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Veintiuno, veintidós y veintitrés. Lanzo la cadena que tengo recogida sobre el regazo al suelo. Luego palpo hasta encontrar la atadura de mi tobillo y pongo los dedos sobre el primer eslabón. Uno, dos, tres...

Contar eslabones es la única forma de mantenerme cuerdo. Si no tengo los dedos pasando aros de metal de uno en uno, siento que floto y pierdo la noción del arriba y el abajo, me mareo y las náuseas se combinan dolorosamente con el hambre.

Cinco, seis, siete...

Además, contar me ayuda a saber si duermo. Me he descontado cinco veces, así que puede que haya dormido cinco veces. Por cuanto tiempo... no lo sé. Tampoco sé seguro si se me ha ido la cabeza o si he perdido la consciencia, pero es lo máximo que puedo saber ahora mismo.

Diez, once, doce...

Llego hasta veintitrés, luego ya no puedo tirar más de la cadena. Cumplí veintitrés no hace tantos años, es una coincidencia o casi. Es curioso. Me río un poco, sin querer, y el sonido de mi voz me horroriza. Podrían haber pasado cinco días ¿Los han pasado? No, no he dormido cinco veces, habría muerto ¿No?

Quince, dieciséis...

Quizá he muerto, con tanta oscuridad y silencio bien podría ser un espíritu incapaz de ver su propio cadáver.

Diecisiete, dieciocho...

No. No he muerto. Mi cabeza pulsátil, el hombro doloroso, la garganta seca, mi estómago vacío, el tobillo entumecido, el otro encadenado...

Diecinueve...

No, aún siento mi cuerpo. Pesado. Horrible lastre.

Veinte...

Ah, ojalá tener mis pastillas. Ojalá tener esa calma con la que me iba a la cama.

Veintiuno...

Con la que dormía largamente.

Veintidós...

Con la que despertaba sabiendo qué iba a deparar ese día para mí.

Veintitrés. Y vuelta a empezar.

Tiro la cadena al suelo de nuevo, apenas sin fuerza. No llego a contar a dos cuando la luz vuelve, acompañada de la opaca figura de Ángel. Cierro los ojos, cuento sus pasos ¿Diez, doce escalones? Me he perdido.

La trampilla se cierra. El fluorescente se enciende. De nuevo, Ángel trae algo en sus manos: una botellita de agua y una pastilla. Esta vez las miro receloso, aunque el deseo casi me hace correr hacia él. Se acerca hasta sentarse en el colchón, yo me hago un ovillo a un lado, mirando fijamente las pastillas y el agua.

—¿Las quieres? —pregunta con un tono burlón. Yo asiento despacio. —Entonces tómate primero la comida, es malo tomar medicamentos con el estómago vacío ¿Lo sabías?

Miro sus maños con extrañez ¿La comida? Entonces caigo en la cuenta de a qué se refiere. Me vuelvo al suelo frente a mí, donde reposa el viejo bocadillo de lo que supongo que fue ayer. Lo miro con disgusto, incapaz de acercarme.

—Pero... lo has pisado y escupiste en él... —digo con una vocecilla baja y rasposa, tosiendo inevitablemente.

—Sé bien lo que hice, Ty, no soy yo el que tiene problemas de memoria. —dice secamente, acomodándose en el colchón y quitándome más espacio.

Yo me alejo hasta quedar en el borde y lo escruto con la mirada, esperando en vano. Él no hará nada hasta que me humille y coma los asquerosos restos del suelo. Está tan cerca que me veo tentado a alargar la mano y quitarle el agua y los medicamentos, es la misma clase de impulso que cuando si sus llaves asomándole por el bolsillo. Solo que esta vez no actúo. Noto un pinchazo en el tobillo, una advertencia. Mis ganas de hacer una locura se vuelven casi imperceptibles.

—No quiero... comerme eso... —me quejo, asqueado.

—Entonces no creo que te duela lo suficiente. —se encoge de hombros.

