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El omega lo sigue alegremente por el pasillo, arrancando de las manos de la alfa su prenda reveladora y mirándola con desafío. No le gusta pavonearse, pero sabiendo que con Harry es intocable un instinto pillo surge en él y le hace querer comportarse con altanería con esos guardias temperamentales. Al entrar en la habitación Harry se arroja a la cama bocabajo, relajando su gran espalda, y León cierra la puerta y se dirige al baño.

—Mi príncipe ¿Me disculpa unos momentos? —este hace un ruido de asentimiento contra el cojín que bien podría ser un ronquido, así que León se ausenta yendo al excusado y cierra la puerta.

Se pone frente al tocador, se mira a los ojos y se desnuda. A diferencia del primer día, esta vez su mirada no le rehúye en el espejo y su cuerpo no es el de un extraño. León se reconoce en sus muslos llenos, en sus expresiones duras, en su abdomen sin marcas de alfas aventajados y en el color sano que cobran sus mofletes. Por primera vez su reflejo no luce como un escaparate de carne que cualquier alfa vaya a comprar y devorar, no luce como un pedazo inerte y rojo de comida, como un bocado delicioso y sin decisión. Luce como un cuerpo, un cuerpo vivo. Cuerpo suyo.

Se sonríe con lujuria y humecta sus labios con la rosada punta de la lengua, reconociendo lo atrayente que luce mientras entra poco a poco en el vestido negro que ha comprado. Y cuando se lo pone hasta él queda sin aliento: bajo el vaporoso y ceñido patrón de flores negras se le transparentan los brazos, las sombras de las clavículas, el pecho y el abdomen hasta casi el ombligo, pero pese a estar más tapada que si no llevase nada, su piel luce más tentadora. Los brazos parecen rodeados por enredaderas y hermosas flores que hacen de él una criatura del bosque. Las mangas le llegan un poco más abajo de las muñecas, haciendo parecer que esa sombra ceñida a su brazo es su piel y que el color de porcelana de sus manos es un guante elegante. El cuello al descubierto marca una curva suave, zurcida de negro en los hombros, acentuando la forma redondeada de estos como si el hueco entre el cuello y el hombro fuese un lugar que todo alfa quiere recorrer. Despacio.

El pecho y el abdomen son espectaculares, bajo el encaje floral sus pezones rosados parecen apetecibles, pero inalcanzables, la leve estrechez de su cintura, arte, y el camino descendente desde sus clavículas hasta su vientre un elegante jardín prohibido. León se voltea, viéndose la espalda: los omóplatos aparecen y desaparecen bajo las flores, que adornan una desnudez ya hermosa de por sí, desde la nuca, hasta perderse en la opacidad de la falda, la columna de León marca una línea oscura y que invita a ser tocada y lamida, el fino tallo que articula su jardín. La falda negra, holgada, que surge desde su ombligo hasta apenas cubrirle los muslos es hipnotizante. Se mueve cuando él lo hace, amenazando con enseñar cosas vulgares, pero cubriéndolas como con recochineo, brillando y pasando el destello de un lado a otro, con las ondas de la tela cuando una pierna se pone delante de la otra. Si León anda, cualquiera podría ahogarse en los hermosos bajos de ese vestido. Además, al ser corto le hace las piernas más largas y al negro acentúa más su palidez.

Cuando León sale del baño y Harry lo mira ambos podrían jurar que es la criatura más atrayente del mundo.

El omega se siente otro bajo el revelador traje y el príncipe enrojece cuando su amante se le acerca con paso lento y felino, mirándolo a los ojos. Verde y azul desaparecen en el enorme agujero negro de la pupila, como un cielo nocturno donde las estrellas se han extinguido. Los pequeños anillos de color contienen la profundidad de sus miradas y Harry es el primero en apartarla.

—Eres tan hermoso que me cuesta mirarte —Harry ríe con nerviosismo, mientras, el omega se sienta a su lado en la cama, no muy seguro de qué hacer —¿De dónde ha salido ese hermoso vestido?

—Chenli me pidió que la acompañase a comprar ropa y me acabó comprando esto ¿Te gusta? —León cuestiona, con los labios entreabiertos, temblándole.

