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La piel oscura se camufla entre la maleja y la noche. Sin ser más alta que un arbusto, se mueve entre ellos, ligera y presta, sin agitar las hojas, sin pisar una sola rama que pueda crujir bajo su peso. Es pequeña, escurridiza y silenciosa, puede hacerlo. Hacerlo sola.
Traer un ejército sería un error, sería una forma sencilla de alertar a Vlad, quien con un cuarto de sus soldados aplastaría en cuestión de segundos a todos los que ella tiene y mataría después a Víctor y Tomás sin que hubiesen podido salir del castillo.
No, atacar a alguien con tanto poder no es una opción, robarle es ya otra cosa. Su castillo es enorme y los pasadizos son un lugar donde ningún soldado es efectivo, menor ella. Una niña corriendo en la oscuridad pasa desapercibida, por eso solo ella puede infiltrarse, solo ella puede sacar de ahí a sus amigos y, quizá algún día, volver a entrar para terminar con la lacra que se hace llamar rey.
Sale de entre la maleza que decora el jardín trasero, esperando al momento exacto en que el guardiana de la derecha tuerce la esquina y el de la izquierda todavía no ha aparecido, entonces visualiza la que será su ruta de acceso al interior: una diminuta ventana a ras de suelo; es alargada, con barrotes espaciados y da posiblemente a una celda subterránea que necesite ventilación.
Con gran velocidad, corre a campo abierto hacia su objetivo. Cuenta los segundos en su cabeza. Tarda tres en llegar y le quedan cinco antes de que el guardia aparezca. Empuja su menudo cuerpo entre las varas de metal, agradeciendo ser una pequeña niña, y cuando logra pasar las caderas sin formar sus piernas se escurren y cae dentro del oscuro lugar.
Oye los pasos del guardia afuera, ve después la sombra de sus pies y sonríe satisfecha al no haber sido atrapada. Examina el lugar con la mirada, está en una celda abierta, posiblemente en desuso por el momento y afuera no ve más que otras habitaciones iguales que se extienden por largos pasillos, un laberinto de cárceles humanas, pero ninguna indicación de a dónde debe ir.
Tomás y Víctor están en ese edificio, eso lo tiene claro, la carta que le escribió el médico fue tan corta como críptica, no podía arriesgarse a ocupar más de un par de líneas, así que sabe que están ahí, pero no dónde o si están juntos o separados. Podrían hallarse en una de esas celdas subterráneas o quizá en la zona superior de la casa, donde Vlad habita. Por ahora explorará ese lugar donde mantiene cautivos a los humanos, no es solo más posible que los tenga ahí encerrados a ellos también, sino más seguro investigar ahí, donde Vlad baja solo de vez en cuando.
Antes de salir de su escondrijo, Martha se agazapa en una esquina y cierra los ojos, poniendo atención a lo que oye y huele. Percibe el olor de muchos humanos cerca de ella, así que el de Tomás le sería imposible de distinguir, pero eso no es lo que busca, busca pasos que no vengan acompañados de latidos. Y los encuentra. Hay varios vampiros ahí abajo con ella, seguramente vigilando el lugar.
Para su suerte ella es pequeña y veloz y sabe que podrá esquivar a esos vampiros torpones fácilmente, huelen como neófitos, así que de encarar alguno podría matarlo antes siquiera de que alertase a los demás.
Está preparada. Sale al pasillo con sus andares de gato y su carne que parece ingrávida, se pasea sin hacer un solo ruido y atenta a todos los que la rodean, asegurándose de que está sola en el pasillo que transita. A los lados solo hay celdas, unas iguales a otras y alguna de ellas atiborrada de humanos que solo hacen ruidos lánguidos. Están apelotonados, alguno incluso está muerto y empieza a descomponerse sin que los demás lo sepan. Al pasar por su lado, los humanos se alejan como si les fuese la vida en ello, y ella los ignora incluso si le duele no poder salvarlos a todos ahora.
El pasillo termina con un muro, así que vuelve atrás, buscando el otro final; hacia el otro lado emergen más bifurcaciones y eso la confunde; hay demasiado lugar para investigar y tiene muy poco tiempo.
