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 Es como si alguien anudase un ancla en mi estómago y la tirase al fondo del mar. Me retuerzo entero por dentro, pero por fuera solo me quedo clavado en la cama.

—No seas perezoso —me regaña Ángel divertidamente y acto seguido me alza en volandas como si no pesase más que el aire.

M agarro a su cuello y no quiero soltarlo nunca y menos sabiendo a donde me lleva: la cocina, ese lugar donde la trampilla que lleva a mi frío infierno. Quiero preguntarle si me encerrará de nuevo y cuanto tiempo, pero sé que mis preguntas le molestarán: es en el hecho de que yo no sepa la respuesta donde reside si increíble poder sobre mí.

Me aferro más fuerte, escondiendo el rostro en su cuello cuando llegamos al salón, y él me acaricia con los pulgares. Da un beso en mi coronilla y me alzo un poco para buscar sus labios. No sé si me entrego así para sobornarle y que no me encadene de nuevo o si busco el único placer al que tengo derecho.

Ángel cierra los ojos y anda despacio, me aprieta fuerte con sus manos mientras los labios corresponden rápidamente a mi demanda de atención. Noto algo duro y frío contra mi costado y me alerto, pero me tranquilizo cuando noto que es el borde del mármol de la cocina. Ángel me sienta delicadamente ahí, sin interrumpir el beso ni un segundo y tomándome con una mano de la cadera y con otra del rostro para robar toda mi atención.

Y pensar en lo feliz que me habría hecho tener a un chico apuesto y fuerte que me subiese a los muebles de casa y me besuquease entero antes de irme corriendo a la tienda de Oliver, haciéndome llegar con unos minutos de retraso y los labios rojos como cerezas. Intento imaginar eso, cerrar los ojos fuerte y concentrarme en la forma llena de cariño con la que Ángel me trata. Él me quiere, no me miente cuando me dice eso, pero también está loco, terrible, peligrosamente loco; y eso nada puede compensarlo, pero al menos puedo tomar estos momentos bonitos e imaginar que son todos así.

Que cuando abra los ojos estaré en mi apartamento y él será un novio gentil y equilibrado, de esos que te revuelven el pelo y quieren ser la cucharita pequeña incluso si miden más que tú. De esos que te acompañan a las fiestas, aunque estén enfurruñados y se vengan después mandándote mensajes subidos de todo en tu horario laboral. De lo que te regalan bombones, se acuerdan de tu cumpleaños y te hacen pensar que el mundo es un sitio bonito.

Que hermoso sería vivir así, si tan solo pudiese moldear la realidad un poco... pero las manos que me sostienen con calma están manchadas de sangre y mi bonito novio es un monstruo podrido bajo esas hermosas capas de piel. No es mi novio, siquiera, sino el lunático que me ha quitado mi libertad.

Ángel me muerde el labio, como si pudiese leer mis pensamientos y me castigase por recordar lo amarga que es la situación. Exhalo un sonido ahogado, pero que a él parece sacudirle por completo y acerca mi cuerpo al suyo con un brusco tirón. Sus labios se vuelvan en los míos y su lengua me recorre con voracidad; entre las dos bocas hay fuego, electricidad o cómo quiera que se llame esta magia que me hace hormiguear los belfos y me recuerda que estoy vivo.

Sus dedos se me clavan en las costillas y su respiración pesada y caliente me llena la boca. Me separo, sintiendo mi corazón a mil, y me siento como si cayese desde un precipicio.

Ángel tiene la cara roja hasta las orejas y en sus manos grandes venas resaltan. Se deshace rápido de su camiseta y acto seguido tira de mis pantalones hacia abajo.

—Espera, esp-

Corta mis palabras sin miramientos agarrándome de las piernas y abriéndolas en el acto y un segundo después sus pantalones están bajados.

Mi pecho se hunde de dolor.

No. Yo no quería esto.

—Ángel, Ángel, por favor, espera —suplico en voz baja, mordisqueándome los dedos mientras lo veo lleva su mano a su entrepierna y alinearse conmigo.

Pone mis tobillos en sus hombros y me empuja contra el mármol, estirándome medio desnudo con mi sexo en el saliente de este, dejándome a su disposición. Veo su pecho subir y bajar rápidamente y largas gotas de sudor recorriéndoselo. Sus ojos, entrecerrados, se fijan en este cuerpo que tanto me cuesta mirar al espejo y él debe morderse el labio para frenarse un poco y responderme con voz roja, colmada de lujuria:

—¿Qué?

Su tono impaciente me atraviesa entero y por un momento pienso en no responder, en dejarle hacerme lo que desee. Luego pienso en lo que desea y la idea me horroriza demasiado. Lo miro temblando, mi lengua choca con mis dientes y no soy capaz de soltar un solo sonido coherente.

Lo va a hacer. Lo hará. Él va...