Se levanta y yo entro en pánico. Su presencia horrible es lo único que tengo para no quedarme a oscuras. Es lo único que me aleja de ese espacio ingrávido y horrible, esa locura. Por suerte solo va a dejar el agua y las pasillas fuera de mi alcance y luego se me acerca, dejándose caer nuevamente sobre el colchón. Me mira con una sonrisa coqueta, esa misma que puso en la tienda, cuando nos conocimos. Por dios ¿Cómo pueden ser el mismo muchacho? Ese... adolescente imbécil y cachondo, fácil de leer, como cualquier idiota que no sabe ligar, pero es demasiado obvio, y este monstruo que parece hablar lenguas que no entiendo.

Me pregunto si hay más capas bajo él. Si esto es una máscara también ¿Qué hay debajo?

Su mano se desliza por el colchón hacia mí, silenciosa, acariciando. Siento que repta. Luego me agarra el tobillo hinchado y rojo. La piel está brillante, las venas parecen pintadas con rotulador. Con horror, me quedo estático mientras sus dedos lo rodean y lo aprietan.

Un segundo después estallo en gritos. Noto el dolor trepar por mis huesos, llegarme al pecho, a la cabeza, pulsar, buscar un lugar para salir. Es como si tuviese dentro una alimaña que quiere escapar y escarba y roe mis pequeños nervios, mi músculo, la piel... Me retuerzo, llorando, y abrazo mi pierna. Ese maldito hijo de puta. Es como si me descarnase la pierna, incluso si sus manos no están ya sobre mí noto la piel, extrañamente tierna, como si bailase alrededor del hueso. No puedo parar de llorar, pero cuando mi vista está un poco menos difusa le veo. Me ofrece la pastilla, esta vez sin agua.

Intento agarrarlas, pero las retira de un movimiento rápido. La frustración me hace gritar.

—¡Por favor! ¡Por favor, la necesito! — grito desesperado. Él sonríe e inclina la cabeza hacia el maldito bocadillo.

Finalmente cedo, me arrastro agarrándome la pierna para que el tobillo no roce el suelo y lamo el maldito suelo, tomando las migajas desperdigadas y ya duras de pan y lo que sea que llevase dentro. No me sabe a nada, solo a dolor, a la sal de mis lágrimas metiéndoseme en la boca. Me lleno la boca y trago sin masticar, tratando de no pensar en su asquerosa saliva, en lo sucias que deben estar sus suelas. Pienso en lo que sucedería si contrajese una infección en el estómago por esto. Moriría rabiando de dolor aquí abajo, como un animal salvaje. Aullando, con espuma en la boca, sangre en los ojos.

Entonces unos aplausos me interrumpen.

—¡Por fin! Casi dos días has tardado en comértelo. En otras circunstancias esa cabezonería sería admirable, pero ahora me es molesta. Ven, ven aquí —me llama palmeando el colchón, como si fuese un jodido perro. Me acerco mirándolo con rencor y tras enjuagarme las lágrimas de la cara con el dorso de la mano la extiendo frente a él, exigiendo mis pastillas y mi agua. —Ah, ah, ah —dice negando, con esa sonrisa casi inocente en sus labios. —solo te pido algo muy insignificante, muy sencillo, un precio bajísimo para lo mucho que realmente quieres esto.

Asiento, esperando. Solo que ya no tengo esperanzas de que sea nada bueno. Después de haberme comido ese asqueroso bocadillo en mal estado poco me importa si me pide que lama el suelo o hasta que ladre. Solo quiero parar el jodido dolor ¡Qué diga ya de una vez lo que debo hacer!

Me sonríe coquetamente, revolviéndome el estómago. Luego da unos toquecitos en sus labios con el índice.

—¿Qué? —pregunto totalmente desconcertado. No, su cabeza no sigue ninguna clase de lógica.

—¡Por favor! No actúes todo horrorizado —se queja —. Has besado antes y no es como si fuese la primera vez que pruebas mi saliva. —dice, aguantándose una risa burlona. Cuando pienso en su escupitajo, en que está dentro de mí, siento horribles ganas de vomitar.

