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Cuando despierto ya hay luz y el sonido de los escalones de madera crujiendo apenas me sorprende. Me froto los ojos y noto el escozor que me queda en ellos después de haber pasado la noche entera llorando. Tengo los párpados inflamados y sensibles, pero ahora mismo eso no es nada en comparación a mi tobillo o mi hombro o las marcas violáceas de mi cuello. También me duele la cabeza, es tan constante que casi me había olvidado.

Ángel se acerca a mi colchón, acuclillándose frente a mí mientras yo todavía no he terminado de desperezarme. Doy un repullo y él ríe enternecido por mi reacción, como si fuese un animal tímido, no una víctima aterrorizada. Me tiende una bandeja con carne, puré de patatas, agua y pastillas.

¿Está siendo bueno de nuevo? Pero él jamás me recompensa a menos que haga algo bien y ayer, sea lo que sea, hice algo malo, algo que lo enfadó. Tiene que ser una trampa ¿La comida está envenenada? ¿Tal vez el agua?

No quiero que él sepa que sospecho, así que trato de actuar con normalidad, inclinándome hacia sus labios para ganarme la comida. Esta vez no aborda el beso de una forma suave: me toma de la nuca y me muerde los labios. Yo me quedo paralizado, entreabriendo la boca y esperando que todo pase rápido; afortunadamente los mordiscos son solo juguetones y no logra hacerme sangre. Me besa apasionadamente, de una forma que me asusta, pero que a la vez me causa un hormigueo porque sé que mientras él sienta tanto deseo, tardará más en dejar mi lado.

Correspondo de forma casi natural y algunas lágrimas se me escurren hacia el beso. Él lame el aguamarina de mi tristeza con gusto, besándome incluso más ferozmente después. Su boca busca la mía rápido, profundo, me muerde hasta la lengua y me clava las uñas en el cuello, pero se contiene y esta vez soy capaz de soportar el beso.

De disfrutarlo.

La idea me hace llorar más, pero mi cuerpo no miente y ahora grita cuan bien se siente. No ser besado por mi secuestrador, sino ser tocado, ser tenido en cuenta, ser recordado. Cuanto más lo pienso, más seguro estoy: prefiero mil veces tenerlo aquí, estrangulándome con una cadena, que quedarme solo de nuevo.

Pongo mi mano en su pecho y siento la piel caliente, los latidos, la piel erizándose cuando tenga la osadía de acariciar su lengua con la mía. Me siento extraño cuando recuerdo que él es humano, que está hecho de carne y hueso, de un cuerpo que reacciona. Hasta ahora él era metal, frío, afilado. Un bisturí que me cortaba con cada caricia y me disecaba. Ahora su toque no duele tanto.

Y eso me asusta.

—¿Te gusta cuando te beso? —pregunta él en un susurro ronco, un ronroneo que me vibra en los labios y me hace suspirar.

Mi boca tiembla ¿Qué clase de respuesta espera? Con él siento que un paso en falso podría convertir este momento agradable, este tesoro tan preciado, en el mismo infierno que ayer casi me lleva a la muerte.

—Me gusta que seas suave —respondo ingeniosamente, tratando sonar más halagador que pedigüeño. Él me sonríe ladinamente y mi corazón se acelera ¿Se ha enfadado o lo he complacido? Por favor, por favor, no quiero más problemas...

Mi respiración se agita y él la calla con otro nuevo beso. Lento, con su mano ahora sosteniendo mi mejilla, acariciando con el pulgar. Barre mis lágrimas y pronto dejo de llorar sin apenas percatarme. Sus labios se mueven tan gentilmente sobre los míos, buscando acariciarlos, más que devorarlos. A veces me roza con los dientes, una amenaza que me hace tiritar, pero luego me calma con más besos pequeños.

Acaricio un poco su pecho, subiendo hacia los hombros, hacia el cuello y él me agarra la muñeca. No duele, pero es firme y me deja claro que no tengo permiso para tocar a mi gusto. Es una advertencia.

