—¡Vuelve... vuelve a decir eso y juro que partiré tu estúpida cara sin expresión! ¡Dios, voy a romperte los dientes como digas eso una vez más!
—Calma, calma ¿Qué pasa? —pregunta Damián entrando rápidamente en la casa.
El beta está calmado, parado en medio del salón con los brazos cruzados sobre el pecho y un semblante tranquilo. Su amigo, sin embargo, está todo agotado, acalorado y con los puños cerrados como si realmente fuera a pelearse con ese tipo pacífico. Esteban mira al alfa con urgencia, sus ojos parecen hallar en él un salvador y tan pronto como lo ve ignora al omega y al beta; se dirige hacia él y lo toma del brazo, Damián nota en el tacto el ardor de su piel y lo acelerado que tiene el pulso.
—Vámonos, sácame de aquí. No quiero verle. —impetra, sus ojos están húmedos y tira de él con desesperación hacia la puerta.
Damián se congela al verlo así y traga saliva, asintiendo y siguiéndolo, sin siquiera despedirse de los demás. Sabe que su amigo es temperamental, pero jamás le había visto tan conmocionado y le choca saber que eso lo han logrado veinte minutos a solas con un simple beta. Con un beta que parece estar fresco como una rosa después de lo que quiera que haya pasado. Las clases empiezan en diez minutos, pero sabe que su amigo necesita saltárselas y hablar de lo sucedido, así que lo lleva a la biblioteca; en las salas de estudio nadie entrará a molestar, al verlos juntos la gente pensará que están haciendo un trabajo grupa, así que tendrán suficiente intimidad para hablar de lo sucedido.
Una vez ahí, Esteban se siente frente a su amigo y lo mira a los ojos, quedándose mudo durante unos instantes, como si estuviese buscando las palabras adecuadas para decirle una terrible noticia. El alfa muerde el interior de su boca, su lengua y sus labios, nervioso por saber qué está perturbando tanto a su amigo.
—Lo sabe. —suelta de repente. Damián lo mira con extrañeza, entonces su amigo curva la boca en un visaje de angustia y, con voz rota, añade: —Ese beta de mierda lo sabe. —lo siguiente que escucha con sus sollozos, aunque no logra ver ni una sola lágrima.
Esteban se cubre el rostro con las mangas y seca sus ojos aprisa. Damián alza una mano para tratar de ponerla en su hombro y consolarlo, pero es apartado. Después Esteban lo mira con arrepentimiento y los ojos rojos. Se comporta como un cretino cuando llora, ambos lo saben, él odia llorar, se siente débil, pequeño y humillado, así que las muestras de compasión no ayudan. Damián traza una disculpa con los labios, pero el más pequeño niega, entonces intenta abrir la boca para añadir algo, pero de ella solo sale un sollozo otra vez. En ese momento sí que permite que su amigo le ponga las manos en los hombros, tratando de animarlo.
—Esteban, tranquilízate ¿Qué sabe? —pregunta, hablando despacio. Su amigo no tiene el valor de mirarle con los ojos llorosos, pero mira a un lado y trata de responderle, aunque le tiembla la voz.
—Él debe haber estado trabajando para una farmacéutica o algo... no sé, él sabe distinguir el olor de las feromonas de alfa de verdad del de las sintéticas. Sabe... sabe que no soy un alfa... —lo mira a los ojos en el instante crítico en que las lágrimas pesan demasiado sobre el filo del ojo y empiezan a caer.
Muerde su labio, apretando fuerte, pero no siente nada; su corazón está siendo estrujado y toda sensación de su ser se reduce a eso, a lo doloroso que es que el corazón sigua latiendo. A Esteban le gustaría arrancarlo de su pecho, lanzarlo lejos y cambiarlo por otro, por el corazón de un alfa, por algo que no retumbe en su pecho por cosas por las que no debería sentir.
