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Siempre me parece que el tiempo pase lento. Cuando veo la televisión los programas me parecen interminables, cuando trabajo el polvo suspendido en el aire y las figurillas que parecen anticuallas dan la sensación de que los segundos se han detenido en la tienda de Oliver y especialmente cuando me duele la cabeza. Sin embargo, por mucho que los minutos se estiren y se estiren cuando uno intenta recorrerlos, después, cuando ya han pasado y uno echa la vista atrás, parecen haber encogido. Los días son largos hasta que te acuestas y piensas en todo lo que ha sucedido, sorprendido por poder repasarlo en apenas un minuto cuando vivirlo ha parecido durar una eternidad.

Cuando veo a Ángel entrar por la puerta me pasa eso mismo, su envergadura inconfundible y los esquivos pero perspicaces ojillos verdes me golpean con la certeza de que ya han pasado dos semanas desde que le rechacé.

Tengo una fuerte sensación de irrealidad ¿De verdad han pasado dos semanas? No recuerdo más que ir a trabajar, ver la televisión por las tardes y... creo que lo más fuera de rutina que hice fue salir un fin de semana, buscar un club con muchachos y muchachas hermosas y pasar una noche en el hotel con un chico bonito. A parte de eso, el resto de mis días han sido tan iguales que bien podrían ser mi recuerdo de ayer copiado y pegado. No me molesta la monotonía, pero ser consciente de lo mucho que homogeneiza el pasado me inquieta un poco. Cuando miro atrás, muy atrás, a mi infancia, tengo recuerdos estridentes, ruidos y luego un par dulcísimos que mamá me regaló, luego hay una enorme laguna y, después, mi memoria más reciente es que llevo viviendo los mismos días desde los dieciocho. Me recorre un escalofrío.

—Hola —la voz de Ángel me saca de mis cavilaciones de golpe.

Lo miro con cara de haber visto a un espíritu, pero después relajo mi expresión y le devuelvo el saludo. Agradezco su aparición, una sombra de dolor de cabeza ya empezaba a amenazarme.

—Vienes a por tu encargo ¿Verdad? —pregunto rompiendo el incómodo silencio que se ha formado entre nosotros.

Curiosamente, es un silencio más frío que bochornoso. Pensé que Ángel aparecería con la cara roja hasta las orejas al tener que verme de nuevo después de rechazarle, pero aparentemente eso le ha dado la confianza suficiente para mirarme directamente a los ojos y mantener su boca fina y cerrada, con una expresión dura.

Quizá sigue enfadado.

—Si ¿Puedo verlo? —pregunta secamente, yo asiento y ando fuera del mostrador, hacia la puerta del taller de Oliver.

Golpeo con los nudillos y grito.

—¡El armario!

El sonido mecánico al otro lado se detiene, escucho pasos espaciados y luego el jefe abre la puerta con una enorme sonrisa de emoción.

—Pasa, hijo, a ver si te gusta. —dice apartándose de la puerta para Ángel.

Este le sonríe con ternura, entra en la sala y ve, al fondo, el enorme armario. La pieza luce pesada y majestuosa, con los bordes revestidos de espirales y flores que forman patrones hipnóticos y las puertas de un raso marrón granate muy elegante. Ángel alza sus cejas y toma aire sonoramente por la nariz.

—Es impresionante, me encanta —dice con voz contenida, nota la forma llena de expectación con que Oliver lo mira y, luego, mira el mueble lleno de orgullo, y añade: —. De veras, dudo que hubiese podido encontrar uno mejor en ningún otro sitio Quedará perfecto.

Oliver asiente y vuelve a la mesa de trabajo tratando de enmascarar su felicidad, entonces Ángel se voltea hacia mí.

—He traído un remolque en mi coche para llevarlo hasta casa, pero ahora dudo de si voy a poder llevarlo hasta el remolque solo, es tan enorme. ¿Me echas una mano, por favor?

Lo miro extrañado ¿Este tipo me ha visto? Es decir, la respuesta es que sí, obviamente me ha visto después de tantísimo devorarme con la mirada ¿Acaso no ha reparado en el detalle de que no soy especialmente atlético? No soy tampoco sorprendentemente pequeño, pero le llego a los hombros y mi figura muestra músculos muy levemente marcados.

—Uhm, claro, pero no sé si seré de mucha ayuda. No soy demasiado fuerte. —le dijo, acercándome con él al mueble que reposa en el fondo de la sala y abriendo la gran puerta trasera.

