta tan lejana y codiciada que quiere correr a abrazarlo, a pedirle, por favor, que le dé un poco más de esa cálida sensación que sus sonrisas despiertan.

Cuando se halla a sí mismo pensando en semejantes tonterías parpadea rápidamente y borra de su mente todo afecto por el humano emocionado, entonces reacciona mirándolo con los ojos bien abiertos, todavía sorprendido por su cambio de actitud y por lo rápido que le ha llenado a él la cabeza de pájaros.

El chico lo mira un segundo, de soslayo, y se detiene en seco bajando la vista y poniéndose rígido y encorvado como de costumbre, totalmente asustado.

—Pe-perdón, amo, siento hablar de más solo...

El chico profiere un pequeño gemido de angustia cuando ve la mano del vampiro alzarse hacia él, tiembla esperando lo peor y cierra sus ojos, pero la siente posarse en su cabello un momento mientras el vampiro pasa por su lado, casi como una caricia reconfortante.

—Ven, anda, te diré qué tienes que limpiar. —le dice el otro, ignorando por completo lo sucedido y volviendo a lucir igual de malo e intimidante que siempre.

El chico le sigue asintiendo, llegando al extremo de la sala donde se halla el escritorio.

—Aquí tengo mucho papeleo importante sobre la gestión de este distrito, así que aunque limpies no toques nada.

—Entonces ¿Es el rey de los vampiros? —pregunta el muchacho con curiosidad, asintiendo tras la explicación de su amo.

—No, soy el rey de este distrito y líder del clan y... ah, sucesor del del distrito contiguo. —termina en un suspiro.

El muchacho no lo entiende del todo, ser sucesor del líder suena a ser muy poderoso ¿Por qué estaría triste por serlo? Está confundido por ello y por el concepto de clan y de distrito.

—¿Líder del... distrito? —pregunta ladeando la cabeza.

El vampiro lo mira sosteniéndose el puente de la nariz y dice, hastiado:

—¿Sabes algo de cómo funciona el mundo ahora? —pregunta alzando una ceja.

—N-no demasiado, señor, fui atrapado muy temprano y las Madres Supervisoras no nos dijeron mucho sobre ello... Sé que hay vampiros más poderosos que otros por naturaleza y también por jerarquía, como los puros y los comunes, pero no entiendo muy bien cómo funciona... —admite apenado.

—Ah, no tiene caso explicártelo, eres un simple humano. —dice el otro restándole importancia con un gesto de manos. —Me iré ahora, en lo que resta de noche quiero que limpies la biblioteca y estés listo por si quiero algo de ti ¿Queda claro?

—Sí, señor. Esto... —el vampiro, camino a la salida, se voltea cuando escucha al muchacho llamarlo de nuevo y se topa con el pequeño jugando con sus dedos nerviosamente, vacilando en si hablarle o no. —si acabo pronto ¿Puedo tomar prestado un libro?

Desmond alza las cejas por la osadía de la propuesta y al recordar lo lindo que estaba el muchacho antes debe morderse la lengua para no afirmar inmediatamente, aunque eso no borra sus pensamientos de lo muy tierno que le resulta. Se dice que son solo ideas estúpidas que lo vuelven estúpido cuanto más las piensa, así que solo frunce el ceño y dice:

—Las mascotas no leen.

El chico no puede objetar nada, así que solo asiente desilusionado y escucha la puerta cerrarse tras de sí. Suspira y empieza a limpiar, resistiéndose a leer los títulos o las sinopsis de los tomos a los que quita el polvo. Le parece una tortura tener que dejar impoluta una sala tan interesante, pero aun así tras unas horas logra limpiar los estantes y rápidamente también la mesa y las sillas de la derecha y el suelo. Pasa por delante del escritorio, recordando que no debe tocarlo ni con el plumero para no desordenar nada. Al verlo de reojo nota que tiene un cajón entreabierto, así que va a cerrarlo, pero ve desde la pequeña apertura un lomo de piel desgastado.

Parece un libro como los de las estanterías y no puede ser más que eso ¿Habrá caído ahí por error mientras el limpiaba el cajón seguía abierto? Si es así, debería devolverlo a su lugar, pero no quiere tocar el escritorio. De todos modos, si el vampiro ve el libro ahí y resulta que no es sitio podría enfadarse con él.

Está nervioso, Desmond es explosivo así que no quiere cometer un error.

Al final decide que lo cogerá y verá si es una novela más y si es así la dejará junto al resto en el estante. Abre el cajón, toma el librito con las manos temblorosas y lo examina. Es delgado, pero luce algo más abultado de lo que debería por lo dobladas que están las páginas, es sin duda viejo y no tiene título ni autor en la parte frontal. Extrañado, revisa de nuevo el lomo y las tapas de piel, lisas y sin indicios de haber tenido nada escrito antes; decide abrirlo, nada, la primera página está en blanco, también la segunda, la tercera...

Las va pasando y antes de llegar a la décima halla las primeras palabras, no escritas a ordenador o a máquina, sino a mano, con la tinta algo corrida y un pulso inestable. Es una letra que parece chillar y no puede evitar sentir su pecho doler incluso antes de ponerse a leerla.

<<No sé quien eres, de qué época eres o de qué lugar provienes, pero sé que si lees esto te enfrentas al mismo y terrible destino que yo. No pretendo mentirte ni tampoco mentirme, pretendo que mis palabras te hagan sentir un poco menos solo en ese lugar donde la humanidad brilla por su ausencia.