—Come un poco —me dice con cariño, acariciándome la mejilla con el pulgar. El gesto tan increíblemente dulce y reconfortante que quiero gritar cuando aparta la mano. —, necesitas energías, ayer tuve un pequeño desliz y luces realmente destrozado.

Me asusto en un primer momento cuando menciona lo que pasó, pero él parece realmente preocupado y reconociendo su error, entonces ¿No hice nada malo? Siento un profundo alivio invadirme y mi estómago, que estaba cerrado, se abre de pronto y noto lo vacío que está. Tomo un primer bocado de carne. Tiene alguna especie de salsa, no sé que es, pero es dulce y deliciosa. Sabe casera. Juraría que hay algo de lo que debo preocuparme, pero la comida es tan fantástica que no puedo pensar en nada más.

El me mira directamente, como de costumbre, y esta vez parece más atento en mi cuerpo que en mi rostro. Mira el cuello un rato, mientras pasa el índice por las muescas que la cadena ha dejado, me acaricia la nuez mientras sube y baja cuando trago, sonríe al ver que disfruto de su comida. Luego me mira el hombro derecho y el tobillo izquierdo.

—Deberías vendar eso y darte una ducha, tus heridas se van a infectar.

—No tengo nada aquí como para hacer eso —le recuerdo, me esfuerzo en sonar amable, aunque quiero gritarle que todo esto es su culpa, que no tiene derecho a compadecerse ahora.

Él me mira de forma dinámica. No puedo descifrar qué maquina tras sus ojos, pero en algo piensa mientras me observa y eso me pone nervioso.

—¿Quieres subir conmigo?

Mi mundo entero se detiene. Subir.

Allí, donde el mundo sigue. Donde da el sol y las paredes tienen puertas y ventanas, donde hay camas y sillones y duchas, donde todo huele a libertad y a verano y a esperanza. Salir... jamás pensé que saldría, que sería tan fácil, que me lo ofrecería el mismo.

Puedo imaginarme irguiéndome en ese mundo lleno de vida y calma, donde las sombras no acechan ni el aire es húmedo y nauseabundo, donde ver no es un regalo y donde el horizonte no es de cemento. Pienso en ello, en mí emergiendo desde la trampilla, floreciendo como una plantita entre grietas.

Es lo único que quiero ahora mismo. No huir. No volver a casa. No hacer a Ángel desaparecer. Simplemente salir.

A un mundo que me pertenece tanto como a cualquier otro, un mundo cotidiano, al que no dirigía la más mínima atención hace unas semanas y hoy... hoy suena como el maldito paraíso. Mi cielo no tiene ángeles, ni lujos, mi cielo es un lugar donde puedo lavarme las costras infectas de las heridas, comer y beber sentado en una mesa y dormir en vez de desmayarme.

—Sí, por favor —farfullo rápido, lanzándome hacia él. Luego recuerdo que no desea ser tocado y aparto las manos quedándome simplemente acurrucado en su pecho, temblando de miedo y emoción.

—Buen chico, eres tan adorable. —murmura, acariciándome los cabellos y dándome un suave beso en la coronilla. —Pero será solo un rato, no quiero sobre estimularte y arruinarlo todo. Me está costando mucho adiestrarte como para tomar riesgos.

Un rato ¿Un rato? ¿Cuánto? ¿Una hora? ¿Un minuto? No puedo, no puedo salir y volver aquí. No puedo recordar el mundo que tanto añoro y regresar al vacío ¿Por qué me haría algo así? ¿Para reabrir mis heridas, para mostrarme, una vez más, lo que está fuera de mi alcance antes de arrebatármelo de nuevo? ¡No! ¡Me lo tendrá que quitar de las garras! ¡No volveré aquí abajo! No después de saber cuanto pesa la vida aquí abajo y de recordar cuan liviana es ahí arriba.

