Aaron abrió la puerta del baño y se encontró con la tan temida figura, que sin mediar palabra y con su ya añorado cigarrillo en la boca lo condujo hasta el salón principal.
Se sentó en una gran butaca de aspecto antiguo pero bien conservado y, como ya era costumbre, sentó al chico en su regazo.
De nuevo Aaron se sentía desprotegido en esa posición que además le aterraba, pero como siempre, solo pudo guardar silencio durante lo que él concebía como una tortura.
Samuel lo miraba de arriba abajo sin pudor, sin detener el rastro ardiente que sus ojos rojos dejaban en el cuerpo del más menudo, y mientras lo hacía escupía todo el humo de su cigarro en la cara del chico. Una de las veces que lo hizo se acercó a su boca, haciendo pensar al chico que iba a morder su labio inferior de nuevo por la forma en que lo miraba, pero no fue así.
- Abre la boca- musitó el vampiro a corta distancia, haciendo al chico estremecerse- abre la boca- dijo esta vez más agresivo tomando la chiquillo por el cuello y presionando levemente, lo suficiente para asustarlo y hacerle algo de daño, pero no demasiado como para dejarlo inconsciente.
Aaron obedeció, con cada día que pasaba hablaba menos y se apagaba un poco más.
Sus labios se entreabrieron formando una ligera apertura.
-Más- dijo a modo de regañina con un tono brusco dándole una pequeña cachetada en la mejilla. El chico emitió un pequeño quejido y abrió más aún su boca.
Samuel sonrió notándolo temblar y agradeció que esos ojos que le hacían sentir humano estuviesen cerrados con fuerza y terror. Dio una larga y premeditada calada a su cigarro y prácticamente lo arrancó de sus propios labios para inclinarse hacia delante, teniendo completo y total acceso a la pequeña y abierta boquita, donde escupió todo el humo poco a poco y tomándolo por las mejillas bajo la orden de que no debía cerrar la boca.
El niño intentaba no toser sintiendo el desagradable humo en su boca, saliendo por su nariz después de pasar por sus pulmones e infectarlos. Sintió pena al saber que si ese vampiro le daba una sola gota de su sangre se curaría de cualquier enfermedad, porque a esas alturas morir de un cáncer de pulmón le resultó una opción menos humillante que morir lentamente a manos de Samuel después de ser usado para su diversión.
Viendo como el chiquillo aún tenía la boca abierta, puso su mano delante, dejando que el cigarrillo se adentrarse un poco en ella sin mantener ningún contacto con nada.
- Ayer te portaste mal, sabes que nunca debes desobedecerme, me parece que no te dejo las cosas suficientemente claras- dijo antes de dar un par de toques con sus dedos al cigarro dejando que la parte más consumida cayesen en forma de cenizas sobre la lengua del chico.
Solo deseó poder escupir aquella asquerosidad mientras se estremecía del asco.
- Tendría que quemarte la garganta por ello- dijo mirando el cigarro, cuya punta se tornaba rojiza cuando daba una calada- pero no lo haré, así que más te vale ser agradecido- dijo al ver la dulce y triste mirada del chico.
Realmente, si Aaron no hubiese abierto los ojos para hacer sentir esa humanidad y compasión, Samuel había tomado el cigarro en su mano y lo habría empujado al fondo de la garganta del chico, quemándole las cuerdas bocales.
Pero no podía, con otros humanos había hecho cosas peores, y las recordó mientras el muchacho salía de su regazo para ir a lavarse la boca.
Era sumamente adictivo ver esos ojos que le devolvían la humanidad, pero como una droga que te torna agresivo, eso le daba rabia y la desquitaba contra el chico, causando una mirada de efecto más fuerte, su humanidad, culpa y remordimientos volvían como una droga mortificadora aún más potente, y la rabia y dependencia entorno al chico aumentaban, y el castigo contra Aaron era más duro... Como Charlotte había dicho, era un jodido círculo vicioso. Samuel sabía que debía ponerle fin, pero este ciego no solo no quiere ver, sino que además es capaz de arrancarse los ojos para evitar la verdad. Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver, pero si lo hay y ese es el que no quiere que tu veas la verdad.
