—En serio, nunca pensé que ese profesor podía gritar tan fuerte ¿Le has visto? Es diminuto y aun así... menudo chillido, y solo porque a alguien le ha sonado el móvil en clase ¿Cómo puede alguien tan pequeño tener tanta furia dentro? —ríe Lucas saliendo de clase, Marcel le mira alzando una ceja, con ojos acusadores.
—¿Y eres tú quien lo pregunta? —dice, cargando las palabras de ironía. Su amigo infla las mejillas y finge darle un golpe amistoso en el brazo, aunque no llega a tocarle, sabe que él odia eso. —Lo que yo no entiendo es como puede haber tantos deberes para mañana. Ni siquiera he tenido espacio en la agenda para anotarlo. —se queja, aunque su rostro permanece sereno. —He escrito tanto que podría entregar eso como redacción para otra asignatura.
Lucas estalla en carcajadas por la broma de su amigo, después le sonríe y sigue hablando:
—Lo sé, es como si ese maldito profesor pensase que el día tiene cien horas ¿Cómo sino íbamos a hacer tanto trabajo? Ugh, creo que solo lograré hacer la mitad de los ejercicios ¡Y eso si tengo suerte! —alza las manos al aire dramáticamente, mientras sigue andando.
—Podemos hacer la mitad de los deberes cada uno y después prestárnoslos. —comenta Marcel mirando a Lucas en espera de una respuesta. Este abre los ojos como platos.
—¿Copiar los deberes? Por mi bien, pero pensé que tú eras el típico niño bueno.
—No me hagas reír. —responde Marcel, su rostro portando un aura sombría y la clara línea cincelada en sus labios tan pétrea como siempre.
—Dudo que eso sea posible siquiera... —se burla el omega, mira con interés el rostro ecuánime del otro, preguntándose demasiadas cosas. —Eres muy raro.
—No soy raro ¿Por qué dices eso siempre? —se queja, levantando una ceja mientras lo mira de forma demandante.
—Hablas poco, no sonríes, no te gusta que te toquen y das algo de miedo a veces.
—Soy estricto, eso es todo. No me gusta expresarme en exceso, odio reírme demasiado algo o gesticular mucho. Tú eres el extraño, siempre están riéndote o gruñendo, eres como dos personas. —Lucas se lleva una mano al pecho, haciéndose el ofendido.
—¿Sí? Pues a los dos yo les pareces raro. —responde infantilmente, después le saca la lengua y el otro simplemente no reacciona, como siempre. No le molestan las niñerías de Lucas, solo no las entiende.
—¿Quieres ir a hacer los deberes en mi apartamento o en el tuyo? —Marcel pregunta, viendo que ambos ya están entrando en el edificio correspondiente.
—En el tuyo, por favor, yo no tengo ganas de ir al mío, seguro que Damián está por ahí. —Lucas dice poniendo cara de enfado, después se lleva dos dedos a la boca y hace como que vomita.
—¿Tan mal os lleváis?
—Que va, a él le caigo bien ¡Ahí está el problema! ¡Odio a los alfas! ¿Cómo puedo caerle bien a uno? Argh, es tan ¡Tan estúpido! —grita, mordiéndose la cara interior de la mejilla con frustración. Después hace un sonido faunesco de rabia y mira a su amigo, esperando que puedo comprender su desespero. Marcel asiente, dándole pie a que siga hablando. —Además estos días está muy pesado, él cree que puede ser mi amigo y está todo el día hablándome.
—¿Te dice cosas desagradables? —pregunta el otro repentinamente. Lucas da un respingo al pensar en la respuesta y enrojece.
—No, sí... bueno. No en general, pero a veces dice cosas muy... explícitas. Dice que me sonrojo y que soy adorable, que asco... —niega con la cabeza, poniendo los ojos en blanco al recordar las veces que ese bobo alfa ha dicho eso; las muchas veces que lo ha dicho.
—Lo eres. —suelta el otro con indiferencia, encogiéndose de hombros cuando el chico suelta un grito de frustración.
—¿Pero tú de qué lado estás? —le recrimina, apuntándolo con el dedo.
—¿Del tuyo? —se pregunta el otro despreocupado.
