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—Bien, desnúdate.

La orden sube por el cuerpo del muchacho como un terrible escalofrío. Se paraliza, pero sabe que no puede permitírselo, tiene que moverse, actuar, acatar cada orden tan rápido como se pronuncian.

Lleva las manos a los pocos botones que quedan por la parte central de su pijama de satín, se dice a sí mismo que será fácil, solo debe desabrocharlos y dejar caer la prenda, no tiene siquiera que retirar ropa interior o complementos porque no lleva. Él está acostumbrado a desnudarse metódicamente para que las Madres Supervisoras lo duchen, entonces ¿Por qué ahora es diferente? Siente que no podrá hacer algo que lleva haciendo desde hace seis años y todo es por la presencia de Desmond.

Su mirada roja hace que pese su piel, su ropa y hasta el aire, apenas puede respirarlo o levantar sus manos.

—¿Estás sordo? —pregunta de repente, sacándolo de su ensimismamiento con un bofetón.

El chico se queja por ello y lloriquea un poco, el golpe ha sido doloroso y su mejilla punza y palpita, pero sabe que ese tipo puede hacerle cosas peores. Vacilando un poco logra lleva las manos a los botones anudados y, uno por uno, empieza a desabrocharlos con una torpeza que exaspera al vampiro. Lo sabe porque lo escucha suspirar de impaciencia y eso lo pone considerablemente nervioso, haciendo que sus manos tiemblen todavía más.

Cuando termina se voltea tratando de no parecer muy obvio, dándole la espalda al vampiro para que no vea sus intimidades, pero el hombre entonces lo rodea con las manos a la espalda, el paso lento, sonoro como un segundero, y la mirada fija en su cuerpo que lentamente se revela.

Termina por deslizar fuera de su cuerpo la prenda y en sus manos la dobla y se la entrega al vampiro, que solo la toma con brusquedad y la lanza al baúl del fondo del baño, desbaratándola. El chico da un bote y el vampiro lo coge de la muñeca para acercarlo a sí.

—Quédate quieto, tengo que examinar que no tengas desperfectos. —gruñe dando otro fuerte tirón que hace al muchacho temer por su brazo.

Asiente dócilmente, quedando de pie frente al tipo que se arrodilla para estar a la altura de su cuerpo y escrutarlo. Primero solo lo mira con una intensidad que hace al humano cerrar los ojos, después usa sus manos. El chico grita cuando nota el primer contacto, en su mejilla, entonces abre los ojos y ve a Desmond apartándose el cabello rubio del rostro con una mano y sosteniéndolo con la otra; lo ve con total concentración, como si quisiera memorizar sus rasgos. Moldea el rostro del chico en la palma de su mano, pasándola suavemente por la frente, después sus pómulos, sosteniendo casi con ternura la mejilla, haciéndolo voltear el rostro para pasar un dedo por el perfil. Toca con la yema la pequeña y respingona nariz, después el contorno de sus labios delgados, la suave barbilla y se pierde en el cuello, separándose en ese momento.

El chico deja ir una pequeña risa contenido y dice:

—Me hace cosquillas, amo.

El vampiro aparta rápidamente la mirada de sus ojos miel cuando lo ve sonreír de ese modo tan tierno. De repente se siente entre emocionado y molesto, así que decide no responder. Sigue examinándolo, desde su cabello desaliñado y castaño, pasando por los grandes ojos, la nariz y la boca descolorida. Le gusta su cara, no tiene dudas de que tiene una mascota de rostro hermoso, no muy exótico, pero sí muy simétrico y con las facciones levemente redondeadas, dándole un aspecto muy adorable.

Se muerde la lengua ¿Por qué no para de pensar que es tierno?

Piensa en sus anteriores mascotas, ha tenido muchas y algunas de ellas cientos de veces más bonitas que ese chico, podría pensar rápidamente en un hombre atlético y ruso del que una vez gozó o de una señorita voluminosa, de contornos faciales afilados que tembló al matar por lo bella que era. Todas sus mascotas han sido bonitas, él no desea nada que no le de placer ya a primera vista, pero ese muchacho se le antoja diferente.