Samuel podía hacer todo lo que quisiese con ese chiquillo que tanto le divertía y que cada vez le encendía más con su inocencia hasta llevarlo al límite de su autocontrol, pero Aaron no era tonto, pensó Samuel, quizás era solo cuestión de tiempo que se diese cuenta de lo que podía causar con una de sus simples miradas. Aunque nada se alejaba más de la realidad, Aaron ni siquera era capaz de concebir la posibilidad de que ese hombre sintiese algo de pena o compasión por él, mucho menos humanidad, estaba demasiado asustado para pensar con claridad, para darse cuenta de los cambios en el rostro de Samuel cada vez que lo miraba a la cara.
Aaron estaba de nuevo en el baño, ese lugar donde se encerraba para llorar, pero ahora estaba metiendo la boca bajo el grifo como si le fuese la vida en ello, tratando de limpiar todo rastro de las cenizas y el humo de su boca, pero sentía esa sensación pegajosa y agria del humo al final de su garganta, ahogándolo, aunque la verdad es que todo lo que allí pasaba lo estaba ahogando también. Se sentía tan mal, prefería estar solo, como lo había estado esos dos años en los que solo pensaba en su supervivencia, pero ahora todo era distinto, mientras que en esos dos años el único objetivo era la preservación de su vida como si se tratase de lo más valioso que jamás pudiese tener, ahora su vida carecía de valor totalmente, o así lo veía él, pensando en su existencia como una lacra, una carga insufrible en vez de algo que debía ser protegido.
Aquella noche Aaron no salió del baño, aunque Samuel pasó un par de veces por allí y miró la puerta cerrada con recelo, aquel chico era suyo y debía tenerlo a sus pies a todas horas, no podía dejar que se refugiase y se sintiese seguro porque no lo estaba, y a la noche siguiente se lo haría saber de la peor de las maneras, y también le mostraría que era suyo, completamente suyo.
Mientras Samuel dormía por el día, Aaron se aventuró a salir del baño, con mucho miedo y mirando siempre a sus espaldas. Fue a la cocina y comió bastante, la noche anterior no había podido comer bien y sabía que si no se alimentaba debidamente ese hombre se ocuparía de hacerlo de maneras no muy agradables.
Se aseguró de dejar los envases de la comida y los cubiertos y platos en lugares donde no molestasen pero que fuesen visibles para que Samuel supiese que su pequeña mascota se había alimentado.
Aprovechó también el día para ver las diferentes salas de la planta inferior y descubrió una que le pareció más segura que el baño, era un pequeño cuarto vacío, realmente no había nada más allá de un par de cajas viejas y una bombilla colgando del techo, casi parecía una versión reducida de un sótano viejo. Lo bueno de aquella sala es que tenía un pestillo por dentro y por lo tanto podría encerrarse ahí si pasaba alguna cosa. Sabía que el vampiro podría tumbar la puerta si de verdad quería entrar, pero Aaron pensó que no querría romper las puertas de propia casa y si se encerraba allí le dejaría tranquilo al menos en ciertas ocasiones, pues tampoco abusaría mucho de aquel lugar.
El primer uso se lo dio pocos minutos después de descubrir aquella sala, porque escuchó como los pasos fuertes y furiosos de su amo venían en su búsqueda una vez caído la noche.
Dio un gran portazo involuntario que indicó su posición a la perfección, pero por si fuera poco también fue ruidoso al poner el pestillo. Aunque no hubiese hecho todos esos torpes ruidos Samuel lo habría detectado con facilidad, ese aroma a miedo y ese corazón latiendo fuertemente eran fácilmente identificables y se les podía seguir la pista a la perfección.
- No estás aquí para pasarte la noche escondido- dijo el enorme vampiro a través de la puerta.- Escúchame, mierdecilla humana insolente, estoy harto de que creas que tienes algún derecho aquí- dijo con rabia, pero lo que de verdad lo estaba volviendo loco era que el chico parecía tener todo el derecho del mundo a mirarle y hacerle sentir humano. Tan adictivos, tan peligrosos esos hermosos ojos azules- Hoy voy a enseñarte lo que significa ser mío de verdad- dijo con un tono ronco, escuchar el primer sollozo del chico le hizo sonreír, se excitaba solo de imaginarse a delicioso joven asustado y temblando ante él- Abre la puerta – amenazó, unos tartamudeantes balbuceos sin sentido se escucharon desde el otro lado, el chico intentaba excusarse, pero no podía, estaba demasiado asustado.
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