—Más te vale... —sentencia Lucas, agitando su puño en el aire en un vano intento de lucir amenazante. —Lo que decía... lo evito tanto como puedo, pero pronto será fin de semana y ahí no sé qué haré. No lo soporto, él es tan amigable, pero es un alfa, lo que quiere no es precisamente una amistad, son tan falsos... por eso los odio.
—Quizá solo quiere una amistad de veras.
—¿No decías que estabas de mi lado? —el chiquillo asesta otra mirada letal en el rostro de Marcel y este, pensativo, se encoge de hombros.
Llegan a la puerta de Marcel, quien la abre y descubre que su odioso compañero de piso se ha ido. Agradece internamente por ello, es bastante molesto tenerlo cerca porque él es un beta, así que imagina que si trae a un omega a casa las cosas serán todavía más complicadas de manejar. Por suerte no tiene que pensar en eso ahora. Sin mediar palabra, el chico descuelga su mochila torpemente, la lanza a un lado de la entrada y después se arroja al sofá de la entrada como a los brazos de un amante. Cual cachorro, se restriega contra las sabanas hasta quedar envuelto en ellas como un gusano, después suspira con gusto y se queda tumbado y cómodo. Su amigo lo mira con extrañeza desde el umbral, terminando de cerrar la puerta.
—¿No íbamos a hacer deberes? —cuestiona, acercándose para finalmente sentarse en la orilla del sofá pues su amigo lo está ocupando casi todo.
—Déjame descansar un rato, ha sido agotador el día de hoy. Además, he tenido que volver a rechazar a más alfas, pensé que con lo del primer día sería suficiente. —se queja el chico, golpeándose la cabeza contra los mullidos cojines.
Hoy tres alfas han vuelto a intentar ligar con él, ha sido descarado, brusco y muy muy molesto. Además, al terminar de insultarlos, los chicos han arremetido contra Luchas y le han echado la culpa, cosa que todos en la clase han parecido apoyar; aparentemente si un omega se agacha a buscar un bolígrafo es excusa suficiente para acosarlo y además acusarlo de buscárselo. Lucas rueda los ojos al recordar eso, después trata de olvidarlo, aunque sabe que no tiene sentido, pronto pasará algo igual o peor, siempre sucede.
—Quizá debería haber intervenido ¿Quieres que lo haga la próxima vez? —Lucas sonríe, su amigo es tan protector y tierno que cuesta creer que es un beta. Apenas le conoce y él ya ha demostrado los instintos que un lobo tendría por un amigo leal, le agrada mucho.
—No, ya me apañ... —Lucas es interrumpido por el sonido metálico de la llave girando en el pomo.
Rápidamente, se deshace de las mantas que lo momifican y se sienta en el sofá con normalidad; no quiere parecer ridículo delante de un alfa, eso sería solo darle más motivos para ser un cretino con él. Jake, el compañero de Marcel, abre la puerta con una enorme y ladina sonrisa en su rostro. Mira a ambos chicos, sentados el uno al lado del otro en el sofá, y cierra la puerta lamiándose los labios. Sin saludarles, se dirige hacia ellos, sus ojos clavados en los dos cuerpos como si fueran trozos de carne. Un escalofrío recorre el espinazo de Lucas y activa su rostro de pocos amigos, con el que mira al alfa. El beta lo contempla con indiferencia.
—Vaya, estaba pensando que eras un amargado conmigo, pero ya veo que me has traído un regalito para que me divierta. Gracias, bonito beta, te prometo que haré algo para agradecértelo. —ríe, sentándose en el sofá con las piernas abiertas con desfachatez y la vista puesta sobre Lucas.
Sus ojos recorren el cuerpo de arriba abajo varias veces, las retinas sobando su imagen y sus feromonas comenzando a llenarlo todo con el picante aroma de la excitación. Lucas tose y se tapa la nariz antes de mirarlo con asco, como si su aroma fuese más bien un hedor.
—No soy ningún regalo, imbécil. Pero si quieres uno puedo arrancar tu podrida lengua y enviártela por navidad; es lo que pasará si me vuelves a llamar ''regalo para que te diviertas''. —advierte el chico, las palabras salen disparadas de sus labios y dan certeras en el orgullo del lobo.
Afiladas, hieren al alfa que gruñe desde su pecho reclamando una venganza.
—Vaya, así que me traes a la perrita sin entrenar... Muy mal, beta, ahora tendré que amaestrarla yo mismo.