Más que su cara, es su expresión. Tan dulce e inocente, nadie nunca le ha mirado de ese modo amable, desposeído de rencor u odio, nadie nunca le ha mirado como si fuese otro humano.

Ah, pero eso le molesta ¿Por qué querría ser un igual si es superior? Ese chiquillo debería estar llorando ante su presencia, no riendo.

Desmond abandona esos confusos pensamientos, tiene mucho más en lo que centrarse como para andar dándole vueltas a semejante tontería. Después del rostro pasa al cuerpo, empieza por el cuello, lo rodea con ambas manos sin aplicar presión y siente el pulso del chico acelerarse en su yugular. Es de articulaciones pequeñas, como hechas a medida. Sonríe pensando que es un perfecto muñeco.

<<Uno que romperé>>

Pasa después a sostener los hombros del chico, menudos. Nota los huesos sobresalir hasta el punto que le resulta algo incómodo tocarlo. Sigue, deslizando las manos por el pecho, pasando lentamente por sus pezones y observando una reacción asustada. Su abdomen es llano también, con las costillas demasiado marcadas para su gusto y una curva cintura que se estrecha sin exagerar. Es suficientemente delicado, pero no por ello parece un niño más que un hombre y a su vez tiene un toque femenino levísimo que tampoco permite confundirlo con una mujer, aunque le suma un extraño encanto.

Sostiene entonces sus caderas, por el momento no ha hallado ninguna imperfección más que pequeñas cicatrices posiblemente de su infancia, pero no le molestan, apenas son un par de muescas de su piel que no se notan si no las buscas.

El chico gime bajito por el dolor y entonces se excusa.

—Pe-perdón, aún me duele el cuerpo por... lo del otro día. —susurra, no queriendo recordarlo.

—Apenas tienes algún corte y un par de moratones —responde el otro, restándole importancia. —, tendrás algo mucho peor si vuelves a desobedecer. —dicho eso sonríe al ver la intimidad del chico, tiene un tamaño normal, una flacidez inocente y un color sonrosado que le gusta. —Tu cuerpo es hermoso. —susurra, apretando los muslos en sus manos.

Son delgados, pero suficientemente carnosos para agarrarlos con fuerza. Pone una mano en su cadera, la otra en la espalda y lo mueve, haciéndolo voltearse.

—Gracias, señor, usted también es hermoso.

Desmond ríe, el comentario le ha pillado por sorpresa y es que no entiende por qué alguien le diría algo así. Él sabe que es atractivo, lo sabe de sobra, pero ¿Un humano halagándole en vez de insultándole? Debe haber perdido la cabeza.

Niega sonriendo, pensando que ese muchacho es de lo que no hay.

—No seas zalamero —le responde con una amabilidad que sorprende al chico. —, además, todavía no has podido verme bien. —ese comentario, así como el tono oscuro en que es dicho, desconcierta un poco al chico.

Sin embargo, tampoco tiene tiempo de pensar en ello, el vampiro recorre su espalda con las manos, sorteando la quemadura, y le aprieta el culo después con una de ellas, sorprendiéndolo. El hombre ríe cálidamente en su oreja cuando lo siente dar un repullo.

—Tiene las manos frías, señor —dice el otro de la nada, casi tartamudeando. Su incomodidad es palpable y, para su mala suerte, es charlatán cuando se siente nervioso.

—Si sigo tocando tu piel se calentarán —dice el otro distraídamente, siguiendo con su tarea de amasar el trasero del muchacho entre sus dedos.

—Señor... ¿Para qué necesita examinar mi cuerpo?

—Porque los esclavos bonitos sirven para más propósitos. —responde sonriendo y poniéndose en pie tras él mientras sigue tocándolo, solo que ahora una de sus manos acaricia el abdomen del chico, no con su palma de forma relajante, sino trazando círculos con una de sus afiladas uñas.

Al chico se le eriza la piel.

—¿Qué propósitos? —pregunta inocentemente.

—Lo entenderás cuando te use para ellos, no molestes con tus preguntas.

—Perdón... —murmura, notando que al espetar lo anterior, el vampiro lo aprieta de forma más brusca contra él, enrojeciendo su piel dolorosamente, antes de soltarlo.