—No te preocupes, solo necesito un poco de ayuda. Espérate aquí, acercaré el coche para que no tengamos que andar apenas.

Asiento y lo veo irse por la puerta trasera mientras me apoyo en el pomo de ese armario. Suspiro, agotado por la mera idea de cargarlo. Yo no estoy hecho para labores físicas, ni tampoco intelectuales, muy demandantes ¡Ay! Con lo tranquilito que estaba yo dejando las horas pasar en el mostrador.

A los pocos minutos de empezar mi sinfonía de quejas internas escucho el rugido de un motor acercarse y después pararse, luego un portazo y las fuertes pisadas de las botas de Ángel. Predeciblemente, él entra por la puerta y me mira directamente. Es tan rápido encontrándome que siento que sus ojos están conectados a mí de alguna forma.

—De acuerdo ¿Lo cogemos cada uno por un lateral y lo alzamos? No te preocupes, yo haré la mayor parte de la fuerza, tú más que nada solo tienes que asegurarte de que el otro extremo esté un poco por encima del suelo y no se raspe la madera.

Asiento poco convencido y me coloco en uno de los gruesos flancos del armario. Ángel atenaza el suyo con sus grandes brazos y cuando estira sus rodillas alza la mitad del armario con pasmosa facilidad. Me quedo embobado, tragando saliva y mirando los músculos definidos de su brazo y hombro y las venas de sus manos. Sacudo la cabeza, expulsando esos raros pensamientos, y lo imito desde mi lado.

Yo apenas logro levantar el armario unos cinco centímetros en contraste con el medio metro de él, pero tampoco importa. Avanzo a pasos lentos, empezando a notar el sudor en mis sienes con solo sostener el pesado armario unos segundos. La gran pieza de madera se inclina hacia mí porque está más elevada por el lado de Ángel y no me deja ver ni dónde está él, ni la puerta, ni mis pies, así que me muevo un poco a ciegas, dejándome guiar por los tirones que noto cuando el otro avanza o gira un poco.

Los brazos me tiemblan y aún no hemos salido de la tienda. Cruzando la puerta, noto que la madera cocha contra el marco de esta porque no nos hemos inclinado lo suficiente. El golpe me sobresalta, flaqueo y entonces escucho:

—¡Cuidado!

No sé a qué se refiere hasta que noto que el mueble está excesivamente inclinado sobre mí y que se está cayendo encima de mí. Asustado, abro grande los ojos y lo suelto con intención de escapar, pero ese movimiento hace que caiga más rápido ¡Ese idiota ha soltado el armario!

—¡Ayud—

Mi grito se ve sofocado por el enorme batacazo que me doy contra el suelo y bajo el aplastante peso del armario. Pongo mi codo izquierdo hacia el cemento para no caer totalmente de espaldas y aplastarme la cabeza y uso el brazo derecho para protegerme del golpe. Mala idea: mi brazo no para nada, pero mis frágiles huesos reciben la potencia del impacto. El peso del armario no cae del todo sobre mí, Ángel aparece de pronto, sosteniéndolo para que no me sepulte por completo, pero yo me siento morir.

El armario me ha aplastado el brazo contra el tórax. Dos pinchazos de dolor me recorren con tanta fuerza que me desarman: uno en mi pecho, como si mis pulmones fuesen a reventar en el angosto espacio si tomo aire. El otro, el peor, me recorre la médula de los huesos del brazo hasta clavarse en mi hombro. El dolor arde dentro y deja sus pequeños tentáculos extenderse por toda la extremidad, agarrándola, colonizándola. Soy consciente de cada pequeña unión en mi hombro, en mi codo, mi muñeca y hasta los diminutos huesecillos de los dedos. El dolor resuena en cada pequeño hueco, haciendo la carne, la sangre y el hueso de mi brazo terriblemente real.

Una oleada de sudor me golpea la frente y tengo náuseas, el dolor se dispara, me deja frío, luego arde. El brazo me palpita y la horrible sensación me da más ganas de vomitar.

—¡Mierda! —grita Ángel, su voz se siente irreal y lejana, como si solo pudiese escuchar el tono bajo, pero chirriante, de la madera golpeándome el brazo y haciendo cada pequeño nervio vibrar y sacudirse de dolor. Los flechazos continúan. Uno me alcanza la cabeza. Mis pastillas, necesito mis malditas pastillas. —¡Lo siento, joder, lo siento!

Ángel levanta el armario con goterones de sudor cayéndole por el rostro y lo apoya contra la pared, agachándose a mi lado.