Me duele el estómago, pero aun así suspiro y accedo. Odio mil veces más tener que sucumbir a estos deseos extraños que humillarme de otros modos, pero Dios sabe qué hará si me niego. Me acerco rápidamente a él, sin respirar, y prenso mis labios contra los suyos, contando tres segundos.

—No me vengas con mariconadas, Tyler, he pedido un beso, no esta mierda de niñitos pequeños.

Me agarra del pelo violentamente, asustándome. Cuando trato de gritar sus labios sobre los míos me callan. Él tiene razón: he besado antes. Besos dulces apenas, pero fogosos, apresurados y exigentes casi siempre. Sin embargo, nada comparado al crimen que su boca comete contra la mía.

Este crimen al que llama beso.

Su ósculo empieza demandante, los labios moviéndose sobre los míos con total control de mis reacciones, su lengua ahondando sin permiso, recorriéndome la boca, dominando el espacio donde deberían estar mis palabras. Cuando me desea más abierto tira más de mi pelo, tragándose mis gritos con esos movimientos feroces. Abre y cierra su boca contra la mía, chupa mis labios hasta que los siento pulsar y se empuja más y más contra mí, como queriendo ahogarme por completo. Una mano en mi cabello, corrigiendo mis intentos de huir, la otra en mi cuello, asustándome. Apeas aprieta, pero sus dedos firmes son suficiente para hacerme temblar. Los recuerdos de la ducha me inundan, advirtiéndome que este beso puede ser el inicio de algo peor, mucho peor.

Gime gruesamente y entonces parece volverse un animal. Me muerde la boca: los labios, la lengua, todo lleno de sangre. Yo me quejo y me remuevo, sintiendo los duros pinchazos de sus dientes rompiendo la carne. Él aprieta más y más mi cuello y tira de mi pelo, dejando mi garganta expuesta. Mi rostro enrojece por la falta de aire y siento que explotará. Mientras, él lame la sangre con voraces besos y me hace probar ese sabor metálico, trayéndolo con su lengua al encuentro con la mía.

Vuelvo a retorcerme y su manos endurecen, su cuerpo se lanza sobre el mío cual predador. No puedo respirar. La presión en el cuello, en el pecho, en la cabeza. Explotaré si sigue empujando más y más, ahondando, como si quisiera arrancarme el corazón con la lengua afilada.

Se separa de mí. Los labios carmesí brillante, largas gotas bajándole por el cuello, escapando a su lengua, que traga y traga el líquido rojo como si fuese un manjar. Me mira con ojos chispeantes, prácticamente negros. Por primera vez son sinceros y transparentes, puedo leer a la perfección que hay detrás de ellos. Y desearía no hacerlo.

Hambre.

Mi cuerpo tiembla entero ante la imagen de este demonio, su mano sigue asfixiando y la presión crece poco a poco, a la par que una pequeña sonrisa en su cara. Es tan monstruoso, con ese rostro angelical lleno de sangre. Noto el calor bajarme de la boca al cuello, las gotas escurriendo entre los nudillos que me asfixian.

—Por favor... —suplico patéticamente, apenas sin voz —por favor, no me mates.

Ladea el rostro, sonriendo con una curiosidad pueril. Bajo la sangre y la maldad, el escalofriante rostro de un chiquillo me mira sin comprender. Sus rasgos empiezan a ponerse borrosos y noto las manos frías y rígidas.

—Abre la boca. —ordena, manteniendo la horrible presión en mi cuello.

Apenas consciente de mí entreabro mis labios lastimados. Sus dedos escarlata rozan mi lengua y empujan algo hacia el final de esta. Rechisto por su mordisco en mi lengua, todavía sensible y sangrante, pero entonces suelta mi cuello y saca sus dedos. Abro y cierro la boca, trago sangre, asqueado, y noto que lo tenía al final de la lengua era la pastilla.