—Ahora llena la bañera. —ordena señalando la tina al fondo.

El chico asiente y se aleja de él aliviado por la distancia que los separa ahora. Enciende el grifo y suspira notando el agua caliente caer sobre su mano, agradece no necesitar regular la temperatura y simplemente pone el tapón mientras respira pausadamente. Se apoya en el borde de la bañera y observa el nivel del agua crecer mientras trata de ignorar que el vampiro está detrás suyo, esperando a ver como se enjabona y se aclara. La idea le da escalofríos.

De la nada, la enorme sombra de Desmond aparece detrás suyo y nota que una mano le agarra fuerte del cabello y le obliga a mirar su reflejo distorsionado en el agua. Se asusta y trata de zafarse, pero el vampiro le toma más fuerte todavía por el cabello, obligándolo a quedarse quieto encarando al agua. Cierra el grito, se agacha a la altura del oído del chico y dice:

—Ahora te haré unas preguntas y si noto que estás tratando de mentirme por la razón que sea, entonces haré esto.

Hunde su cabeza con violencia en el agua antes de que el chico pueda siquiera tomar un respiro y lo sostiene con facilidad bajo esta mientras el pobre intenta luchar por su vida. Lo manotea como puede, terminando con ambas manos atrapadas a su espalda por unos largos dedos, patea, resbalándose hasta quedar de rodillas ante su tumba de agua. Las burbujas estallan silenciosamente mientras él expira mil gritos en ellas y de un momento se queda sin. La marea se calma, su cuerpo se queda quieto y respira agua, convencido de que va a morir.

Entonces el vampiro lo saca de golpe, aplastando su abdomen contra el filo de la bañera y haciéndole escupir toda el agua que ha tragado a violentos borbotones. El chico chilla, quedándose sin aliento, llora y abre los ojos dándose cuenta de que sigue vivo. La desesperación lo embarga y se sostiene el pecho con fuerza, respirando mientras el otro lo agarra todavía del pelo.

—N-no mentiré, a-amo, lo prometo... lo prometo... —dice con un hilillo de voz. —por favor, no más...

El vampiro sonríe y lo levanta del pelo, metiéndolo con poco cuidado en la bañera y diciendo:

—Así de obediente te quiero siempre.

El muchacho asiente y se abraza a sí mismo en un intento por tranquilizarse mientras el otro va a por el baúl donde se hallan los pijamas de satín, lo arrastra hasta dejarlo en frente de la bañera y se sienta cómodamente sobre la tapa para observar a su mascota.

—Bien ¿Hay algo que puedas decirme de ti que debería interesarme como tu propietario?

—Uh... Bueno, no estoy seguro. —murmura el chico, tomando el bote de champú que el vampiro le tiende. Nota que es exactamente el mismo que usó la última vez. —¡Oh! No me he presentado, amo, soy Tomás, aunque siempre en clase me llamaban Tom, así que puedes llamarme así si quie-

—¿Llamarte? Aquí no tienes derecho a tener un nombre más que mascota. —reprende severamente el vampiro.

Tom asiente con pesar, recordando lo que leyó en esa carta. Entonces todo el cuerpo se le congela de terror al recordar por completo las palabras, mira al vampiro, que espera que diga algo más y no nota que vaya a hacerle nada, así que se relaja un poco, pensando que quizá es más blando con él que con el autor de ese tortuoso diario.

El castaño simplemente quiere dejar ese juego extraño de las preguntas que el vampiro no dice y las respuestas que él no puede adivinar, así que toma la tarea de bañarse con presteza, deseando estar por fin limpio y alejado de Desmond.

—Frota tu cuerpo despacio, no quiero que tengas prisa. —pide, deleitándose con el espectáculo de las delicadas manos humanas enjabonando el cuerpo que él mismo ha llenado de moratones. —Terminarás cuando yo lo diga.

—Sí, señor. —murmura el otro débilmente, resignándose.

