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La hora ha llegado. Ángel abre la puerta y la luz me avisa de que es mi momento para escapar o morir en el intento. Cuando él me lleve a la superficie de nuevo tendré un margen de minutos, quizá solo de segundos, para actuar y huir. Y si fallo mi mayor temor no es seguir aquí encerrado, es lo que Ángel me hará como castigo. Mi hombro no me molesta tanto si no uso el brazo, pero el tobillo... llevo desde entonces tirado en el suelo, incapaz de ponerme de pie y con la pierna perpetuamente morada. Hace ya tiempo desde que me lo rompió o al menos yo siento ese momento lejano, pero el dolor... el dolor está aquí, ahora, y es una advertencia de que pasa si le desobedezco. Igual que la oscuridad: todo son recordatorios de que si no le mantengo feliz, me voy a pudrir en este infierno. Casi hacen que no quiera intentar escapar por miedo a las represalias.

Ángel trae un cubo en una mano, una bandeja en la otra. Enciende las luces, cierra la trampilla y deja la bandeja con comida en uno de los escalones. Yo miro con atención el cubo, preguntándome qué mierda planea. Mi corazón se acelera cuando él se acerca a mí, pero se detiene. Se agacha tras el pilar de cemento donde mi cadena está fuertemente atada y lo oigo trastear por ahí sin saber bien que hace.

Me quedo callado mientras espero, no quiero arruinar esto, no tan pronto. Al menos quiero sentir la libertad de tener el grillete fuera de mi tobillo, quizá me alivia un poco el dolor.

Al rato Ángel se levanta y dice:

—He arreglado esto, ahora tu cadena debería ser más larga por al menos dos metros.

—¿Qué?

Él me mira como si fuese estúpido y se sostiene el puente de la nariz. Luego señala la puerta que tengo a la izquierda, a la que nunca he llegado. Me levanto, sosteniéndome en la pared y con el pie izquierdo sin rozar el suelo, y cojeo hacia ella con el corazón en un puño. Me aterroriza pensar en qué puede haber tras esa puerta, qué cosa aterradora lleva ahí desde siempre, inaccesible, amenazante. Agarro el pomo con mi mano izquierda sudorosa y cuando abro la puerta siento que el corazón se me para.

—¿Y esa cara de susto? Fuiste tú quien dijiste que necesitabas ir al baño.

Asiento sin voz, mirando el retrete y el rollo de papel de váter que hay encima.

—P-pensé... pensé que iríamos arriba... —digo al borde del llanto.

No va a quitarme los grilletes, no voy a subir, no tengo oportunidad de escapar. Ese maldito lunático, ese hijo de puta... Ha preparado este horrible sótano para que viva aquí de por vida. Ha instalado un jodido cuarto de baño ¿Por qué no me lo había dicho? Lo tenía a dos metros y medio y aun así me ha hecho mear en una esquina por días, como un putísimo perro ¡Le odio!

—Vamos, joder —espeta empujándome a dentro del baño. Como estoy con una pierna sola, me caigo fácilmente y tengo que agarrarme a la taza para no golpearme contra el suelo. —, no tengo todo el día y menos para tus cerdadas.

Asiento, atónito. Voy a morir aquí. Estos van a ser mis días a partir de ahora y lo sé, pero es que esta humillación, este absoluto infierno, es lo mejor de ellos. Porque cuando este sádico se larga...

Ángel se sienta en las escaleras, esperando mientras yo estoy en el baño, sin siquiera el derecho de cerrar la puerta, ya que la cadena me lo impide. Tardo un rato, quizá quince minutos y él suspira lleno de hastío cuando me ve salir.

—Quizá me he hecho demasiadas ilusiones estos años que he estado esperando por ti... esto es monótono y... más aburrido de lo que pensaba. Creo que te voy a dejar el cubo con jabón y la esponja ahí y que te bañes tú solo, estoy cansado de esperar.

—¿Qué? No ¡No, espera! —grito corriendo hacia él, pero ya tiene un pie en las escaleras. La cadena tintinea y tira de mi tobillo, haciéndome caer al suelo. Si tan solo fuese un poco más larga podría tocarlo, podría impedir que se fuese. —¿No quieres quedarte? ¿Hablar, aunque sea un rato? Por favor... si te vas yo me quedaré aquí sin nada que hacer y paso todo el día así ¡Es insoportable!

—No es mi problema —se encoge de hombros y sube otro escalón.

—¡Por favor! Por favor... solo cinco minutos... —murmuro rompiendo a llorar. No sé cuando me he vuelto tan patético, tan sumiso, pero no me importa ahora. Lo único que quiero es no hundirme de nuevo en esa deprimente soledad.

