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Desmond acaricia la cabellera castaña que se hunde en su pecho y respira profundamente. Desde hace tres días Tomás y él no se han separado, tampoco han intercambiado palabra alguna.

Cuando Vlad murió el muchacho se arrojó a sus brazos. Él le confesó nuevamente su amor y el chico se echó a llorar angustiosamente por horas. No era capaz de armar una sola frase, solo lloraba y lloraba, berreaba palabras ininteligibles y se volvía loco si Desmond trataba de quitárselo de encima para hacer cualquier pequeña cosa, así que decidió dejar que se desahogase en sus brazos y, después de lograrlo, durmió.

Víctor le advirtió de que el chico se hallaba en un estado horrible, de que no había tenido descanso en semanas y que una vez cayese exhausto no se levantaría hasta mucho después. Así que Desmond ha decidido pasar el tiempo que haga falta en cama con el muchacho. Tomás no tiene todavía fuerzas suficientes para abrir los ojos y el vampiro no le da prisas, solo lo acaricia, lo calma cuando gimotea en sus sueños y da pequeños besos en su frente. Constantemente lo lleva al baño, lo ducha y le suministra por vía oral ciertas soluciones nutritivas que Víctor tenía guardadas por si se daba una solución así.

El chico no parece consciente de nada hasta que Desmond hace amagos de apartarse. Es siempre sin querer, pero parece que dentro de él se desata un infierno. Tomás respira agitadamente, lo busca con sus uñas furiosamente y cierra los ojos tan fuerte que parece estar atravesando el peor de los dolores.

Desmond al instante corre a cogerlo de nuevo, abrazarlo con fuerza, pero delicadeza. Tom se calma al instante y aunque le hierve la sangre al ver la forma en que el desalmado de Vlad ha desbarato la cordura y cuerpo del pobre humano, se siente emocionado al saber que es él quien parece que puede reunir y recomponer los pedazos una vez más.

Va arreglar a Tomás cuantas veces haga falta y no dejará que nadie vuelva a romperlo.

Extraña a Tomás, querría zarandearlo y tener al chico despierto y avispado que siempre ha sido a su lado, pero sabe que necesita descansar y por nada del mundo perturbaría al muchacho, no después de semejante suplicio. No puede siquiera imaginar por lo que pasó, no se atreve a hacer una aproximación de su dolor.

Víctor le advirtió, antes de marcharse a organizar a los ejércitos bajo la voz del nuevo líder, de que Tomás le rompería el corazón tan pronto lo desnudase para darle ropa nueva. Le dijo que debía estar preparado y él creyó entender.

Pero no lo hizo.

Cuando despojó a Tomás de sus ropas harapientas creyó que se desmayaría. Él se pensó un verdugo atroz dejando la piel del muchacho lacerada por cientos de castigos, pero ni en meses pudo lograr lo que Vlad ha conseguido en semanas. Es ominoso.

Por primera vez, Desmond retrocedió ante la vista de Tomás como si no pudiese soportarlo. Y no pudo, cayó de rodillas, llorando como un loco, gritando venganzas que jamás podrá consumar y arqueándose como si su cuerpo fuese a devolver. Después se alzó con las piernas temblorosas como un cervatillo recién nacido y se acercó al cuerpo a tientas, con los ojos cerrados y la mano buscando algo que pudiese reconocer como piel humana. Apenas lo halló.

Tomás era una gran cicatriz abierta: no había un solo centímetro de él que no hubiese sido sangrado. Cortes, quemaduras, latigazos, mordiscos. Todo él estaba torturado. Halló profundas heridas incluso en las plantas de los pies y bajo su lengua.

Solo de imaginarse a Vlad visitando cada pequeño lugar del cuerpo de Tomás para dejar una marca en él se pone en enfermo. Siente su cuerpo atenazarse y los ojos fallar de repente viendo nada más que negro; su respiración se vuelve profunda y bestial, somo si él no fuese más que un perro de caza que ha olido la sangre. Pero su presa ya está muerta, no vale la pena gastar energías en su ira contra Vlad y Desmond lo sabe. Aunque le cueste dejar a un lado su naturaleza voraz y dispuesta a lanzarse al combate, él se obliga a sosegarse y centrarse. Tiene que concentrar toda su fuerza en ser suave y gentil, en ayudar a Tomás, en curarlo.

En los pocos días que pasa inconsciente tras el largo llanto, Desmond aplica todo el día una cosa u otra en su piel, todas cortesía de su amigo médico, y poco a poco el cuerpo del menor mejora notoriamente. Está cubierto en pústulas, pero sabe que la mayoría se curarán sin dejar rastro y solo un pequeño porcentaje permanecerá con la forma de una marca llamativa.