El vampiro se queda unos minutos embobado, observando como el chico frota su piel con movimiento circulares suaves, cariñosos, parece que no solo esté aseándose, sino también mimándose como para darse consuelo. Con esas manos tan pequeñas y esas yemas tan suaves Desmond se pregunta como se sentirán las caricias del humano, pero acto seguido se repugna por sus propios pensamientos ¿Un humano acariciando a un vampiro?

Él, incluso después de convertido, se arrodillaba ante Morien, implorando por acariciarlo.

Niega de nuevo, tampoco quiere pensar en esas cosas y llevaba varios meses sin hacerlo, así que prefiere no empezar ahora.

—Dime ¿Cuál es tu edad?

Tom se muerde el labio y titubea antes de hablar.

—Tenía doce cuando la guerra estalló y si las Madres Supervisoras no me han mentido han pasado seis años desde que fui capturado. Debo... debo tener dieciocho. —confiesa con el ceño fruncido y la preocupación en el rostro, entonces suelta una risa irónica y añade: —Nunca me había dado cuenta de lo difícil que es recordar tu edad hasta que dejé de poder celebrar mi cumpleaños... Creo que es en septiembre, el ¿Veinte? Dios, ni siquiera puedo recordarlo bien ya...

—Eres joven, pero estás bien desarrollado así que supongo que no has tenido ninguna malnutrición severa —comenta el vampiro mirándolo de arriba debajo de nuevo, recordándole cuan expuesto está. —, sí, han pasado seis años. Ah, debiste cumplir los dieciocho hará menos seis de meses.

—Oh, gracias por decírmelo... en la casa de crianza nunca me dijeron el mes en el que estábamos y al final perdí la cuenta.

Desmond lo mira fijamente unos segundos, sin responder, muerde su labio con uno de los colmillos y por un instante Tom cree ver en su mirada lo mismo que vio en la sala de exposiciones. Sin embargo, la quimera de humanidad se desvanece rápido, dejándole solo con la duda de si realmente ha visto algo.

—Y dime ¿Tienes algunas enfermedades, alergias o lesiones? No puedo permitirme una mascota estropeada, si quieres ser mío deberás aguantar mucho.

—No, señor —responde con cierta preocupación. —, hasta donde yo sé estoy sano. Aunque siempre me siento hambriento y algo débil.

—Llamaré a Víctor, por si acaso.

—¿Víctor?

—Víctor es parte de mi clan, no un súbdito usual, claro está, es mi ¿Cómo se llamaría esto en tu mundo? Mi guardaespaldas, al ser el líder del clan necesito uno. El caso es que él fue médico cuando era humano y sigue amando su profesión, así que creo que le llamaré para que te eche un vistazo.

—D-de acuerdo, gracias. —responde pensando en el tal Víctor. Suena como una persona interesante y como un alma caritativa, sin embargo ¿Acaso puede esperar algo bueno? Desde que llegó a casa de Desmond y pese a sus buenas intenciones con el vampiro no ha recibido más que dolor, así que se dice que no debería hacerse ilusiones.

—¿Has tenido sexo alguna vez? —pregunta abruptamente.

—¿Q-qué? —inquiere el chico abriendo los ojos de par en par.

—Te pregunto si has follado alguna vez.

Tomás traga saliva y procesa la pregunta de nuevo.

—No... —murmura avergonzado, entonces sube la mirada hacia Desmond con sus ojos reluciendo de curiosidad y añade: —¿Entonces es cierto que la sangre de los vírgenes sabe distinta? Pensé que solo era un mito.

—Y solo es un mito. —responde el vampiro rodando los ojos. —Entonces ¿Jamás has tenido pareja?

—Creo que me gustó una chica cuando tenía diez años, pero eso es todo, nunca tuve novia.

—¿Y novio?

—¿Los chicos pueden ser novios entre ellos? —pregunta sorprendido y llevándose una mano a la boca.

El vampiro solo asiente de forma vaga y él se queda pensativo un rato mientras sigue frotando de forma automática.

Nunca pensó en algo como eso, así que nunca le preguntó a sus padres sobre ello. Intuye que quizá su profesora de educación sexual iba a explicarle algo sobre las relaciones entre chicos, pero no puede saberlo; iba a hacer esa asignatura en la secundaria, pero la guerra destruyó su mundo antes de que algo así pudiese suceder.