—Me portaré bien, lo juro, lo prometo. —insisto, arrugando su camiseta entre mis puños —Haré lo que digas, pero no me vuelvas a encerrar luego. Por favor, me quedaré arriba contigo. Siempre, no intentaré huir, tampoco puedo, no hay nada cerca, así que, por favor, no me vuelvas a traer aquí abajo luego, solo.

Vomito esas palabras a borbotones, sin filtro, sin pensamiento. Me aterra cuan reales se sienten, sobre todo por qué sé que si me deja salir no intentaré huir. No mientras me aterre demasiado volver aquí abajo como para que una vida en la superficie, incluso una vida esclava, suene demasiado bien como para arruinarla.

—Ah, ahí está de nuevo. —suspira, apartándome de un empujón y poniéndose de pie ¿Qué haces? Ángel, aún me tienes que quitar el grillete ¿Qué...? —Eres tan jodidamente egoísta. Te iba a dejar subir, como un favor, porque yo también tengo ganas de poder estar bien contigo y no tener que bajar a este apestoso agujero ¿Sabes?, pero eres un egocéntrico. Te doy un poco y pides más y más y más. Siempre eres así, nunca te conformas... —su ira se apaga un momento y una expresión extraña le cruza el rostro fugazmente. Los ojos lagrimeando y los labios en una tierna mueca llena de temor, de dolor. Luego todo vuelve de repente a esa máscara desquiciada monstruosa, llena de líneas de expresión y ojos locos —Eres odioso cuando te pones así ¿Lo sabías?

—¿Q-qué? —pregunto, totalmente perplejo. Le agarro del pantalón cuando veo que va a dar un paso y me arrodillo a sus pies. No puedo permitir que se vaya. No volverá. —No, lo siento, solo me he puesto nervioso, no sabía qué te iba a molestar, lo siento—me mira sin piedad alguna, los ojos brillando con rencor y la boca ecuánime, sin inmutarse cuando me da una patada en la cara, lanzándome lejos. La nariz me arde y pulsa, pero me arrastro hacia él, desesperado —¡Espera! ¿A dónde vas? llévame contigo, por favor.

Me callo de golpe cuando se da la media vuelta. No porque por fin vuelve conmigo, sino porque lo hace apretando los puños. Se agacha a mi altura con sus ojos claros en los míos, quemándome, y pone su gran mano izquierda sobre mi hombro. Su expresión no se rompe ni un poco mientras él aprieta sus dedos sobre el hombro herido y yo rompo a llorar.

­—Para! Para, me duele

—No estás en posición de pedir nada. —sentencia, dando un apretón que duele tanto que me marea —Te sacaré cuando diga y durante el rato que diga y cuando te devuelva aquí para que te pudras unos días solo me dirás gracias ¿Entiendes?

—S-sí, Ángel, lo siento, no quería...

—Deja las excusas. —otro apretón. Sus dedos se sienten como cuchillas atravesándome el cuerpo entero. —Si te portases mejor no tendrías que pasar aquí tanto tiempo, si fueses obediente desde el inicio ya estaríamos fuera, como una jodida pareja normal. Yo te cuidaría, te haría comidas deliciosas, te acariciaría hasta que durmieses y tú estarías feliz y sano y consentido y solo deberías hacer lo que digo a cambio, porque yo estoy al cargo ¡Pero no! Te resistes ¿Para qué? ¿Para esto? ¿Acaso te gusta estar aquí y revolcarte en lo patético que eres? ¡Bien! Si quieres eso, muérete y púdrete. Estoy harto de aguantar tu carácter de mierda, de intentarlo, de esforzarme y que sigas siendo el mismo niñato desagradecido y egoísta. Ya no eres mi niñero, es mi turno ser el cuidador, pero si tanto te molesta ser cuidado. Apáñatelas sin mí.

—¿Q-qué? —pregunto apenas sin voz, aterrado mil veces más por sus palabras calmadas que por cualquiera de sus acciones violentas que ha tenido antes.

