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Tomás enrojece, no responde a su pregunta y solo anda con pasos pequeños y calculados hacia la cama donde el rubio le espera. Este se incorpora, mirándolo con las cejas arqueadas y preguntándose a qué se debe el extraño comportamiento de Tomás de hoy, espera respuestas, pero el chico no dice nada. Sube a la cama, gatea hacia él y sobre él y finalmente se sienta en su regazo. La piel del chico arde y lo hace olvidarse de todo, lo abraza, lo acerca más a sí y hunde el rostro en esa calidez que le devuelve la vida.

—¿Qué intentas, Tomi? —murmura en su cuello. La voz ronca vibra contra la fina piel y se expande en todo su cuerpo, amplificándose con un enorme temblor.

Una mano lo toma con fuerza del muslo, amasando la carne, la otra sube y baja por el camino que la columna vertebral traza. Sus caderas se prensan inconteniblemente contra las del chico y este gimotea al darse cuenta de que ha encendido a su amante.

—Lo que estoy consiguiendo... —el bisbiseo apenas suena como aire que se le escapa, la voz es tan delgada como un cabello y Desmond se siente igualmente enredado en tales palabras.

Tomás se apega a él, su pequeño pecho mide la dureza del del vampiro y sus manos, siempre reposando tranquilamente en el regazo, se aventuran ahora buscando algo en el cuerpo del contrario. La zurda se desliza por el abdomen, tropieza al principio en las hondonadas de los músculos y después repasa los contornos con las yemas con fascinación. La diestra, por su lado, no se toma el privilegio de ser tan recatada: baja directa a la entrepierna.

Desmond hace un sonido parecido a un ronroneo cuando el chico agarra su excitación por encima de la ropa. Su mano no es firme, pero tampoco parece dudar, caricia someramente, pero las sensaciones le calan hondo. La sube y la baja en una lenta moción que lo llena de deleite y lo lleva al límite entre perder el control y conservarlo, haciendo que se tambalee.

—Tomás... —dice con voz aguardentosa, suena como un rugido que le pone la piel de punta pero, aun así, no logra pararlo. Es un claro tono de advertencia y no parece importarle. —Si sigues así vas a tener problemas.

—¿Qué problemas? —pregunta con fingida preocupación, parpadeando muy rápido y mirándolo con ojillos brillantes.

Desmond se muerde el labio, Tom no está siendo para nada inocente, pero sabe muy bien como lucir tanto como un ángel y eso le está desquiciando.

—Que voy a querer algo más que tu sangre. —intenta advertir Desmond sin ser demasiado directo, pero Tom parece que si lo entiende no le da importancia.

Desciende, besando su cuello y después su quijada angulosa y la mano que lo toca sobre la tela de la ropa interior se precipita hacia la orilla. Su índice bordea la zona donde la piel y la goma elástica de la prenda se unen. Tira de su pelo rubio, pretendiendo que su cabeza está solo alzada, ajena al cuerpo desnudo que tiene encima, pero no aguanta, sus ojos caen a la tentación y lo miran. De arriba abajo.

El pelo mullido, de puntas todavía un poco húmedas y gotas de agua que se deslizan por los hilos como si fuesen néctar. La frente rasa y morena, las cejas oscuras y delgadas juntándose donde pequeñas arrugas se forman por una insignificante mueca de preocupación. Los ojos, tan brillantes, entrecerrados como si tuviese sueño, con las pestañas rozándose, abriendo y cerrando ese camino a la enorme pupila que poco a poco engulle la miel del iris hasta convertirlo en un pequeño anillo dorado. La graciosa nariz que se redondea al final y luce rosada como la de un animalillo, el arco de cupido pintado con cariño, los labios enrojecidos... tienen pequeñas heridas, no son visibles apenas, pero hay un par de gotas de sangre que apenas florecen y llaman a todos sus sentidos. El mentón redondeado, el cuello fino, con una peca a un lado y muchas cicatrices al otro, los hombros huesudos, así como la clavícula que sobresale cuando toma aire. Su pecho moreno, lampiño, adornado por dos botones del mismo color que su nariz y pequeños, pero encantadores. Baja por el vientre, levemente abultado ahora que lo compara con cuando llegó. Suave, relleno y fácil de tomar entre las manos, forma pliegues cuando se ríe y pequeños rollitos cerca del ombligo cuando se dobla y es hermoso, simplemente hermoso. Pero no toda la belleza de Tomás es tan pura.

