Le sigo acariciando la cabeza en silencio y noto como un escalofrío lo recorre entero. Él se hunde en mi cuello, empezando a besarme con más pasión. Sus manos bajan, limpiando ahora mis piernas, apretando la carne que me queda en los muslos. Noto sus dientes marcándome levemente, ente beso y beso, amenaza con romperme la piel y sé que pronto se acabarán sus caricias. Han sido agradables y amorosas, pero me toca pagar el precio.
—Tan bonito... —me susurra en el oído, su voz ya no suena falsamente angelical, sino que desvela su verdadera naturaleza: es una voz ronca, rugiente como la de una bestia hambrienta, colmada de un deseo tan animal como el de morder carne y tragar sangre.
Ángel me agarra fuerte de los costados y me hace voltearme, encarándolo. Detrás de él, me atisbo en el espejo: mi mirada está llena de horror y mis labios temblando. Mientras, él se lame los suyos y los iris esmeralda desaparecen cuando un oscuro deseo los devora.
El agua sucia se va por el desagüe y el grifo llena la bañera de nueva agua, cristalina. Aun así, esto se siente sucio.
Me agarra de la nuca y me atrae hacia sí, besándome de ese modo que me asusta. Me araña el vientre y me coge con fuerza un costado, impidiéndome que me aleje. Estoy sentado sobre sus piernas en la bañera, sintiendo como su peligrosa excitación crece entre nuestros cuerpos y como el aire se vuelve más denso. Me muerde el labio, sin romperlo aún. Luego me sonríe y baja una mano por mi espalda, hacia mi trasero.
—Abre las piernas un poco más —me susurra en el oído, justo antes de lamer mi lóbulo y volver a besar mi cuello. Me estremezco, pero no siento excitación, solo miedo.
No, por favor, no otra vez. No. Con todas mis fuerzas: no.
Pero mi voz se queda a medio camino en la garganta y mi firme negación es un suspiro. Me tiemblan los labios mientras sus besos se hacen más bruscos, chupando en mi cuello hasta que siento punzadas, pero sigo sin ser capaz de pronunciar, ni que sea, una súplica. Sé que esas dos letras que estoy pensando me arrojarían de nuevo a ese foso. No quiero esto, pero se está bien aquí, con luz, espacio para moverse, jabones que huelen rico y comida decente. Yo me he ganado esto, no quiero desperdiciarlo. Muerdo mi labio.
Solo debo hacer este pequeño sacrificio.
Obedezco en silencio, abriendo mis piernas tal como me ha pedido. Él mismo lo ha dicho hace unos minutos, me desea y me tomará por las malas si no le doy lo que quiere por las buenas. Cuando trató de ligar conmigo en la tienda y fracasó no pareció costarle demasiado pasar de eso a secuestrarme y encadenarme, así que con el sexo prefiero no hacerle ir por el camino violento.
Me inclino hacia él y escondo el rostro en su pecho para tapar mi vergüenza mientras noto la mano que me acariciaba tan amablemente la espalda buscar tentativamente otra cosa. Me agarra el trasero con ambas manos, apretándolo al principio, luego clavando sus uñas. Yo clavo las mías en su hombro y sollozo contra su piel, pero nada parece ablandarlo.
Quiero pedirle que tenga cuidado, jurarle que seré obediente y suplicar que mi sumisión sea recompensada con al menos un poco de gentileza, pero cuando pone sus manos sobre mí así, como si para él mi cuerpo fuese menos extraño de lo que es para mí, más suyo, que mío, me quedo sin palabras. Cuando me toca como si me poseyese, como si me reconociese, como si me hubiese moldeado así, creado, mis labios no sirven más que para ser callados a besos.
Me quedo quieto, como un muñeco, mientras siento con detalle como sus manos separan las mejillas de mi culo y me dejan expuesto; los dedos de su mano derecha siguen el camino hundido entre ambas nalgas, encontrando mi sexo y frotándolo bajo el agua, desvelándome crueles intenciones. Quiero pedirle que espere, mi cuerpo está tan tenso, será tan doloroso...
Y lo es. El índice se abre paso sin piedad, noto la presión y luego el desgarrador dolor. Incluso si es un solo dedo, la sensación es agónica y cuanto más duele, más me aprieto con temor y peor es la sensación. Él rodea su eje con la mano sobrante, masturbándose despacio mientras yo me quejo al sentir el nudillo abriéndome más. Muerdo mi labio con fuerza, no quiero gritar.