Prefiero que me golpee, que me ahogue y me rompa todos y cada uno de mis huesos a que me hable con esa frialdad. La misma indiferencia con la que padre hablaba, la misma por la que se fue y jamás lo he vuelto a ver.

Ángel se palpa el cuello, sacando de bajo su camisa una cadenita que se arranca y ondea delante de mí. Algo cuelga de ella, una llave. Me suena un poco, pero no lo tengo claro al principio. Luego recuerdo lúcidamente cómo la usó para cerrar el horrible grillete que me ancla a esta tierra estéril y lapidaria.

—¿Qué vas a hacer?

Él sonríe. La clase de sonrisa que me hiela los huesos y me hace apartar la mirada, que se me lava en el dorso de los párpados y me persigue en pesadillas. La clase de sonrisa que me hace preguntarme cómo no vi a esta bestia de dientes afilados, ojos vacíos y alma podrida cuando entró por la puerta de la jodida tienda.

—Voy a coger el coche, pasar por un lago, tirar esta mierda a lo más profundo de él y luego irme a mi puta casa a descansar.

—¡NO! ¡NO, LO SIENTO, LO SIENTO!

Araño el suelo, arrastrándome desesperadamente hacia él y aunque ya está en las escaleras tiro y tiro notando el chasquido en mi tobillo, el óxido cortarme la piel, las uñas haciéndoseme pedazos cuanto más las arrastro por el suelo.

Y cuando apaga la luz y oigo la trampilla sé que lo último que veré es su silueta dejándome y lo último que oiré sus pasos apagándose. Pero sus manos siguen aquí, conmigo, hechas de negrura y aire húmedo, apretándome el cuello y amordazándome.

Lo oigo irse y no puedo gritar, cojo aire y noto mi garganta cerrada, silbado patéticamente.

Mi cuerpo está tan lleno de horror que de repente no siento nada. Ni mi pecho subiendo y bajando, ni mis uñas ensangrentadas ni las lágrimas corriendo por el rostro. Me hundo, muy profundo y muy rápido, en un océano sin fondo; quizá es el eterno mar de lágrimas que debo llorar, una laguna profunda como esta herida que tengo en el pecho y que con cada segundo parece excavarse más y más hondo hasta atravesar toda mi carne y hacer mella en el alma.

Las aguas son frías, opacas y densas, no me dejan respirar, ver o moverme, pero me llevan vertiginosamente hacia abajo. Atrapado en una vorágine que me engulle. Lo único que siento de mí esta abismal desesperación. Una tristeza sin fondo capaz de ahogar al mundo entero o, por lo menos, a mi mundo entero.

Tras tanto tiempo reconozco a la perfección la sensación de mis lágrimas y la de mi sangre sobre mi piel. Las lágrimas son templadas, menudas y cosquilleantes, apenas se notan en las mejillas, las cruzan furtivamente hasta llevar al mentón, donde se han enfriado y dejan un rastro de pequeños escalofríos y cosquilleos. La sangre, sin embargo, suele venir en más grandes oleadas, cálida, lenta y densa. Cubre la piel notoriamente y se delata con un terrible olor a óxido.

La humedad que noto ahora en mi rostro es distinta. Es refrescante y me recorre la frente y los pómulos a pinceladas. Me llevo la mano a la cara sin abrir los ojos ¿Para qué? Y entonces me choco con otra mano. Una grande, donde puedo notar el contorno de las venas con solo pasar el índice sobre los tendones que se mueven.

Abro los ojos, alarmado, y veo a Ángel sobre mí. Me mira tiernamente, dándome toquecitos en la cara con una toalla mojada. Cuando me ve despertar aleja su mano y se acerca más a mí, aliviado.

Deja un pequeño beso en mi nariz.

¿Qué está pasando? ¿Acaso ayer no me amenazó con irse, con tirar la llave de mis cadenas y dejarme aquí para que este sótano se convirtiese en mi tumba? Quizá lo he soñado, oh, Dios, apenas puedo distinguir ya lo que es real de lo que no.

