29

 Mi corazón late tranquilo, mi respiración es liberada de la cárcel de mi pecho con un largo suspiro y el mundo está nítido de nuevo. Su voz, como un reclamo, me arranca de ese feo lugar en el que me estaba hundiendo.

Trago saliva, angustiado, porque si es él el único que puede salvarme, prefiero estar perdido. Su voz me llena los oídos y las lágrimas acuden a mis ojos. No quiero hallar paz en sus brazos, no quiero hallar cariño en sus labios. Si mi cuerpo ha sido adiestrado para buscarle, para anhelarle, prefiero tener otro ataque.

Y esta vez que me reviente el corazón.

—Oh, bebé, no llores —murmura, acariciándome el rostro y quitándome cuidadosamente las lágrimas. Hace un puchero y con sus labios mullidos por el gesto me da un pequeño beso en la frente.

Sus manos son tan cálidas y su sonrisa tan luminosa, su presencia, horrible presagio de dolor y muerte, me toca con una calma que solo el amor podría conseguir.

Lo odio. Odio estar a merced de este loco, odio que mi único consuelo sean sus caricias, sus palabras cubiertas de azúcar. Odio el ansia con que devoro el afecto que me ofrece. Odio estar hambriento por más. Me odio tanto como le odio a él. A sus yemas aterciopeladas contra las que pongo la mejilla, a sus ojos pequeños, rasgados, que me ven con un brillo lleno de orgullo, a ese rostro atractivo, ese cuerpo grande y ese cosquilleo bonito que me viaja desde el rostro hasta las tripas cuando me toca.

Oh, Dios, ayúdame: creo que la locura se contagia.

Me inclino y lo beso porque me ha dado calma y como cuando me da comida, sé que debo agradecer. Al principio me quedo congelado, aterrado por si interpreta mi iniciativa como osadía. Veo de reojo como sube su mano y cierro con fuerza los ojos, pero jamás llega el golpe, sino que la pone en mi cuello con delicadeza y me ase hacia él mientras me corresponde.

Dejo que domine el beso, porque siempre debe ser así y me amoldo a sus dedos. Cuando lame mis labios abro la boca, obedeciendo a la orden que su lengua da sin palabras; se adentra en mi boca, la controla, la posee. Mi lengua responde tímidamente, jamás demasiado vigorosa ni demasiado quieta. Él parece encantado con mi sumisión y sus labios se retiran en una gran sonrisa.

—Estás tan contento de estar fuera... —me dice riendo un poco, mirándome desde arriba con esa soberbia que tanto me hace sentir como un pequeño niño. —Ven, agradécelo un poco más.

Sus dedos se afirman más en mi garganta y cuando trago saliva él me sonríe malicioso. El ósculo es ahora demandante, rápido. Me muerde la lengua y los labios, aprieta, tira y lame la zona sensible y enrojecida haciéndome temblar y luego vuelve a morderla. Esta vez aprieta lentamente, dejándome saber que me hará sangre. Yo aguanto las lágrimas y los gritos, me quejo bajo y noto como el calor me sube al rostro y como mi labio pulsa bajo sus dientes, a punto de rasgarse.

Me está dejando claro que tengo una deuda que saldar y que esta pequeña dosis de libertad se paga con sangre y quien sabe si más.

Por fin brota y él me suelta el labio, el sabor metálico me llena rápidamente la boca y la nariz y él parece tentado. A mí me repugna, me recuerda al óxido y las cadenas, al dolor del tobillo, a la oscuridad de esa salita. Su lengua pasa una y otra vez sobre la herida, probándola, presionando la suave carne abierta y tiñéndome los labios de carmesí.

Cuando se separa de mí sus ojos verdes brillan como si estuviese viendo lo más hermoso del mundo. Están pegados a la herida de mi labio y bajan poco a poco, recorriendo una gota que me mancha el mentón. Se relame, la lengua roja y brillosa limpia elegantemente sus comisuras, sin dejar rastros del crimen, y luego lleva el pulgar a su mi rostro y recoge la pequeña gota. El dedo transporta la perlita roja hacia su boca sin derramar nada en el camino y en un segundo lo deja impecable.

—Ven, vamos a darte a un baño —dice Ángel, poniéndose en pie y andando hacia el baño.