Escribo esto desde un extraño lugar al que he sido enviado a traición por mis padres, vendido a un diablo por una bolsa de oro. No sé si llegaré al final de este año con vida, pese a que estamos en diciembre. Tengo miedo, igual que tú.>>

El chico abre enormemente la boca al leer las palabras sobre el papel, podrían ser una mentira, un trabajo de ficción muy elaborado, pero muy en el fondo de su corazón sabe que no o al menos quiere creer que no. Ignorando el hecho de que ''las mascotas no leen'' sigue, atrapado por el extraño consuelo que le ofrecen las palabras. Él sabe como se siente escribir para ayudar a alguien, por que lo hace con Todd siempre, y sabe el desespero de no recibir respuesta.

Pero es ahora cuando descubre la alegría de ser él quien recibe el mensaje, de ser quien es consolado.

<<He sido traído aquí a la fuerza por un vampiro aterrador, una bestia bebedora de sangre que quiere de mis venas lo mismo que de las tuyas. Tú y yo somos presas del mismo depredador y déjame decirte, si no lo has averiguado aún, que es mejor que te resignes a este rol.

No sé como serás tú, pero yo soy un tipo grande, más que el vampiro, he pensado que podría con él. Craso error, escribo esto ahora apoyado en mis rodillas, viendo desde aquí la hinchazón de mis tobillos, porque después de golpearme los ha torcido ambos, para asegurarse de que he aprendido la lección. Pero ¿Sabes qué? Las torturas a las que me someterá no son el motivo por el que escribo, no quiero dejar constancia de ellas ¡Ya basta evidencia es mi cuerpo destrozado! Escribo esto no solo para reconfortarme, sino para reconfortarte, seas quien seas.

No estás solo.

Hablemos de algo más bonito, seguro que necesitas distracción tanto como yo. Cuando era pequeño tenía algo parecido a esto, un diario, pero no logro recordar por qué dejé de escribirlo, ahora que vuelvo a tener el pecho lleno de dolor siento la necesidad de hacerlo de nuevo y de veras ayuda ¿Te ayuda a ti leer? Rezo por que sí, aunque no sé por qué ¿Acaso Dios escucha? No sé si eres creyente, pero si yo sigo siéndolo es por un único motivo: he conocido al diablo.

Me pregunto si este horrible vampiro será igual contigo que conmigo, espero que no. No le deseo este mal a nadie.

¿Sabes? Me ha prohibido usar mi nombre, pensé que me arrancaría la lengua... el miedo es tal que si trato de escribirlo me tiembla la mano.

Tengo miedo de olvidar quien soy, de confundirlo con lo que soy ahora: nadie, nada.>>

Esa entrada termina abruptamente, como si la escritura del chico hubiese sido interrumpida y del mismo modo termina la lectura del muchacho. Guarda el diario de vuelta donde estaba, temiendo levantar sospechas o ser pillado leyendo, y no es hasta un rato después que se da cuenta de que llora.

Quien escribió esos textos debía ser una de las anteriores presas de Desmond, una de una época lejana donde vampiros y hombres no vivían como ahora lo hacen. Eso le deja algo claro a Tomás, el autor de esas palabras está muerto. Sin embargo, es todo lo que tiene, no hay nadie más cercano a él que un hombre cuyo corazón sea ya polvo. El chico se abraza a sí mismo, tratando de calmarse, preguntándose si Todd recibirá sus cartas o si él volverá a sentir alegría alguna vez en su vida.

Sabe que no y eso no le ayuda a dejar su llanto.

Finalmente logra sosegarse para la llegada del vampiro, que al abrir la puerta y verlo parado en medio de la biblioteca le lanza una mirada extrañada. Después desvía sus ojos al resto de la habitación, paseándolos con deleite por las superficies bruñidas y el escritorio intacto.

—Bien, muchachito, has pasado la prueba. Acércate. —le ordena con una pequeña sonrisa colmilluda que más que tranquilizar, inquieta al chico.

El muchacho se acerca a paso ligero y en medio de su camino pregunta tímidamente:

—¿Qué prueba?

—Oh, cuando compro mascotas no las considero mis mascotas hasta que hacen un buen trabajo los primeros días, tú lo has hecho, a pesar de... algunos deslices. —comenta sencillamente, la piel del chico se escama cuando piensa en las horribles consecuencias que han tenido para él dichas insignificancias.

—¿Y si no hacen un buen trabajo? —pregunta el chico ya delante del vampiro, mordiéndose el labio.

El inmortal pone una mano en su barbilla, obligándolo a mirarle a los ojos. El aterrador color rojo y la prolongada pupila felina le hacen tragar saliva, pero lo que le pone más nervioso de todo son las tétricas palabras que pronuncia manteniendo la sonrisa:

—Simplemente los llevo a mi habitación y los mato como más me divierta.

El muchacho retiene la respiración y lo mira pálido, con los ojos abiertos. El vampiro ríe golpeando su hombro y dice:

—¡Tranquilo! Tú te libras de eso, por ahora. Ahora sígueme, si voy a quedarme contigo necesito saber qué clase de humano he adquirido. Los de la casa de crianza no me dieron más información que tu tipo de sangre y tu género. Venga, anda más rápido, no me hagas enfadar... Ah, bien, iremos al baño para lavar tu herida y asegurarme de que no se infecta, sería un problema si te mueres tan rápido por una estupidez así.

El chico cree que se sentirá mejor al entrar en ese ambiente que le resultó tan tranquilizador la última vez que estuvo, pero ahora que el vampiro entra tras él y cierra la puerta con pestillo no puede más que sentir su estómago revuelto y el corazón a punto de salírsele del pecho.




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