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Lo miro sin creérmelo aún, con ojos muy grandes y la boca abierta. Su cara se transforma de repente y vuelve a ser ese monstruo de ceño arrugado en que se convierte cuando pierde la paciencia. Sin darme tiempo a procesar lo que sucede él me agarra el brazo izquierdo, tirando de él para llevarlo al hueco de la puerta y volver a hacer lo mismo. Me da un escalofrío. Quiere machacarme los huesos de la muñeca con la puerta del coche. Este lunático. Este animal.

—¡No! ¡No, espera! —chillo totalmente aterrado, moviéndome y forcejeando como puedo con un tobillo roto, un hombro dislocado y su fuerte brazo aprisionándome por detrás.

Grito agudamente cuando veo mi brazo en el lugar, por mucho que lo sacuda y tire de él, y empiezo a luchar más violentamente, haciéndome daño en el hombro.

—Haz el favor de poner la muñeca, será mejor para ti. —dice frustrado, apretándome más fuerte contra él y tirando de mi brazo para ponerlo en el lugar. —Si sigues tirando el brazo hacia atrás te pillaré los dedos y quizá incluso los pierdas, es peligroso. —me regaña.

Yo lo miro con horror y sé que no es un farol. Sé que lo hará, le diga lo que le diga, que yo no puedo luchar contra él y menos en mi estado. Llorando y totalmente aterrado obedezco. Pongo mi muñeca en el hueco de la puerta, sabiendo que él va a cerrarla con toda su fuerza, que el peso del metal y de su poderoso brazo van a caer sobre esos huesos tan, tan pequeños. Casi anticipo el dolor. Una arcada me dobla y lloro a mares. Sorbo, sollozo, balbuceo como cuando era niño y no podía aguantar saber que mamá lloraba, que había golpes fuera de mi cuarto, que el mundo no era bonito, como yo creía.

Quiero volver, quiero volver a mis pocos momentos felices. Quiero recordarlos, quiero tener algo bueno en mi vida para pensar en ello en momentos como este.

Miro a Ángel, lamentándome desesperadamente, buscando compasión mientras mi mano tiembla exageradamente y todo mi cuerpo, contra el suyo, se contrae de terror.

Entonces empuja la puerta.

Siento el terrible y punzante vacío en mi estómago, la dolorosa rigidez de mi cuerpo y, por fin, mi garganta vomitando un hórrido grito. Cierro los ojos, me llego los oídos de mi voz asustada y espero el dolor.

No llega.

Mi cuerpo se relaja un poco, me pregunto si es por el shock y me permito abrir los ojos. Observo mi muñeca, totalmente intacta, a un metro de la puerta cerrada. ¿Ha tirado de mí para impedirlo? Lo miro, todavía temblando y llorando de miedo, pero ahora también desconcertado.

—¡Deberías haber visto tu cara! —dice, tapándose la boca para no carcajearse. Luego se calma y su expresión se endulza un poco. Me sonríe tiernamente y me habla mientras que con la misma mano con que iba a empujar la puerta y romper mi muñeca, la mano que me ha roto el tobillo, me acomoda mechones de pelo tras las orejas. — Solo bromeaba, no soy tan malo ¿Sabes? Con torcerte el tobillo creo que ya es suficiente para que aprendas. Mira, no he hecho nada ¿Ves? —dice en tono pueril, cogiéndome la muñeca y agitándomela delante de la cara como si fuese de trapo.

La tensión del momento me cae encima y empiezo a hiperventilar. Está lunático. No puedo quedarme con él ¿Qué será de mí? Mierda, joder, inspira, toma aire ¡Joder! Mis pulmones se cierran, es como si me ahogasen, como si tuviese algo en la boca. Me llevo la mano a los labios, llenos de saliva y lágrimas. No puedo. No puedo respirar. ¿Qué será de mí en sus manos? ¿Qué será? Está completamente enfermo, no hay forma de que razone con él ¿Y si me mata? ¿Y si me tortura? Oh ¿Acaso no ha empezado? No, yo no puedo aguantar eso, no puedo, esta tensión constante, impredecible, este estrés, el dolor. No puedo.

—No puedo respirar —digo en un hilillo de voz, tosiendo, llorando, ahogándome con las palabras.