Aprieto más mientras él va más hondo en mi culo y más rápido alrededor de su polla. Una gotita de sangre me hace cosquillas en la barbilla y cae al agua, perdiéndose. Levanto mi cara de su pecho cogiendo aire repentinamente y veo mi reflejo: una cara tristona y patética, los ojos rodeados de bolsas y moretones, las mejillas llenas de lágrimas y cabellos húmedos que se arremolinan ahí y la boca, inútil, prefiere morderse a sí misma antes que decir que no. Simplemente no quiero volver ahí, no quiero volver.
Su dedo entra y sale, simulando pequeñas embestidas, y yo me retuerzo en sus brazos. Cada vez que se aleja la sensación de vacío es tan aguda y repentina que noto un vértigo horrible en mí, pero cuando vuelve a clavarse me queman los adentros como si de una hoja afilada se tratase. Apenas puedo tomar aire: mis pulmones se quedan congelados cuando arranca el dedo de mi interior, pero luego arremete sin darme tregua, haciéndome gritar los pocos respiros que he podido conseguir. Doy pequeños saltos cuando mete su dedo de golpe, deseando alejarme, pero entonces deja de masturbarse, furioso por la interrupción, y me pone la mano en el hombro malo para empujarme hacia abajo. El dolor es demasiado insoportable, así que decido agarrarme a él y aguantar como pueda sin hacerle enfadar.
Noto su pecho subir y bajar deprisa mientras su mano hace lo mismo, provocándole jadeos que me erizan la piel. Poco a poco el dolor disminuye, convirtiéndose en un escozor soportable. Puedo aguantar, puedo hacer este sacrificio.
Intento respirar hondo, noto el aire entrecortándoseme en la boca, interrumpido por sollozos que no puedo controlar. Él me muerde el cuello de nuevo, dejando marca sobre marca, hundiéndose más en mí con su mano y sus dientes, como si quisiese anclarse a mi ser, tenerme a su alrededor como un anillo que porta cual adorno. Me está convirtiendo en algo suyo y cada vez lo siento más. Lo siento no solo porque hace lo que quiere conmigo, sino porque yo empiezo a sentir lo que él desea: empiezo a sentir que incluso si duele, quiero que siga solo por no quedarme solo.
Cuando por fin saca su dedo soy capaz de relajarme con un gran suspiro, pero un dolor agudo me invade y retengo la respiración.
Dos dedos.
Las intrusiones son igual de violentas, pero el doble de dolorosas. El infierno vuelve a empezar y no puedo resistir mi necesidad de desquitarme de este dolor. Me inclino hacia él, apoyando mi cara en su cuello. Siento su mordida palpitarme en la garganta. Entonces yo le muerdo a él.
Una extraña sensación de reciprocidad se forma cuando hinco los dientes y pruebo su sangre. Mi dolor disminuye un poco mientras el sabor metálico me llena la boca. Es como si hubiese ahora una extraña complicidad entre ambos, un pacto. No me gusta esta sensación, este hilo extraño que me anuda a él y me atrae cuando debería pensar en escapar.
Sus dedos ya no duelen, pero molestan y hacen que mi irritado sexo queme. Trato de resistir y relajo mi mandíbula, dejando a la vista las pequeñas muescas rojas que le he hecho en la piel a Ángel. Él no se queja, ni se enfada, simplemente mueve sus dos manos: una rompiéndome, la otra complaciéndose. Se masturba rápido, necesitado, y puedo ver la punta de su pene perlada por el líquido preseminal y roja por la necesidad de terminar. Las venas resaltan furiosamente por el ancho tronco y sé que en algún momento sus dedos no serán suficientes, sé que no lograré irme de aquí para cuando él quiera ir más lejos.
Trago saliva. Él tan grande, tan siquiera quiero imaginar algo así, algo tan aterrador, tan humillante. Me romperá.
Ángel me distrae de mis pensamientos colisionando con mi boca con un brusco beso. Me duelen los labios y él los muerde y chupa como si mi carne fuese suya. Adentra su lengua en mi boca y la remueve entera, dejando hilos de saliva entre ambos, nuestros belfos resbalosos, mis ojos llorosos y el cuerpo entero temblándome. Entonces un gran aliento cálido se derrama entre mis labios, él gime de placer, un sonido ronco que vibra entre nuestras bocas como un rugido y noto tiras calientes derramándose entre nosotros.