<<Incluso un simple rasguño es demasiado. Vlad jamás debió poner un dedo en Tomás.>>

Gruñe de coraje, recordando la herida más grande Tomás, la que sabe que no se borrará y le atormenta día y noche. La de la espalda baja. La cicatriz que suple, como un gigantesco arañado, las iniciales de Desmond Gaard.

Se odió mucho tiempo por marcar al pequeño con fuego y deseó que existiese una forma de borrar esas letras de su cuerpo, pero jamás quiso esto. Jamás quiso a Tomás siendo azotado hasta descarnarlo. Jamás quiso en ese cuerpo una pizca más de dolor.

Lo arrulla con ternura, tratando de olvidar la cicatriz que se le presenta como una burla de Vlad, un <<Si lo quieres, reclámalo de nuevo. Márcalo de nuevo. Mátalo de nuevo.>>. Susurra palabras bonitas en el oído de su mascota, tratando de ignorar esas tan horribles que la voz de Vlad le dice desde el fondo de su cabeza.

El humano se mueve un poco en sus brazos y Desmond lo mira, tratando de adivinar qué es lo que necesita ahora. Ve a Tomás apretar sus párpados como cuando lo suelta, solo que ahora los relaja inmediatamente y después los entreabre.

—¿Tomás? —pregunta en un susurro, a lo que el chico parpadea un par de veces con visible confusión.

Todavía está amodorrado, con los ojos entreabiertos y posiblemente la cabeza hecha un lío. Así que no le insiste. El chico se toma unos segundos para situarse, recuerda todo con un punzante dolor de cabeza que lo atraviesa en el acto. El luto por la muerte de Desmond, su nueva vida con Vlad, al chico canoso matándolo y a su amo cogiéndolo en brazos antes de que le fallasen las piernas.

—¿Desmond? —pregunta él con los ojos totalmente abiertos y apartándose un poco para poder mirarlo a la cara.

El vampiro asiente y él se aferra de nuevo a su cuerpo como si acabase de verlo por primera vez en años. Solloza, pero entonces se fortalece y no deja una sola lágrima caer. Se separa de él, mirándolo con convicción y dice:

—Vlad está muerto. Dime que está muerto. —su voz es firme pese a que está ronca por el letargo, y parece ordenar con una diligencia propia del mismo Desmond.

Este sonríe con alivio y dice:

—Totalmente. Solo estoy yo ahora, nadie más es tu amo.

El chico asiente y cierra los ojos, asimilando la información, dejando que su cuerpo se relaje. Desmond se siente orgulloso del chico, sigue siendo el mismo muchacho sensible de siempre, pero poco a poco se ha endurecido y lo aprecia en la firmeza de sus palabras, gestos y expresiones. Tomás es todo un hombre incluso si nadie en ese mundo de vampiros es capaz de reconocerlo como algo más que comida.

—Desmond —lo llama abriendo de nuevo los ojos. El vampiro mira en ellos extrañado, hallando una amargura que no debería tener lugar. El castaño traga saliva y desvía la mirada, culpable. —, Vlad me ha... me hizo matar a Todd. Soy un asesino, soy como él.

El vampiro ríe pese a la seriedad de las palabras, por lo que Tomás le mira lleno de coraje.

—Tú, cosa dulce, eres lo más lejano a un asesino que conozco. Los asesinos roban vidas y la de Todd se la quitó Vlad en el momento en que lo compró, en que te obligó a hacer lo que hiciste. Víctor me lo ha contado todo, no necesito que tú me lo digas si hablar de ello te afecta demasiado, pero quiero dejar bien claro que tú no eres un asesino, eres una víctima más.

El chico asiente. Cargará con su crimen toda la vida, las palabras y argumentos de Desmond logran convencer a su cerebro, pero no amasan el dolor del corazón con otra forma que no se la de la culpa. Tomás sabe que no es un asesino, pero no se siente como si eso fuese verdad. Quiere hacer algo, remendar sus acciones, quitárselas de la conciencia, pero si algo le ha enseñado vivir bajo la dura mano de Desmond y, más tarde, de Vlad, es que las cicatrices del alma, como las de la piel, sanan pero no desaparecen.

Dejará que su herida sangre y duela cuanto sea necesario y se perdonará cuando el tiempo lo pida, pero nunca, nunca olvidará.

La palabras le queman, pero el fuego cauteriza.

