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Tomás avanza junto a Víctor hacia el salón principal, ambos tienen la cabeza baja, pero ambos pueden ver perfectamente que nada luce normal. Vlad ha ordenado a sus siervos que limpien todo hasta dejarlo bruñido, que decoren la sala con los objetos más caros y festivos que tiene, todos llenos de patrones complicados y tonos dorados que hacen doler la vista. Además, hay guardias reales por todos lados vistiendo sus uniformes rojo carmín y con la espalda pegada a la pared como si fuesen también decoración.

Vlad mismo está diferente: viste una larga túnica roja con remates cobrizos y joyas incrustadas, zapatos lustrosos y tiene los dedos llenos de anillos. Además, los guía como danzando por todo el salón, lleno de una alegría casi inocente. El chico de cabello blanco viaja a su lado, unos pasos por delante de los otros dos rehenes, y carga sobre un cojín una corona similar a la que Vlad lleva sobre su cabeza. Una corona de rey de distrito. Tomás mira a Víctor de reojo y este le imita, ambos con muecas entre la sorpresa y la desconfianza, hallando en el otro más de lo mismo y ninguna explicación.

—Bien, queridos amigos —dice parándose en medio del salón, girando sobre sus talones y sonriendo ampliamente por la ironía. El peliblanco se arrodilla a su lado, como un mueble más, Tomás y Víctor se detienen de repente, confundidos. —, hoy tenemos una celebración muy especial de la que tú, humano, serás protagonista y de la que tú, Víctor, serás testigo por cortesía mía.

Ambos alzan un poco la cabeza, ahora mirándose directamente a los ojos con el mismo desconcierto que antes y mucha más preocupación. Miran entonces la corona que, puntiaguda, se yergue entre la mata de cabello de Vlad y la que reposa en el cojín esperando a un propietario. No entienden nada.

—Hoy es el día en que un rey resurge de entre los muertos. Alguien que, como yo, pecó de débil y fue incapaz de matar a quien le tenía un hueco en el corazón. Alguien que seguirá mis pasos y enmendará su error con sangre. Adelante.

Chasquea los dedos, las bisagras de las puertas que llevan a las mazmorras chirrían y ambos presos se voltean como esperando que aparezca ante ellos un fantasma. Y lo hace: Desmond es traído a rastras por dos enormes guardias. Su cara blanca, su cabello enmarañado y las ropas harapientas le hacen parecen salido de la tumba, pero sus ojos, relampagueando un rojo voraz, le conceden una vitalidad que asusta.

Víctor da un paso atrás, mareado, llevándose una mano a la cabeza.

Tomás se queda estático, preguntándose si eso que siente su corazón es alegría o temor. Si ese a quien tiene delante es Desmond o es su amo. La marca en la espalda, ya borrada a latigazos, sigue ardiendo bajo la piel y le hace gemir de pavor.

—Desmond... debes estar muerto de hambre después de tanto tiempo en esa celda oscuro. Corroído por el odio al saber que quien te llevó ahí, que quien me hizo matar a Martha frente a tus ojos —barre con la mirada la sala, apreciando, en su pronunciar lento, como los rostros de Víctor y Tomás cambian de repente, atravesados por el dolor. —es un simple y estúpido mortal. Pero puedes vengarte por ello y recuperar tu trono, es tan sencillo, Desmond. Solo tienes que matarlo.

El vampiro no reacciona, se queda inerte como si las palabras lo atravesaran y Tomás creería que no es más que un cadáver si esos ojos rojos, llenos de ira, no le estuviesen apuntando con total precisión. No se atreve a sostenerle la mirada, la desvía, sabiendo con una certeza que le hiela los huesos que Desmond es como Vlad.

—Dime ¿Tienes hambre? —pregunta Vlad, insistiendo, hurgando más y más en la herida.

—Soltadme. —ruge el hombre, la voz cavernosa, de ultratumba, llena el lugar como veneno y hace que Tomás caiga sobre sus rodillas llorando.

No ve en sus ojos ni oye en sus palabras nada que reconozca como humano, una vileza aterradora emponzoña todos sus gestos. Está podrido de odio.

<<Me matará>>

—Soltadle. —ordena Vlad con seriedad.

Los guardias alejan sus manos de él como si quemase y el hombre, lejos de desplomarse, se pone en pie en un solo segundo, recobrando una compostura que parecía haber perdido. Pese al polvo que lo cubre, su rostro cadavérico y la sequedad de su piel, luce de nuevo gigantesco y peligroso. No es un animal herido, es uno hambriento.