Harry lo mira con la cabeza ladeada, le toma de la nuca con suavidad y planta un beso en sus labios. Un beso lento, caliente, de esos que hacen a ambos pensar que sus labios están por fundirse y que una llama prende dentro de ellos, desde sus lenguas hasta sus caderas. León gira el cuerpo hacia Harry, apoyando sus dos piernas sobre una de las rodillas de este, y él le pone una de sus grandes manos en el muslo y la sube pacientemente hasta que se topa con la tela negra y delgada. La rebasa sin miramientos, palpando el secreto que tan elegante prenda esconde, y se despega de León con una sonrisa indecorosa y sus ojos a medio cerrar clavados en su boca arrebolada.

—No llevas ropa interior... —le susurra el príncipe con un toque de júbilo, pero también de diversión.

León enrojece y se aclara la garganta antes de tratar de hablar.

—¿Alguna queja, príncipe? —pregunta seductor, aunque la voz le tiemble un poco y las manos un tanto más.

—Mi única queja es que aún llevas el vestido. —susurra en tono ronco, la piel de León se eriza, sus pensamiento se desordenan. Baja a su cuello empezando a besarlo y la mano le aprieta la pierna con impaciencia.

—Yo... Harry, quiero hablar de algo antes de que... —El alfa se separa de él, lo mira lleno de deseo y contención, esperando por él. —Quería hablar sobre el... —León traga saliva, toma aire y exhala despacio. —sobre el cortejo.

El alfa se pone rígido de repente. Asiente, tratando de aparentar calma, pero se le marcan los tendones del cuello y no puede dejar de jugar con sus dedos. León se endereza un poco y decide sentarse en la cama con las piernas cruzadas, Harry lo imita, creando una distancia entre ellos que interrumpe el momento caliente y tensa la atmósfera.

—Si necesitas más tiempo...

—No. He decidido ya, Harry.

El silencio tras las palabras de León es el más atroz que el príncipe ha escuchado nunca. Siente su corazón a punto de salírsele por la garganta y lo único que hace el omega es observarlo, como si estuviese diseccionando cada músculo de su expresión, tenso por la espera. León toma aire varias veces, sus labios resecos mantienen presas las palabras que tanto ansía escuchar el príncipe hasta que al final León lo mira a los ojos con decisión, el ceño fruncido y la nuez subiéndole y bajándole y asevera:

—Quiero que me cortejes. —el alfa suspira con alivio, sus hombros se destensan y hasta la expresión en la cara se le relaja dejando una pequeña y holgada sonrisa que todavía forma hoyuelos —Pero sé que ser cortejado por ti no es solo hacerme tu omega y hacerte mi alfa, sé que va mucho más allá de lo que podría esperar en una relación normal. Sé que eso significa que el día que subas al trono yo tendré que estar a tu lado, que tendré inmensas responsabilidades sobre mis hombros, que cuando tú estés en la guerra seré yo el rey, que cuando el consejo se reúna mi voz será poderosa y deberá tomar decisiones acertadas, que quizá debo luchar y que nunca, nunca podré huir como hui hace tres años. Y no sé si estoy preparado para todo eso, pero quiero estarlo, quiero intentar luchar por todas esas cosas, para ser digno de estar al lado de un rey, para no encogerme cuando un guardia me pasa por al lado y para que la espada de tu madre no se siente inadecuada en mis manos. Por eso, Harry, mientras me cortejes no me trates como al lobo blanco desvalido, débil y asustadizo que llegó aquí después de años escondiéndose, quiero que me trates como si pese a mis orígenes yo pudiese ser un lobo negro. Sé duro conmigo, entréname hasta que el cuerpo no me dé para más, no me protejas de la información dolorosa y no me ayudes a cargar con el peso de las decisiones que un día serán mías. No me sobreprotejas, por favor, quiero sentirme fuerte en este cortejo, no débil, no necesitado, no como hace tres años ¿De acuerdo?

El alfa retiene la respiración mientras escucha al que podría ser su futuro consorte, lo mira ya con una expresión desenfadada, sino con una seria y llena de solemnidad. No desprecia ni una sola de sus palabras, no las juzga de exageradas ni de superfluas, sino que asiente con diligencia al compás de las decisiones y al final cierra sus ojos y asiente más largamente, dando una pequeña reverencia al omega. Le coge la mano derecha, apoyada sobre la rodilla, y le besa los nudillos una sola vez, lleno de respeto.