Me está dando la espalda, avanzando sin vigilarme como si no tuviese la puerta de salida a unos cuantos metros y un cuenco con las llaves en el recibidor. Pero entonces pienso en cómo ha tenido que abrazarme para que el mundo se volviese soportable, en cómo si lograse alcanzar a abrir la puerta de salida me quedaría congelado ante un mundo sin paredes ni límites y posiblemente moriría de temor antes de que él me matase. Pienso en que siquiera lograría alcanzar la puerta, herido como estoy, en que si tuviese el atrevimiento de tocar las llaves Ángel me rompería las muñecas igual que me rompió el tobillo.

—¿Vienes? —pregunta sin voltearse. Su voz masculina y demandante es suficiente como para que me desembarace de cualquier idea de escaparme; lo sigo cojeando y apoyándome donde puedo.

Atravesamos la zona amplia que une la cocina con el comedor. Evito mirar hacia el ventanal y cuando llegamos al pasillo me siento un poco más calmado. La cercanía de las paredes me da cierta calma, incluso si volver a ese opresivo lugar me horroriza. Cuando estoy suficientemente cerca de Ángel me agarro a la parte trasera de su camisa y eso me hace sentir un poco mejor. Él mira hacia atrás, por encima del hombro, pero no parece molestarse, luego abre una puerta, invitándome a entrar en el baño.

Es bastante amplio, pero más menudo que mi horrible habitación. Afortunadamente es también todo blanco, luminoso y tiene un leve aroma a lejía, así que eso me tranquiliza y entro sin ningún problema. Ángel me guía, colocando su mano en mi espalda y ejerciendo una leve presión. Él entra detrás de mí y un sonido metálico me hace dar un repullo. Ha cerrado con pestillo.

Ángel se coloca frente al espejo, mirándose un poco y luego se voltea hacia mí.

—¿Qué sucede? Tanto que rogabas por salir y ahora están tan... incómodo ¿Acaso no estás agradecido?

—¡Sí que lo estoy! —grito nerviosamente. Él se tensa un poco y frunce el ceño, descontento con mi tono, así que repito, con voz suave: —Sí que lo estoy, es solo que aún no me acostumbro. Estoy agradecido, de veras, yo... puedo demostrarlo.

Me acerco y me pongo de putillas, pero sus dedos paran mi beso y me mira con una sonrisa retadora.

—Vas a tener tiempo para agradecérmelo, no tengas prisa. —me dice, pellizcándome juguetonamente la mejilla. —Ahora, ve llenando la bañera de agua caliente.

Casi inmediatamente después de abrir el grifo el agua ya está templada, así que dejo mis dedos bajo el chorro, agradeciendo la amable temperatura. Mientras espero a que la tina vaya llenándose veo como Ángel se desnuda y caigo en la cuenta de que yo ya estoy desnudo. Llevo sin poder usar ropa desde aquel día, hace tanto tiempo, quizá meses, que él desgarró mi camiseta y me dejó pasando frío sobre un colchón sucio.

Me pregunto si después del baño me dará algo para cubrirme.

Me siento incómodo cuando está totalmente desnudo, trato de no mirar, pero su contorno grande e intimidante me llama, temo ser golpeado cuando no estoy viéndolo. Se inclina y mete una mano en el agua estancada, comprobando la temperatura; al hacerlo deja de tapar el espejo y yo doy un salto hacia atrás al ver una horrible figura.

Una bestia larguirucha de pelo enmarañado y sucio, rostro costroso, chupado, con dientes sucios y amarillentos y enormes ojeas que lucen como si se le derritiese la cara. Los ojos hundidos, entrecerrados y enrojecidos. No es hasta que el monstruo se lleva las manos huesudas a la cara y mis dedos cubren mi vista que comprendo que es mi reflejo.

Una arcada me hace arquear la columna y ladearme. Quiero dar la espalda al espejo, pero por otro lado quiero seguir mirando a ese extraño que dice ser yo, verlo de cerca, atentamente, buscarme y ver si puedo hallarme. Mis ojos vacilan y veo por el rabillo mi perfil, los huesos de la columna se me marcan tantísimo, grandes baches dentados que ascienden hasta mi cuello y solo quedan ocultos por ese lío horrible y sucio que es mi pelo.

¿Qué me ha sucedido? Me volteo poco a poco mientras Ángel se mete en la bañera y me acerco al espejo.