—Has estado un buen rato desmayado —me informa, poniendo el dorso de su mano en mi frente y mordiéndose la cara interna de las mejillas. —, pero no parece fiebre. Debió ser el susto, ayer me volví a pasar un poco.

Entonces sí que fue real. Pero si lo fue...

—¿No estás enfadado?

Él niega suavemente y yo vuelvo a poder respirar.

—Estoy decepcionado —dice un poco tristón. —, tu comportamiento fue malo, pero... cuando fui al lago y pude respirar el aire fresco recapacité un poco y pensé, bueno, para ti todo esto también es nuevo y difícil ¿Verdad? Así que debería ser un poco más paciente contigo, aprender a perdonar, lo que hiciste estuvo mal, pero confío en que aprendes de tus errores. Además, has pasado tantos años solo y, bueno, tu familia yo no sé si fue buena contigo, así que lo entiendo. Entiendo que ahora que estoy yo aquí para quererte y cuidarte te asuste y te alejes de mí. Siento haber sobreactuado ayer me sentía tan cansado y agobiado... no debía haber dicho que me rendía contigo. No lo haré. Sé que puedes aprender, así que nunca me rendiré contigo. Voy a seguir adiestrándote con tanta dureza como necesite, pero no me rendiré. Lo prometo.

Asiento en silencio. Necesito procesar demasiadas cosas. Ayer estaba tan convencido de que mi vida se había acabado... ya ha sucedido mil veces con él, vivo en una constante incertidumbre que me tiene preguntándome cada día si llegaré al de mañana. Ahora por fin ha llegado ese instante de calma en que logro convencerme de que todo está bien, no sé cuánto tardará en volver a enfadarse y a dejarme creyendo que no sobreviviré un segundo más, pero por ahora estoy feliz de saber que no moriré y quiero disfrutarlo. Es uno de los pocos placeres que tengo.

Pero... le miro a la cara y veo su sonrisa, tan sincera y cálida. Me recuerda a mamá. Extrañamente, eso me aterra, sé que significa que, aunque no moriré, esto no será nada fácil. Si ha sido tan sencillo volverlo loco, como ayer, y ponerlo gentil, como hoy, si ha sido un cambio tan brusco ¡Click! Como un interruptor, solo significa que en cualquier momento podría intentar matarme de nuevo. Y yo no soy quien pulsa el interruptor, así que quizá la próxima vez nadie lo apague a tiempo. No creo que nadie lo active realmente, creo que es más como una luz que parpadea, una luz rota, a punto de fundirse. No hay forma de saber cuándo pasará.

A veces cometo errores grandes y luce divertido, otras cometo errores tan nimios que no soy consciente de ello y él sería capaz de matarme por eso. No hay forma de saber cómo responderá, no tengo modo de predecirlo, de controlarlo. No hay forma de vencerlo. Lo único que tengo es mi obediencia y por ahora eso apenas me ha mantenido vivo. Su locura es su mayor ventaja sobre mí.

Se me eriza la piel entera cuando caigo en algo de lo que ha dicho. Él llegó al lago y fue ahí que reflexionó y decidió no tirar la llave, pero antes de eso él fue de la cocina al garaje, tomó el coche y condujo quien sabe si horas o minutos, mientras su cabeza tenía la idea clara de matarme lentamente. No fue una amenaza que soltó sin más o un ataque súbito de violencia, como cuando me estranguló y luego paró. Esto ha sido más que un impulso que se puede corregir rápido. La idea le rondó la cabeza suficiente tiempo como para pensárselo mejor y, aun así, casi lo hace.

No fue un impulso matarme, fue un impulso decidir no hacerlo.

Me agarra el rostro con ambas manos, interrumpiendo mis pensamientos. Cuando sus ojos claros me miran directamente, siento que mi mente se queda en blanco. Es como si viese a través de mí y me revolviese entero. Me acaricia las mejillas con los pulgares y deseo que nunca pare. Quiero que siempre esté así, no pegándome, como papá hacía con mamá, no tocándome indecentemente, no diciéndome que abandonará, como papá hacía conmigo, sino mimándome, como mamá.

