7

 Damián se despereza, apagando la alarma del móvil de un manotazo. Cuando este cae al suelo maldice por lo bajo y lo recoge, rezando por que la pantalla no esté rota. Por suerte, está intacto, pero si lo llega a romper será la tercera vez en el año en que debe repararlo; él odia romper cosas, pero al ser un alfa u fuerza y malhumor no parecen estar demasiado de acuerdo con esos deseos suyos.

Se viste para el nuevo día de clase y prepara su mochila con tranquilidad, es cuando sale de la habitación para ir a la cocina a desayunar que se da cuenta de algo: el sofá-cama está intacto y la puerta del baño sigue cerrada. Lucas ha dormido ahí toda la noche y el alfa se estremece con solo imaginar el dolor de espalda y cuello que tendrá al despertarse. En parte, se siente culpable por ello y decide que no quiere que Lucas pase malos ratos, además, le ha dicho que quiere una segunda oportunidad —si es que tuvo una primera— y duda que vaya a obtenerla si no se la gana antes, así que le prepara un batido de cacao a Lucas para que tenga algo dulce con que empezar su día. Una sonrisa se pinta en sus labios sin permiso cuando imagina al omega agradeciendo a regañadientes y bebiendo del batido, dejando un bigote de leche sobre su labio superior. Piensa que quiere molestarlo un poco y ver como se pone rojo cuando se abochorna.

Él desayuna un poco de fruta y espera en el salón con el batido entre sus manos a que Lucas despierte. Cuando escucha el pestillo del baño moverse sus sentidos se aguzan y salta del sillón, aguardándolo. Parece una bestia salvaje al acecho de su presa. Lucas asoma su cabeza por el marco de la puerta, sus cabellos revueltos y ojos adormilados le hacen lucir pueril y merecedor de ser acunado y protegido, Damián casi siente la necesidad de calmar el frío de su piel con un abrazo, pero se contiene.

—Buenos días. —le dice, sonriendo.

—Ahora son malos. —responde el omega, pasando de largo después de mirarlo mal. Damián se gira, encontrándose al chico vistiéndose con prisas.

No quiere que se marche de ahí, sabe que cuando salga por esa puerta hablarle será todavía más difícil, sino imposible. Y él quiere hablarle, ser su amigo, enseñarle lo que es un alfa verdadero, enseñarle lo que un alfa puede hac... No. Damián sacude la cabeza, confundido por las ideas que vienen a su mente y para las que sabe que todavía es muy pronto.

—No seas un amargado, ven, te he hecho un batido ¿Tienes hambre? —pregunta, tendiéndole el vaso.

Lucas lo mira como si hubiese echado entrañas en el recipiente y termina de vestirse antes de encaminarse hacia la puerta.

—Soy intolerante. —declara, rematando la frase con un portazo.

—Y un borde... —termina Damián, aprovechando que el otro no puede oírle.

Resoplando, guarda el batido en la nevera y se rasca la cabeza pensando en qué hacer para acercarse a ese pequeño chico que sale corriendo de él cada vez que lo intenta, como un pequeño animalito. Entonces unos toques en la puerta interrumpen sus pensamientos y corre hacia la entrada, esperando que sea Lucas. Cuando abre la puerta y vislumbra a su mejor amigo, se siente un bobo por esperar una cosa diferente.

—¿Vamos a la cafetería? —pregunta Esteban. Damián tuerce la boca y siente el tenue aroma del omega desvanecerse por el pasillo.

—Es que quería ir a solas con el omega. —le confiesa, rascándose la nuca y tratando de poner una mueca amable, aunque es obvia su incomodidad.

Su amigo chasquea la lengua y se cruza de brazos al escuchar eso.

—¿En serio? ¿Me cambias por esa puta?

—¿Puta? —pregunta una voz demandante y seria.

Ambos se voltean para observar al beta cerrando la puerta de su piso con llave. Justo a tiempo.

—Sí, eso es lo que es ¿Algún problema? —lo encara el alfa. Su cuerpo pequeño, pero fuerte, se acerca al del beta, pero este no luce intimidado.

Las miradas de ambos chocan y pese a la expresión ecuánime de Marcel, sus ojos echan chispas. Lo que más miedo da de su enfado es que no parece que realmente esté enfadado. Se está contendiendo y en algún momento tendrá que estallar.

—¿Sabéis que? —interrumpe Damián, empujando a ambos un poco hacia dentro de su casa. Confusos, se dejan hacer mientras esperan una explicación. —Si tenéis algo que hablar ¡es el momento perfecto! Mientras, me voy con Lucas ¡Suerte! —exclama, antes de cerrar la puerta con fuerza.

Ambos se abalanzan hacia el pomo y puede escuchar a su amigo gruñir cuando echa la llave, dejándolos atrapados.

—¡Serás hijo de perra! —brama Esteban desde el otro lado de la puerta. La madera tiembla cuando la aporrea, pero Damián ya está al final del pasillo, así que finge no darse cuenta.

