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Tom se apoya en el marco de la puerta y se desliza por él hasta sentarse en el suelo, no puede aguantar más en pie. Lleva por lo menos una hora dando vueltas a la casa, aburrido hasta la médula. Ha leído hasta que los ojos le han llorado, ha estudiado el complejo temario con que Víctor lo reta, ha comido ya hasta hartarse y ha limpiado todo un poco, pero desde que el sol se ha puesto hasta ahora ha estado solo. Desmond, desde el despacho, teclea en silencio y se concentra enormemente en una pila de documentos que Tomás intuye que tienen que ver con el reclamo de las propiedades que antes eran de Vlad. Obviamente antes de la coronación y la divertida fiesta su amo deberá asentarla en una sólida, aburrida y monumental base de papeleo. Y eso hace ahora: una tarea tan necesaria como insulsa.

—¿Qué le pasa a mi pequeño humano? —pregunta en tono dulzón el vampiro. Sonríe por la presencia de Tomás, pero ni aun así despega la vista de su trabajo.

—Me siento aburrido —le confiesa. —. Cocinar y leer sin ti es horrible y Víctor ha tenido que irse antes de acabar la clase de hoy porque dice que el chico del pelo blanco hace tonterías peligrosas a veces ¿Sabes que lo ha llamado Gris? Es adorable.

—Oh, sé muchísimo. Víctor siempre ha sido un poco callado, pero ahora habla de ese mortal como una cotorra, es gracioso y todo. —Desmond comenta, después deja el bolígrafo a un lado y alza la vista hacia su humano. —Yo tardaré varias horas más ¿Quieres salir a tomar el aire? Quizá lo necesites. Aún no puedes ir solo por la ciudad, pero en la coronación me encargaré de dejar tan claro que eres mío como pueda para que puedas ir por las calles y te hagan hasta reverencias. Hasta entonces ¿Te parece bien salir al jardín? Eso puedes hacerlo.

Tomás asiente. Le apena no poder dar uno de sus largos, solitarios paseos por el pueblo. Cuando el mundo todavía no había sufrido los efectos de la guerra él cogía siempre el camino más largo a la escuela, a casa o a la tienda con tal de andar más y ver un cachito más de mundo y ahora, aunque entiende las razones de Desmond y sabe que su espera llega a su fin, se siente agobiado y ansioso, sobre todo al recordar cómo salió las noches anteriores y lo bien que se lo pasó.

Se olvida rápido de las penas cuando Desmond le sonríe, esos pequeños gestos que antes serían inimaginables en él le hacen tan feliz que siente que el corazón le estalla. Se despide de su amo con un sonoro beso en la mejilla y un lametón molesto después.

Oye a Desmond maldecir por tener la cara toda ensalivada y él sale corriendo y tronándose de risa para no tener que enfrentarse a las consecuencias de su chiquillada. Se siente más animado y al salir al jardín eso solo mejora.

Tiempo atrás no tuvo el placer de observarlo, el hambre y el frío lo tenían absorto en su miseria, pero ahora que puede tomárselo con calma y examinar el exterior, ve un paraíso. El jardín trasero es simple y tranquilo, allí va a velar a Todd y sentirse apacible, pero el jardín delantero es su contrario. Una explosión de color y plantas salvajes que crecen pretenciosamente altas y amenazan con cubrir el mundo con el manto de sus hojas.

Se descalza en la entrada y pisa el pasto con las plantas de los pies desnudas. La hierba húmeda de rocío se siente fresca y agradable, como el aire que respira.

<<Hay tanta paz...>>

Y ahora que salir ya no es un deseo, sino una opción, Tomás encuentra que debajo de esas ganas locas de correr rápido y huir lejos, hay un extraño deseo que le anuda el corazón y tira de nuevo hacia la morada del clan Gaard. Se extraña al mirar la puerta y sentir su corazón sosegado como cuando volvía de clase en una tarde nevada y de fría ventisca y sentía ya algo tórrido en el cuerpo con solo ver la entrada de su casa ¿Es porque acaso ha encontrado un nuevo hogar? Siempre tuvo el juicio nublado por la huida, por el horror de ser un prisionero, pero ahora que sus cadenas se aflojan no está seguro de querer marcharse.

