- ¿Crees que lo superará?- le preguntó la pelirroja a Jason, mirándolo con pena y melancolía. Bajó la cabeza dolida y suspiró pues ya sabía la respuesta- Han pasado ya tres meses desde que Aaron... desde que Samuel le dejó ir- explicó ella mordiéndose el labio mientras escuchaba como el vampiro que estaba en su salón intentaba reprimir sus sollozos.
Samuel había ido a visitar a Charlotte de nuevo con los ojos llenos de lágrimas y sangre. Sus visitas dramáticas a sus amigos se habían convertido en algo cotidiano desde que asumió que Aaron no volvería jamás y aquello no le hacía ningún bien pues solo lograba autocompadecerse y recordarse a si mismo lo imbécil que había sido al tratar mal a su pequeño al principio de toda aquella perversa relación.
- No hace falta que responda ¿No?- dijo Jason con los ojos fijos en el suelo mientras sus brazos se apoyaban en los hombros de Jay, rodeando a ese tierno niñito que iba a todas partes con él- Es normal, si yo fuese Aaron también habría huido pero... también entiendo que es triste para Samuel, él se arrepiente tanto- murmuró mientras dejaba que su frente ase apoyase en la cabeza del hemofílico, se sentía destrozado y vencido al ver a su amigo de esa forma, realmente le dolía tanto que Jay se apenaba por esa situación, aunque fuese ajena a su total conocimiento.
Samuel estaba harto de escuchar desde el salón como sus amigos se reunían en el vestíbulo de la casa de la pelirroja para hablar de él como si fuese un niño deprimido así que se secó las lágrimas y recobró, aparentemente, la compostura y se aseguró que su imagen fuese la de un imponente hombre de negocios que no se dejaba intimidar por nada.
Paso por el lado de Charlotte, Jason y Jay y se despidió de ellos secamente después de agradecerles con una voz fría su apoyo.
Jason tomó de la mano a su pequeño y acariciándolo con ternura los nudillos mientras le besaba la mejilla lo llevó de nuevo a su casa y, después, a la habitación para hacerle olvidar los problemas de los que debía ser testigo.
Charlotte, preocupada, volvió a entrar en su casa sabiendo que no debía atosigar a Samuel, aunque antes de que se fuese le había advertido que más tarde iría a verle para ver que tal estaba. Al menos ella tenía la certeza de que Derek la esperaba en la habitación, listo para consolarla y ayudarla, dispuesto a decirle que todo saldría bien y que entre todos lograrían ayudar a su amigo.
Todos tenían a alguien en su cama, esperándolos, para alentarlos a seguir adelante. Todos menos Samuel Hass.
Volvió a su casa, tan fría y oscura, estaba sucia pues desde que se había dio Aaron no se preocupaba de limpiarla, no quería tocar nada ni cambiar de lugar un solo objeto de esa casa, necesitaba que se quedase inmutable, como si el tiempo allí dentro se hubiese detenido con la partida de Aaron y los recuerdos allí presentes pudieran devolverle algo de esa marchita relación.
Esa noche no lloró más, simplemente se había quedado seco y no podía estar más desesperado, su llanto no haría más que empeorar las cosas, debía buscar soluciones y lo sabía.
Atravesó su casa con pasos lentos, ya no había prisa. El eco de sus pisadas le recordaba como de vacía se había quedado esa casa sin Aaron. Se paraba en todos los rincones recordando al chico, a veces lo imaginaba sentado en el suelo ante el sofa, limpiando o llorando, desangrándose por los mordiscos que inicialmente le daba sin piedad. Con solo esas imágenes, con solo los recuerdos de las palizas y las humillaciones, se sentía tan sucio, asqueroso y miserable que deseaba no haber nacido jamás o no haber conocido a Aaron para evitarle tanto sufrimiento.
Tanta culpa, no podía soportar toda esa culpa solo. Los remordimientos se amontonaban en sus espaldas y pesaban como piedras tan grandes que eran capaçes de tapar la luz del sol, dejando a Samuel en la más lúgubre oscuridad, cargando en sus espaldas tanto dolor que creía que se le partiría la espalda. Su corazón, de hecho, ya estaba partido.
Anduvo un buen rato en círculos dentro de su propia morada y se sentó en la cama, tan perfectamente hecha, sin arrugas o imperfecciones. Deseó ver la silueta pequeña y delgada de Aaron hundiéndose entre las sábanas y , después, la suya acogiéndolo entre sus brazos. Cerró los ojos e imaginó la escena, pero acabó llorando de nuevo mientras abrazaba la almohada ahogando en ella sus sollozos. Se sentó de nuevo en la cama, ignorando el dolor que le hacía querer quedarse quieto hasta que la casa, vieja y cochambrosa, se le viniese encima hasta sepultarlo entre sus escombros.