Él suspira y baja los escalones. Yo lo miro con el rostro lleno de agradecimiento.

—Pero si me aburro voy a irme ¿Entiendes? —asiento vigorosamente, preparándome mentalmente para sus besos llenos de sangre. Los odio, pero incluso si sus labios son veneno y su lengua una afilada hoja los prefiero a la nada. —Aparta el colchón, no querrás empaparlo mientras te duchas.

Con mucho esfuerzo, pongo el colchón vertical y lo apoyo contra la puerta del baño, dejando la zona central despejada. Intento darme prisa, pues no quiero hastiarle, y él se dedica a mirarme con ojos entreabiertos mientras arrastro y levanto el colchón quejándome del dolor de mi hombro y mi tobillo. Cuando termino me acerco a él tímidamente, esperando instrucciones.

—Vamos, quítate esa ropa, está ya tan sucia que la voy a tirar. —dice él con prisas.

Yo no quiero ser desobediente, pero apenas puedo moverme cuando lo ordena. Incluso estar de pie me cuesta demasiado, tratando de balancearme sobre mi pierna y aguantando el mareo de estar hambriento por no haber comido nada desde la mañana. Aun así, empiezo a quitarme la ropa con lentitud y me doy cuenta de lo rasgada que está de las veces que Ángel me toma con fuerza brutal. Mientras me desnudo, los pedazos de tela caen como si fuesen papel, rígidos por la sangre seca. Veo mi cuerpo por primera vez en mucho tiempo y lo que hay frente a mis ojos debe ser una piel que visto porque no, no puedo ser yo esta cosa huesuda, ensangrentada y llena de marcas moradas de dedos, no puede ser este tobillo tan hinchado que parece una bola, estos dedos de uñas carcomidas y piel seca.

Muerdo mi labio para no sollozar al verme y de repente algo me distrae. El frío baja por mi pecho cuando Ángel prensa la esponja húmeda y jabonosa contra él y yo me tambaleo. Él me rodea con su brazo, me sostiene desde la espalda y anda poco a poco, cerca de mí, como si bailásemos pegados, mientras me dirige hacia el fondo de la sala. Me mira fijamente a la cara, viendo las muecas de dolor, de disgusto, las lágrimas. Me apoya contra la pared, sin escapatoria, mientras vuelve a mi pecho, ahora con las manos llenas de espuma y la esponja flotando en el cubo. Me acaricia, dejando el agua sucia escurrirse hacia el suelo y pasea su mirada por todas las zonas que sus manos dejan rosadas, limpias y sensibles. Me recorre las costillas, me aprieta la cintura y pasa con la punta de sus dedos por el hombro derecho, sabiendo que ahí el dolor es intenso. Luego rodea mi brazo con una sola mano y baja por él, limpiándolo, hasta que llega a la muñeca; Extiende mis dedos sobre su palma y los limpia con dedicación y ternura, como si me pusiese anillos. Sin darme cuenta, mi respiración se vuelve lenta, tranquila. Lo mira a los ojos, tratando de entender cómo ese ser que me trata con tanta gentileza es también quien me tiene cautivo, herido y aterrado, pero entonces la respuesta sucede: él me voltea rudamente pegando mi mejilla contra la pared y su cuerpo se acerca al mío con ese ansia que puedo recordar que tenía en la ducha.

Me da náuseas cuando me toca así y miedo. Un miedo que me paraliza, que no genera ya en mi rabia, tan siquiera frustración, solo ganar de pedirle con una vocecita pequeña que me deje solo. Y entonces recuerdo que estar solo es un infierno también, no peor, no mejor, solo diferente.

—Oh, Tyler...

Sus manos, sus manos son demasiado grandes, demasiado bruscas ¿Dónde está el toque gentil de antes? Necesito lo que sea, una caricia amable, aunque sea de él, o siento que moriré de miedo, de tristeza, de soledad. Sus manos ya no me acarician, me buscan, me atapan. Me agarra la piel como si fuese suya, entierra y desliza las uñas, levemente, sin romperme, pero dejándome claro que puede. Me resulta familiar, pero mi cabeza duele si intento buscar el por qué.

Noto su mano jabonosa pasar por toda mi espalda, por mis muslos y entretenerse en mi intimidad. Luego se aleja y cuando estoy por dar gracias a Dios oigo el sonido de su cremallera. Es como si mi cuerpo ya no tuviese una sola gota de sangre: me quedo helado.