Los primeros segundos en que esa sensación de comodidad lo aturden piensa que no es más que la mera costumbre. Ha pasado tanto tiempo despertando en ese jardín y siendo arrastrado de vuelta a la casa cada noche que ahora, por inercia, se arrastra él solito. Solo que no es eso, no se trata de que no tenga o no conozca ningún otro lugar al que ir tampoco.

Simplemente sabe que ahora que tiene algo de frío querría entrar por la puerta, subir las escaleras y acurrucarse en la cama con Desmond. Quiere volver a su casa, abrazarlo y quizá robarle algo de calor con los labios.

Tom empieza a pensar en el calor que ese vampiro le ha dado con ellos, no solo con besos. La clara imagen de Desmond chupándosela maniatado vuelve a su cabeza como un relámpago y se siente fulminado en el lugar. De pronto la noche no es tan fría.

Muerde su labio al notar, avergonzado, como crece bajo la ropa. Desmond le habló de eso, le explicó que tras la excitación necesita desquitarse y aunque él mismo se ofrecería a hacer el trabajo Tomás sabe que tan pronto lo toque recordará cosas que no quiere recordar.

Tira de su pijama hacia abajo y arruga sus manos en puños mientras se aferra al borde, tratando de disimular su evidente calentura. Entra de nuevo y sube las escaleras con movimientos lentos, tratando de impedir que sus piernas rocen con su intimidad y le hagan revelarse a base de gemidos involuntarios. Recorre el pasillo prácticamente a hurtadillas, asomando la cabeza en la biblioteca para descubrir que Desmond sigue ahí y tan enfrascado en su burocracia que ni se percata de su presencia.

El chico se alegra de ello y se dirige directamente hacia el baño, donde entra dirigiéndose con prisas al pequeño armario que hay al lado del baúl de dónde saca siempre su ropa.

Bingo. La bolsa de artículos que compraron la noche anterior. Le asusta un poco usarlos, pero también siente curiosidad y se dice a sí mismo que no hay nada que temer, al fin y al cabo, toda la operación está en sus manos y de él mismo es imposible que desconfíe. Aun así, esos artilugios le ponen un poco nervioso, Desmond llenó la bolsa de cosas que no entiende cómo funcionan y que está seguro de que no puede ni pronunciar, así que rebusca hasta hallar lo que considera más sencillo. Saca de la bosa el pequeño dildo color rosa pastel y traga saliva.

No es grande en absoluto, su mano lo abarca sin problema alguno y pese a su finura tiene una ancha base que le impediría tener el único accidente que se le ocurre, además, es un aparato de aspecto simpático, es cilíndrico, con la punta redondeada, una pequeña curva que lo hace lucir más estilizado y una anchura uniforme que posee un pequeño nódulo en la punta. No parece para nada un pene real y eso en cierto modo lo tranquiliza, alejándolo de malas experiencias. Cierra los ojos, acariciándolo en su mano, es raso, pero un poco suave, un material que está seguro será gentil con su piel, así que no debe preocuparse.

Trata de convencerse de que está bien una y otra vez, pero su corazón galopa velozmente mientras sostiene el aparato.

Para sosegarse lo toma ahora con la zurda, dirigiendo su mano dominante a la erección propia buscando darse placer. Rodea su excitación con un tacto liviano y empieza entonces a masajearla de arriba abajo con calma, apretando un poco en la base al notar un hormigueo como consecuencia y aflojando al llegar a la punta, pero dejando la mano ahí unos segundos mientras la rosada punta se perla de líquido pre seminal. Desmond parecía hacerlo de modo distinto, más agresivo y apresurado, pero él quiere aprender, descubrir.

Su cuerpo es suyo para hacer lo que quiera, no para andar sometido a las formas de hacer de Desmond incluso cuando son sus manos quienes hacen el trabajo. Ahora está solo y puede hacer lo que desee, eso le hace sentir mejor. Cierra los ojos y toma una profunda inhalación jugando con los ritmos de su mano bajo la ropa. Entonces piensa en usar la otra, pero no sabe cómo.

Mientras la moción de su izquierda sigue excitándolo bajo la ropa él abre los ojos y mira el pequeño aparato de la derecha. Intenta llevarlo al que debería ser su destino, pero las piernas le tiemblan, el ángulo es malo y el nerviosismo le hace moverse de forma incómoda.