Alargó la mano para coger algo del primer cajón del buró. Lo había preparado minuciosamente durante días y la hora de usarlo no podía retrasarse más, simplemente no podía seguir ignorando todo aquello, todo su pasado.
Unos golpecitos tímidos pero insistentes hicieron eco en la casa de Samuel Hass, pero los ignoró. Charlotte tendría que esperar.
El vampiro estaba sentado en su cama y en su mano derecha sostenía lo que podía ser su camino a la más pura salvación, algo que él llamaba ''aquello que se merecía''.
Una estaca de madera que él mismo había afilado a conciencia, recordando como los cristales del espejo del baño, punzantes y afilados, se habían hundido en las muñecas de su único amor por culpa suya. Sí, la culpa era suya y de nadie más. Todo el peso recaía sobre él y si Aaron era demasiado bueno como para vengarse, él mismo lo haría y terminaría de una vez por todas con tan angustiante dolor.
Le gustaba ese lugar porque las sábanas olían a Aaron, pero aquella noche parecían desprender un aroma demasiado fuerte que le hacía sentir especialmente melancólico.
Miró al baño de reojo y recordó como allí se hubo postrado el cuerpo casi desangrado de su amante, con los cristales del espejo manchados y enterrados en sus brazos. Una punzada de dolor lo recorrió sus brazos se tensaron, haciendo que agarrase con más fuerza la estaca, cosa que le hizo clavarse algunas astillas en la mano, pero ¿Qué más daba?
De nuevo alguien golpeó la puerta, esta vez más fuerte ''Ahora no Charlotte, ahora no'' pensó Samuel empuñando el arma y sosteniendo el extremo más puntiagudo contra su pecho.
No podía dolerle más el corazón así que iba a solucionar el problema de raíz, iba a acabar con todo.
Respiró hondo y apretó, la madera punzante rompió la elegante ropa y tocó la fría piel, haciéndole evocar un millón de razones para vivir, pero solo eran recuerdos que jamás volverían, eran una falacia, aquello por lo que necesitaba luchar se había alejado de él hacía tres meses. Ya nada valía la pena.
Apretó un poco más, lo hacía despacio, no había prisa porque sabía que, en un momento o en otro, la piel se acabaría rompiendo. Además creía necesaria esa tortura, se la merecía al igual que se la había merecido Ivan.
De nuevo alguien llamó a la puerta y Samuel frunció el ceño resignado. No podía ni morirse tranquilo, solo necesitaba unos segundos, no, minutos de paz, pero alguien seguía reclamando su atención allí afuera.
Contó hasta tres, respiró hondo y sintió el hedor de su sangre. Olía a muerte y odio, estaba podrido por dentro, siempre lo había estado. Si retiraba la estaca ahora se curaría en cuestión de segundos, pero ya no había vuelta atrás.
Miró al suelo, allí donde Aaron había dormido como un simple chucho, y con palabras mudas se disculpó. Después se despidió.
De repente algo hizo que Samuel arrojase la estaca al suelo, junto a la poca cordura que le quedaba, y se dirigiese hacia la puerta con gran ímpetu, llegando en casi solo una milésima de segundo.
Aquello que había oído no podía ser su imaginación, era imposible aunque se estuviese volviendo loco. Aquel suspiro tras la puerta... Aquel suspiro no era de Charlotte, definitivamente, era de alguien más especial y delicado. Alguien tierno y amable, de buen corazón, de bellos ojos azules, aquel era un suspiro de Aaron.
<<- ¿Que significa eso de que no vas a volver, Aaron?- preguntó Paul con autoridad mientras perseguía al pelinegro.
- ¡¿A dónde quieres ir?!- se cuestionaba John histérico después de haber oído las palabras de Aaron.
- Chicos, de verdad, os quiero y agradezco todo lo que habéis hecho por mii, pero ahora solo puedo deciros que estaré bien- dijo fríamente abriendo la puerta con prisas- pero no volveré, lo siento-decía Aaron mirando abajo, no al suelo sino al collar celeste que colgaba de su cuello.
- ¿De qué coño estas hablando?- le reprendió un enfadado Paul que aporreaba la puerta con ira.
- No puedes irte así, te matarán...- lloriqueó John abrazándose a Paul mientras este le acariciaba la cabeza, calmando su llanto y reprimiendo el propio.
