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Despierto sudoroso, alterado y lúcido. Terriblemente lúcido.

¿Ha sido solo un sueño? Se sentía tan real. No, no es un sueño, no se desvanece despacio, como arena entre los dedos, por cada parpadeo que doy al despertar. Si acaso, el recuerdo se graba más a fuego en mí. Noto el dolor, la quemazón.

Recuerdo.

Es un recuerdo. De cuando me fui de casa, quizá de horas antes de mi ataque y mi amnesia. Trago saliva, notando la boca seca y pastosa. El hombro me duele y la cabeza me palpita, tengo sed, hambre y no puedo apenas mover un solo músculo de mí, pero tener mi primer recuerdo de esa época borrosa después de tantos años es algo demasiado maravilloso como para que piense en nada más. ¿Por qué ahora?

Dicen que cuando alguien va a morir su vida pasa frente a sus ojos. De la mía solo he recuperado un pequeño fotograma. Quizá se trata de una cuenta regresiva que va despacio, al son de mi lenta muerte. Quizá los fragmentos gotearán despacio, esperando hasta el último instante en que Ángel me deje conservar mi vida.

Ángel.

Trago saliva de nuevo, notando mi lengua pastosa, y me voleo a verlo. Está conduciendo y el sol nos da ambos en el cuerpo. Si ha amanecido debemos llevar ya horas aquí, pero aun así él mantiene su postura rígida y correcta y su vista fija en la carretera no parece ni un poco cansada.

—¿Has dormido bien? —me pregunta.

Yo me sobresalto y asiento rápidamente. Él también asiente, cerrando los ojos un segundo. En ese instante se hace evidente un profundo, profundísimo cansando que su rostro no había revelado hasta ahora. Los ojos cerrados, la boca entreabierta y la piel morena besada por el sol. Luce como si pudiese dormir por siempre. Aminora la marcha y veo que nos detenemos a uno de los lados de la desértica carretera.

Cuando el motor se para el silencio entre ambos me pone tan nervioso que respiro con fuerza. Me pregunto si me matará aquí. Ahora.

Él se desajusta su cinturón de seguridad, quejándose un poco por la incómoda posición, y se voltea hacia mí con rostro ecuánime. Va a matarme. Rebusca en su bolsillo. Me matará así, sin una sola expresión en la cara, como si fuese una tarea cualquiera. Cierro los ojos cuando empieza a sacar la mano. Va a rajarme el cuello, veré su cara manchada de mi sangre y posiblemente se fume un cigarrillo mientras espera a que me desangre, para matar el rato.

Algo frío es puesto contra mi cara y yo chillo. Abro los ojos, esperando lo peor, y entonces veo un viejo teléfono móvil.

—¿Q-qué? —pregunto, totalmente confundido. ¿Va a grabar mi muerte? ¿Va a llamar a alguien para que me oiga ahogarme con mi propia sangre? No lo entiendo, mi cabeza funciona demasiado rápido y duele. Duele.

Necesito mis pastillas.

—Voy a llamar a tu jefe y vas a decirle que dejas el trabajo, que desde el accidente quieres algo que no sea de cara al público y has encontrado otra cosa más tranquila en otra ciudad. Con el casero ya he hablado yo por mensaje de texto, no tienes amigos y tu única familia es tu madre, así que... es fácil hacerte desaparecer sin que nadie denuncie nada.

El orgullo en su voz me duele. No me gusta destacar, pero... tampoco pensé que fuese un don nadie. No me gusta formar vínculos porque me da miedo como se sienta que los rompan y todos los que yo haya tenido durante los años importantes de mi vida han sido olvidados, pero jamás pensé que necesitaría a alguien que me echase de menos. A alguien que cuidase de mí.

Ahora con sus palabras caigo en la cuenta de que mi vida tranquila es... horriblemente prescindible en el mundo. Mi piso está casi igual que el día que lo alquilé, mi jefe contará a otro chico con más personalidad que yo y si alguna vez tuve un amigo me habrá olvidado después de años de silencio. Soy tan fácil de olvidar. Yo mismo me he olvidado y quizá mi problema es haber pasado tantos años sin buscarme, solo... dejando pasar el tiempo.

—¿Me estás escuchando? —pregunta bruscamente, cogiéndome de la barbilla y haciéndome mirarle. Yo aparto el rostro, pero asiento. —Bien. Oh, y esto es como cuando te saqué a la calle: no sabes ni dónde estamos, así que si tratas de pedir ayuda voy a tener tiempo suficiente como para matarte asfixiándote en vez de con el cuchillo. Es una muerte espantosa, Tyler ¿Puedes imaginarla? —pregunta bajando la voz, el tono se hace íntimo cuando acerca su rostro al mío y su enorme mano sube por mi pecho. Me tenso y un chispazo de dolor me conecta el hombro con las muñecas. —Tu pequeño cuello aplastado entre mis dedos, la forma en que te quedarías poco a poco sin aire. Tu garganta literalmente cerrada y tú abriendo la boca tanto como puedas, pero sin poder tomar aire ni gritar —sigue, bajando la voz, haciendo el tono más ronco, más pesado. Me acaricia la clavícula, luego la garganta.

