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La noche llega antes de lo esperado, cae sobre León como un balde de agua fría y el omega, incapaz de continuar su lectura por culpa de los nervios, entra en la habitación. Está vacía. Sabe que Harry está esforzándose para tener más tiempo durante el cortejo, pero tenerlo lejos le inquieta, le hace pensar en cómo se sentirá cuando tengan un lazo que deje fluir sus sentimientos y él esté en la guerra. No tiene ganas de tumbarse en la cama y descansar, se siente agotado, pero su cabeza está demasiado llena de pensamientos como para que tumbarse y relajarse sea una opción. En vez de eso va a ponerse unos zaragüelles cortos bajo el vestido para poder luchar más adecuadamente y después se para frente a la espada de la madre de Harry, colgada en la pared.

Todos dicen que la honran. León no lo duda de Harry y tampoco del rey: ellos la amaban, pero le parece curioso que en los libros de historia no se mencione ni una vez el nombre de la reina. Puede que Towen haya hecho a todo su reino respetar a su difunta amada, pero aun así cualquiera se daría cuenta de que se avergüenzan. Los escribas quieren borrarla de la historia, el pueblo no quiere leer su nombre. Seth no es un lugar tan idílico como pensó, aunque León no puede culpar al monarca, ni al pueblo, ni a los ancianos del templo. No hay nadie a quien culpar porque la realidad es así, no existe cielo en la tierra y el único culpable de sus decepciones, piensa, es él mismo por esperar un paraíso hecho realidad.

La reina fue una extranjera, una omega dorada. Es el enemigo, incluso si en el imperio de Raghs ella era una esclava, una prostituta comprada por el rey para fabricar descendencia; tiene sangre extraña y eso es lo único que a algunos les importa. León piensa en sangre, en su sangre, en cómo deberá haber sabido la de los betas de su raza cuando los alfas de Kez la usaban para adobar su carne, en cómo los degollaban, bocabajo, para sangrarlos más deprisa. Lo hacían igual que se hace con los cerdos en el matadero.

León coge la espada con el bordado de flores en el mango, el rostro impasible, la cabeza llena de los cadáveres de sus únicos compañeros en el mundo. Los omegas deberían sentir náuseas cuando se trata de matar, especialmente los omegas blancos, lo dicta su naturaleza. Pero León poco sabe sobre naturaleza, él solo sabe lo su vientre le hace sentir: nervios, temor, hambre, lujuria... y a veces se siente vengativo. Una venganza que no quema como el fuego, sino como el hielo, fría como la hoja de metal en sus manos, que se deshace lentamente, no como el fuego que se apaga ante un suplido. Es un sentimiento tranquilo o quizá es que se ha acostumbrado a él, pero es un sentimiento que cree que es lo único que tiene en común con los lobos de Kez: ganas de matar.

La puerta se abre rechinando. Harry entra, sonriéndole dulce como siempre, y los pensamientos extraños de León vuelven a relegarse en el fondo de su cabeza, calladitos y sin molestar. El alfa mira el arma que su muchacho trae en las manos y se pone totalmente serio.

—¿Estás preparado entonces? —pregunta tragando saliva y dejando la puerta abierta. León asiente. —He pensado que hacerlo en los jardines reales llamaría demasiado la atención, en el pueblo también, hay gente que sale de noche, pero hay una zona a un par horas a caballo donde nadie nos molestará.

—¿Cómo es? —pregunta el omega sin resistirse a la propuesta de su amante, sale de la habitación y lo sigue por los pasillos andando a pies puntillas.

—Boscosa, con muchas flores y pequeños animales.

—Como mi hogar —susurra León con una pequeña sonrisa. —¿Hay algún claro? Alguno diminuto, con una laguna pequeña y ranas. —Harry enarca una ceja y se encoge de hombros. —En mi aldea había una zona así en el bosque, ahí se reunían los domingos los alfas y omegas que estaban en el cortejo. Cuando los alfas eran rechazados dejan caer sus lágrimas en la laguna. Me gustaría sentirme un poco en casa, por eso, me haría feliz ver si hay una laguna.