—¡Joder, Joder! ¡¿Eres imbécil o qué?! ¡Para qué mierda lo sueltas! —grito de rabia, incapaz de filtrar lo que sale por mi boca. Unos pasos se acercan, una voz quejumbrosa, la cara borrosa de Ángel deformada por la culpa.

Maldito imbécil.

El dolor en el hombro derecho es terrible, es la única parte del cuerpo que siento ahora y la siento infinitamente. Es un dolor rojo, furioso, que se desparrama y lo absorbe todo. Llevo mi mano al hombro, intentando sostenerlo, pegarlo a mí como si buscase darle consuelo, pero cuando mi mano presiona un poco soy un alarido y la aparto como lo haría de hierro al rojo vivo.

—¡Tyler! —grita la característica voz de Oliver con un desafine casi gracioso. —¿Qué hacemos? ¿Estás bien? ¿Duele mucho? La ambulancia tardaría mucho en llegar hasta aquí y...

—Tranquilo —dice Ángel, aunque su voz tiembla irónicamente. El parloteo del anciano se detiene. —, tranquilo, puedo acercarlo a urgencias en un segundo, tengo el coche aquí afuera.

Creo que prefiero quedarme aquí pudriéndome de dolor que meterme en el mismo vehículo del gilipollas que posiblemente me haya roto el hombro.

—¿Te parece bien? ¿Te llevo? —ahora se dirige hacia mí, tragando saliva mientras pone una de sus grandes manos bajo mi cabeza.

Tomo una bocanada grande de aire, buscando mi voz.

—S-sí... —murmuro.

Mi ira desaparece un poco cuando sonríe aliviado. El dolor, aún pulsante, ha disminuido y me deja pensar con más claridad. Sería estúpido quedarme aquí sabiendo que él puede llevarme. Es un buen chico. Un buen chico que acaba de cometer un error bien jodido para mí, eso es innegable.

—Menos mal, no sé lo que habría hecho si no... —murmura Oliver, cogiéndome de la mano con fuerza. Por un momento creo ver sus ojos acuosos.

Ángel me agarra por la nuca y por las corvas y antes de que pueda darme cuenta me tiene en sus brazos. No ha tardado más de dos segundos en levantarme. Hago una mueca molesta.

—Las piernas las tengo bien, podía levantarme solo. —me quejo, removiéndome porque su pecho presiona mi hombro dolorosamente.

—Bueno, es por si acaso. —me reprende con dulzura, andando hacia la salida con la misma facilidad con la que andaría cargando un montón de algodón.

Me resigno, relajándome entre sus brazos y tratando de no pensar en el dolor, pero el intento me dura poco. Ángel abre la puerta de su coche, sosteniéndome solo con un brazo, y luego me acomoda en el asiento del copiloto. Mientras me pone el cinturón, tan cerca de mí que puedo oler su colonia, noto lo incómoda que es la situación.

El brazo me palpita con sus pequeños tentáculos extendiéndose hasta causarme tirones en el cuello, pero el dolor pasa a un segundo plano cuando pienso en el viaje. El hospital está a media hora como poco. No quiero pasar treinta minutos a menos de un metro del chico al que acabo de rechazar y que casualmente me ha tirado un armario de quien sabe cuantas toneladas encima. No quiero malpensar de él, pero no puedo evitar pensar que él cree que me lo tengo bien merecido, por haberle dicho que no.

Está actuando preocupado y atento, pero no suelo fiarme de impresiones tan obvias. Lo veo rodear el coche, su cuerpo grande y marcado y avanza lleno de seguridad. Cuando se sienta a mi lado y cierra la puerta del conductor tengo unas inexplicables ganas de salir.

En la tienda su presencia era adorable, casi como se tratase de una pequeña presa a la que examinaba y con la que jugaba mientras me debatía en si probarla o no. Allí él se encogía de hombros y yo, tras el mostrador, me alzaba con sonrisas irónicas más grandes que su envergadura. Aquí me siento extraño y diminuto. Atrapado.

Posiblemente solo sea una reacción instintiva a tener a un hombre grande tan cerca. El dolor debe haberme dejado un poco más sensible a lo irracional que hay en cada ser humano, solo debo calmarme y pensar con claridad. Si estos pinchazos me dejan.

—¿Estás mejor? Está a menos de una hora ¿Puedes aguantar? —me pregunta atentamente, acercando su mano a mí. Los grandes dedos se apoyan en mi silla, sin tocarme.