Sus manos son pequeñas, pero los dedos son largos y lo rozan con solo una mínima decencia, el resto es puro deseo a punto de rebosar. Y justo al lado de su mano derecha que todavía oscila entre piel y ropa, se halla la intimidad de Tomás. Se yergue casi con vergüenza, con la punta sonrojada y brillante por las gotas de anticipación.

—Si tanto lo quieres solo tómalo.

Desmond empuja el chico sobre la cama y para su sorpresa este no se resiste, solo se asusta al principio y, después, yace relajado con sus manos sobre la cabeza y todo el cuerpo expuesto. Él podría lanzarse ahora mismo sobre su amante y hacer de él lo que sus instintos pidiesen, pero solo se queda sentado mientras lo mira. Petrificado.

—¿Quieres esto, Tomás? La última vez...

—La última vez fui estúpido y te pedí que me tomases incluso si no lo deseaba —rebate el chico con fiereza. —, la última vez tan siquiera te había perdonado y no te quería aún. —Desmond tuerce la boca, la sinceridad del chico es un dardo que le da de lleno en el corazón. —La última vez solo estaba pensando en que quizá eso me curaría, pero ahora es diferente. Ahora quiero hacerlo porque ya estoy bien y porque te amo. —susurra, su tono se suaviza, su expresión parece rejuvenecer y Desmond se siente anestesiado con tales palabras. —Y porque quiero... simplemente quiero hacerlo.

Desmond asiente, la seguridad de las palabras de su interlocutor parece trasladarse a él y por eso se acerca, todavía con cautela, pero dando algo de rienda suelta a sus ganas de poner las manos en Tomás. Se coloca encima, desliza las palmas por todo su torso y le besa las clavículas. Tom jadea, suspira y retiene el resto de sonidos que amenazan con delatar su lascivia. Entonces reúne fuerzas para seguir hablando.

—Desde aquella vez me has tratado como si me fuese a romper. Me has estado evitando muchas veces ¿No es así? He notado como te alejabas cuando dormíamos, como querías besarme y te apartabas. No soy tan débil ahora, Desmond, no tienes que andar con tanto cuidado... ya puedo contigo. —bromea, llevando las manos a la cara del mayor para sostenerla y hacer que este lo mire.

—Entonces tendré que poner eso a prueba. —dice roncamente en su oreja. Las palabras son lentas, arrastra los sonidos vibrantes haciéndolos temblar en su garganta, sonando rudo, casi con un leve acento nórdico.

Tomás ríe de forma coqueta, baja su diestra de nuevo a la ropa interior del vampiro, escurriéndose de lo que pretendía ser un agarre firme, y dice:

—Pues date prisa —su voz silva, tan baja que tiene que acercarse a la boca del otro para ser oído. Le muerde el labio, tira de él mientras se recuesta, arrastrando al vampiro más y más cerca suyo y, después pinza con su índice el elástico bajo la cintura de su pareja. —o tendré que ser yo el que te ponga a prueba.

Desmond se paraliza cuando tras esas palabras la insinuación se vuelve acto y Tomás le baja la única prenda que le quedaba. Su excitación salta, necesitada, hacia las manos del chico y este parece reírse de su sorpresa cuando lo mira de reojo y con media sonrisilla. Mientras lo hace, desliza la ropa interior por sus piernas y para cuando llega a las rodillas Desmond por fin responde. Se desprende rápidamente de la tela, quedando tan desnudo como su amante y totalmente anonadado por su actitud tan atrevida.

De golpe lo voltea sobre la cama. El chico jadea por la sorpresa, las manos de su amo son fuertes lo agarran con firmeza, pero también tan rápidas que su cuerpo es movido sin que él se de cuenta hasta después. Desmond besa sus hombros desde detrás, acercándose tentativamente al cuello y con sus manos recorriendo la espalda del chico hasta su cintura.

—Me gusta que seas tan atrevido —lo halaga, muerde su lóbulo y besa su nuca, empezando a descender por la columna. —, pero veamos si eres solo un charlatán o de verdad vas en serio.