Lucas agarrota sus manos, listo para arañarle la cara a ese imbécil que no deja de sonreír malévolamente, sin embargo, el otro es más rápido. Jake, con un movimiento rápido de manos, alza su musculoso brazos y alcanza la cabeza de Lucas; entierra sus dedos en la densa cabellera negra y tira hacia atrás, haciéndolo gritar por el dolor y obligándolo a doblegarse.
—¡Hijo de puta! ¡Te arrancaré los dedos! ¡gilipollas! —grita Lucas, el otro jala su pelo de nuevo, el chico cambia un nuevo insulto por un grito de dolor y el alfa se relame de placer.
—No tengas la boca tan sucia, puta.
Lucas está indefenso bajo sus manos, con la cabeza hacia atrás, los labios prensados por el dolor y su blanquecino cuello expuesto, listo para ser lamido, mordido y marcado. Listo para ser tratado como el ganado que es. Linda oveja, no le gruñas al lobo...
Marcel contempla la escena con calma y se levanta; el alfa sonríe, pensando que los dejará a solas para que él se complazca con ese pequeño cuerpo que suelta improperios y alaridos. No obstante, Marcel se pone frente al alfa y con una mano, acaricia su cabello. Desconcertado, Jake sube la vista y entonces, en los ojos café de su compañero, parece ver el mismo infierno; quizá arde durante solo un instante, pero un segundo es suficiente para quemarle hasta los cimientos. Lo agarra del pelo con una fuerza descomunal y tira de él sin importarle el daño que haga. El alfa suela por acto reflejo al omega y cae al suelo, su cuerpo cabelludo palpitando por la fuerza del agarre, aún vigente. El beta sigue mirándolo, ahora con una frialdad cruel, después se agacha y con el pelo aún entre sus manos golpea el puño contra el suelo; a sus nudillos les sigue la cara de Jake, quien por el brusco tirón acaba con la mejilla contra el suelo y los ojos llorosos por el golpe.
Postrado como un plebeyo, el alfa gruñe, la humillación corre por sus venas convirtiéndolo en no más que una vergüenza y el dolor del agarre se derrama de su cabeza hasta cubrir todo su cuerpo con pinchazos de dolor. El beta lo mira sin compasión y tira más de los cabellos del otro, aplastando su cara todavía más contra el suelo; el lobo se queja débilmente, sonando realmente indefenso. Lucas está sentado en el sofá, frotándose la cabeza con una mano para aliviar la quemazón y con los ojos bien abiertos al ver cómo un beta está obligando a un alfa a arrodillarse delante suyo. Lucas está seguro de que esta es una de esas cosas que pasan solo una vez en la vida y ¡Rayos! Se arrepiente de no llevar una cámara consigo para inmortalizar un momento tan genial.
—¿Te gusta? —pregunta el beta, la voz del hombre retumba por todo el lugar y suena poderosa. Lucas se estremece, el frío cala en sus huesos y debe abrazarse a sí mismo. El beta no obtiene respuesta, así que arranca un grito de su víctima afirmando al agarre.— He preguntado si te gusta, bastardo.
—N-No. —logra articular el otro, apretando la mandíbula y mordiéndose la lengua para no decir nada que pueda ponerle en mayores aprietos. Lucas ve su mirada llenarse de lágrimas y el alfa aleja la mirada, abochornado. Puede sentir a su lobo lloriquear cobardemente y tratar de huir, tan penoso.
—Entonces no deberías hacer esto a los omegas. No parece muy divertido... Deberías disculparte con mi amigo ¿No crees? Vamos, pídele perdón.
—Per...perdón... —murmura el alfa, sus labios curvados en una mueca de desagrado y los ojos tratando de buscar el rincón más lejanos de la habitación, aquel al que pueda mirar y tratar de imaginar que simplemente está en otro lado.
—No. Te. Oigo. —se queja el beta, con cada palabra levanta un poco la cabeza del hombre y marca el punto golpeándola contra el suelo sin demasiada fuerza. El tipo gruñe de dolor, Lucas traga saliva.
Su amigo es tan genial. Siempre ha tenido que sentirse avergonzado por todo en su vida y ahora que ve a un alfa sintiéndose como él lo hace todos los días de su vida, se siente tan bien, tan justo.
—¡Perdón!
