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La toalla se me resbala poco a poco de las manos, la he dejado de agarrar hace unos segundos, sin darme cuenta. Ahora está en el suelo. Ángel tiene el pelo húmedo y me está dando besos en el vientre, son pequeños e inocentes, suben hacia mi pecho. Al final me da un pequeño beso en los labios también y me mira directamente a los ojos. Los suyos son tan vivaces, el verde brilla cálidamente y parece estar sintiendo una honesta alegría. No sé cómo puede permitirse tal felicidad después de lo que ha hecho.
Me da otro beso, me olvido de lo que estaba pensando.
—Tienes los labios tan suaves —me dice con dulzura, dándome otro más. Tengo un escalofrío, uno bonito. —, aunque tu cara pincha un poco. No tienes apenas bello facial, pero será mejor que lo afeitemos ¿No? Luego te arreglo el pelo.
—No lo había notado —digo sorprendido, llevándome la mano a las mejillas. Al frotarla noto mi piel áspera. Nunca había pasado tanto tiempo sin arreglarme. Exhalo una pequeña risa —debo lucir horrible así de tan cerca. Qué vergüenza...
Me tapo la cara con las manos instintivamente. Es una estupidez, este hombre me ha visto en situaciones más bochornosas, pero me resulta tan humillante que me vea desaliñado. Yo siempre me esmero en estar presentable y me han robado incluso eso...
Ángel me agarra las mejillas y me descubre el rostro.
—Estás hermoso —me dice firmemente, mirándome con el ceño fruncido y su boca en una meca enfadada. Esa boca que me dijo cuanto asco daba hace no tanto. —, más hermoso que nada en el mundo.
—¿Lo dices de verdad—pregunto burlón, luego aparto la vista y las palabras salen de mi boca sin pasar antes por mi cabeza: —o es solo porque estás obsesionado conmigo?
Me congelo después de escucharme. Me pasan cosas terribles por la cabeza, pero entonces él se ríe y yo me puedo permitir respirar de nuevo.
Él no dice nada después de eso, solo toma la cuchilla de afeitar y la crema y me extiende un poco de la última por la mandíbula y el cuello. La sensación es refrescante y sus dedos impregnan bien mi rostro con tal de que hacer un trabajo perfecto. No me doy cuenta de lo peligrosa que es la situación hasta que Ángel ha deslizado ya un par de veces la cuchilla por mi rostro y la ha enjuagado. El frío filo del metal lame mi mejilla entera, llevándose la sombra de barba que pudiese tener, pero sé que sería tan fácil para él rebanarme el rostro y arrancar mi piel a tiras. La cuchilla está tan afilada que me mareo al verla y aparto los ojos, moviendo un poco el rostro.
—¡Ay!
Doy un pequeño repullo cuando noto un pinchazo en el cuello. No duele apenas, es solo un corte de afeitarse, pero empieza ponerme nervioso cuando siento que Ángel no separa la hoja de mi herida y lo noto mirándome muy fijamente.
—¿Quién te ha dicho que te muevas? —pregunta inquisitivamente.
—Ángel m-me estás cortando —digo con un hilillo de voz. La hoja arde en ese pequeño punto de mi cuello y noto la sangre yéndoseme del rostro.
—¿Quién te ha dicho que te muevas? —insiste y juraría que la cuchilla me ha punzado un poquito más hondo. Quizá ha sido porque he tragado saliva.
—Perdón... perdón. Estaba asus... me quedaré quieto a partir de ahora. —él sonríe complacido cuando me trago mis palabras y digo solo lo que desea oír. Entonces aprieta un poco más, cortándome más hondo.
Esta vez no es un desliz. Me mira a los ojos sosteniendo una temblorosa gota de sangre en la hoja. Quiero apartarme de la punzada que se me incrusta en la garganta, pero sé que Ángel me está poniendo a prueba: si me muevo seré castigado. Debo obedecerle, incluso cuando me hace daño, eso es lo que intenta enseñarme.
Aguanto, sosteniéndole la mirada y apretando los dientes. Él desliza la cuchilla hacia un lado, peligrosamente cerca de mi yugular y chupo aire por el dolor. Es tan delgada y afilada que me abre la piel rápido, haciéndose un hueco en mi cuello. La hoja es fría, el corte ardiente. Trago saliva, haciendo un par de líneas sangrientas bajar hasta la mano de Ángel. Él me mira con ojos muertos, esperando.
Yo aguanto. Aprendí a aguantar hace mucho tiempo, cuando mamá me dijo que oyese lo que oyese jamás saliese de mi habitación cuando papá volvía a casa enfadado. Solo debo hacerlo de nuevo, recordar ese temple con que cogía mi manta y me cubría en vez de alcanzar el pomo cuando mamá lloraba al otro lado. Lo intento.
Y lo logro. Le sostengo la mirada a Ángel, pero no soy retador, sino complaciente. No le veo con súplica, solo con sumisión. Un gesto equivalente a ladear la cabeza y gemir un <<ábreme la garganta si lo deseas, soy tan tuyo que puedes tomar mi vida y no rechistaré>>. Me tiemblan las retinas, él siente mi miedo. Él ve mi nuez moviéndose cuando me lo trago y aguanto. Aguanto por él.
