- Levant- comenzó a decir Samuel de mala gana, pero solo al ver esos pequeños ojos tan tristes y dolidos sintió que ese crío podría destrozarle con la mirada ¿Por qué tanta culpa? Aunque ahí estuviese la ignoraría.- Te he dicho que no me mires a los ojos- dijo el vampiro molesto porque seguro que Aaron se habría dado cuenta de que con su mirada le había cortado las palabras, quizás le hiciese pagar al chiquillo por aquello después, quizás esta vez sería incluso más duro.
- Vete a mierda- musitó el niño, no fingía valentía, ni se esforzaba en ello, nada más hablar su voz temblaba de miedo y estaba llorando de nuevo, incapaz de moverse por el dolor.
- ¿Qué acabas de decir?- preguntó Samuel tomando al chico por el pelo y de un fuerte tirón obligándolo a levantarse. El chico gritó como nunca, pero no por el agarre de su pelo, sino por el dolor que sentía en todo el cuerpo por lo de la noche anterior. No podía sostener sus propias piernas, se tambaleó sollozando y se apoyó dificultosamente contra una pared.
- ¡He dicho que te vayas a la mierda, hijo de puta!- gritó el chico, sabiendo que esos insultos iban en su mente para ambos, porque se odiaba, odiaba el cuerpo que aquel hombre había violado, odiaba ser débil e impotente, pero más odiaba a Samuel por hacer lo que hizo- ¡Eres un hijo de puta sin sentimientos! ¡Púdrete, te odio!- farfullaba con lo poco que quedaba de su voz, porque entre miedo y el afonismo de haber gritado la noche entera, no le quedaban muchas fuerza.- ¡Muérete!- soltó esa palabra que llevaba en su mente incrustada desde que todo eso había pasado.
De golpe el vampiro adoptó una postura relajada y soltó una leve risa, Aaron no entendió nada.
- ¿Crees que no sé lo que intentas? No me trago tu ''ataque de valentía'', tu no me estás enfrentando, estas acojonado crío. Solo quieres que no te haga lo del otro día, que no vuelva a ponerte el dedo encima. Quieres morir, pero como un cobarde no te atreves a intentarlo y me insultas ¿Crees que caeré tan fácilmente y te mataré por lo que dices? No, prefiero tenerte con vida, y durante mucho tiempo- dijo con crueldad, calando a aquel niño. No quería decir aquello, realmente no le gustaba ese tipo de maltrato, el físico sí, pero maltratar psicológicamente no era lo suyo, y con ese chiquillo... se sintió como una mierda después de hacerlo, se arrepintió al instante, no había dicho ni una sola mentira y lo notaba en el rostro del niño. Odiaba sentir esa culpa tan molesta, por ello solo pudo reaccionar con algo más de violencia verbal, haciéndose el duro mientras por dentro ese niño lo hacía sentir humanamente débil- Pero no creas que te vas a librar humano, insultarme... eso lo pagarás dentro de unas horas y no en la cama, sino contra el suelo que es lo que te mereces- Dijo, sin saber si sería capaz de hacer aquello de nuevo, le había encantado, pero la mirada desesperada de Aaron lo estaba matando.
Dentro de unas horas el infierno comenzaría de nuevo, pero durante al menos tres horas Aaron podía hacerse una idea de que sucedería. Samuel debía marcharse con unos amigos, por ello la tardanza en darle su castigo a Aaron, pero este lo agradeció, necesitaba tiempo.
Fue al baño con mucha dificultad, apenas podía andar por el dolor. Quería lavarse la cara y secar sus lágrimas, quizás darse una ducha porque no podía sentirse más sucio, pero por más que llegase a enjabonar su piel una y otra vez, aunque de tanto frotar se la arrancase con la esponja, seguiría sintiendo aquella desagradable sensación de tener algo caliente dentro, usándolo a su antojo. Quería comenzar a tirarlo todo por los suelos, enfadado, rompiendo cada pequeño detalle de aquella casa, pero el dolor era tan fuerte que apenas pudo entrar en el baño.
Trató de sentarse en la taza del váter, solo para descansar unos segundos, pero un dolor lo invadió, recuerdos demasiado reales de la violación recorrieron su cuerpo como lentas descargas de dolor.
Acabó en el suelo, estirado y sin ánimos, recordando lo que le había dicho su amo tras sus insultos. Le dolió, le dolió que ese vampiro se hubiese dado cuenta de que prefería morir a ser tocado por él de nuevo y que aún así se hubiese reído de él. Le había dicho que él no tenía el suficiente valor para hacerlo, que era un cobarde, pero ¿Realmente es cobardía el tener miedo a matarse? Porque Aaron no lo sabía, pero en realidad quería vivir.