Mis elásticos y hermosos rizos color noche, que hacían que los clientes me llamasen querubín y que Oliver me comparase con tiernas ovejitas son ahora retorcidos pedazos de cabello apelotonados con sangre, polvo y comida. Mi cara algo regordeta, de mejillas llenas de luz y nariz respingona parece el rostro de un fantasma, veo el hueso del pómulo marcándoseme y mi piel no tiene ya brillo alguno, está llena de suciedad, rojeces y sarpullidos, piel descamada, cayéndose como si fuese un reptil y heridas inflamadas preocupantemente. Mis ojos lucen también tan deteriorados, el color miel está tan apagado, hundido en una maraña de venitas rojas, ojeras acolchadas y un ceño perpetuamente fruncido.

El reflejo empieza a llorar, las lágrimas recorren el rostro, ennegreciéndose por la sangre y la suciedad, llegando al cuello y más tarde estancándose en las clavículas. Miro con horror los hombros angulosos, huesos salientes y piel cetrina.

Luzco como el contorno de una manta sobre un cadáver.

—Vamos, vamos, Narciso, no te quedes embobado con tu propia imagen —se burla Ángel, ignorante respecto al asco y rechazo que cruza mi mente ¿Embobado? No hay en el mundo cosa que desee más que dejar de verme. —, ven conmigo. —su voz suena como un ronroneo.

Me meto en la bañera con él, espiando los movimientos torpes y tristes de la criatura del espejo. Su perfil es apenas visible y su costillar luce como un arañazo gigante. Me coloco entra las piernas de Ángel, dándole la espalda y abrazándome a las mías.

—No me reconozco —murmuro para mí mismo, suspirando profundamente después y cerrando los ojos ¿Cómo puede ser esta misma piel que visto esa aparición del espejo?

Mi cuerpo es un extraño que me sigue allá donde voy y me inquieta. Esta piel que toca, estos ojos que ven y lloran, esta espalda que se curva cuando tengo frío, estas piernas que tiemblan... esta carne, estos huesos y esta sangre que tengo pegados a mi alma, que siento y que me hacen sentir ¿Cómo pueden ser mis íntimos confidentes y a la vez una cosa ajena? Cuando me miro las manos, las piernas, el estómago... no soy capaz de hallarme en esta piel mortecina, en las heridas, las cicatrices y la suciedad.

Siento que debería escarbar con mis uñas, quitar capas y capas y llegar a un fondo que resta oculto y que soy yo.

—No me reconozco... —repito un poco más alto, tratando de suprimir el grito horrorizado que tengo en la garganta.

—¿Uh? Bueno, has perdido peso y estás desaliñado, pero ahora solucionaremos eso. —asegura Ángel con una positividad casi enfermiza. Suena tan preocupado y cuidadoso, como si realmente no sintiese un ápice de culpa por lo que me ha hecho.

Siento un profundo odio hacia él, pero luego me toca. Sus manos recogen agua caliente y me la vierten por la nuca, dejando que baje por mi espalda y se derrame hacia mis hombros y mi pecho, llevándose las lágrimas y la suciedad. La sensación es tan agradable que cuando suspiro siento un peso titánico convirtiéndose en aire, dejando mi cuerpo. Me hundo un poco, relajándome, y Ángel me sostiene mientras sigue haciendo correr el agua por mi cuerpo. Se sienten como grandes y cálidos lametones, es tan purificador.

Él se detiene unos segundos, el agua que me llega hasta la cintura sigue templada, pero mi espalda y mi torso húmedo se enfrían rápido, poniéndome la piel de gallina. Lo escucho usar el dispensador de jabón y frotarse las manos, pequeñas burbujas vienen flotando hacia mi campo de visión y me quedo embobado puerilmente por los colores. Hace mucho que no veo colores.

Luego pone sus palmas en mis hombros y me sostiene con firmeza. Sus dedos se clavan en mi piel causándome una angustia repentina. Recuerdo cuando me apretaba el hombro herido, cuando me golpeaba, cuando me empujaba y me sostenía quieto. Entonces sus manos masajean mi piel maltrecha y todas esas memorias horribles parecen disolverse en agua clara. Su toque fuerte, pero cuidadoso, se siente increíble. Las manos calientes, el lábil jabón haciendo que los dedos se deslicen fácilmente por toda mi espalda y acojan mis hombros y cuello, el agradable aroma afrutado, su respiración tibia en mi cuello húmedo... siento que podría derretirme.

Entonces, cuando más relajado me hallo, las lágrimas empiezan a caer. Se pierden en el agua y él me ve llorar, pero no dice palabra alguna, solo sigue limpiándome con esmero. Yo debería resistirme, apartarlo de golpe y decirle que yo mismo me bañaré sin ayuda de sus toques horribles, pero ¿De qué serviría eso? Disfrutar de sus manos está mal y lo sé, pero ¿Qué más da ya si lo hago? Negarme solo me traerá más amargura y sucumbir es tan agradable. Quizá la única cosa agradable que voy a experimentar en lo que me queda de vida.