Tomás le sonríe y su fisonomía parece cambiar con ese simple gesto. No es la hermosa sonrisa de ángel que siempre muestra, haciéndole arder el corazón, sino una mueca procaz propia de un diablillo que esta vez calienta otra parte de él. Desmond se muerde el labio, deseando morder el del chico y después, cuando analiza la situación más a fondo sonríe: Tomás está actuando seguro y taimado, pero su corazón delata los tiernos nervios.

Lo acaricia con más suavidad tras percatarse de eso y el chico decide hundir el rostro en la almohada. Desmond se pregunta si por mera comodidad o para ocultar expresiones que el pobre considera vergonzosas y que él muere por ver. Decide que más adelante le dará la vuelta y comprobará de clase de formas bonitas puede tomar ese ya hermoso rostro.

Sus manos bajan por todo el cuerpo tocándolo con adoración: perfilan los brazos, los costados y trastabillan en los huesos de la cadera como un par de viajeros torpes. Se siente como un novato con Tomás. Él ha tenido sexo más veces de las que puede o quiere recordar, pero ninguna con alguien a quien considerase no solo más que un objeto, sino más que un dios. Tomás es tan puro que incluso en sus insinuaciones le parece tierno, tan bueno que hasta su rencor es dulce e indulgente, tan... tan divino que le resulta impío tocarlo ¿Qué tocarlo? ¡Mirarlo!

No se lo merece y nunca lo hará. Y lo sabe. Sabe perfectamente que ese cuerpo meloso y tierno, como un fruto recién caído del árbol, no tendría lugar en sus manos ni podrido. Sabe, desde la primera vez que Tomás le sonrío de forma candorosa, que desea su amor tantísimo como merece su odio. Y supo cuando el chico le perdonó la vida horas atrás que él ha tomado de la suya cosas que jamás podrá devolver, que su perdón es un regalo, uno que pesa, uno que es injusto. Su mejoría no justifica sus acciones y su amor tan dedicado, tan inmenso, por el humano, no borra ni el más pequeño de los actos que cometió contra él en el pasado.

Y esa es la magia. Su panacea y su maldición: que Tomás lo ama y lo ha perdonado de todos modos. Que con una mano lo abraza y con la otra lo apuñala. Que tiene el honor de ser amado por esa criatura a la que no le llega ni a los pies y como castigo tendrá siempre que cargar con la culpa de todo lo que hizo para no ganárselo.

Los remordimientos son la otra cara de la moneda y cuanto más quiere al humano y más le quiere este a él, más le roen por dentro, más hondo clavan sus dientes, más rápido chupan su sangre.

Y aun así, merece la pena.

Desmond lo besa, bendiciendo sus labios, llenando su corazón de culpa y de la ebriedad de su piel al mismo tiempo, confundiéndolo, confundiéndose. Y es que Tomás lo hizo sentir confuso desde el preciso instante en que cruzaron miradas.

Lo besa más y, puestos a pecar, lo besa cada vez más cerca de lugares prohibidos. Tomás gime cuando el vampiro pasa la lengua por los hoyuelos de su espalda baja y lleva las manos a sus nalgas. Las aprieta entre sus dedos sintiendo la enorme calidez y el firme, pero agradable tacto de la carne joven; Fija su vista en ese lugar de aspecto rosado y falsamente virginal que tan violentamente profanó aquella vez, ya por completo sanado. Él podría perfectamente hacer lo que quisiese ahora, Tomás está tan vulnerable y expuesto... es en esos momentos en que siente que el chico le rompe el corazón.

No se lo explica, no entiende cómo. Cómo una criatura tan bella podría siquiera fijarse en él. Cómo podría perdonarlo cuando él nunca lo hará. Cómo podría entregarse. Si Tomás se está sacrificando por él, Desmond jura no fallarle nunca de nuevo. Quiere tocarlo de forma que nunca duela, brindarle el mayor placer que ha conocido, dejarlo temblando y con los ojos en blanco, la mente vacía y sus extremidades sintiéndose tan electrizantes que olvide que tiene piel sobre el cuerpo. Quiere darle a una noche inolvidable. Repetirla cada noche, agradecer, con cada roce, beso y orgasmo, todo lo que el chico le da a él sin esperar nada a cambio.