Miró desde el suelo y vio el espejo en la pared, limpio pero reflejando su sucia figura. Se levantó para contemplarse mejor, era asqueroso ver su cuerpo delgado y bonito y pensar que ese atributo había sido el objeto del deseo de Samuel.
Miró su rostro, lleno de ojeras, más pálido que antes, con el pelo enredado, desordenado, y los ojos rojos entorno a su azulado y turbio iris.
Maldijo ese reflejo de un muchacho bonito, maldijo ese aspecto que perduraría por siempre en él, maldijo que esa piel jamás fuese a arrugarse otorgándole el aspecto de una vida llena de experiencias, maldijo todas esas marcas obscenas que se podían observar.
Gritó con odio, con rabia y miedo, algo que ni él llegó a entender, y sacando de su rabia y dolor las últimas fuerzas que pudo imaginar en él, golpeó sin cuidado el espejo, haciéndose daño en los nudillos y también sintiéndose desfallecer por el esfuerzo físico de golpear aquel espejo.
Bajo el impacto de rompió en cientos de pedacitos, todos estabas en el suelo, pero algunos habían saltado hacia su cara, haciéndole pequeños cortes que para ser sinceros, ni le dolieron ni le importaron.
Vio la sucia pared sobre la que antes había estado el espejo y al ver ese trozo viejo y desconchado de pared, tan lastimoso y agrietado le dio la sensación de que ahora si se estaba viendo reflejado en lo que tenía delante. Tan asqueroso, tan lastimero.
Dio un pequeño paso atrás asustado por sus pensamientos de odio y miedo, y se clavó la pequeña punta de un trozo de cristal en el talón del pie, miró a bajo y aún esos cachos esparcidos por el suelo seguían reflejándolo, seguían mostrando la imagen de aquel chico que pasó de ser un superviviente a ser ''Propiedad de Samuel Hass''. Tenía ganas de llorar, y bien que lo hizo, mientras se agachaba lentamente y de manera casi inconsciente tomó uno de los trozos de cristal más grandes que había, con una forma desigual pero claramente triangular, si se le echaba imaginación quizás parecía una daga, pero Aaron no estaba dispuesto a imaginar nada más que un mundo sin dolor.
Se sentó dificultosamente en el suelo con el cristal en la mano, lo tomaba con fuerza, aferrándose a la posibilidad de escapar que le otorgaba, como si al soltarlo estuviese marcando su destino allí encerrado por siempre, pero había una opción de huir, no al exterior o a otro tipo de vida, pero podía acabar con todo aquello.
El cristal ya comenzaba a cortarle la palma de la mano, pero estaba tan sumido en sus pensamientos que fui incapaz de sentir dolor, o quizás sentía demasiado como para fijarse en aquel. Sabía que prefería que Samuel lo matase antes que le pusiese un dedo encima, pero ¿si Samuel no iba acabar con su vida, con su condena, podría hacerlo él mismo?
Lloró aún más que nunca, temblando por el dolor y miedo, sabía que cuando Samuel regresase lo tomaría de nuevo, y si no era esa noche sería otra. Fuese cuando fuese no podía soportarlo, apenas podría soportar un simple insulto sin derrumbarse.
Él quería vivir, aunque fuese en malas condiciones y escondiéndose por el resto de su vida como un animalillo asustado, pero esa oportunidad la había perdido, ahora era vivir con Samuel o morir, y la segunda opción no era tan mala después de todo. Quizás así fuese mejor.
Incluso Samuel se lo había dicho, aunque no con las palabras exactas, pero le había dejado muy claro a Aaron que él no tenía el valor necesario como para quitarse la vida ¿Iba a darle la razón a ese hijo de perra? No. Le iba a demostrar que él podía decidir sin miedo sobre su vida, sobre el fin de esta y sobre si quería o no seguir estando con él y sufriendo sus maltratos, porque estaba harto, porque alzó su brazo hasta dejar que la punta del cristal quedase a contra luz.
No pensó bien en sus actos, quizás se arrepintió incluso antes de pensar en hacerlo, pero dejó ese brazo caer con fuerza y precisión, el cristal le dio un último reflejo de su rostro lloroso y después de hundió, rápido y audaz, en su muñeca, ocultando el cobarde reflejo en sangre y carne.
Aquello sí dolió, tanto que chilló y chilló mientras la sangre escapaba de las venas del chico, haciendo resbalar el cristal hasta fuera de su brazo.
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