Me ase del rostro con su mano húmeda y venosa y cierro los ojos por el temor. Siento su aliento sobre mí y mis labios y lengua palpitan allí donde los ha mordido hasta desgarrar la carne. Lloro de dolor ante la idea de otro beso. Entonces me da uno tierno en la otra mejilla, mientras me acaricia una con el pulgar. El gesto es dulce, lleno de delicadeza.

—Compláceme, Tyler, y verás mi mejor lado. Mi amor puede ser tierno y cuidadoso y está esperando por ti.

—¿Tu amor? —escupo con ironía, entre la risa y el llanto. —Esto es... una locura. —sollozo, totalmente desesperado. —No lo entiendo ¿Qué quieres de mí?

Él me acaricia la mejilla, borrando mis lágrimas con mi sangre.

—Te quiero a ti. Te llevo queriendo desde que tengo doce dulces años. —me murmura con nostalgia.

¿Doce años? Él apenas era un niño pequeño ¿Ya tenía estas asquerosas ideas? ¿O era solo un jovencito prendado de su niñero al que más tarde el tiempo pervirtió? Él... Él... ¿Cómo era en aquel entonces? Un pinchazo me atraviesa, me echa de esa laguna honda donde se hunde mi pasado.

—Ni siquiera puedo recordar esa época, todo está borroso —trato de excusarme. —Siento... siento no poder recordarte, de veras, pero no puedes hacerme esto.

—No debería hacerte esto. —corrige. —Pero poder, te aseguro que puedo.

—Y si no deberías ¿Por qué lo haces? —digo afablemente, tratando de razonar con él. Si realmente está tan obsesionado conmigo, significa que tengo cierto poder sobre él, solo debo descubrir cómo usarlo —¿No quieres hacer cosas buenas por alguien a quien quieres? Has dicho que me quieres desde hace años ¿Cierto? Así q-

—Oh, no, no, no. —me interrumpe prensando su dedo contra mi labio. Específicamente donde está la herida. —No empieces con tu chantaje, ya no soy un niñito inocente, Tyler, de verdad que no quieres intentar manipularme. Si sigues así voy a tener que amordazarte y no querrías eso ¿Verdad? Tu voz es lo único que tienes contra mí ahora, para suplicarme, para pedirme que me detenga si decido hacerte mucho, mucho daño... y, quien sabe, quizá me compadezca un poco llegado el momento, así que te aseguro que no quieres estar con una mordaza en tu boca en ese momento, sorbiendo y balbuceando de forma patética lo que sea que quieras suplicarme.

Sus palabras son como un chorro de agua helada. Es imposible, él me va siempre un paso por delante. Este es su juego y me está destrozando sin siquiera intentarlo ¿Qué me queda si no es intentar ganar?

Trago saliva mientras lo veo irse. La oscuridad me inunda de pronto ¿Debería perder toda esperanza? Ni siquiera tengo mucho por lo que luchar: una vida mediocre y poco memorable, un piso sin fotos mías y un teléfono sin un solo contacto al que llamar amigo. Pero siguen siendo cosas mías: mi vida, mi aburrimiento, mi miseria, mi soledad. Mías. Mías.

Y él no es nadie para decidir que lo que yo llamo mío tiene tan poco valor que puede serme arrebatado.

Mi libertad. Mi cuerpo.

Él no es nadie, un extraño, uno con fuerza, determinación y un par de tornillos sueltos. Pero no tiene derecho a esto. No a tocar lo que es mío.

Uno, dos, tres...


Fin del cap owo ¿Qué os ha parecido?

¿Quién quiere darle un besito a Ángel? ¿Nadie? :v

¿Os da pena Tyler? ¿Os sentís identificado/as en algún aspecto?

¿Qué creéis que pasará a continuación? owo

Gracias por leer <33 Y siento los retrasos, la uni y las prácticas me tienen tan liada que ni hueco he encontrado para ir al psicólogo :v 


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