Me escurro de entre sus manos, bajando del aire al duro suelo, pero mi piel solo reconoce arenas movedizas en que me hundo ¿Por qué? ¿Por qué debo sentirme así? Como si el mundo se acabase, como si yo me acabase. Me llevo las manos al pecho, inflamado, dolorido. Tomo aire y mi garganta encogida silba, el que llega a los pulmones parece escaparse por algún lado. No puedo ni pensar, me duele la cabeza. Miro mis manos y siento que las veo a través de una pantalla.

Nada es real. Solo la sensación de que me muero.

Y entonces, lo son sus manos.

—Tyler, Tyler, ya está. —me susurra, asiéndome despacio. Mi piel se vuelve increíblemente receptiva y sus toques, su voz, su aliento me alcanzan punzantemente.

Me agarra por debajo de las axilas, levantándome, y me rodea la cintura para que no caiga. Recuerdo la ducha. Sus manos. Las manchas blancas cayéndome por los muslos. Ni siquiera puedo tomar aire ya. Le odio, le odio tanto. Y, aun así, lo único que se siente real es él. Solo soy consciente de mi cuerpo cuando mi piel chilla bajo sus agarres suaves, cuidadosos.

¿Por qué? ¿Por qué Ángel me trae este terror, este asco y, a la vez, una extraña tranquilidad?

Casi melancólica.

Abro un poco los ojos, inflando el pecho. Inhalo y exhalo, él me quita mechones azabaches del rostro con pequeñas caricias. Por primera vez sus ojos son transparentes: miedo. ¿Qué sentido tiene? Siento que enloquezco yo también.

—No podía... respirar... —digo entre sollozos, sintiéndome profundamente triste y perezoso. Ya ni siquiera me esmero en sostener mi cuerpo, Ángel lo hace por mí por mucho que lo deteste.

Él asiente, comprensivo y el gesto no sé cómo, pero me reconforta. Quizá solo busco aferrarme a lo poco de humanidad que tenga, al fin y al cabo, es mi única forma de tener esperanzas.

—No pasa nada, solo ha sido un ataque de pánico ¿Si? Pero estás bien, quizá no debería haber empezado tan fuerte, pero Tyler, tienes que portarte bien. Si sabes que te pones así cuando te lo hago pasar mal ¿Por qué intentas escaparte? —lo miro, incapaz de responder. No hay nada que pueda decirle si no entiende por qué mierda intento huir de él.

Su rostro denota preocupación. Preocupación por mí. La rabia que me causa es tan grande que le daría un puñetazo de no ser por las represalias. Él no tiene derecho a expresar, a sentir preocupación después de todo lo que me está haciendo pasar. Odio tantísimo que sea incapaz de ver lo horrible que es, que se crea que me hace un favor. Lo odio. Y odio aferrarme fuerte a él ahora que estoy mareado, odio haberme abrazado su agarre cuando pensaba que iba a morir y solo sabía que la única persona a mi lado era él.

Él no se espera a que yo le responda, supongo que intuye lo estúpida que es su pregunta. Y yo no quiero arriesgarme a decir nada. Afirma su agarre en mi cintura y me ayuda a caminar junto a él, más bien a cojear. Vuelve a coger la bolsa de deportes llena de cadenas y se guarda las llaves del coche en el mismo bolsillo de antes. Sabe que no volveré a intentarlo.

Entramos a la casa y al inicio no sé siquiera qué sentir. El lugar es amplio, luminoso, y los muebles son simples, sin gran ornamento, pero realmente lucen caros. Es una casa bonita, parece de revista, pero aunque el espacio sea agradable y no haya manchas de sangre por los suelos ni aparatos de tortura colgando de las paredes, me siento inquieto. Es aquí donde empieza mi infierno.

Intento no verme perturbado por la vorágine de sensaciones y trato de pensar fríamente. Necesito fijarme en el lugar de forma precisa, hacer un plano mental. Si sé dónde están las cosas huir o incluso defenderme me será más fácil. Necesito orientarme, bien: he entrado por la puerta del garaje, a mi derecha hay unas escaleras, a mi izquierda el salón, enorme y con un gran ventanal y la cocina, conectada a este, pegada a la pared. A lo lejos el ventanal se acaba, hay un estrecho pasillito ¡Un recibidor! Y en él, la puerta de salida.