Él vuelve a girarme y no me atrevo a mirar abajo, pero noto su dura excitación contra mi cadera, moliéndose necesitadamente.

—No hagas esto, Ángel, n-no... —logro musitar, buscando su mirada y en ella su humanidad.

Él me mira una fracción de segundo, una mirada somnolienta y lujuriosa, como si flotase en una nube que le emborrona la línea que separa el bien del mal, y me besa. Sus labios son un poco amables al inicio, buscando humedecer los míos y abrirlos para asegurarse el acceso; su lengua me recorre el labio superior, luego se hunde en busca de la mía y al separarse un fino hilo de saliva nos conecta.

Su cuerpo arde, su mano, como fuego, me rodea la hombría y siento ganas de gritar. No lo hago, no siento que pueda hacerlo. En estos momentos así es todo, solo soy un pedazo de carne entre sus dedos, entre sus garras y colmillos. Tengo la terrible certeza de que nada saldrá bien para mí.

—Ángel, por favor, no quiero. —intento mostrarme seguro, pero me tiemblan los labios y ya estoy llorando.

Él me mira estremecido por mi rostro lleno de terror y vulnerabilidad. Pero no le afecta como yo desearía y sus palabras me lo dejan claro:

—Eres tan bonito, joder, Ty, tan bonito... Así, así, triste y débil, mi pobre cosa indefensa. Sé así siempre ¿De acuerdo? Mírame con esa necesidad, deja que me ocupe de ti, mi adorable, mi dulce, dulce Tyler. Te quiero tantísimo.

Sus palabras son arrolladoras, tan llenas de una devoción que no acabará bien para mí. Su mano empieza a moverse arriba y abajo, afirmándose a mi miembro, forzándolo a reaccionar al contacto. Siento un hormigueo en mi ingle y lo odio. Odio sus manos sobre mí, odio como tira de los hilos.

Su boca baja a mi cuello, buscando la horrible marca violácea que persiste. Lo sé cuando la encuentra porque sus besos duelen.

—Vamos, vamos, joder —gruñe, mordiéndome en el chupón y haciéndome temblar. Me agarra la muñeca de la mano izquierda, dirigiendo mis dedos a su erección —tócame tú también a mí, sabes hacerlo. Dime que me quieres, vamos.

Me desmorono. Es demasiado: su boca hiriéndome, sus palabras demandando, su mano tocando sin permiso mi intimidad como si no fuese más que su juguete y mi mano rodeando con disgusto su eje. No puedo más.

—Quiero morir... prefiero morir a esto, no puedo, no puedo... —digo entre ruegos, llorando.

Entonces se detiene un segundo, reflexionando. Cuando empiezo a tener esperanzas él me muerde duro hasta que noto mi sangre recorrer las clavículas y me abofetea la mano que tengo en su pene. Luego agarra nuestras dos erecciones con una sola de sus manos, juntándolas en una pegajosa cercanía. Empieza a molerlas rápido.

—¿Por qué hablas así, Tyler? —me pregunta con el ceño fruncido, respirando pesadamente en mi rostro mientras sigue masturbándonos y disfrutando de este aberrante acto. —¿Por qué hablas como si creyeses que no voy a matarte? Oh, mira esa carita —dice entre risas cuando lo veo con horror. El miedo en mis ojos le prende, lo noto en la forma en que su polla crece contra la mía, en cómo se acerca, como aprieta su mano más y nos frota como si fuese a llegar pronto —¿Es porque te he dicho que te quiero? Creías que yo iba a asustarme y estresarme, a pensar que te quiero tantísimo que no te soportaría ver morir, pero, Ty, cuando yo te dije que el amor estaba lleno de sacrificios, nunca te dije que sería yo quien tuviese que hacerlos. Si no vas a ser mío, si no vas a obedecer y dejarme cuidarte como yo desee, no me importa matarte.

Fin del cap owo ¿Os ha gustado?

¿Qué os parece la forma en que Tyler va desesperándose cada vez más?

¿Esperábais que Ángel lo fuese a sacar de su habitación subterránea o ya os veáis venir que no?

¿Qué creéis que haríais si fuéseis Tyler?

¿Qué os parece la personalidad de Ángel? ¿Lo creéis cuando dice que sería capaz de matar a Tyler? ¿Por qué?

Gracias por leer, nos vemos en el proximo cap bbs <3 Disculpad la irregularidad, estoy acabando el master (estoy en las segundas prácticas, haciendo el TFM, los examenes de las asignaturas teóricas) y con mil mierdas en mi vida, así que a veces me olvido del día que es uwu 


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