Acompaña mi nuez de Adán cuando trago saliva.

—la presión sanguínea aumentándote en el rostro, los ojos, los oídos y la cabeza se sentirían como si fuesen a estallar, calientes, llenos de sangre, y luego empezarías a marearte porque no te llega oxígeno al cerebro. Se haría difícil pensar racionalmente, pero no estarías suficientemente atontado como para no sentir pánico, solo como para no poder actuar al respecto. —sus dedos se enroscan en mi cuello, grandes, ásperos, lo abarcan entero y se cierran sin dificultad en la nuca. No presionan, pero me cuesta respirar. —Y lo peor es que tardarías un buen rato en perder el sentido, serían quizá solo minutos, pero pueden hacerse eternos mientras pasa algo así, con la frustración de estar atado... ni siquiera ibas a poder arañarme y tener la esperanza de librarte. Luego yo aflojaría un poco, dejando pasar algo de oxígeno para no terminar rápido y volvería a empezar. Tengo mucho tiempo, Tyler, para jugar así contigo, así que piénsatelo muy, muy bien antes de hacer cualquier estupidez.

Sus palabras tienen un terrible poder sobre mí. Mi cuerpo, convencido de que sus dedos apretarán en cualquier momento llevando a cabo tales amenazas, tiembla exageradamente y se tensa. Sus dedos nada más me rozan, pero aire me falta y tengo que decir ''Sí'' con un hilillo de voz.

Después de eso él me sonríe, como queriendo recompensarme, y me pone el teléfono en el oído. Escucho los pitidos agudos, espaciados, que marcan la espera antes de que alguien conteste. Si Oliver no lo hace ¿Qué pasará conmigo? Por un lado no quiero que responda, no quiero tener que oír su voz y recordar que no voy a volver nunca a la tranquila tienda, no quiero sentir la tentación de pedirle ayuda y saber que para cuando me encuentren estaré hecho pedazos. Suenan tres pitidos.

Ángel chasquea los dedos frente a mi cara. Otro pitido.

—Mírame a los ojos mientas le hablas, quiero ver cómo le mientes y me obedeces.

No puedo hacerlo y él lo sabe. Me agarra fuerte de la barbilla, acercándome a su cara tanto que nuestras narices están por rozarse. Sus ojos glaucos, entrecerrados, me miran fijamente. Tan quietos. Tan fríos. Ojos de cristal. Me hipnotizan unos segundos, luego me horrorizan, hay algo familiar en ellos, algo tierno, que me hace verlos con una curiosidad que me distrae, pero cuanto más trato de indagar, cuando más hondo viajo en la fina pupila, más me pierdo. Me dan vértigo, son enormes agujeros y no puedo ver el fondo. Sus intenciones conmigo, sus planes, sus emociones... todo está sepultado por una terrible oscuridad.

Es como cuando cierro mis ojos y trato de mirar unos años hacia atrás.

—¿Si? —la voz de Oliver me sobresalta. Sabía que sería un shock para mí oírle y tener que mentir para encubrir mi desaparición, pero ahora que está sucediendo la idea me hace un nudo en la garganta y no puedo hablar. —¿Hola?

—¡Hola! Hola —digo nervioso, empujado a ello cuando la mano de Ángel me aprieta más la mandíbula.

—¡Oh! Tyler ¿Cómo estás? ¿Ya va mejor el hombro? ¿Estás descansando mucho? —me bombardea, hablando rápido y preocupado.

Quiero decirle que no. Que no estoy bien, ni menos dolorido, ni descansado. Que necesito ayuda. Quiero gritar, pero los ojos de Ángel me amordazan, serenan mi voz con esa fuerza aplacadora que me hace mirarlos aunque los odie, que me hace obedecer.

—Uhm, s-sí, estoy un poco mejor... Escucha, Oli, después de lo del áng- ¡lo del armario! Después de eso, pues, a ver, yo como que me he estresado, n-no sé... quería cambiar de trabajo, algo que no fuese de cara al público y, bueno, he encontrado otra cosa. L-lo siento, es solo que, no sé, había una oferta de empleo en otra ciudad y...

—Oh... —se escucha al otro lado de la línea, cortando mi balbuceo.

La decepción en su voz me destroza. El recuerdo de mí yéndome de casa vuelve: la forma en que mamá me pedía que me quedase, en que me miraba con terror, con decepción y lástima. La abandoné ¿Por qué hice eso? ¿Por qué hago eso con las pocas personas que piensan en mí? Y si mamá no me ha buscado, Oliver lo hará aún menos.

—Es una pena, de verdad, pero lo entiendo. Me gustaría que te quedases, pero después del otro día, si es lo que quieres... Me sabe muy mal, en serio, has sido un empleado impecable.