Lloro de alivio. Ya ha terminado, todo ha terminado.
Han sido horribles, largos minutos que ojalá pudiese borrar de mi memoria como hice con aquellos años en blanco, minutos que sin duda se grabarán a fuego. Pero lo importante es que por fin puedo estar tranquilo.
Su mano me acaricia el vientre, recogiendo los rastros de su semen. Lo veo disgustado, queriendo enjabonarme de nuevo, pero entonces lleva su mano a mi espalda y la siento bajar hasta que de nuevo un dedo suyo está deslizándose dentro de mí. Es caliente, viscoso y tan solo de pensar en el por qué quiero morir de bochorno.
—¿Te gusta? —me pregunta maliciosamente, obteniendo por respuesta solo mis gimoteos bajos de temor. —Respóndeme. —exige y sé que debería hacerle caso. Que debería contestar y hacerlo diciendo lo que él quiere, pero me siento demasiado cansado para seguir resistiendo y fingiendo.
—Por favor, déjame en paz. No me humilles más... —suplico, pero cuando Ángel frunce el ceño sé que ha sido un error.
—Te he preguntado si te gusta.
Tres dedos me penetran de golpe, su semen los hace entrar con aterradora facilidad, pero pese a estar lubricado, siento que me desgarro. La intrusión es suficientemente suave como para ser posible, pero él jamás ha intentado que no sea dolorosa. Noto mis adentros palpitar, estrecharse y acoger esas tres largas falanges, haciéndome horriblemente consciente de ellas y de la sustancia caliente que las hace deslizarse dentro y fuera.
Sé lo que quiere. No necesita decírmelo para que sepa exactamente que hasta que no oiga de mí esa humillante mentira, seguirá dentro, abriendo sus dedos y cerrándolos, retorciéndolos, empujando hasta que los nudillos me estiran más y más y puedo sentir mi entrada ardiendo de dolor. Me recorre entero por dentro con esos tres dedos, impregnándome de su semilla. Lo hace despacio, se recrea, se divierte cuando doy pequeños espasmos de dolor, cuando lloro y mi voz sale incoherente porque tengo que recordarme a media frase que si hablo, que si suplico, pido o siquiera me quejo, me va a ir mucho peor.
Porque mi sufrimiento le parece bonito.
—S-sí...—miento. Los dedos paran de moverse. Pero no los saca— me gusta, Ángel... —añado llorando. Mi voz, floja y totalmente vencida, por fin me concede algo bueno: sale de mí.
Todavía me escuece todo y noto el anillo muscular palpitándome, pero este gusto amargo que se me queda después de su abuso es mejor que seguirlo viviendo, mejor que esos largos dedos que se sienten como si pudiesen usarme de marioneta.
Después de eso es como si alguien hubiese tocado ese interruptor de su cabeza que lo hace pasar de un jodido monstruo a el más dulce de los novios. Me besa la nuca y sigue enjabonándome como si nada, con un cuidado que no parecía conocer hace unos segundos. Y yo obviamente no voy a replicarle nada, porque sé que tal cual diga algo estos momentos de paz se habrán acabado.
Agradezco que sus manos jabonosas pasen por los lugares que más sucio me hacen sentir, pero por desgracia es como si me lavase con barro: allá donde frota siento una terrible picazón. Siento que el cosquilleo que dejan sus caricias es otra costra de suciedad en mí. Me rasco hasta que mi piel olvida sus dedos y, al terminar, me da un casto beso en los labios.
—Estás siendo tan buen chico —me halaga y mentiría si dijese que no siento un hormigueo en mi vientre.
Sus palabras me causan esa sensación bonita, enamoradiza, que ahora mismo me aterra. Trato de convencerme de que es solo porque si sé que está de buen humor, sé que no me dañará, pero empiezo a creer que hay algo más detrás de lo mucho que quiero oír otra de sus amables líneas. Empiezo a creer que me está volviendo loco.
—Ven, vamos a sacarte y hacer algo con todo ese pelo —me dice entre suaves risas, revolviéndome la cabeza.
Yo me levanto con dificultad, mis piernas tiemblan y mi trasero duele todavía. Ángel me toma del brazo y me ayuda, acompañándome con suaves movimientos. Cuando estoy fuera de la bañera él pone una toalla sobre el váter y me empuja despacio para hacerme sentar ahí. Obedezco sin rechistar, pero observo con extrema cautela.