Se acerca poco a poco y deja de nuevo un casto beso sobre mis labios. Retengo el aliento y él me suspira el suyo, como un ósculo fantasma. Sabe a café y canela y cuando me besa puedo notar también un poco de azúcar. Roza su nariz con la mía al terminar, en un tierno beso de esquimal.

—Hace un día muy bonito —me dice sin burla alguna —¿Quieres salir a verlo?

Esta vez he aprendido la lección, así que no pido de más y solo digo.

—Sí, sí, me encantaría. Muchas gracias, Ángel.

Él me revuelve el pelo enérgicamente y el gesto me hace sentir realmente bien. Me alegro de haber aprendido a cómo reaccionar. Luego él vuelve a sacarse la cadenita del cuello y lleva su llave a mi candado.

Un pequeño chasquido es todo lo que me separaba de la libertad y cuando lo oigo siento que soy la persona más feliz del mundo. Retira el metal con cuidado, mi piel nueva se ha pegado a él tratando de cicatrizar, así que algunas heridas se abren y aparto la vista cuando veo un líquido amarillo supurando junto a la sangre.

Él hace una mueca al ver mi tobillo. La inflamación de la lesión no es tan grave, pero las rozaduras profundas tienen una pinta horrible. Ángel pasa un brazo por mi espalda y otro por mis corvas y en un segundo estoy a más de un metro del suelo, apoyado en su pecho.

La forma en que me levanta es sorprendente. Tan siquiera parece esforzarse, me lleva entre sus brazos como si pesase poco más que el aire. Posiblemente pueda romperme también sin gran dificultad. Pero sus manos grandes y fuertes ahora me sostienen con cuidado y aunque no debería, me siento seguro.

Que temible odiar tanto la soledad que amas incluso la compañía de quien más te hiere. Siento que pierdo el raciocinio cuando su presencia viene acompañada de luces y palabras, recordándome que no estoy ciego y sordo, atrapado en mí mismo; que me deslumbra y no soy capaz de ver sino las caricias y los besos pequeñitos, que su voz amable me ensordece hasta que apenas oigo como me gritaba o me amenazaba.

Me gustaría olvidar todo el daño que Ángel me ha hecho y el hecho de que me ha secuestrado y encerrado, quizá así no tendría que asquearme tanto de mí mismo cuando me acurruco en sus brazos.

Joder, estoy enfermo.

Cada paso en la escalera se siente irreal, como si la trampilla fuese a gastarme una broma de mal gusto y cerrarse de golpe cuando estoy a un escalón de ella. Ángel sube despacio, sosteniéndome fuerte y ladeando la cabeza para ver donde pone los pies y no lanzarnos a ambos escalera abajo. La luz de la cocina es tan brillante, reflectándose en los muebles blancos y bruñidos, que tengo que achicar los ojos porque no veo más que una película de lágrimas.

Poco a poco, me voy a acostumbrando. En el penúltimo escalón ya veo la silueta de la encimera, la pica, el grifo, la nevera color metalizado. Mi corazón late rápido, mis dientes rechinan.

En el último, atisbo las ventanas del fondo del salón y la puerta de salida. El verde de las hojas y el caoba de la madera son tan luminosos y cálidos que hacen que mi cuerpo entero vibre en sintonía. Y el espacio... la casa es tan grande como la última vez, pero se siente diferente. Cada vez que mis ojos recorren la claridad del salón y hallan ventanas mi corazón late fuerte en mi pecho. Mi respiración se acelera y por fin tomar aire no me da náuseas, apenas recordaba cómo se sentía respirar sin darte cuenta del aire que invade.

Un extraño hormigueo nace en mi estómago. Emoción. Nervios. Mi corazón pulsa demasiado fuerte, el cuello me silba al respirar.