Tom piensa en clase, no solo en sus compañeros, también en los profesores, los libros, los recreos. Hecha tanto de menos esa época, quiere seguir aprendiendo, conversando a la hora del almuerzo con sus amigos sobre la serie que vio el otro día o quejándose por tener demasiados deberes de biología. Quiere volver a ser un niño normal, con una vida normal.

—Date la vuelta, tienes que limpiar la quemadura.

Tom obedece y una pequeña sonrisa se forma en los labios del rubio al ver la piel malherida, quemada, que forma sus iniciales. El hermoso sentimiento de propiedad que crece dentro de él le hace querer alargar los dedos hacia la pústula y acariciar la sensible y descarnada zona, pero se contiene. Se limita a leer, en la piel del chico, no dos simples letras sino un mayúsculo ''mío''.

—Amo, me duele demasiado como para frotar ahí. —confiesa el chico entre temblores, sabe que de no hacerlo la herida podría infectarse, per tiene demasiado miedo de siquiera intentarlo.

El hombre se levanta y lo toma por los hombros haciendo que se coloque en cuatro en la bañera, apoyándose en el borde de esta y exponiendo a las crueles manos de la criatura su espalda herida.

El hombre alcanza una esponja y, para el horror de Tom, la dirige a la quemadura.

—A-amo, no puedo...

—Me da igual. Cuando yo digo algo, se hace y punto.

Sin embargo, al ver a Tom temblando de terror y llorando con solo sentir la esponja rozar su piel, Desmond suspira y trata de limpiar la herida suavemente. Piensa en el chico hace unos minutos, preguntándole sobre homosexualidad y entiende entonces que pese a su mayoría de edad, Tom es aún solo un niño. Solo ha vivido hasta los doce años, el resto del tiempo ha estado en un oscuro lugar, un limbo gris donde simplemente veía el tiempo pasar.

Posiblemente el chico no ha tenido ninguna de las experiencias propias de un adolescente, no ha jugado con el mundo que lo rodea o la carne que lo envuelve, no ha explorado, vivido aventuras o aprendido gracias a errores. Solo se ha quedado quieto en una tétrica cama con la curiosidad ahogándose.

Desmond sabe lo horrible que es vivir algo así, sin embargo, sabe también que es el destino de los débiles.

<<¿Por qué estoy compadeciéndome? No soy una presa, no necesito esa estúpida empatía tan propia de los humanos como su vulnerabilidad.>>

—Bien, creo que es suficiente. —murmura, dejando caer la esponja ensangrentada en el agua.

Tom se yergue dejando al descubierto sus labios rojos como cerezas de tanto mordérselos.

—Toma, sécate. —dice lanzándole una toalla con la que el chico se tapa el cuerpo agradecidamente. Después el vampiro le alarga otro pijama limpio, idéntico al anterior, y espera de pie a que el chico termine de secarse y vestirse.

—Señor —lo llama mientras se abotona solo la parte media del pijama, dejando al descubierto clavículas y muslos que el vampiro quiere marcar, pero que por alguna razón le parecen tan candorosos que se resiste a ello. —¿Podré comer y beber hoy? Empiezo a estar mareado y realmente estoy sediento...

—Acompáñame.

Y Tom lo sigue como siempre, llegando a la cocina. Se arrodilla frente a la entrada, como Desmond de le ha enseñado a base de violencia, y espera pacientemente con la boca seca y el estómago rugiendo. Incluso en la bañera estaba muriendo por la tentación de sumergir la cara y beber el agua caliente con jabón.

Desmond vuelve a sus pies, arrojando los tarros de comida para perros y sosteniendo, bajo el brazo, una botella de agua y en la mano un bocadillo envasado. Deja el bocadillo en la mesa y su mascota se clava las uñas en las manos de tanto apretar los puños, algo de pan y un vaso de agua al día -con suerte- es lo poco que recibe ahí y sabe que no precisamente lo necesario, así que cada vez que ve comida siente que enloquece, que se convertirá en el perro que su amo le dice que es y se lanzará a la mesa lamiendo hasta las últimas migajas. Pero no lo hace, mantiene la calma recordando que ahí mismo recibió una paliza, no quiere vivirlo de nuevo.