Ángel me lleva hacia la cocina, desde donde puedo observar el salón bastante bien. Me suelta unos segundos, apoyándome contra el mármol como si fuese una muñeca a la que cuida con afecto y entonces se agacha. Dejo de mirar a mis alrededor para verle a él. Retira la pequeña alfombra que tiene en el suelo, frente a la pica, y una trampilla de madera clara se revela ante mis ojos.

Mi cabeza da una insoportable punzada y noto mi estómago hundirse. No quiero saber qué hay ahí. Pero él abre la trampilla, revelando unas escaleras de madera que son devoradas ominosa oscuridad.

—Ven, vas a bajar tu primero. —me dice con voz ronca, apartándose mientras sostiene la puertecilla abierta.

No quiero desobedecer porque sé lo que sucede, pero ese horrible lugar, ese lugar misterioso, bajo el suelo de su casa. Es como una tumba. Me asusta.

—¿Q-Qué hay ahí abajo? —pregunto, acercándome un poco para no obtener una reprimenda. Me arrodillo en el suelo, asomándome. No se ve nada.

—Nada malo, no temas, no es mi intención torturarte, Tyler, solo quiero estar a tu lado para poder cuidarte, no te estoy llevando a un matadero o algo así. —me dice con confianza, tomándome de la mano.

Me acaricia los nudillos con el pulgar. Yo le aparto la mano de inmediato, recuerdo cuando mamá hacía eso, con sus dedos pequeños y suaves y no quiero que su tacto áspero me arranque de la piel una de mis pocas memorias; especialmente si es agradable.

Él endurece su rostro y yo cedo. Pongo el pie bueno en uno de los primeros escalones y me siento en el primero, bajando muy poco a poco y ayudándome de mi mano izquierda, ya que no puedo andar. La negrura que hay ahí abajo me envuelve por completo cuando he bajado unos siete escalones y tengo que parar y suspirar. Miro atrás y veo a Ángel seguirme a paso muy lento, interponiéndose entre mí y la angosta salida. Cuando he bajado un poco más, tanteando en la oscuridad con mis manos y pies helados y temblorosos, él cierra la trampilla.

El sonido resuena y el eco susurrante que se crea me indica que el sitio es espacioso y vacío. Suspiro entrecortadamente, mirando atrás. Ahora ya no hay luz y aunque no veo a Ángel escucho la madera crujir bajo sus pasos. Está tan callado que no escucho ni su respiración, solo la mía.

De pronto el terror de quedarme aquí solo me paraliza. Me imagino sumido en esta oscuridad enloquecedora, dejando pasar un tiempo que no puedo siquiera contar, sin saber qué me rodea o donde está el arriba y el abajo, como flotando en una espesa noche eterna.

Por suerte, mis manos encuentran algo más que madera y toco suelo firme, de cemento. Me abrazo a mí mismo en el suelo, escuchando a Ángel bajar sin hesitación. Luego oigo el roce de su mano con la pared y un click.

Una ráfaga de luz me hace cerrar los ojos al principio, pero poco a poco los abro, acostumbrándome al brillante fluorescente que hay en medio de la sala y la penumbra que todavía impregna las esquinas.

El lugar es gris y deprimente, una gran habitación de cemento con una viga en el centro, una puerta con candado cerca de las escaleras y otra puerta al fondo, entreabierta. Al fondo hay un colchón sobre el suelo y al lado una bolsa de basura vacía.

—¿V-vas a encerrarme en un sótano? ¿Cómo a un animal salvaje? —pregunto lleno de miedo mientras deja caer al suelo la bolsa de deportes y la abre.

—No lo pienses así —me dice a modo de regañina, con un tono casual. Empieza a sacar cadenas den la bolsa, pasando casa grueso eslabón por sus manos para comprobar que sea firme. —. Esta habitación ni siquiera venía con la casa, no es un sótano, la tuve que construir solo para ti. Piénsalo más bien como... tu habitación. Además, tampoco voy a dejarte tirado aquí dentro sin más, te lo he dicho, te cuidaré.

Él termina de descargar todo el metal en el suelo y luego canturrea esa canción familiar mientras empieza a rodear la viga con él y afirmarlo con candados cada pocos eslabones. Veo como rodea el pilar unas cuatro o cinco veces, como la gruesa cadena se amontona pesadamente, haciendo un ruido metálico que me eriza la piel.