Avanza hacia la zona donde todo empieza a capilarizarse, hay guardias yendo de un lado para otro, así que debe aprovechar un momento de despiste para infiltrarse en cualquiera que sea su destino.
Hay las pasillos permanecen en el mismo nivel por lo que puede ver, asomada desde una esquina oscura, pero hay dos tramos de escaleras que la llevan a otros lugares y eso le interesa más. En esa planta hay muchos humanos, todos muy descuidados, olvidados. Si Vlad está guardando a Tomás para torturarlo como venganza él debe estar en un lugar especial, no junto a los otros, del mismo modo en que el chico del pelo blanco está siempre a su lado.
Hay dos opciones, subir o bajar. Arriba se halla la planta principal y sería peligroso salir de la nada a ella, sobre todo si sus amigos no están ahí. Decide ir abajo. Espera en silencio, los guardias suben y bajan, suben y bajan, se entrecruzan, andan de un lado para otro y... ¡Despejado! Es solo un segundo, pero suficiente como para correr hacia las escaleras que descienden, retorciéndose sobre sí.
Escucha pasos a sus espaldas, posiblemente de un soldado que baja a hacer guardia por las escaleras, así que corretea tan rápido como puede, pero sus piernas son cortas y su velocidad, si pretende ser silenciosa, reducida.
Sudores fríos le recorren la cara y respira agitadamente, teniéndose que tapar la boca. Los pasos se oyen cada vez más y más cerca y siente que le van a pisar los talones. El hombre baja tres escalones, ella uno. Cuatro y uno. No le da tiempo, será atrapada, la van a ver.
Entonces hay una pausa. Ella para también.
El silencio la ahoga, le recorre el huello, le olfatea la mano con las que se tapa la boca como un sabueso rastreándola. Un paso más y será oída por ese vampiro que se detiene y escucha.
Y los pasos se alejan.
Lo agradece con toda su alma, pero también se pregunta por qué la ronda de vigilancia no llega hasta el final de las escaleras. También se pregunta a dónde llevan. Lleva minutos bajándolas y le sorprende que Vlad se haya tomado la molestia de retener tan hondamente a un prisionero que, aunque importante, es mortal ¿O acaso Tomás no está ahí y el espacio está vacío?
Es posible, lo más segundo. Hasta que oye un tintineo. Son cadenas siendo movidas intermitentemente, alguien tira de ellas, quiere romperlas. No escucha ningún latido ¿Será Víctor? Claro, debe ser él, por eso está encerrado tan abajo.
Se apresura tanto como puede, una vez libere al vampiro le será más fácil ayudar al humano y pronto todos podrán salir de ahí y olvidarse de ese infierno. Finalmente llega al último escalón y contempla una sala espaciosa y vacía y, al fondo una pequeña celda. Los barrotes, gruesos como ningunos otros, ocultan unas tinieblas que apenas le dejan ver. Debe aguzar la vista, pese a ser vampira, para poder distinguir lo que hay dentro.
Un vampiro atado con pesadas cadenas, un vampiro grande, pero no tanto como Víctor y poderoso, pero más que este. Con el cabello azabache como la oscuridad que lo envuelve y con un rostro limpio, sin rastros de la herida de Víctor.
Y es que no se trata de él, pero Martha lo reconoce al instante.
—Desmond...
El vampiro sube la cabeza. No hay alegría en su rostro, solo puro terror y una mirada fija, pero no en Martha.
—Pensé que subirías las escaleras, te estaba esperando.
La niña se gira, asustada por la tenebrosa voz de Vlad, y se aleja poco a poco de él. El alto y delgado hombre se le acerca despacio, sonriendo, juntando sus dedos. Le divierte ver como la chica trata de mantener una expresión compuesta y segura.
—No eres la única que sabe ser silenciosa. Y Víctor debería saber que no es el único que sabe hacer tratos con humanos si uno le promete salvarle la vida a cambio, pero, en fin, no hablemos de eso. Hablemos de qué haces aquí, dime ¿No pensabas que iba a tener a Tomás arriba? ¿Por eso has bajado? Me ha sorprendido, debo reconocerlo, no pensé que encontrarías a Desmond, pero cuando he visto que bajabas simplemente he decidido dejarte descubrirlo, así es más divertido ¿No lo crees?