—Mi amigo tiene un nombre. Lucas, se llama Lucas, no puta. —matiza, el hombre en el suelo gruñe y aprieta los puños. Sabe que no puede defenderse con ellos, el otro es más rápido, más fuerte y no necesita que lo demuestre más.
—Perdón, Lucas. —dice por fin el alfa, su voz sale contenida de su garganta.
Cuando termina, el otro lo deja libre al fin y el tipo de levanta con brusquedad, retrocediendo torpemente y llevándose una mano a la parte de la cabeza donde el otro lo ha agarrado.
—¡Estás loco! ¡Eres un jodido psicópata y tú solo una puta barata! Se acabó ¡voy a decirle esto al decano! —grita, antes de salir de la habitación corriendo.
El beta lo sigue calmadamente, solo para cerrar la puerta tras él, después se sienta con Lucas de nuevo, como si nada hubiese pasado.
—¡Eso ha sido genial! ¡Eres como un superhéroe!
—Apuesto a que ese tipo piensa que soy un villano.
—¡Que le den a ese tipo! —grita el chico saltando sobre el sofá como un chiquillo emocionado, sus ojos brillan con ilusión y ve a Marcel como si tuviera en frente a una especie de dios. —Mierda ¿Acaso te criaron entre lobos de verdad o qué? —pregunta el chico risueño, dejándose caer de nuevo sobre los cojines. Se sienta, observando por curiosidad a su amigo. —A propósito ¿Cómo fuiste criado? Viendo lo sorprendente y raro que eres no puedo imaginar a tu familia.
—No es una familia tan rara. Mi padre tiene una empresa farmacéutica, mi madre otra, la de la competencia, pero en su vida personal se llevan bien. Por eso estoy estudiando química, posiblemente herede ambas empresas y tengo grandes cosas en mente. Mi familia somos solo yo y ellos, no hay demasiado contacto con los demás, dicen que somos demasiado fríos. —Marcel hace una pausa, pensativo, y entonces se encoge de hombros antes de proseguir. —Mis padres son muy rectos y me han dado siempre la medida justa de todo. Nunca me protegieron más de la cuenta, así aprendí a defenderme, ni eran demasiado afectuosos, así aprendía que me querían sin necesitas cosas como abrazos o besos. En ese sentido coincido totalmente con ellos, la piel es algo íntimo, no veo más que dos motivos para tocar la de alguien y no son motivos que se den muy a menudo... —murmura, sus ojos se clavan en el suelo y Lucas puede atisbar como muerde su labio unos segundos, quedándose perdido en sus cavilaciones.
—¿Cuáles son? —pregunta Lucas con curiosidad. El otro parece salir de su ensimismamiento, algo confuso. —¿Cuáles son los motivos? —insiste.
—Amor y mano dura. A veces juntos, otras no. —responde con simpleza. A Lucas se le eriza la piel por el tono, a veces siente que está hablando con un alfa.
Lucas está seguro de que, si no fuese porque la anatomía no lo permite, su mandíbula estaría rozando el suelo. Marcel lo mira sin emoción alguna, pero ahora Lucas sabe que detrás de esos ojos fríos y esa boca sellada, hay algo más peligroso que una mirada lasciva o una sonrisa maquiavélica.
—¿Y qué hay de tu familia?
El rostro de Lucas se ensombrece y traga saliva, pensando en qué respuesta dar. Familiar, él tiene un familiar, no una familia y aunque lo ama con todo su corazón, esa palabra siempre le hace daño. Siempre imagina como los otros niños esperan por sus familias en las puertas de casa y disfrutan de una cena viendo a sus padres cogerse de la mano; el sólo recuerda cenar solo, con su padre dormido sobre el plato y esperar largas horas mientras su padre trabajaba sin poder pasar por casa en días. Lucas se dice que no necesita una familia, que no necesita un alfa, pero no puede negar que de pequeño, cuando pedía un deseo, siempre era tener una familia.
—Mi padre es genial, es el mejor padre del mundo. Por él estoy aquí, tiene tres empleos solo para que yo pueda estar estudiando en vez de arruinando mi vida por culpa de alfas imbéciles. Y te aseguro que no haré eso. —se muerde el labio, la última frase sale de su boca sin control y cuando la termina de decir, su amigo le mira compasivo y suspira.
—No lo harás. —le dice, convencido. Lucas no se siente más tranquilo.
Se pregunta a quién está tratando de convencer, porque está claro que a Marcel no.
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