Ambos sabían que no podían detener a Aaron, él era libre de escoger, aunque ellos no entendieran el porqué de su ida. .>>
Por muy rápido que Samuel hubo llegado a la puerta, no le sirvió de nada pues no la abrió. Tenía miedo, miedo de abrirla y no encontrar nada o nadie, de que su terror más profundo (el del abandono de Aaron y el recibimiento de la locura) se hiciese realidad y la imagen de su amado, tan tangible y real en su cabeza tras esa puerta, se difuminase como la espuma de la marea, siendo llevada de vuelta al mar de lágrimas que había derramado por él.
Samuel acercó la nariz al pequeño resquicio que quedaba entre las dos enormes puertas y se embriagó con un olor exquisito, dejó que todo su cuerpo temblase ante el aroma de Aaron. Era real, era demasiado real, tenía que ser real.
Abrió la puerta bruscamente, tanto que casi espantó a Aaron, pero él no huyó.
Allí estaba, más hermoso que nunca, allí estaba Aaron.
Su pelo negro y liso había crecido un poco y caía desordenado sobre su rostro, dándole un aspecto tierno y desaliñado, su rostro seguía siendo aniñado y sus labios curvos y acorazonados eran blandos y rosados, tan besables como siempre, sus ojos azules tenían aún más intensidad, eran claros pero parecían mucho más profundos que al principio.
A Samuel le dio miedo caer en la mirada de Aaron y no volver jamás de aquel vasto océano de belleza.
Su constitución seguía siendo delgada y débil, era pequeño y vulnerable, inseguro y temeroso, como aquel primer día que lo vío. Solo había cambiado notoriamente su piel, que dejaba de parecer la de un enfermo anémico y ahora estaba ligeramente dorada por el sol bajo el cual había compartido muy buenos momentos con John y Paul.
- Sami, me diste la opción de escoger- habló el menor sin que la voz le temblara ni un poco, estaba totalmente seguro de lo que iba a decir y no vacilaría- Y te escojo a ti. Samuel Hass quiero ser tuyo.- sentenció el menor con convicción mientras sus ojos no se apartaban ni un instante de los del sorprendido vampiro.
Samuel, que mostraba un aspecto impasible, implacable y terrorífico, cayó al suelo de rodillas, jadeando, mientras se abrazaba a la cintura del pequeño con una fuerza que lo hirió. No pudo gritar ni llorar, simplemente cayó ante los pies de Aaron, abrazándose a él como si le rogase su amor, su perdón.
El menor suspiró aliviado de ver que, a diferencia de lo que su pesimista mente le había dicho, Samuel lo recibía con fervor.
- Te quiero...- susurró Samuel mientras se levantaba aún abrazando al menor, alzándolo con sus brazo y echándoselo al hombro mientras lo metía dentro de la casa.
Aaron se asustó al ser cargado bruscamente pero sonrió al notar que las manos del vampiro se aferraban a él con fuerza, para no dejarlo huir jamás, pero también lo hacían con cuidado, para no herirlo jamás.
- Te quiero- susurró de nuevo el vampiro, ahora más alto y con una voz más firme mientras lanzaba al menor a la cama y se subía con él, gateando sobre su pequeña presa de nuevo.
Sus manos palpaban con ansias y desesperación ese cuerpecillo, incrédulo y pensando que solo estrujando esa bella piel entre sus dedos podría demostrar que era real.
- Y-Yo también te quiero- dijo el menor, sin miedo, sin temor ni remordimientos, sin angustias ni dolor, sin vergüenza, sin pudor.
Samuel sintió ganas de llorar de nuevo, pero esta vez de alegría, aún así no lo hizo pues sus ojos se cerraron mientras sus labios besaban con voracidad los del menor.
Su boca ágil y grande devoraba los finos y carnosos labios del menor, los atrapaba entre sus belfos, los lamía y los succionaba, los mordisqueaba con los colmillos y jamás se cansaba de su dulce sabor. Su lengua se aventuró con prisas a la cavidad del más pequeño y inspeccionó cada rincón de su boca, sintiéndose acogido como si aquello fuese su hogar. Lamió la lengua del menor, la mordió un poco y la animó a moverse tímidamente mientras lo besaba con más ternura aún, instruyéndole, enseñándole.
Y cuando el beso acabó Samuel abrió los ojos y vio al menor abrirlos, contemplando un azul tan intenso que quiso ahogarse con él a cada segundo de su eternidad.
Jamás despertaría de nuevo sin ver esa mirada tan llena de humanidad.
-Sami, te amo, tanto como tu a mí- Ahora sí, Samuel lloró de alegría y Aaron no se quedó atrás.
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