—Buscaré una laguna, entonces —le responde el alfa —, por si me haces llorar.

León le sonríe ladinamente, pero entonces una pregunta salta en su mente.

—¿No se supone que debes salir siempre acompañado de guardias? Será difícil hacer esto en secreto si alguien pretende acompañarnos al salir. —dice el chico, viendo a su alrededor los alfas que custodian en el palacio en pie, pero rígidos como estatuas.

—No te preocupes, me he encargado de eso. —sonríe, señalando hacia la puerta de entrada, que queda no tan lejos, pero se ve escasamente debido a la poca iluminación. —Ellos vigilarán las cercanías, pero no intervendrán en el rapto. —explica el alfa, poco después León se da cuenta de a quién se refieren.

—Kajat y Nath... —murmura el chico, sorprendido. Los dos soldados los reverencian y cuando las puertas se abren los acompañan afuera sin una sola palabra. —Entonces ¿Vosotros sabéis...?

—Se lo he contado, sí, bueno, a Kajat. Necesitaba a un guardia más para la salida, así que le pedí que él escogiese a alguien de confianza. —murmura señalando al castaño de pelo corto y cuerpo atlético. Este asiente, feliz, pero Harry añade en tono ronco. —Espero que no extiendas rumores sobre mi cortejo antes que yo, soldado, lo espero por tu bien.

Afuera se oye poco más que los pasos de transeúntes solitarios en la distancia, grillos y aullidos distantes. Al escuchar estos últimos León nota que los alfas echan la cabeza hacia atrás, mirando a la luna, y se contienen para no imitar el sonido, respondiendo a la llamada de algún otro lobo. Los cuatro andan durante un cuarto de hora en silencio, alejándose lo suficiente del palacio como para no ser vistos por alguien que se asome a los balcones. León se extraña, no sabe dónde está el establo, pero juraría que debería hallarse cerca del lugar que están dejando atrás.

—Bien, aquí. —dice el alfa, parándose en un punto poco denso de la ciudad.

León no entiende hasta que ve a los dos soldados transformarse en enormes canes negros. Los dos guardias llevan amarrada una tela elástica que les permite sostener una bolsita donde León intuye que llevarán ropa, y la vaina de la espada con esta dentro. Harry no lleva espada, así que entiende que peleará con sus propias manos. No está seguro de si es para darle ventaja o porque ni así la tendría.

—¿Has montado en lobo alguna vez? —le pregunta Harry a León, tomando su pequeña mano y acariciando los nudillos.

—Estoy deseando hacerlo —dice el muchacho después de negar, dando pequeños saltos de alegría. Harry se acerca para robarle un pequeño beso y se aleja para transformarse.

León mira hipnotizado la forma en que el cuerpo de su hombre se deforma, en que los huesos se rompen y la piel se desintegra para dar paso a la bestia que encierra día y noche bajo esa apareciendo mansa y dulce. El lobo se acerca a León con andares nobles y agraciados, baja la cabeza a sus pies y sopla aire por su nariz. León lo aborda por el lado, nervioso por viajar a lomos de un gran lobo negro. Se agarra a su pelaje y trata de subirse a su espalda, aunque no lo consigue en el primer intento. Un par de saltos después logra pasar la pierna sobre la espalda de Harry, así que se impulsa un poco y se desliza hasta quedar sobre él. Aunque el príncipe no lleve armas, lleva una pequeña vaina, perfecta para la espada que heredó, así que León deja ahí la espada de la reina. Se agarra con las piernas en sus costados y se tumba sobre la curva de la espalda, hundiéndose en el suave pelaje, enterrando las manos y agarrándose fuerte.

Harry nota que está listo y mira a los otros lobos y avanza apurado, pero no corriendo. León nota que el trote de Harry se asemeja al ritmo de un caballo, es bastante veloz y siente el viento agradablemente acariciándole la cara. Su cuerpo se mueve un poco sobre el pelaje, pero entonces abraza el cuello del lobo y afirma más las piernas, esperando no caer con el tambaleo. Cuando Harry lo ve más agarrado, empieza a correr.