Sin una mejor idea y con una enorme vergüenza se dirige hacia el espejo de cuerpo entero que hay al lado de la bañera. Se coloca delante de él y libera su miembro, usando la mano para desabotonarse el camisón que lo cubre. No aparta la mirada de sí ni un segundo, no parpadea hasta que la tela blanca acaba en el suelo y es su desnudez lo que se refleja ahí. Su cuerpo delgado, pálido y lleno de cicatrices le devuelve la mirada, una llena de extrañeza. Le cuesta reconocerse en esas formas, está ahora más relleno que antes, eso es cierto, pero también más marcado, más... desposeído. Como si su piel contase la historia de constantes robos, como si Desmond, con dientes y uñas, le quitase su ser poco a poco hasta querer reducirlo a nada.

Se acaricia las hendiduras de mordidas pasadas, de cortes, de su intento de suicidio. Y lo peor: dirige su mano a la espalda baja, trazando con los dedos las iniciales de su amo marcadas en grandes surcos de piel quemada. No quiere voltearse y ver esa enorme mancha en su cuerpo, la odia.

Niega con la cabeza cuando nota que su visión empieza a empañarse por las lágrimas. Se dice que no debe dejar que esos recuerdos le duelan más fuerte de lo que le gusta sentir su excitación ahora, quiere, por primera vez, entregarse al placer y olvidar todo lo malo. Además, Desmond está siendo tan bueno con él últimamente, tan increíblemente bueno... Le hace sentir deseado, pero a la vez querido. Le teme más a que nadie en todo el mundo, pero es normal dadas sus naturalezas destinadas a ser de un siervo y un esclavo, sin embargo, su corazón late deprisa cuando es tierno y se funde cuando le muestra cosas que ningún vampiro tiene permitido mostrar a un humano.

Suspira, pensando en Desmond, en sus besos, caricias, en la forma en que ahora parece devolverle a su cuerpo una vida que antes le quitó. Entonces vuelve a masturbarse con la izquierda, dejando en la otra mano el cilindro rosado con cierta duda.

Gime delante de su propia imagen, es humillante verse tan excitado, tan patético como para rogar por ser tocado, sin embargo, no hay nadie más que él para verse, nadie más que él para tocarse y no negarle ni una sola caricia, así que pese a la vergüenza, su excitación se impone y se permite ir más y más rápido. Siente que podría correrse, que el flechazo candente que se dispara por todo su cuerpo atina en la punta de su miembro y lo hace hormiguear, pero se detiene. La sensación es deliciosa, pero no quiere gastarla tan pronto, no ahora que es él quien la tiene en sus manos.

Le gusta ser dueño de su cuerpo, le hace sentir que tiene el control todavía, al menos una pequeña parte.

Las piernas le flaquean con razones y él, advirtiendo que en cualquier momento caerá se sienta en el bruñido suelo y abre sus piernas frente al espejo, mostrando su miembro erecto y, más abajo y con ayuda de una pose provocadora que él mismo fuerza, su entrada. Se muerde el labio al verse tan expuesto y vulnerable, hay algo erótico en su propia imagen y reconoce entonces que Desmond tiene motivos para encontrar tanto gozo en someterle.

Pero no es ahora momento de pensar en sumisión o insumisión, no hay amo al que rendirse, solo está él solo y eso le da seguridad. Con la respiración pesada y su pene latiendo contra su muslo, pidiendo ser tocado, dirige el consolador a su orificio. Empuja suavemente, notando la zona arder. Realmente quiere saber cómo se siente tener dentro ese objeto, aunque le asuste un poco. El dolor punza en su intimidad y se ve obligado a parar, entonces deja el dildo en el suelo a solo unos centímetros de él y se lleva los dedos a la boca.

Cierra los ojos, se masturba con una mano y lame el índice y el corazón de la otra. Pasa su lengua cubierta en saliva con tal de dejar las falanges lúbricas y resbalosas y cuando lo logra, las lleva a ese lugar donde el nódulo rosado no ha logrado nada. Rodea el anillo muscular, lo masajea para humectarlo, como cuando hubo de aplicarse ungüento para que el dolor de la violación remitiera, y cuando se siente más tranquilo, empuja. Un dedo entra y él exclama suavemente por la sorpresa. No duele, solo es un poco incómodo, pero cuando lo mueve, llenando el interior de su saliva, la fricción se hace menos dolorosa y puede añadir un segundo dedo.