—Esteban, Esteban ven, mírame. —lo llama Damián, aparta los brazos de su amigo y caen flácidos sobre su regazo. Con una autoridad llena de ternura, lo toma del rostro, obligándolo a mirar ese verde tan orgulloso de su propio brillo.
—Damián... —Esteban suspira, él mataría por unos ojos tan bellos y salvajes, por unas manos tan fuertes y hechas para tomar la delicadeza entre ellas y decidir su destino. Mataría por ser como un alfa; es una lástima que su corazón muera por ser de uno.
—Mírame, mírame... Importa una mierda que tus feromonas sean producidas por pastillas o que tus músculos no sean naturales. Da igual que no hayas nacido con el cuerpo y los instintos de un alfa. Tú mismo lo dijiste: eso es lo que eres. —lo que debo ser, lo que debería ser... lo que debería querer ser. La cabeza de Esteban da vueltas, el aroma intenso del alfa lo envuelve de forma protectora, como un abrazo que no necesita de contacto para secar las lágrimas. Él jamás podrá hacer algo así. —Eres un alfa, en tu alma, en tu corazón. Eres igual que yo. Nadie puede decirte lo contrario ¿Vale?
Esteban le mantiene la vista, en sus ojos reluce el brillo de palabras que, como estrellas fugaces, pasan por su mente, pero desaparecen antes de llegar a su boca. Él no pide un deseo, no sabe si quiere que se cumpla. Damián es tan bueno con él, tan dulce y firme, como un alfa debe ser, y sin embargo Esteban es solo un muñeco de carne y medicamentos que apenas puede abrazarse a sí mismo y dar un paso adelante sin que un pedazo de él caiga. No puede mantenerse entero, es un desastre.
—Vale... —responde, su voz ronca.
Damián cree que suena poco convencido, pero no quiere presionarlo más para hablar de su verdadera naturaleza de beta, así que simplemente asiente y se aparta de él, dejándolo respirar. El tipo da unas cuantas respiraciones profundas y cierra los ojos, los minutos se arrastran silenciosamente y él poco a poco recobra su compostura.
—¿Mejor? —pregunta Damián, sonriéndole nimiamente.
—Sí, solo... prefiero no hablar más de eso. Gracias por esto... —comenta, avergonzado. Su amigo le resta importancia con un gesto de manos y después él lo mira con incomodidad. —Eh... uh... tú, eh ¿Tú que tal con tu compañero de piso? —pregunta abruptamente, cambiando de tema.
Damián parece genuinamente sorprendido y antes de hablar apropiadamente balbucea un poco, sin saber bien qué decir de Lucas. Él es su compañero de piso, sí, pero la mayor parte del tiempo se comporta más como una mascota arisca.
—Yo... No sé, es raro.
—Sin duda —le da la razón el otro, aunque con una mueca no muy llena de agrado. —, es un rarito. —concluye, bufando. Damián tuerce la boca y niega.
—No, no en ese sentido... bueno, sí, también es rarito, pero me refiero a que me hace sentir extraño. —su vista cae al suelo, pero no mira nada en concreto. Sus ojos están ahora en otra parte, en sus recuerdos, analizando el rostro enfurruñado de Lucas, sus ojos tan profundos y sus labios pequeños... es sin duda bonito, pero también es curioso. Damián sabe que es más fácil andar lejos que intentar hacer que le abra su alma, pero algo en él le hace sentir curioso; se pregunta por el significado de cada palabra, tono y mirada, se pregunta cómo luce la sonrisa bajo la máscara que lleva todo el día puesta.
—¿A qué te refieres? —pregunta Esteban, intrigado.
A Damián se le escapa una risa nerviosa, cuando sube la vista y lo mira a los ojos, Esteban se queda sin aliento. El verde del iris siempre resplandece, pero que lo haga ahora la pupila es algo nuevo. Brillante, redonda, como una luna llena a la que su lobo seguro que aúlla sin atender a razones. ¿Qué está despertando tanto el animal en Damián?
—Si te soy sincero, no lo sé.
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