Tras eternos segundos sonríe complacido y retira la cuchilla.
—Buen chico... —murmura con cariño.
Acerca su mano libre y me acaricia la cabeza como a un cachorrillo. Mentiría si dijese que sus dedos pasándome por el cabello húmedo y recién lavado no se sienten maravillosos, pero ojalá poder convencerme de tal mentira. Se levanta sin mediar palabra, aclara la cuchilla bajo el grifo y se limpia la sangre que ha bajado por su pulgar dando un lengüetazo desde la muñeca hasta la yema del dedo. Tengo un terrible escalofrío al ver como su lengua recoge toda la sangre sin dejar la más mínima mancha.
Guarda la cuchilla y aprovecha para rebuscar algo en el cajón. Me miro en el espejo, todavía buscándome en esos ojos negros y esa figura diminuta. No hay espacio para mí en un cuerpo tan consumido.
—Esto te hará sentir mejor —dice mostrándome una venda. Se acerca a mí y me rodea el cuello con ella, sin apretar demasiado y deteniendo el pequeño sangrado. —¿Quieres también una en el tobillo?
—Sí, por favor. Me da miedo que se me infecte —confieso en un suspiro. Aunque lo que me asusta no es la infección, sino saber que él no me llevaría al hospital para no arriesgarse a perderme.
—No te preocupes, voy a desinfectarla ahora y estará como nueva.
Yo asiento sin prestarle demasiada atención hasta que noto un horrible ardor. Miro hacia abajo, él me palpa la carne viva con una gasa empapada en yodo. Y sé que es por mi bien, pero quema como el maldito infierno.
Quiero gritar, pedirle que espere, decir que lo haré yo mismo. Y me trago todo eso, porque no tengo derecho a ordenar, porque él está al cargo. Cuando termina de limpiar y vendar firmemente la zona mira con sorpresa mis mejillas húmedas de tanto llorar y corre a enjuagármelas con los pulgares.
—Mi amor, eres tan dulce, no llores. —pide en tono de súplica. Su voz suena gentil y deja besitos en mis mejillas mientras me limpia las lágrimas. —Oh, tan dulce —murmura, sus manos deslizándose de mi rostro a mis hombros, los dedos sosteniéndome firme y cerca y su boca bajando de mi mejilla a mi cuello con un gélido aliento que me lame la piel y me provoca escalofríos. Él inspira mi aroma y yo enrojezco por la incómoda cercanía. —, he esperado tanto por probarte, mi amor —me dice en un suspiro sobre mi cuello, prensando sus labios contra la venda teñida de rojo. —, es mi turno de morder.
Atrapa mi lóbulo entre sus dientes y cuando doy un pequeño saltito por el susto él ríe un poco.
—Ven —dice tomándome de la mano mientras se pone de pie —, veré si tengo algo de ropa para ti en mi habitación. Oh, y tengo una sorpresa.
Mi piel se eriza al escuchar eso. Con él jamás sé qué esperarme, pero algo se mantiene: nunca es algo bueno. Me lleva hacia su dormitorio, ambos cogidos de la mano; yo estoy desnudo, él tiene una toalla alrededor de la cintura. Al andar me doy cuenta de que la presión de los vendajes en mi tobillo hace que duela menos, sigo cojeando un poco, pero ahora al menos puedo hacerlo sin rabiar de dolor. Si me hubiese puesto vendas con esta presión al inicio seguro que ahora andaría con normalidad.
Suspiro mientras él me empuja suavemente para que me siente en la cama. Lo veo desde la orilla mientras él se voltea y rebusca en sus cajones algo de ropa limpia para ponerse. Su espalda es realmente ancha, cuando mueve los brazos para sacar una camiseta negra del cajón y unos pantalones grises de deporte los músculos se le marcan y se mueven junto a los omóplatos.
Incluso si está de espaldas y distraído, la idea de atacarle por detrás y pelear con él por mi libertad se evapora al instante ¿Qué haría mi cuerpecillo, este racimo de vértebras cubierto por piel, contra ese cuerpo poderoso y trabajado?
Se pone la ceñida camiseta, los pantalones y luego saca un pequeño manojo de tela del armario y me lo arroja.
Me doy un susto cuando la ropa me choca en la cara, pero el aroma a detergente y la comprensión de que esta ropa es para mí me hacen relajarme de repente. La extiendo con mi mano: una camiseta de manga corta, color negro, talla mediana y unos leggins del mismo color y talla pequeña.
Esta ropa jamás le cabría a él y eso me hace preguntarme e imaginarme a Ángel yendo de compras, escogiendo con meses de adelanto las prendas que me pondría cuando me raptase.