Escucha el chasquido de la botella al destaparse.

—Ven, te has portado muy bien, quiero seguir poniendo a prueba tu obediencia. ¿Qué es lo que deseas más, comer o beber?

—¡Beber, señor! Siento moriré de sed... —confiesa el chico con un chillido agudo y haciendo el amago de alzar los brazos para coger la botella.

—Abre la boca. —pide, a lo que el chico separa sus labios no sin vacile. Su corazón se acelera de alegría cuando ve al hombre derramar el agua directamente hacia sus belfos, pero antes de que llegue a probar su frescor añade: —No bebas nada o voy a darte una paliza.

Tom se queda petrificado, un chorro de agua fresca le llena la boca y el la cierra, con el deseo de tragar recorriéndole toda la lengua, el paladar, las encías húmedas. Su boca está a rebosar de agua, su garganta se siente tan seca como el papel de lija y el rostro se le empapa de sudor mientras trata de resistir.

Por primera vez Tom piensa en desobedecer, se dice que si da un pequeño y lento trago el vampiro no lo notará, pero entonces este parece conocer en qué piensa y alarga un par de sus dedos hasta ponerlos en la nuez del chico, asegurándose de que no se mueve ni un milímetro.

—¿Sabes cuan sedientos estamos los vampiros incluso después de beber sangre? —pregunta; una pequeña sonrisa se forma en su rostro por el sufrimiento del chico, pero, en su mirada, Tom advierte un brillo de tristeza. —Debes estar rezando por que te deje beber esa preciada agua que tienes en tu boca ¿Cierto? Para nosotros es incluso peor, sería tan fácil matarte ahora, beberme toda tu sangre y no solo sería fácil, sino deseable. Lo deseo, pequeño humano, más que a nada y con más intensidad que nada que haya sentido antes; la sed de sangre es lo más intenso que un vampiro sentirá jamás, sobre todo uno semi puro. Cada segundo que paso cerca de ti es lo mismo, mi cabeza no para de mostrarme una y otra y otra vez lo dulces que serían tus gritos, lo hermoso que te verías con el perfil pintado de rojo, el cuello abierto en una gran herida y la sangre chorreándote por toda la piel hasta que ya no se vea tu palidez. Serías tan bello, tan apetitoso, como una flor triste y deshojada, los pétalos rojos llenándolo todo, ah, pero tú jamás entenderás lo duro que es combatir este deseo e intentar ser un hombre cuando en el fondo eres una bestia.

El vampiro ríe estridentemente, llevándose una mano a la cabeza, la apoya suavemente, después entierra los dedos en el pelo rubio, como queriendo estirarlo. Tom no puede ver en sus ojos ya a un humano ni a un vampiro, solo una vorágine roja desesperada. Un huracán que amenaza con destruirlo todo, pero entonces parpadea y ahí está de nuevo: ese contradictorio rojo frío.

—Escupe el agua. —ordena con voz robótica, señalando el cuenco de perro.

Tom gime ante la petición y aunque le tiemblan los labios y su cuerpo entero le suplica que trague a pesar de las horribles consecuencias, no lo hace, solo escupe y llora sobre el agua derramada.

El vampiro pisa su rostro, hundiéndolo en cuenco, derramando la mayoría del líquido. Tomás sabe que sigue sin tener permiso para beber, así que solo cierra los ojos y trata de pensar en otras cosas incluso si siente que morirá.

—Pero ¿Qué vas a entender tú? Solo eres un despreciable humano, no eres nada. Y yo... yo soy tu Dios, ni siquiera debería sentir la más mínima preocupación por algo insignificante como tú. —murmura entre dientes, con ira contenida.

Se aleja de él, poniéndose en pie, tira el bocadillo al suelo mojado y abandona la sala con pasos tranquilos, diciendo antes de irse:

—Come y bebe, mascota.

Tom se siente horriblemente humillado con la última palabra, pero mientras lame el agua del suelo y come pan húmedo casi como un cerdo se pregunta si el vampiro dice alguna mentira. Él ya no es nada más que un perro.



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