—Mi lobo blanco —dice con la voz enturbiada, ronca, mientras sigue con la cabeza agachada. —, amo muchísimo tu tamaño pequeño, tu voz fina y tus movimientos gráciles, amo todo lo que te hace parecer diminuto, frágil y bello, pero no es por eso por lo que me he enamorado de ti. Me he enamorado de ti porque pese a que pareces vulnerable, tu verdadera hermosura está en tu fortaleza. Me enamoré de ti cuando pensabas, al conocerlos, que yo abusaría de ti y aun así me hablaste retador, aceptando ese destino con un estoicismo que yo no podría sostener sin quebrarme, me enamoré de ti cuando te permitías llorar para desahogar tus penas y sabías que unas cuantas lágrimas no eran un síntoma de tu debilidad, sino el producto de aguantar, de ser fuerte, férreo, durante largos años; me enamoré de ti cuando tomaste solo un poco de confianza conmigo y empezaste a ser arriesgado conmigo más de lo que nadie lo ha sido nunca, me enamoré de ti cuando te dejaste tocar por mis manos deseosas, manos que nadie rechazaría, y llegó el momento en que tuviste la entereza de decirme ''Basta'', de ponerle límites a un príncipe; me enamoré de ti cada vez que me rasguñabas con la espada en el entreno, cada vez que olía feromonas suaves y dabas duros golpes. Tu fragilidad es atractiva para cualquier alfa, pero es tu fuerza lo que ha hecho que yo te quiera tanto, es la forma en que te has roto y recompuesto solito, en que eres una criatura curiosa, sensible y bella, pero luchadora, la forma en que actúas pequeño, pero en cada gesto demuestras que puedes hacer grandes cosas. No querría cortejarte como a un omega bonito, decorativo, que fuese como una joya más del trono, quiero cortejarte porque algún día, al volver de la guerra, quiero verte en el trono, quiero sentir que ese lugar ha sido moldeado tanto para mí, como para ti. Y sé que aún eres joven y que eres nuevo en este mundo que es mi palacio, pero sé que tienes lo necesario para aprender, equivocarte muchas veces, como todo el mundo, pero acertar muchas otras. Mi futuro omega, si te viese como una criatura débil e inútil no te cortejaría, te cazaría.

Un rugido vibra en el pecho de Harry con su última frase, León se estremece, acompasando sus latidos a los del alfa que le promete ver en él algo más que un omega blanco. No espera a que el príncipe lo haga primero, se lanza a besarlo con una pasión desconocida hasta ahora. Su presentación llegó hace poco y su primer celo lo hizo sentir presa de las sensaciones que su cuerpo le obligaba a experimentar, pero ahora esa pasión es suya; él controla le llama que le quema el estómago y la boca, él doma al lobo joven y excitado que aúlla en su corazón. Es dueño de sus deseos, suficiente como para no ser ya esa cosa débil que yace en la cama, tiembla y gime, sino que ahora se sube a horcajadas sobre el alfa, lo empuja suavemente, tumbándolo en el lecho y mientras demanda besos con los suyos, le acaricia el pecho y el abdomen como queriendo recorrerlos mil veces.

—Cortéjame bien, alfa —dice en tono de advertencia mientras le muerde el labio. Harry cierra los ojos, extasiado por la sensación punzante de León casi haciéndole sangre en su belfo.

—No vas a poder decirme que no —le responde el gran lobo, mordiéndolo de vuelta, esta vez en la lengua. León se retira con sorpresa, pero le sonríe lascivamente y vuelve a su boca, llamado por una sonrisa de blancos dientes y hermosos hoyuelos.

Ambos siguen besándose con pasión. Harry coloca las manos detrás su cabeza, queriendo disfrutar de la iniciativa de León. Le gusta, le gusta muchísimo porque pese a que ha conocido a omegas con la virtud de la castidad y la timidez y a omegas atrevidos como el diablo, el pequeño chico de cabellos blancos parece tener la justa medida de ambos: lo toca hambrientamente, aprieta sus pectorales delatando su debilidad por los músculos trabajados y duros, araña su abdomen para sentir las uñas atravesar los cuadritos, pero a la par no se apresura a hacer cosas más indecorosas, quizá porque quiere alargar los dulces preliminares, quizá porque su inexperiencia lo hace temblar ante la idea. Harry no lo sabe, pero lo averiguará.

Acalorado, León acelera la forma en que sus manos buscan algo que su boca titubea al admitir y susurra:

—¿Puedes... puede quitarse la ropa, mi príncipe? 


Fin del cap ¿Os ha gustado?

¿Qué os parece la forma en la que han cambiado los personajes a lo largo de la historia?

¿Qué creéis que pasará a continuación?

Gracias por leer, nos vemos en el próximo cap <3


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