Al final deja un trozo de cadena suela, para no enroscarla toda alrededor de pilar. Al final hay un grillete. Agarra la cadena con fuerza, pasándola por sus nudillos y apretándola contra su palma. Entonces tira de ella con todas sus fuerzas. La cadena se estrecha contra el pilar y tiembla, su brazo se marca increíblemente por la fuerza y el rostro se le pone completamente rojo. Tira con las dos manos. El cuerpo tenso, los músculos resaltando y los nudillos blancos como la cal. Al final suelta la cadena, desistiendo y con voz cansada dice:

—Perfecto.

Yo me siento increíblemente desesperanzado. Si él, con su gran cuerpo y su buena salud, no ha logrado nada ¿Qué lograré yo? Una vez encadenado, se me acabarán las posibilidades.

—Acércate, ven. —me dice, dejándose caer sobre el blanco colchón con el grillete en una mano, listo para atraparme.

Yo me arrastro tímidamente sobre el suelo, no queriendo llegar, pero tampoco queriendo despertar su ira. Cuando estoy cerca me atrapa con sus grandes manos y me tumba en el colchón mientras él sigue sentado en la orilla. Todo el cuerpo me tiembla bajo su mirada analítica y de pronto no me puedo mover. Noto la cabeza, el brazo, el estómago y el tobillo palpitándome como si tuviese el corazón dividido y repartido. Cierro los ojos, esperando que lo peor suceda.

Escucho un chasquido y noto un una fría presión sobre el tobillo derecho. Cuando abro los ojos, unos segundos después, me asombro al ver no pie encadenado, sino a Ángel ya en las escaleras.

—¡Espera! —chillo instintivamente. No quiero verlo más, pero pensar que cuando salga la trampilla se cerrará, reduciendo este lugar a pura oscuridad, me aterra hasta el punto de que quiero chillar. —Mi hombro y mi tobillo duelen realmente mucho. Por favor, necesito que me lleves a un médico.

Sé que mis intentos son vanos cuando sus labios se curvan en una leve sonrisa. Después de eso apaga el fluorescente. La única luz que entra es la de la salida, alumbrando tenuemente las escaleras y su figura que poco a poco asciende. En instante todo se queda terriblemente oscuro y solitario.

Y hace mucho que no le temo a la oscuridad, pero ahora poco a poco una creciente inquietud se apodera de mí. Me devora por dentro, me hormiguea en la piel, queriendo salir. No llego al interruptor con estas cadenas y en la negrura no tengo para distraerme ni el típico mirar la pared. Recorrer una habitación semivacía con los ojos una y otra vez puede sonar aburrido, pero ahora es lo único que pido. Algo que me libre esta incertidumbre. No sé si volveré a ver la luz de nuevo, no sería raro pensar que un lunático como él me ha traído aquí para dejarme morir. Quizá simplemente su cerebro tiene otro cortocircuito y se olvida de que estoy aquí abajo o de que existo. Si yo me olvidé de mí ¿Por qué no él? Me abrazo a mí mismo, notando el frío y la humedad hasta en los huesos, y respiro despacio, tratando de no llenarlo todo de este sonido acelerado, que el eco me devuelve como terribles suspiros fantasmales. Creo oír crujidos en las paredes-¡. Creo ver manchas en la oscuridad.

¿Cuánto ha pasado desde que se ha ido? ¿Un minuto, una hora? No lo sé, no puedo concentrarme. En un lugar tan vacío, tan silencioso, siento que la única certeza que tengo es el colchón y la cadena. El resto son aguas nocturnas. Si me caigo al mar no saldré a flote más, pero si espero no sé tampoco si alguien me rescatará o no. Me tumbo. El mareo, el hambre, las náuseas, el vaivén del dolor. Floto a la deriva. Siento que me moriré aquí.


fin del cap owo ¿Qué os ha parecido?

¿Qué Ángel bromee con romperle la muñeca a Tyler le hace ver más o menos loco?

¿Qué os parece saber que ha construido una maldita habitación subterránea solo para él?

¿Qué creéis que pasará con Tyler ahora que está ahí abajo?

¿Creéis que podrá escapar? ¿Cual sería vuestro plan?

Gracias por leer <3 No olvides dejar una estrellita y seguirme si te gusta la historia, son dos clicks muy fáciles y que me animan un montón <3 ¡y comenta si tienes algo que decir! :D


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