Suspira al otro lado de la línea, se hace el silencio y no puedo retener mis lágrimas. No sollozo, no mientras sus ojos buscan mi boca, analizando qué diré antes siquiera de que lo pronuncie. Muevo mis labios mudamente, la mano de Ángel baja a mi cuello. Me está diciendo que estoy haciendo una estupidez, que seguir esta llamada es inútil. Quiero quedarme al teléfono, me siento seguro, al menos un poco.

—Oye, Oliver t-tengo que colgar, me, eh, me duele la cabeza. —le digo, hablando bajo para que no se note como me flaquea la voz.

—Claro, claro... espero que te vaya muy bien Ty, sabes que si quieres volver a la tienda siempre puedes, incluso si es solo de visita ¿Vale?

No, no ¡No! insísteme, por favor, date cuenta de que algo raro pasa, pregúntame si estoy bien y sospecha cuando me oigas tartamudear en respuesta. Por favor, no me cuelgues, no me dejes solo, no con él.

—De acuerdo, lo tendré en cuenta.

—Cuídate. —me dice amablemente. Me aferro a voz, quiero aferrarme, pedirle que espere, que se quede un poco más. Quiero que me conozca lo suficiente como para saber que algo anda mal, quizá si la llamada dura unos segundos más él pueda sospechar, quizá...

El pitido.

Siento que todo el mundo se me viene encima. Me quedo estático viendo como Ángel me aleja el teléfono del oído y luego lo rompe y lo tira en su guantera. Luego se me acerca y me da un pequeño beso en la mejilla, acompañado de un susurro que me hiela la piel:

—Buen chico.

Mientras él arranca y vuelve a la carretera, yo me quedo en esa burbuja extraña. Mi mente piensa lentamente, tratando de asimilar todo:

Que mi casero y mi jefe han aceptado con facilidad que me iré. Que mi madre lleva años sin verme y no me buscará ahora. Que mi padre se largó de casa cuando era un niño y tampoco me echaría de menos si un lunático me asesinase. Que el mundo va a seguir siendo el mismo después de que yo me vaya al jodido infierno con Ángel. Que no volveré a casa. Que no volveré a la tienda. Que quizá ni siquiera voy a salir de este coche.

Trago saliva. Me pregunto qué habría pasado si me hubiese quedado con mamá ¿Por qué tenía tantas ganas de irme? Mis recuerdos son tan extraños, falta algo, como si los viese con distancia. Yo mismo me parezco misterioso, un desconocido ¿Por qué hablaría así a mamá? ¿Qué es ese bosque mágico?

Lo poco que sé de ella es que cuando yo era un niño ella era mi superheroína ¿Qué salió mal? Quizá simplemente soy una mierda de persona, como cuando rechazo a Oliver cada semana después de que sea amable conmigo y se ofrezca a enseñarme a hacer artesanías. Quizá es solo que trato a las personas que me quieren como mierda porque me da miedo a enfrentarme a esos sentimientos tan intensos, tan volátiles. El afecto es peligroso.

¿Traté así a Ángel cuando era su niñero? Sea como sea ¿De qué me serviría recordar las formas en las que he sido hiriente con él? No es como si pedirle disculpas fuese a funcionar, él no es normal... un hombre capaz de esto solo porque está encaprichado con su niñero, no, él está loco de remate, no hay nada que yo pueda hacer.

—¿A dónde me llevas? —pregunto al mirar por la ventanilla. Me gustaría saber dónde me matará al menos.

Llevamos horas en el coche, estamos más lejos de lo que yo jamás he viajado. No hay vuelta atrás, lo sé.

No me responde.

—He recordado una cosa... no de ti, pero quizá con el tiempo sí te recuerdo. Puedes parar esto, Ángel, puedes llevarme a casa y yo te avisaré cuando te recuerde. No llamaré a la policía, lo prometo, pero no es necesario que... q-que lleves las cosas tan lejos.

Él suspira y da un pequeño golpe en el volante con su mano, como harto. Luego dice:

—Tyler, quizá estoy mal de la cabeza, debo parecerte un loco, estoy seguro, pero no soy imbécil. No pienso arriesgarme a que te escapes.

Dicho eso sube el volumen de la radio lo suficiente como para no oírme si le hablo de nuevo. Yo tan siquiera me siento decepcionado, de un modo u otro estoy perdiendo la esperanza. Si quiero escapar no puedo convencerle, él tiene razón, por muy loco que esté es inteligente. Si quiero huir, tengo que ser más listo que él.


Fin del cap ¿Qué os ha parecido? ¿Os ha gustado?

¿Qué pensaís de la forma en que se comporta Ángel? ¿Creéis que es metódigo y tranquilo o que es de esos que estallan violentamente?

¿Qué haríais en el lugar de Ty?

¿Cómo os habeís sentido durante la llamada a Oli?

¿Qué creeís que pasará a continuación?

Mil gracias por leer <3 Nos vemos en el siguiente cap :p


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