—Bonito... —dice en un susurro antes de besar mi cuello. Me estremezco, recordando aquella vez que marcó mi garganta con sus dientes. Si paso los dedos por la zona, puedo notar el relieve en mi carne todavía.

Suelto una pequeña risa sarcástica.

—Tengo un aspecto asqueroso —digo, sonriendo con amargura y echando la cabeza hacia atrás hasta apoyarme en su hombro. Lo miro desde abajo y su expresión es molesta, no aterradora, sino más bien como la de un niño enfurruñado. No tiene derecho a ser adorable. —, tú mismo lo dijiste. —le recuerdo, a lo que frunce el ceño más aún.

Él lleva sus manos hacia mi pecho ahora que mi espalda limpia se apoya en el suyo. Me frota con cuidado mientras sus ojos me recorren junto a sus dedos y su expresión se relaja. Niega suavemente, con sus manos rodeándome en el cuello, deteniéndose unos segundos, luego bajando a mis clavículas ¿Habrá pensado en ahogarme? No sería la primera vez.

—Eres bonito —reafirma, distrayéndome de mis escalofriantes pensamientos. —, tan bonito que mataría por ti, te arrastraría lejos del mundo, te encadenaría y me tragaría la llave. Eres bonito de pies a cabeza, cada trocito de ti, tus dedos pequeños y largos, cada lunar, las heridas que he tenido el honor de hacer en tu piel, los ojitos castaños, tus bonitos rizos. Tus lágrimas también son bonitas y tu sangre y el sonido que haces cuando algo te duele.

Su forma de explicarse me descoloca, suena tan inocente y a la vez el contenido de cada palabra es aterrador.

Su voz gruesa y su expresión angelical, sus manos grandes y sus caricias dulces, sus palabras bobas y su aterrador significado... se contradice con solo respirar y eso me incomoda un poco. Pero lo dejo pasar, estoy dándome un baño ¡Un bendito baño! Y uno con mimos y caricias, prefiero dejar la cabeza en blanco y disfrutar de este regalo divino. Cerraré los ojos, haré como que no veo que me lo entrega un diablo.

—Tu concepto de bonito es retorcido. —le digo, más juguetón que recriminador. Me río de lo ridículo que sueno, luego él traza agradables círculos en mi tripa y suspiro.

Es relajante, sus dedos presionan un poco, para sacar las costras de sangre y suciedad, pero son gentiles cuando rozan heridas abiertas y moratones. Me duele un poco su tacto, pero las veces que chupo aire y aprieto los párpados él me da un beso en el cuello y relaja sus caricias hasta que las confundo con el agua que me besa la piel.

—Tú eres retorcido —lo suyo sí suena como una recriminación y no puedo evitar reírme por lo estúpida que es esta situación, por el hecho mismo de que me estoy riendo con él.

Hace tanto que no lo hacía que apenas reconozco mis carcajadas. Me duelen las costillas un poco al hacerlo, así que paro.

—Me parece más retorcido que te gusten mis lágrimas y mi sangre y mis ruidos cuando algo duele. —le digo suavemente. Estiro un brazo, queriendo echarlo hacia atrás para acomodarme, pero él pone su cabeza donde mi mano cae y se frota, como un animal.

Entiendo el gesto y reacciono sin pensar: le acaricio el pelo. Él cierra los ojos y sonríe.

—Pero me parecen más bonitas tus sonrisas. Aunque seas esa clase de cosa hermosa a la que secuestraría y encadenaría —dice, como si no hubiese hecho ya eso —, preferiría mil veces que vinieses tú conmigo, que me tomases de la mano y me suplicases que me quedase a tu lado.

No quiero reír por su irónica ocurrencia, aunque no me faltan ganas. 

Fin del cap <3 ¿Qué os ha parecido?

¿Qué os parece que Tyler haya logrado salir?

¿Y qué os parece Ángel intentando ser dulce?

¿Qué creéis que va a pasar ahora?

Ojalá os haya gustado mucho el cap <3 Nos leemos en el próximo y recordad que en mis otras redes voy subiendo adelantos de mis próximas historias (la próxima que haré es una larga historia erótica BDSM de vampiros hehehehe)


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