Anda hacia Tomás con una seguridad que deshace al pequeño en un mar de llantos y que deja a Víctor paralizado, incapaz de enfrentarse a ese monstruo al que no reconoce ya como su amigo. No se inquieta ni por los gritos desgarradores de su antigua mascota, que buscan cubrir el dolor de saber que morirá y el de saber que su amo ha muerto y solo queda de él un cascarón vacío.

El castaño se enjuga los ojos, listo para morir, y alza la vista cuando se supone que debería bajarla y esperar sumisamente, como en la exposición de la casa de crianza. Y vuelve a ese momento, a ese lugar, a ese brillo fugaz lleno de pena y soledad que cruza los ojos de un semi-puro. Vuelve a dudar, por un instante, de si Desmond es humano. Vuelve a leer al chico anónimo, no en cartas, sino en una mirada.

Y en un segundo, Desmond desaparece. Pasa de largo con presteza, levanta una ventisca inesperada tras de sí y cuando Tomás se voltea, buscando a dónde se dirigía su amo, halla una desoladora respuesta.

Dos guardias lo reducen con la facilidad con la que atraparían a un animal rabioso mientras Desmond trata de alcanzar a Vlad y matarlo. Sin éxito alguno. El chico de cabello blanco, a solo centímetros de las furiosas garras del vampiro, no se inmuta, solo lo mira apenado mientras uno de los vampiros coloca una lanza contra su pecho.

—¿Mi señor? —pregunta el verdugo.

—¡No! —grita Tomás, desesperado, siendo sostenido por manos firmes y frías de más soldados cuando trata de ir con Desmond.

—Me decepcionas, viejo amigo. —dice con la voz contenida, casi en un susurro. Parpadea despacio, lanzando una mirada cargada de frustración a Desmond. Sus ojos relucen, laminados por lágrimas que no llegan a caer. Entonces aparta la vista, alzando el rostro y grita una orden que parece dolerle. —¡Ejecutadlo!

Tomás se desmorona sobre el suelo, luchando contra cuatro manos que lo aplastan. Ve, desde la alfombra, a Desmond tratando de zafarse y corriendo su misma suerte, los pies de Vlad en caros zapatos lustrosos, el cojín rojo cayendo vacío al suelo ¿Habrá ido el peliblanco a guardar la corona de un rey que está por morir? Ve también a Víctor correr para salvar a su amigo, ser detenido a mitad de camino y obligado a postrarse con una lanza contra el pecho y las manos a la espalda.

Vlad los mira por encima del hombro a todos, calmado y decepcionado al mismo tiempo.

Tomás se resiste con todas sus fuerzas y así lo hacen también Víctor y Desmond.

Y nada sucede.

—Solo una panda de idiotas, sois solo una panda de idiotas que no entienden nada ¡Que no entienden como funciona el mundo! Y me hacéis perder mi tiempo por creer que uno de vosotros tiene salvación. Matadlos ¡Matadlos a to-

Vlad no es capaz de dar la orden, sus ojos se abren, desorbitados y se voltea con pasos que parecen a punto de perder la estabilidad. En su espalda, las espinas de la corona dorada desaparecen, atravesándolo, y la empuñadura del objeto se llena de sangre negra como el alquitrán.

Vlad lleva sus ojos a su verdugo, hallando en su campo de visión únicamente a un joven diminuto con el pelo blanco y las manos rojas.

El vampiro tiende una mano hacia su fiel mascota, pero se le nota mareado: los dedos acarician el aire, sin llegar a tocarle el rostro. Cae al suelo, sus rodillas fallan, pero su brazo se mantiene firme, buscando a tientas a su dulce asesino sin lograrlo. El humano no retrocede asustado ni se regodea orgulloso, solo se queda mirando, torciendo la cabeza y parpadeando con sus ojos de pececillo como si no entiende qué sucede frente a ellos. Como si su asesinato hubiese sido cosa solo de su corazón y no de su cabeza llena de nudos y líos que es incapaz de ordenar.

El vampiro escupe sangre, suelta un sonido hórrido que hace a Tomás taparse los oídos y pensar que no puede ser otra cosa que el chirriar de las uñas de un alma tan malvada aferrándose a un cuerpo del que la arrancan. Entonces Vlad luce débil, extremadamente débil y humano mientras mira a su chico de cabellos platinados y le sonríe con una calidez indescifrable.

—Tienes los mismos ojos que tu madre... —susurra con el tono más dulce y hermoso que nadie podría haber imaginado jamás.

El chico no parece oírle, solo se queda mirando como yace sin vida a sus pies, incapaz siquiera de alejarse para que el charco de sangre no le alcance.