Es inquietante, pero da igual, estoy tan feliz de vestir ropa de nuevo. Sonrío grande y me duelen las comisuras. La camiseta es ancha y suave y fresca y los pantalones son perfectos y se me pegan de una forma cómoda que me hace sentir calentito, pero no abrumado. Me abrazo a mí mismo, disfrutando tantísimo del friegue de la piel limpia con la ropa.
Ángel me abraza por detrás, su cuerpo caliente y su ropa también con aroma afrutado me hacen sentir tan acogido. Me hundo en sus brazos, dejándome caer hacia atrás y terminando con la cabeza en su hombro. Me da un pequeño beso en la boca.
—¿No quieres tu sorpresa? —me pregunta con una sonrisilla, fregando su nariz con la mía.
—¿No era la ropa? —pregunto desconcertado —porque esa ha sido una sorpresa muy agradable ¿Está lo será también? —él ríe por mis palabras, es un sonido relajado y grave, pero ya no distingo si es buena o mala señal.
Ángel se separa de mí y quiero quejarme. Quiero que se quede así para siempre, que me sostenga cerca y no me deje solo ni me dañe nunca más.
Se agacha frente a la mesilla de noche de delante de mí. Los cajones son chiquititos, así que no puede haber nada muy malo ahí ¿Verdad? Oh, Dios ¿Y si saca una pistola? Empiezo a marearme y aparto la vista cuando mete la mano en el cajón y rebusca. No quiero verlo.
Me tapo la cara cuando tiende su mano hacia mí. Espero el balazo ensordecedor, mis oídos pitando, el silencio de la muerte, tan aterradoramente parecido al del sótano de Ángel. Pero oigo solo su voz.
—¿Ty? —pegunta preocupado.
Retiro mis manos poco a poco y me atrevo a mirarle.
—¡El cabestrillo! —grito emocionado, quitándoselo de las manos en el acto.
Él sonríe enormemente al verme tan feliz y se sienta a mi lado, rodeándome los hombros y apretujándome contra él.
—Me supo muy mal quitártelo, así que lo guardé porque realmente tenía ganas de dártelo de vuelta.
Lo miro maravillado y me paso por el cuello y el brazo. Respiro hondo cuando por fin puedo apoyar mi brazo derecho en él. El peso de la extremidad ya no se siente tirante en el hombro. Es un respiro tan grande. Entre esto y el tobillo vendado me siento casi como nuevo.
—Se siente muchísimo mejor, ya no me duele el hombro todo el rato ¡Es genial!
Y actúo sin pensar: le abrazo.
Cuando me doy cuenta de lo que hago me quedo congelado. Mi brazo izquierdo lo rodea y mi cara está contra su pecho, escuchando su corazón latir rápido. Él también parece quedarse de piedra y cuando lo miro para cerciorarme de que no me dañará por esto me hallo con su cara roja como un tomate y su mirada huidiza.
Me recuerda a cuando le conocí: parece un adolescente inexperto de esos que tartamudean cuando alguien les coquetea de vuelta. Río inevitablemente, pensando en lo adorable que luce y él me abraza de vuelta y esconde su cara en mi hombro.
—Te quiero mucho, Tyler —susurra tan bajo que apenas puedo entender lo que dice.
Mi cara arde al instante. Su voz temblorosa se siente tan desnuda, tan vulnerable, como si sus sentimientos fuesen sinceros. Y ante ellos mi corazón reacciona como si le hubiesen dado un tórrido abrazo; sus palabras se sienten así, de hecho, como sus brazos grandes y cálidos que me acogen después de tanto tiempo de soledad. Si tan solo esto estuviese sucediendo en otras circunstancias...
No recuerdo haberme sentido querido antes, no desde que era un niño y mamá se desvivía por mí. Desde que perdí la memoria y logré una vida cómoda renuncié al amor casi sin darme cuenta, era parte de esa calma que tanto buscaba: una calma silenciosa solitaria. Nunca me di cuenta de cuan triste era mi vida y ahora que por fin siento este alboroto por dentro, este caos de alegrías y rubores, esta oleada de afecto que me cubre como un manto protector y me hace sentir querido por primera vez desde que tengo memoria... ahora que por fin encuentro algo que no sabía que necesitaba tiene que ser así. En manos de alguien que en un chasquido pasa al odio y la ira, en una casa hermosa de la que solo puedo ver las cuatro paredes más mugrientas y oscuras de todas.
Él me acaricia la espalda y yo lo abrazo un poco más fuerte. No quiero irme de aquí, no quiero volver ahí abajo. Restriego mi rostro por su pecho, quejumbroso como un gatito que trata de obtener caricias, pero Ángel, como si me hubiese leído el pensamiento, me da un dulce beso en el cuello, se separa de mí y dice:
—Vamos tortolito, o se hará tarde. Acompáñame a la cocina.
Fin del cap ¿Qué os ha parecido?
¿Qué pensáis de que Ty haya abrazado a Ángel sin que este lo pida?
¿Creéis que Tyler va a perder la cabeza y olvidarse de su idea de escapar o que la mantendrá pero tendrá sentimientos contradictorios?
¿Creéis que Ángel puede mejorar su carácter?
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