No llega siquiera al nudillo, pero no siente necesidad de más. Le basta con ese par de dedos para hacer suaves movimientos y dilatarse un poco, al principio los mete y los saca, pero por alguna razón se siente mejor dejándolo estáticos y simplemente abriéndolos y cerrándolos, como imitando el gesto de unas tijeras. Siente que su cuerpo se relaja, dando paso a que sus músculos lo hagan también y poco a poco sus dedos no se sientan tan apretados por su esfínter.

La sensación no es mala ni buena, solo extraña y cada vez menos incómoda. Se siente suficientemente abierto tras un rato y, sin querer, lanza una mirada furtiva al enorme espejo que lo encara. Se queda paralizado observándose, jamás creyó que tendría que ver una escena así. Lleva los ojos a su llamativa excitación primero, tiene la punta brillosa y de un color rojo intenso, como una cereza, y después mira más abajo, en ese orificio rosado que se expande sorprendentemente para tomar sus dedos. Al sacarlos el agujero se estrecha, pero queda un poco más abierto que antes y totalmente lubricado, luciendo listo para una penetración. Se muerde el labio, preguntándose qué haría Desmond de entrar en ese mismo instante y verle de ese modo: acalorado, débil y listo para recibir su enorme erección.

La idea lo hace respirar más rápido, más profundo. Su cuerpo arde de tal forma que en cada exhalación siente que el aire que le roza los labios se vuelve fuego al escupirlo. Se imagina al vampiro sorprendido al verlo así y después tan, tan feliz. Acercándose despacio con esos andares poderosos que no hacen ni un solo ruido, como si levitase. Se imagina a él arrodillándose frente a tal dios, abriendo la boca para recibirlo.

Toma el dildo, lo empuja un poco y gime alto cuando parece entrar, no todavía en su parte más ancha, pero sí haciéndose un pequeño lugar en su hoyo recién dilatado.

Desmond... se pregunta qué haría, si besarlo primero, dulce, encantador, o perder los estribos y lanzarlo a la cama con fiereza. Las dos ideas le prenden y las explora con detenimiento, empujando su juguete unos centímetros más. Muerde su labio más duro al imaginar a Desmond empujándose dentro de él; a su vez presiona más el juguete y la parte más gruesa entra de golpe, golpeándolo en su próstata. Le tiemblan las piernas por la deliciosa sensación. Se asusta mucho al principio, desconcertado por la ola ardiente que lo recorre y que parece drenarle las energías, entonces agarra el mango rosado con firmeza y empieza a golpear con su dildo ese lugar tan placentero.

Cierra los ojos, abre la boca, hiperventilando.

—Amo, oh, amo... —gimotea, perdido en sus fantasías e incapaz de controlar sus palabras y susurros. Ya ni siquiera se masturba, el placer que recibe por atrás es suficiente y usa su mano libre para tirarse del pelo. Lo hace con la rudeza propia de su amante, imaginando que son los dedos de este quien le hacen arquear la espalda a tirones. Imagina a su amo obligándolo a mirarle mientras lo toma. A mirarle a los ojos.

—¡Desmond! —grita, el placer acallando su voz y recorriendo hasta el más recóndito de sus rincones.

Tiembla intensamente, se araña, clava sus dedos en el consolador y lo empuja hondo hasta que siente que todo su cuerpo zumba. Entonces, cuando la enorme oleada de calor y placer se pasa, abre los ojos, viendo en el espejo espesas tiras blancas que manchan su imagen.

Saca de sí el objeto y ahora que la excitación no le nubla el juicio, se muere de vergüenza al pensar en su situación. Enrojece violentamente ¡Debe hacer algo rápido! Tiene que vestirse, guardar el juguete sexual y limpiar las evidencias del cristal, no puede dejar que nadie se entere de lo que ha hecho, moriría de bochorno.


Fin del cap ¿Os ha gustado?

¿Os ha sorprendido que Tom empiece a experimentar por sí mismo? ¿Qué os parece eso?

¿Qué creéis que pasará más adelante?

Gracias por leer <3 Nos vemos en el próximo cap owo


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