León grita de vértigo al principio: el cuerpo del lobo se mueve muchísimo y el aire le corta la cara, le cuesta respirar, toda su ropa le azota en el cuerpo y de pronto todo es gélido y el mundo es una amalgama de líneas horizontales que se disparan hacia él. Nunca imaginó que un lobo podría ser tan veloz y saltar tan alto. Harry salta de vez en cuando, derrapa y hasta esquiva obstáculos y su cuerpo parece fundirse con el mundo cuando lo hace; lábil como el agua, ligero como el viento, León siente que vuela y que su corazón le da tumbos y vuelcos en el pecho. El lobo acelera la marcha y ahora, más acostumbrado, el omega alza la cara para sentir el aire chocándole directo en el rostro.

El frescor lo reconforta y cuando el mareo desaparece, la impresiona dejar el mundo que lo rodea atrás antes de poder siquiera verlo. Es una sensación fantástica, la adrenalina lo recorre haciéndole sentir poderoso, invencible y aúlla tirando la cabeza hacia atrás y dejando que su melena blanca ondee como una bandera. Harry aúlla con él y Nath y Kajat tampoco pueden resistirse.

León se siente eterno.

Aun así, las cosas terminan. Harry aminora cuando León empieza a notar que hay vegetación por doquier y los árboles hacen que los esquives lo tengan saltando y girando todo el rato y finalmente el lobo se para. Kajat y Nath los alcanzan en cuestión de un segundo y mientras ellos permanecen en su forma animal, Harry se convierte de nuevo en el hombre apuesto que León conoce. Está desnudo, así que echa mano a la bolsa de Kajat para conseguirse algo de ropa y de mientras León trata de recuperar el aliento. De todos, el omega es el que más cansado ha salido del viaje y eso le parece divertido al chico.

—Convencionalmente el rapto sería una batalla en la que yo quiero llevarte a mi casa y en la que tú quieres llegar a la tuya, pero estamos en una situación diferente. Ahora mismo estamos en el corazón de este bosque, hacia el sud hay un río, hacia el norte se halla la ciudad por la que hemos pasado. Si logras llegar al río me habrás ganado, pero si yo te arrastro hacia la ciudad habré ganado ¿Ubicas dónde están las cosas?

León alza un dedo, pidiéndole unos segundos y silencio. Cierra los ojos, estira el cuello y olfatea. Huele el río, pese a que muchos omegas no son capaces de captar el aroma a agua fresca que para León es indistinguible. Vuelve a olfatear el aire, sorteando las feromonas de los tres alfas, entonces halla los aromas típicos a comida de la ciudad.

—Sí. Sí, estoy listo ¿Vas a pelear sin espada? —pregunta el omega, desconcertado.

Harry desenvaina la pequeña, pero mortal hoja que lleva encima y se le entrega a León.

—Si mi objetivo es arrastrarte hasta mi terreno no me conviene tener las manos ocupadas —dice sonriente y pícaro. León tiene un escalofrío, pero empuña su arma amenazadoramente, dándole a Harry permiso para empezar. —. Chicos, ya podéis patrullar. —advierte a los dos lobos que lo acompañan, los cuales se van cada uno por un lado, perdiéndose entre la maleza.

Harry le sonríe a León y él se prepara para el ataque. Le desconcierta que nunca llegue. Harry da un salto atrás, desapareciendo también en la oscura y densa noche del bosque. León planea advertir sus movimiento por el aroma, pero la ciudad, el río, los dos alfas reales y Harry son demasiadas cosas a las que debe atender, no puede concentrarse en un aroma sin olvidar el resto y hacerlo con cualquiera sería su perdición. El aroma fuerte de ese bosque, repleto de resinas, flores colmadas de polen y frutos secos no ayuda para nada en su misión se hallar a Harry. Masculla una maldición, apenas ha empezado y ya siente que está perdido.




Fin del cap ¿Os ha gustado?

¿Cómo creéis que irá el rapto?

¿Quién creéis que ''ganará''?

Después de eso ¿Qué pensáis que pasará?

Gracias por leer, nos vemos en el siguiente <3


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