Con primor, besa las carnosas pompas, succionando de vez en cuando para dejar marcas amoratadas que, aunque leves, tardarán en marchar. Tomás podría rechazarlo cuando quisiera, pero algo dentro de él se retuerce de alegría cuando deja en el chico una impronta suya. A veces se estremece culposamente recordando cuando lo marcó a fuego y, ahora, deseando ser más cuidadoso, se sirve de su boca y besos apasionados para dejar otras señales en él. Y se siente orgulloso, Tom se agita cuando cierra su boca contra la abundante carne y deja ir un ruido cuando succiona, dejando chupetones. Son gemidos, gime de placer por él y es la mejor sensación del mundo.

Con más cuidado todavía le abre las nalgas, dejando más a la vista su lampiño agujero. Baja despacio, su aliento gélido le eriza los vellos de la nuca y los brazos y cuando el hombre llega a su destino, Tomás grita. Se estampa contra la almohada acto seguido, muerto de vergüenza. Su cuerpo, por su lado, reacciona enloquecidamente con temblores y espasmos, con ruidos altos que el cojín no logra amordazar, cuando Desmond lame el anillo muscular, lo rodea con la punta de la lengua y, tras lubricarlo, lo penetra con ella. La piel insulsa del chico le resulta deliciosa en realidad y todavía más sus reacciones.

Los labios rozan la piel sensible que rodea la zona y la lengua, despiadada y hábil, lo fuerza a abrirse a su paso. Tomás suspira, niega con la cabeza, incapaz de aceptar que tal placer existe, y sus caderas disienten de él al moverse hacia la lúbrica sensación. Chispazos los recorren enteros, convierten su cuerpo en una constelación de sensaciones que se conectan unas con otras que brillan y lo dejan mareado por su intensidad.

Desmond de separa de él, haciéndole sentir congelado de repente; gime en protesta, su trasero se eleva buscando la boca del otro y Tomás, al darse cuenta, se reprocha por ser tan lascivo.

—Realmente deseas esto —ríe el vampiro. Su voz es tan ronca como burlona y eso lo calienta aún más.

Desmond sabe lo mucho que espera ser follado, lo sabe y no hace nada al respecto. Tomás se desespera, pero eso, lejos de apagar su llama, da pábulo a su pasión. Arde y arde más como si cada segundo de maldita espera fuera combustible y Desmond, que tiene todo el tiempo del mundo, deja los minutos pasar. Ya no quiere torturar a su humano, pero esta es una pequeña excepción.

Tomás, sin embargo, no va a quedarse de brazos cruzados esperando y rogando. Él también desea cosas y él también tiene manos como para tomar lo que quiere. Se incorpora, todo y tembloso, pero decidido y nota como su pareja se queda estática por su atrevimiento. Tomás se acerca a Desmond hasta que sienten el aliento del otro en sus bocas y sus pechos se rozan, se aferra a sus hombros con las dos manos para subirse a su regazo y después, cuando las aparta, rodea los dos miembros con ellas.

Él gime al sentirme mucho más bien de lo esperado, Desmond solo deja ir un suspiro.

—¿Qué te crees que haces? —le pregunta el vampiro burlón.

—En la ceremonia dijiste que tú vida estaba en mis manos —dice el chico cambiando de tema, no moviendo su mano para conservar la suficiente compostura para hablar. — ¿Sigue estándolo? ¿Puedo actuar en vez de esperar a recibir tus órdenes? ¿Puedo tomar lo que quiero si tú me lo permites? ¿Puedo... tener el control?

Desmond ríe, enternecido por la forma en que el rostro del moreno se llena de expectación. Lo toma de las mejillas y da un tierno beso en la punta de su nariz.

—Claro que sí —murmulla —, ahora demuéstrame qué sabes hacer.




Fin del cap ¿Os ha gustado? owo La semana que viene es ya el final y la otra el epílogo, me da pena, pero muero de emoción uwu

Ojalá esta historia os deje con muchos sentimientos y recuerdos, ojalá mis otras historias os gusten también y ojalá poder sacar adelante los proyectos que me traigo entre manos pero que wattpad todavía no ha visto (un omegaverse, un libro BDSM de vampiros llamado ''contrato con el vampiro'' y... quien sabe, quizá algo similar a ''Corazón de matón'' en un futuro, aunque eso se me ha venido a la cabeza hace diez minutos en la ducha jajaja)

Gracias por leerme <3


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