Él se arrodilla frente a mí con una toalla en sus manos y empieza a secar mis pies y piernas. Es tan gentil que incluso empieza a masajearme y siento la tensión en la planta de mis pies irse con pequeños escalofríos. Toma con cuidado mi pierna herida, dando toques muy suaves sobre la piel descarnada en vez de arrastrar la toalla, y luego frota mis piernas. Se asegura de dejarme bien seco y sonríe mientras lo hace, orgulloso de los cuidados que me da.
—Dame las manos —me pide con un tono un tanto pueril.
Luego él me las toma como si fuese a besarme y pasa la toalla por cada uno de mis dedos para secarlos. Se yergue un poco, secándome también el torso, los brazos y el cuello. Al llegar ahí hago una mueca y él se detiene. Aleja la toalla, mostrando un enorme moratón en mi cuello que veo a través del espejo.
—Cosita... —dice con pena —es tan delicioso morderte y tu piel tiene un aspecto tan bonito cuando está morada, pero no quería hacerte tanto daño ¿Duele mucho?
—No tanto —confieso, ladeando la cabeza para que él pueda dar suaves golpecitos en la zona para secarla. —, el hombro y sobre todo el tobillo duelen mucho más. Y la cabeza, me duele mucho la cabeza cuando intento pensar.
—En nada te daré algo para el dolor ¿De acuerdo? —mis ojos se iluminan y asiento vigorosamente. Por un segundo, mi reflejo distante no es el de un monstruo, sino del de un niño. —Todo lo que te he hecho es tan cruel... necesario, pero cruel. —dice torciendo un poco la boca, me mira y luego baja la mirada con un deje de vergüenza y sumisión. Me pregunto si estos sentimientos son genuinos. —No quiero que sufras más, por favor, sigue siendo bueno y no me obligues a hacerte daño de nuevo.
Quiero rebatirle, quiero gritarle y quiero arrancar la toalla de sus manos y estrangularlo con ella. Pero asiento y de pronto la rabia se hunde en una gran ola de tristeza. Siento esa ira efervescente en mí, ese impulso a la acción violenta que me pica en la punta de los dedos, aplacarse increíblemente, como si fuese un velo que me arrebatan de un tirón. Tras él solo queda una quieta, perezosa tristeza.
Me siento tan tranquilo, tan desesperanzado. Dios, solo quiero dejar de sufrir, de temer, de estar alerta cada puto segundo. Quiero acurrucarme en sábanas calientes, descansar.
Sigo acariciando su pelo, se siente tan suave como luce: un delicado color avellana y pequeños mechones curvados que él suele mantener con gomina hacia atrás. Ahora, salido de la ducha, el pelo desordenado le roza las pestañas. Lo miro desde arriba, él está tan callado, pasando la toalla por mi abdomen de nuevo y luego por mis piernas, cuando su pelo mojado gotea sobre ellas. Agarro la toalla con cuidado y él la suelta poco a poco, entonces la pongo encima de su cabeza y le froto el pelo. Él apoya la barbilla en mis muslos, siento un suspiro en ellos y tiemblo. Me rodea la cintura con los grandes brazos y me acerca a él mientras sigo secándolo.
¿No podía haber sido así desde el inicio? Si él hubiese sido el chico coqueto que empezó siendo yo habría caído indudablemente. No es mi tipo, pero con esos ojos claros, esa cara dulce y ese cuerpo desafiante mi curiosidad habría despertado. Sí, él podría haber chocado conmigo casualmente en el supermercado, quizá hasta habría podido volver a la tienda para decirme lo contento que está con el armario de Oliver, y habríamos charlado. Él me habría hecho reír, yo le habría avergonzado un poco y al final me habría dicho a mí mismo ''¿Por qué no?'' y le habría dado mi número.
Entonces quizá ahora él y yo podríamos estar viviendo este momento y podría ser tierno. Podría haber sido un momento feliz, porque por un segundo me hace sentir tan bien, tan querido, tan tranquilo... Pero la realidad es que no lo es.
Fin del cap ¿Qué os ha parecido?
¿Os da pena Tyler?
¿Qué pensáis que hay en la cabeza loca de Ángel?
Si estuvieseis en el lugar de Ty ¿Cuál pensáis que sería vuestro plan?
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