—Lo que Vlad me hizo... las aberraciones que me hizo fueron horribles. Yo —toma aire, cierra los ojos reteniéndolo, y expira al abrirlos de nuevo. Entonces clava su mirada melosa y dulce en la del vampiro. —agradezco mucho que no me obligues a hablar de ello, pero quiero decírtelo. Quiero sacármelo del pecho. No es una confesión, no tengo nada que confesar, no he pecado y... ni siquiera creo en Dios —ríe con dulzura, recordando sus ingenuas plegarias en la casa de crianza. Desmond lo mira compasivo, acariciándole el cabello. —, pero quiero que lo sepas, que te duela saber lo que me hizo y me ayudes a llevar este dolor tan horrible.

Desmond traga saliva, no está preparado para las crudas palabras de su mascota. Víctor apenas esbozó los actos de Vlad, pero sabe que Tomás escupirá sin piedad detalle tras detalle hasta que pueda sentir las palabras en sus propias carnes. Y no está preparado, pero sabe que no tiene derecho a huir de ningún dolor.

—Te escucho, mi pequeño.

Y lo hace. Escucha por cuatro horas horrores que le ponen la piel de punta y le hacen volver el rostro, atemorizado de las palabras que Tomás esgrime con una lengua tan aviesa, tan afilada, que parece prestada.

El muchacho conserva la entereza, habla sin un solo tartamudeo, sin una sola lágrima. Habla sin miedo, atestiguando ante un juez inmortal los crímenes de Vlad por los que nunca pagará ni habría podido pagar. A Tomás le basta con que sea juzgado por Desmond y por todo el clan, con que la historia recuerdo su nombre salpicado por una mancha ignominiosa. Y Desmond le asegura que así será.

El vampiro tiembla escuchando su relato y en la encallecida voz del chico ve su mano sosteniendo una pluma, escribiendo sus penas en un diario furtivo. Se siente conmocionado al ver cuan parecidos son ambos. Muchas de las cosas que Tomás relata él las ha sufrido como humano o las ha hecho sufrir a sus humanos, sin embargo, esos dolores, uno lejano, el otro gustoso, no se parecen nada al dolor ardiente, vivo, que le atraviesa y le estruja el corazón, al dolor de las palabras de Tomás.

Su discurso se desvanece en el aire, el sonido de las letras queda en el olvido una vez las pronuncia, pero para Desmond cada palabra se le graba hondo en el corazón. Se le graba fuego.

Tomás le describe como Vlad lo azotaba, como lo colgaba con los pies para arriba para sangrarlo cruelmente, como lo hacía bailar para él sobre brasas y le empujaba luego a ellas para tomarlo ahí mismo, como lo torturaba pellizcando, cortando e incluso mordiendo sus genitales, como lo obligaba a cortarse y llenar desde sus cicatrices copas y copas de sangre, como lo obligaba a pervertir al peliblanco y a fingir que ese era un lúbrico acto para él. Le explica cómo lo tomaba de un modo u otro, en cientos de posiciones, con ciertos de aparatos de tortura que lo hacían desvanecer poco después del clímax del vampiro, cómo lo obligaba a reponerse y hacerlo una y otra vez hasta que el sol salía, se ponía, volvía a salir y a ponerse y así hasta que su cuerpo no daba para más.

Desmond asiente al final de cada frase, sostiene fuerte la mano de Tomás y al ver que este no lo hace, llora por él.

—Nunca más —le dice el vampiro cuando oye acabar su relato, seguido de varios minutos de silencio en que no osa decir nada. —, nunca más deberás pasar por eso o por algo parecido. Ahora no importa que seas mi mascota, yo te haré vivir como un rey, mi pequeño humano, voy a hacer que no sufras nunca más un dolor así. Haré un entierro para Todd, para que puedas despedirte de él, y cuando en mi nuevo reino se hable de Vlad les recordaré a todos que era un tirano sin honor.

Tomás alza sus manos, soltándosela al vampiro. Toma el anguloso rostro entre sus palmas, frío, algo áspero por una sombra de barba que aún no sale, y acaricia con los pulgares las mejillas húmedas de su amo. Entonces le sonríe.

—Gracias por ser tan humano. No cambies de nuevo, por favor. —le pide en un débil susurro.

Desmond tiene la sensación de que, si lo toca ahora, se quebrará, así que mantiene sus manos alejadas del chico. Se queda quieto y es Tomás quien se acerca para dejar un beso en su mejilla.



Fin del cap ¿Os ha gustado?

¿Qué os parece la forma en la que han cambiado los personajes a lo largo de la historia? 

¿Qué creéis que pasará a continuación?

Gracias por leer, nos vemos en el próximo cap <3


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