Me hago discretamente a un lado y asiento.

—Ahora es más soportable, al menos si no intento moverlo. —y después de decir eso, vuelvo a intentar usar el brazo.

Una mueca de dolor en mi cara le corrobora a Ángel que digo la verdad y entonces asiente. Su mano se desliza hasta la palanca de cambios, los dedos la rodean con firmeza y poco después oigo el motor rugir. Me tenso de repente, por el sobresalto, y un nuevo flechazo de dolor me recorre. En el coche solo se oye el leve rumor del motor mientras arranca y un incómodo quejido mío.

No puedo esperar a llegar al hospital.

—Siento lo de antes —digo de la nada, nuevamente siendo incapaz de controlar mi boca. —, no debería haberte gritado, ha sido el calor del momento, no veas como dolía, pero lo siento igualmente.

—Ha sido mi culpa —me respondo apretando los labios. El coche se pone en marcha y unos segundos después de que nos adentremos en la carretera, añade, en medio del silencio: —. Soy un idiota, de veras, podrías haberte hecho algo mucho más grave solo por mi descuido. No sé que ha pasado, cuando he intentado girar para pasar por la puerta el armario ha chocado y cuando se ha empezado a inclinar hacia ti lo he soltado del susto, soy estúpido.

—Un poco —respondo con una leve risilla.

Él también ríe, cortamente y lleno de nervios. Se pasa la mano por la frente húmeda y puedo ver como aprieta las manos sobre el volante.

—Pero no te apures, no estoy enfadado ni nada, ya no. —añado con otra pequeña sonrisa. Él parece más relajado y poco a poco veo como los árboles se transforman en borrones verdes al aumentar la velocidad. —Ha sido una tontería, a todos nos puede pasar.

—De acuerdo —dice inseguro, mirándome de reojo como para pedirme todavía perdón. Abre la boca un poco, se lame los labios y la cierra. Posiblemente antes de decir alguna tontería.

Yo me quedo mirando por la ventana mientas dejo el brazo muerto. La tentación de moverlo me asalta varias veces y caigo como un idiota, lo tenso como para alzarlo y el rayo de dolor me recorre, además sin más respuesta que un espasmo débil por parte de mi brazo. Pasa todas las veces, pero aun así vuelvo a intentar moverlo cada cierto tiempo, como si en una de esas veces se me fuese a curar.

Al cabo de los minutos la ventanilla no me ofrece una distracción suficiente como para paliar el dolor: hemos salido del pueblo y vamos por la autopista hacia el hospital, así que solo veo el gris del cemento y alguno que otro coche más, tan aburridos como este. Me recuesto contra la tapicería, curioseando el interior del coche. Es amplio, un coche familiar, aunque cuando la gran figura de Ángel aparece en mi visión periférica siento como si el espacio se estrechase. No tiene ni un solo adorno, tan siquiera esas pegatinas horribles que la gente suele poner en el salpicadero. Mis ojos barren la rasa superficie, topándose inevitablemente con sus manos al volante. Me fijo en los nudillos grandes. Pisa un poco el acelerador y el motor se queja con un zumbido. Cambia de marcha con movimientos contundentes sin siquiera mostrar el reflejo típico de mirar a la palanca. Entonces me fijo en su cara una vez más.

Está concentrado, mirando hacia el frente con gran responsabilidad. Parece más adulto ahora, es guapo. Su mandíbula cuadrada se tensa un poco y la nuez se le mueve como si supiese que está bajo examen. De no ser por esos gestos llenos de la inseguridad y la anticipación de un adolescente, su rostro me perturbaría un poco: es de facciones duras, ojos rasgados y nariz grande, una piel tan tersa que no parece tener poros. Luce como una máscara.

—No te acuerdas de mí ¿Verdad? —pregunta de golpe, con una serenidad que me da un escalofrío.

Fin del cap owo ¿Os ha gustado?

¿Qué pensáis sobre el pequeño accidente de Tyler?

¿Y sobre lo amable que ha sido Ángel al ofrecerse a llevarlo al médico?

¿Y sobre la pregunta que le ha hecho ahora? ¿Qué pensáis que va a responder Tyler? ¿Cuál creéis que será la reacción de Ángel?

¿Y Oliver? ¿Qué opináis del abuelete?

Gracias por leer, nos vemos en el próximo cap<3 Si te gusta la historia, no olvides votar, seguirme si quieres y comentar si tienes tiempo y ganas ^^


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