El alfa baja rápidamente a la cafetería, buscando entre las mesas al pequeño omega que sabe que debe estar esperando por alguien que no es él. No le cuesta apenas un par de minutos hallar su olor y buscar el origen como un perro rastreador. Cuando lo ve, sentado solo y mirando su teléfono con desinterés, le parece la cosa más bonita que ha visto nunca. Tiene sus mejillas algo infladas y está aburrido, a nada de hacer un puchero con sus tiernos y finos labios; si lo hace no puede prometerse no intentar morderlos, es algo fuera de su alcance.

—Hola. —saluda el alfa de nuevo, sentándose a su lado. El chico alza la mirada, suspira y vuelve a bajarla de golpe. Entonces da un largo sorbo al vaso que tiene al lado. Es un batido de cacao. —¿No eras intolerante?

—A ti, no a la lactosa. —asesta la puñalada, frunciendo el ceño. Entonces da otro largo trago, demasiado irónico.

El alfa estalla en carcajadas, dejándolo ojiplático. Él está acostumbrado que le miren con asco después de decir esa clase de cosas.

—Eres muy recurrente, si solo fueras igual de amable... De todos modos, ya te dije, quiero ser tu amigo, así que ves al médico y que te rece algo para la intolerancia porque vas a tener cerca. —muy cerca... trata de calmar a su lobo cuando el otro desvía la mirada, algo atosigado por esa extraña insistencia.

—Si quieres intentar ser mi amigo, adelante. Te cansarás de insistir, como todos. —dice con simpleza, pero Damián siendo algo de tristeza en esas palabras.

—No me voy a cansar de esa carita tan linda.

—Cállate ya. —responde el omega, el sonrojo sube a su rostro, haciendo que Damián ría. Él sabe reaccionar más a que le llamen puta que a que le llamen bonito, así que esto acaba de tomarlo totalmente por sorpresa.

El lobo dentro suyo ronronea por el cumplido, pero se niega a aceptarlo. Un cumplido nunca es desinteresado y él no piensa darle a un alfa lo que quiere. Siempre quieren lo mismo.

—Mierda, puto Marcel, llega tarde y no responde. —gruñe, tecleando furiosamente en su teléfono.

—Oh, lo he encerrado en el piso con Esteban. No quería que nos molestasen.

Lucas deja su móvil, alzando la vista para mirarlo como si se hubiese vuelto loco. El azul de sus iris lo acusa cruelmente y el alfa solo lo mira con indiferencia.

—¿Tan malo es quedarte a solas conmigo? —pregunta el alfa con tono dulzón, se inclina un poco sobre la mesa, acercándose a Lucas.

—Lo fue en los vestuarios. —responde con saña; el otro se retira, dolido, pero trata de disimularlo con una sonrisa leve.

—Lo siento por eso... de todos modos, no entiendo por qué odias a los alfas. ¿Tan malo es tener un alfa en tu vida? ¿Prefieres morir solo? —pregunta sinceramente, mirándolo con curiosidad. El verde sus ojos reluce con las preguntas y Lucas lo mira a los ojos intensamente, como si le estuviera mirando por primera vez.

Su rostro se endurece y parece haber vivido mucho más de lo que su edad amerita; tiene el ceño fruncido aún, pero el gesto es diferente: más real, más dolido. Ya no es una máscara, Lucas está dejando salir un pequeño pedazo de él, aunque solo sea durante un momento.

—Con o sin alfa, los omegas morimos solos y prefiero hacerlo sin una mordida horrible en mi cuello; eso es lo único que los alfas podéis aportar. —brama, sus ojos opacos y el dolor tangente detrás de ellos. Damián traga saliva, él sabe que no es así, pero cuando lo escucha de los labios de Lucas, podría convencerse de que es cierto, hay tanta convicción en sus palabras...

—Entonces yo te aportaré otras cosas para que no puedas seguir diciendo eso. —le sonríe, Lucas parece aturdido por ello y solo se echa atrás en su asiento, evitando la mirada del alfa. Es tan amable que teme caer.

—Sí, ya me estás dando dolores de cabeza. —se queja. Entonces mira la hora en su teléfono y añade: —deberíamos ir a separar a Marcel y a tu amigo; es un beta algo... dominante. No creo que quieras que nuestra casa se convierta en una escena del crimen, así que mejor que nos demos prisa.

—Claro. —asiente, levantándose. No estaría preocupado normalmente, pero ese beta tiene un aura extraña que le hace desconfiar y admirarlo un poco. —Por cierto, gracias por dejarme intentar ser tu amigo, omega bonito.

—¿No te he dicho antes que te callases?

Y Damián vuelve a no hacerle caso, riéndose con ganas. Lucas es realmente adorable cuando se avergüenza y molesta. Quiere darle más cumplidos para ver cuán rojas pueden ponerse sus mejillas. De hecho, observa como el color aparece y desaparece en ellas durante el camino, el rubor vuelve cuando Lucas se voltea y lo pilla mirándolo con esa sonrisa cálida. Suficientemente cálida como para derretir unas palabras frías. Cuando llegan a la habitación, Damián deja de prestarle atención a su objetivo y se centra en los gritos y protestas que vienen del otro lado de la puerta, todos esos sonidos siendo entonados por la voz familiar de Esteban.


Comentarios