Me aferro más fuerte a la camiseta de Ángel, arrugándola en mis puños. Me sacudo tantísimo que siento que no puedo hacer más que atenazar los dedos y buscar un lugar firme. Me invade un terrible miedo ¿Por qué el mundo exterior se siente así? ¿Dónde está la paz de retornar al hogar? ¿La tranquilidad de estar donde se supone que debería? Me siento arrojado a una inmensidad.

Vértigo, como el de ser un muchacho en medio del mar. Desamparo, como si fuese a perderme ahora que no tengo un camino de eslabones que me devuelve a mi lugar.

El nudo en mi garganta baja, se ancla en mi estómago y me hunde, como buscando devolverme ahí abajo. Me horroriza tanto que mi cárcel sea lo único que verdaderamente conozco.

El mundo se extiende demasiado lejos de mí y me hace sentir tan pequeño. En aquellas cuatro paredes grises conocía cada muesca y cada esquina, los límites estaban al alcance de la punta de mis dedos y situarme era tan sencillo como recorrer todo el espacio con apenas unos pasos, pero ahora el mundo exterior me parece tan desbordante, tan excesivo.

Un lugar desconocido e inhóspito, una selva en la que desorientarme y perderme.

No quiero volver a mi pequeño infierno, pero tras pasar tanto tiempo en él el mundo ya no me resulta familiar. Que aterrador que el lugar al que pertenezco no me haga sentir acogido.

Ángel me dice algo, pero no le oigo, es como si una brisa atravesase todo el lugar, tan abierto, tan expuesto, y me robase las palabras. Noto el frío del suelo en las plantas de los pies y trepa por todo mi cuerpo con un temible escalofrío. No puedo sostenerme, mis rodillas se unen como imantadas, mis piernas flaquean y cuando Ángel arranca mis manos de su ropa me abrazo a mí mismo, haciéndome un ovillo en el suelo.

Presiono mis rodillas contra mi pecho y mis manos contra mis sienes hasta que se siente correcto. Aprieto, porque hasta ahora solo sé cómo se siente estar encerrado y sin cadenas ya no sé qué hacer. Lloro y jadeo, porque ¿Cómo voy a lograr ser libre si me agobia la libertad?

—Oh ¿Te has puesto nervioso? —pregunta Ángel, acuclillándose a mi altura y mirándome con una leve sonrisa. —Que adorable...

Jadeo y lo miro sorbiendo e hipeando.

—No puedo... no puedo... respirar, no p-

Un hipido me corta y mi llanto se descontrola. Siento que todo esto es demasiado para mí, que, como los buzos que se libran demasiado rápido de la presión marina nadando hacia la superficie, estallaré en pedazos que se dispersarán en este vasto mundo hasta desaparecer.

La luz, los vacíos, la distancia, el espacio abierto tras la ventana... siento que me acechan, que vienen a por mí, que me arrastran fuera de una zona segura. Me ahogo, hasta que una sombra se interpone entre mí y el exterior.

Grandes brazos me recogen. Me siento un poco más seguro y cuando hundo mi cabeza en su pecho todo está oscuro de nuevo, como estoy acostumbrado. Hay algo relajante en las cosas conocidas, incluso si son cosas malas.

<<Oh, gavina voladora, que volteges sobre el mar... i al pas del vent mar enfora, vas voltant fins arribar...>>

La voz de mamá suena, no en mi cabeza, sino aquí afuera. Me acompaña, me toma la mano para que no me tambalee en mis primeros pasos, no me deja solo. Abro los ojos poco a poco, viendo que son los labios de Ángel los que se mueven y que la canción suena grave, pero dulce.

Fin del cap owo ¿Qué os ha parecido?

¿Esperábais que Ángel fuese a dejar salir a Tyler? ¿Qué creéis que pasará ahora que han "avanzado"?

¿Creéis que Tyler intentará escapar? ¿Vosotros lo haríais?

¿Creéis que Ángel iba de farol desde el inicio con lo de tirar la llave o no? 👀

Gracias por leerme, nos vemos en la próxima actualización<3


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