Los guardias parpadean perplejos y se miran entre ellos, alejándose de los prisioneros a los que inmovilizan. Desmond es el primero en liberarse de su agarre, después le siguen los demás, pero todos con movimiento suaves, cautelosos, como si lo que acabase de pasar fuese una ilusión que, ante un movimiento brusco, fuese a esfumarse.

Una vez erguidos de nuevo, los prisioneros miran ojipláticos a los guardianes y estos retroceden, tan sorprendidos como ellos.

—Usted, usted era su heredero. —susurra uno de los guardias, el que antes apuntaba al corazón de Desmond con una lanza y que ahora, tras sus palabras, se postra ante él. —Es nuestro nuevo rey, por favor, discúlpenos por lo qu-

—¡Largo! —brama Desmond con ira, haciéndolos retroceder. Todos los guardias tiemblan por su voz y se acercan unos a otros, como buscando protección. —¡Largaos todos y corred la voz de que Desmond ha vuelto de entre los muertos y de que Vlad no es rey ya de ninguna tierra!

Todos los oyentes se ponen rígidos, exclaman un asentimiento lleno de respeto y se apelotonan en la puerta, saliendo a borbotones a las calles para cumplir sus nuevas órdenes. El salón queda desierto, poblado por los antiguos prisioneros, el muchacho de cabello blanco y ojos tranquilos y el cadáver de Vlad llenándolo todo de sangre negra.

—Tú —se dirige Desmond al humano. El chico, como si no acabase matar al hombre más temible que han conocido los ahí presentes, se achanta ante su voz y baja al cabeza sumisamente mientras tiembla. —tú nos has salvado a todos, me has devuelto mi reinado y me has dado más poder del que nunca pensé conseguir, estoy en deuda contigo, humano, si hay algo que desees lo cumpliré. Dime ¿Lo hay? —el chico coge aire, lo guarda sellándolo entre sus labios acorazonados y asiente muy rápido. —¿Qué es? —pregunta el vampiro, acercándose un paso más a él, haciendo al chico bajar más y más la cabeza en señal de respeto.

El chico de cabellos canosos cierra los ojos con fuerza y alza un brazo despacio. El miembro le tiembla como si fuese a pedir el mayor tesoro del mundo, uno que no osa ni nombrar, entonces de su puño cerrado emerge el índice, rígido y señalando con decisión a algo.

Desmond sigue el dedo con su mirada, viendo que apunta hacia Víctor. El médico sonríe enternecido y acerca con pasos pequeños.

—¿A mí? —pregunta con un hilillo de voz.

El muchacho gira la mirada y asiente de nuevo, más veloz que antes, más avergonzado.

—Entonces te cedo esta mascota. —declara el vampiro, sonriendo con ternura. Víctor todavía está perplejo, pero no duda ni un segundo en ir hacia el muchacho y tomarlo en sus brazos, notando que está tan débil y nervioso que apenas podría aguantar en pie un par de minutos más. —Ahora, yo exijo que mi mascota venga a mí.

Tomás lo mira con la respiración entrecortada, lágrimas en los ojos y el corazón a punto de salírsele del pecho. Avanza hacia su señor mirándolo a los ojos, reconociendo en ellos al chico anónimo, reconociendo en esos brazos que se abren, que lo acogen, que lo alzan y protegen, un lugar seguro. Y no es hasta que está respirando el dulce aroma de Desmond, que está tocando su piel, que está abrazándose a él con brazos y piernas y hundiendo sus dedos en el suave cabello para atraerlo a su cuerpo necesitado, no es hasta entonces que se permite deshacerse en lágrimas. Llora todo lo que su ausencia ha dolido y siente que nunca jamás será capaz de llenar ese hueco si no es que Desmond lo cubre de besos cada noche de ahora en adelante.

—Mi pequeño Tomi... —murmura, besándole el cuello y contendiendo el hambre que lo tortura.

—Pensé que me matarías, que preferías ser fuerte a admitir que yo... que soy importante para ti... pensé que ya no significaba nada...

—Tomás, ser fuerte no es no amar, es ser capaz de proteger a los que uno ama. No puedo ser fuerte, no sin ti, no sin lo único que me ha hecho sentir algo en tanto, tanto tiempo.



Fin del cap <3 ¿Os ha gustado?

¿Os sentís aliviados después de este cap?

¿Os ha sorprendido el cómo han sucedido las cosas? ¿Os lo esperábais?

Os quiero mucho, nos leemos en el próximo cap :D

Por cierto, estoy pensando en abrir comisiones de dibujo (así quizá me pago el psicólogo y no me sale tan caro xd), así que si a alguien le interesa puede seguir mi insta (Luthera_art) o agregarme a FB (diother Lu) o seguirme en twitter (ArtLuthera), donde subiré ejemplos y precios de comisiones ^^


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