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—Me iré de aquí ahora y cerraré con llave. La puerta solo se abrirá de nuevo cuando lo mates, si no lo haces moriréis de hambre los dos y si te suicidas le obligaré a él a hacerlo también.

Tomás tiembla mientras esa horrorosa sentencia se le clava más y más en el corazón. Se alza incluso si siente que sus piernas se romperán solo por estar de pie, llora lágrimas que no tiene y grita con una voz que no reconoce.

—¡No! —exige, cojeando hacia Vlad.

El vampiro le sonríe cínicamente, Tomás extiende su mano, intentando asirlo, retarlo, golpearlo. Lo que sea, menos dejarlo ir, pero es rápido y mientras sus dedos apenas se agarrotan en el aire, el vampiro ya está cerrando con llave desde afuera.

—¡No! —se lanza hacia la puerta, golpeándola con los puños ensangrentados, derrumbándose contra ella y deslizándose hasta el suelo a medida que pierde las fuerzas. —No puedo, no, no, no... —Tomás repite, como un mantra, golpeándose la cabeza contra la madera de la puerta hasta que salpica sangre. —¡No!

De repente, el golpe es blando. Su frente no está contra la puerta, sino que unos finos dedos se interponen y, al lado, está la hermosa cara de Todd sonriéndole pese a los moratones, los cortes y las quemaduras.

—Todd... él te ha comprado para hacerme esto a mí... Oh, Dios... es mi culpa, es mi culpa, lo siento tanto. Ni siquiera merezco abrazarte.

El chico hace un leve puchero, girando la cabeza a un lado y extendiendo sus brazos de todos modos hacia Tomás. Los tiene llenos de profundas heridas, de insultos cortados con navaja, se quemaduras de cigarro y mordiscos y se siente tal culpable al verlo que no puede hacer más que alejarse del chico como si le aterrase el cariño que intenta darle.

—Soy horrible, soy horrible Todd, vas a morir por mi culpa y Desmond también... también...

El chico se hecha a llorar, golpea su cabeza contra la pared esta vez y grita con todas sus fuerzas. El pecho se le desgarra con cada respiración, es como si no mereciese estar en el mundo e incluso el aire quemase, echándole de la vida misma. Se odia tanto, tantísimo, que no cree poder volver a ser el mismo nunca más, no después de que la culpa le aplaste el corazón de ese modo. Ya no hay hueco en él para nadie.

<<Ya no puedo amar.>>

—Está bien —dice con su dulce voz, más grave que la última vez que lo vio, pero igual de bondadosa, como un arrullo.

Tomás esconde la cara entre las manos, llorando más fuerte.

—¡No, no está bien! —grita histérico, lanzando sus brazos al aire, golpeándose a sí mismo, a la pared, al suelo.

Se araña los brazos, pero Todd lo abraza, impidiéndole seguir.

—No pasa nada, de veras, está bien. —le dice el chico con la voz sonando como una balada.

Las lágrimas de Tomás se detienen y alza la vista. Todd sigue siendo el mismo niño de ojos esmeralda y pómulos rellenos, tiene los mismos dientes separados, las mismas pecas todas acumuladas en una mejilla y el mismo pelo rizado color cobrizo. Está muy cambiado, sin duda, ha crecido tanto que cualquier otra persona no lo reconocería, pero Tomás lo hace al instante. En sus ojos hay un candor especial que tiene desde niño, una calidez que abraza, pero no abrasa, que seca las lágrimas y cauteriza heridas. Tomás sabe que su amigo no puede curar todo el dolor que lo ahoga ahora, pero sin duda su mirada es balsámica y le hace sentir al menos un poco mejor.

Esta vez es la primera que ve los ojos de Todd sin esas lágrimas, sin esa lastima infantil que lo llevó a cuidar de él y creerse fuerte, solo para fingir que podía protegerlo. Ahora, pese a seguir siendo un niño, Todd es más maduro y lo mira desde esa experiencia que lo ha moldeado, que le ha enseñado a cuidar de él mismo y de los demás.

Ahora es Todd quien le consuela a él y eso le destroza porque sabe que no lo merece.

—Lo que va a pasar, lo que vas a hacer... —murmura el niño, cogiendo las manos de Tomás, subiéndolas con delicadeza por su pecho delgado, por sus clavículas marcadas, por su garganta menuda que cabe perfectamente en esos dedos sin fuerzas. —no es culpa tuya. Te perdono, Tomás. Y te lo agradezco, yo ya no quiero vivir más.

—Todd... —murmura el castaño, negando con la cabeza mientras otro reguero de lágrimas cae de sus ojos. Quiere alejar las manos del cuello de su amigo, pero este no se lo permite, las mantiene en el lugar con una firmeza que lo asusta y le hace enroscar los dedos a lo largo de su escuálido diámetro. —No puedo... —dice sin voz apenas, pero el otro asiente.

—Es lo que debes hacer, así al menos tú sobrevivirás. —susurra, acercándose hasta sus labios rozan la salada piel de su mejilla. Acaricia con ellos la dermis, causándole un hormigueo agradable, después deja un nimio beso, como los que Tomás le daba a él para desearle las buenas noches. — ¿Recuerdas cuando te quedabas despierto haciéndome mimos hasta que me dormía?

Todd ríe enternecido por el recuerdo, Tomás asiente, sorbiendo mientras una pequeña sonrisa le invade el rostro así como el recuerdo la memoria.