—No le has matado... —dice Martha, sorprendida.
Vlad rueda los ojos, odia hablar para ser ignorado, así que solo se cruza de brazos mientras la nerviosa niña de tez oscura se interpone entre él y la celda de su amigo.
—¿Por qué? ¿Por qué has fingido que sí?
—Porque le tendré que matar si no aprende a ser un vampiro de verdad, pero aún tengo esperanzas en él. Ah... —suspira, negando y riendo —soy un sensible en el fondo. Pero bueno ¿Empezamos o prefieres rendirte sin pelear? Oh, vamos, no pongas esa carita ¿Acaso crees que vas a salvar a tus amigos? Eres débil, no puedes contra mí.
—Déjala ir, por favor... —suplica Desmond al otro lado de los barrotes, arrodillándose y dejando que las cadenas pesen y lleven sus brazos al suelo. Se postra, su mejilla toca la suciedad del suelo y repite, con voz temblorosa: —por favor.
Martha se voltea hacia él con sorpresa. Nadie confía en que ella pueda ganar y ella misma sabe que no tiene nada que hacer contra Vlad y, aun así, da el primer golpe. Por Desmond, por Víctor y por Tomás. Por el chico del pelo blanco y por Brandon, a quien le ha prometido que regresaría sana y salva.
Salta inesperadamente, dando con su puño en la mejilla del vampiro y haciéndole retroceder unos pasos por el impacto. Se lleva la mano a la zona enrojecida y ríe alto y macabro.
—Entonces empezamos.
Martha ni siquiera puede reaccionar, el hombre le toma por las trenzas y la lanza contra los barrotes, uno de sus colmillos se quiebra y grita de dolor cuando la vuelve a tomar y la tira al suelo. Intenta defenderse, ella es fuerte, pero Vlad la supera demasiado. El hombre se sube a horcajadas sobre ella y le apresa las muñecas con la zurda. Cierra la diestra en un puño y la golpea. La primera vez la chiquilla lo mira con ojos de fuego y se arquea, tratando de quitárselo de encima. Logra hacer que se tambalee, nada más.
La segunda vez la chica sigue viéndolo directamente a los ojos, con fiereza y vuelve a intentarlo. No lo mueve.
La tercera vez suelta un quejido de dolor, la mirada se le descentra y se queda quieta.
—¡Una lástima! —grita el vampiro cínicamente, golpeándola de nuevo hasta que otro de los colmillos sale despedido. Martha ya no se mueve. —¡Una verdadera lástima! —otro golpe. Desmond no puede seguir mirando. —Que una señorita tan mona vaya a morir por culpa de te encariñases de ese humano ¿No es así? —otro golpe. Su cráneo cruje, Desmond tiene una arcada. —Ay, Desmond —dice negando con decepción. —, si jamás te hubiese enamorado de ese humano... Todo esto es su culpa ¿Lo sabes?
—Por favor, déjala, por favor. —suplica con un hilillo de voz.
El vampiro sale de encima de ella y Desmond respira con alivio, agradece una y mil veces. Hasta que Vlad la toma del pelo y la golpea contra los barrotes, deformándole el rostro, haciendo que suelte un sonido de gorgoteo. La sangre salpica a Desmond.
—Basta, por favor, basta—es ahora la chiquilla quien habla, apenas comprensible.
—Si no te hubieses enamorado de ese humano... —habla Vlad, todavía lamentándose, ignorando las súplicas de los demás. Golpea a la chica por detrás poniendo la mano en forma de hoja, la sangre lo salpica cuando perfora la espalda, llegando a través de ella al débil corazón. Lo acaricia, ahuecando su palma para él.
—Brandon me espera en casa... —suplica intentando ablandarlo.
—... ella no habría tenido que morir.
Aprieta su puño, los ojos de Martha se quedan en blanco y Desmond conoce la sangre negruzca que sale de los corazones inmortales y que ahora le llega, salpicándole el rostro.
Sus lágrimas la llevan al suelo de nuevo, pero él sigue sintiendo que está manchado.
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