—Esto es más o menos lo mismo ¿De acuerdo?

Tomás asiente, sin creérselo ni un poco. Todd aleja sus dedos, dejando que los de Tomás se queden por sí solos agarrados a su garganta, pero el chico no halla fuerzas para apretar.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo sabiendo... sabiendo lo que haré? —pregunta Tomás con un hilillo de voz.

—Mi vida no ha sido buena desde que nos separamos, Tomás. He tenido varios amos, he sido devuelto a la casa de crianza y ahora he sido comprado por Vlad. Algunos han sido mucho peores que él y he tratado de morir tantas veces que nos las recuerdo y ¿Sabes? No se me ocurre nada mejor que reencontrarme contigo, que has sido el único recuerdo bueno que conservo, y que seas tú y no cualquiera de esos monstruos, quien me mate. Es la única forma en que descansaré en paz, Tomás, de veras que te lo agradezco. —suspira, baja la mirada y contiene las lágrimas; tiene el verde de los ojos al borde desaparecer, las pupilas brillosas, enormes, amenazando con tragarlo todo con su obscuridad, pero manteniéndose a raya por ese color tan vivaz que ni momentos antes de la muerte flaquea. Sube la vista de nuevo, los ojos anegados, pero ni una sola rozando la línea de agua. Parpadea, batiendo largas pestañas de cobre, y sus ojos lucen ya más como un mar en calma y no como una ola a punto de alcanzar a Tomas. —Me cuidaste tanto... has sido lo único bueno que he tenido en esta vida después de la guerra. Sé que es egoísta pedirte algo más, pero ya que me diste unos años tan felices, dame también un final feliz. Por favor.

Tomás asiente y muerde su labio. Cierra los ojos, aprieta los dedos. La sangre de Todd pulsa contra sus yemas en pequeños embates, como intentando en vano apartarlo. Aprieta más y más y más y abre los ojos viendo a Todd con furia.

Enfadado por no haber podido encontrarlo en todos estos años. Enfadado por que haya tenido una vida miserable. Enfadado porque lo único buena que vaya a tener sea su muerte. Enfadado por tener que ser él quien se la dé. El chico le mira con una dulzura que él ha perdido tras tantos tragos amargos, sus ojos enrojecen, pero son tan cálidos, tan hermosos, tan hipnóticos. Trata de sonreír, aunque se ahogue y muera poco a poco, alza una mano, le acaricia la mejilla.

Tomás se siente repugnante, la piel suave de su amigo, un poco fría por el inminente fin, se siente intrusa en su piel. Inmerecida. Nada que se sienta bien puede pertenecer a su cuerpo, ni esa caricia, ni esa sonrisa que flaquea ni esos ojos casi negros.

Todd se defiende sin desear ganar esa batalla, sus instintos de supervivencia toman el control de su cuerpo antes de que él lo ceda por completo a Tomás y este grita salvajemente mientras se lanza contra su amigo y lo ahoga más y más fuerte, poniéndose a horcajadas sobre él, clavan con sus rodillas las manos del chico contra el suelo.

Él es mayor y más corpulento que Todd y, sobre todo, está más loco, su amigo no tiene oportunidades contra él.

<<¿Así se siente matar? ¿Así de fácil? ¿Así de aburrido?>>

Odia ver los ojos de Todd quedarse sin brillo y su rostro sin color, odia ver los dedos dejando de arañar el suelo y el pecho dejando de subir y bajar. Odia verlo morir y no sentir en su corazón más agitación que unos bombeos rápidos por la adrenalina.

Ni siquiera es capaz de llorar por su amigo muerto, de gritar, solo sigue apretando, aunque sabe que ya está muerto, y siente tanto odio hacia él mismo, hacia Vlad, hacia el mundo entero, que no encuentra, entre toda esa podredumbre, lugar para el duelo.

Solo siente odio, odio y más odio, uno tan grande que lo devora, lo posee, lo descarna hasta que nada duele, hasta que se va el hambre, la sed, el sangrado, hasta que se va el dolor, la pena y el miedo. Solo odio, negro como las pupilas de Todd. Las mira, se zambulle en ellas y después, cuando están en calma, ve a alguien asomándose y se asusta.

Se fija un poco mejor.

<<Es mi reflejo>>

Pero no logra tranquilizarse. Le inquieta no haberse reconocido y es que no parece él, ese ente oscuro, enorme e inhumano le recuerda más bien a Desmond cuando lo conoció o a Morien cuando leía sobre él.

Asustado, se aparta del cadáver y se tapa los ojos. No quiere convertirse en un monstruo.

<<¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?>>

La puerta se abre, Vlad se apoya sonriente en el marco.

—Has sido más rápido de lo que esperaba. —dice relamiéndose. Da una palmada en el aire, dos criados aparecen, esperando órdenes. —Llevaos al muerto y hacedle al otro muchacho un banquete. —asienten, adentrándose para arrastrar a Todd como un mero cacho de carne. Tomás no mira, pero escucha el sonido áspero de la carne y el cuero cabelludo contra la piedra. —Es el único que te has ganado en tu vida.

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Fin del cap ¿Cómo os habéis sentido?

¿Pensáis que en algún momento las cosas se pondrán mejor para Tom? 

¿Os esperábais lo de Todd?

Gracias por leer, nos vemos en el próximo cap lecotras <3


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