<<Te quiero tanto...>>

Me duele la cabeza ¿Qué es esa voz d-

—No llores —dice Ángel acercándose de golpe a mí y poniendo sus manos en mis mejillas. Me mira directamente a los ojos y los suyos, oscuros por el deseo, poco a poco vuelven a iluminarse con ese verde vívido que parece tan inocente. —. No quieres hacerlo ¿Cierto? —niego y suspiro un aliento que no sabía que estaba reteniendo, aliviado por no tener que usar mis propias palabras. —He esperado mucho por ti, Ty, y no quiero arruinarlo ahora. No debería estar intentando tomarte ahora, no aún. Todavía no te he entrenado lo suficiente para que pueda soportarlo —dice de una forma escalofriante. Me asusta pensar que avanza poco a poco solo para escalar cada vez más y hacer cosas peores, horribles, pero por ahora tengo el alivio de que no seré tomado hoy. —Ven tranquilízate.

Su voz suena tan dulce que surte efecto casi al instante. Dejo de llorar, confiando ciegamente en sus palabras, y él me ayuda a bajar al suelo con mis piernas temblorosas y a ponerme la ropa de nuevo. Apenas puedo aguantarme de pie y él me sostiene por la cintura, acercándome a su cálido cuerpo.

—No llores, Tyler —susurra con pena. Apoya su rostro en mi hombro y noto gotas caerme en la clavícula. —, me duele dañarte, no deseo hacerlo, no quiero destruirte. Solo quiero amarte, cuidarte, dar todo de mí por ti. Por favor, no te resistas.

No es hasta que su voz se quiebra que me doy cuenta: está llorando. Ángel me abraza más fuerte entonces, con desespero y noto en su forma de clavarme los dedos que no busca retenerme en sus garras, sino aferrarse a lo único que lo salva de caer por un abismo. Él se abraza a mí igual que yo lo hago a él cuando siento que es mi única salvación.

Solloza en mi hombro, destrozado. Su voz no es más que afilados fragmentos de lo que era, suena tan aguda e histérica.

—S-solo quiero ser feliz contigo...

Apenas puedo oírle, las palabras se apagan entre sus labios y las sorbe, víctima de un llanto que no puede controlar. Me recuerda a un niño en estos momentos, a un pequeño yo escondido bajo la manta y que quiere no hacer ruido, pero no puede parar de hipear. Se me hunde el corazón de tristeza.

Podré haber olvidado muchas cosas, pero recuerdo este dolor. No quiero que nadie más lo sufra.

Llevo mi mano a su rostro y nos recuerdo en la ducha, cuando al acariciarle el pelo él se ha relajado como un dulce gatito. Vuelvo a hacer lo mismo, hundiendo los dedos en las suaves ondas castañas. Noto un suspiro sobre mi cuello y las lágrimas dejan de empaparme el hombro. Ángel tiembla como si el gran cuerpo que me aprisiona entre sus brazos estuviese hecho de hojas que se estremecen con el viento. Y las ondas que mis dedos trazan deben ser un terrible huracán, porque Ángel me abraza como si fuese a desmoronarse.

—Te quiero, te quiero mucho —musita, pero esta vez incluso si el tono es sutil como una brisa, no la tiembla la voz ni un poco. Son palabras suaves, pero con una convicción de acero tras ellas.

Por alguna razón me hacen sentir increíblemente mejor. Tan lleno, tan satisfecho.

Sin darme cuenta, sigo acariciándole el pelo y él tiembla un poco cuando mis pequeños dedos le rozan las sienes; su piel sensible y sedosa, como su cabello recién lavado, responde a mis toques erizándose y su cuerpo parece fundirse con mi calor. Los músculos no son ya una dura prisión, sino que sus brazos me rodean sin oprimirme. Se siente protector.

Poco a poco se desliga de mí y al separarse se frota la cara, limpiándose las lágrimas. Tiene todavía los ojos y la nariz rubicundos, pero luce hermoso y pacífico. Cuesta creer que sea la misma persona que me rompió un tobillo. Trago saliva al recordarlo y mi cuerpo se pone alerta ¿Cuándo me he relajado?

—Siento perder el control así —me dice con una sonrisa ácida en el rostro. No sé si se refiere a su llanto o lo de antes. —, hagamos la cena para despejarnos ¿Quieres ayudarme?

—Uh, claro, estoy hambriento.

—Escoge tú lo que comeremos, debes estar ansioso por comer algo más que las cosas que te traigo siempre.

Me siento abrumado al instante, no recordaba ya la sensación de poder decidir. Sin embargo, supero rápido el problema cuando una respuesta se ilumina en mi mente.

—¡Carne! ¿Podemos comer algo de carne? Me siento siempre tan débil y hace mucho que no la pruebo... Tan siquiera me ha gustado nunca demasiado, pero ahora mismo es lo que más me apetece.

Ángel ríe suavemente y me revuelve el pelo.

—Que impaciente suenas, mi cosita carnívora —se burla un poco.

Me pongo rojo por el comentario. Él pasa por mi lado y empieza a sacar cosas de la nevera.

—Carne con verduras entonces. Ves cortando tú las zanahorias.

Ángel me pone una tabla de madera en el mármol que tengo enfrente junto a las zanahorias y cuando quiero darme cuenta tengo un enorme cuchillo en mi mano. Casi grito al ver el largo filo. Me volteo hacia Ángel que está de espaldas tarareando mientras rebusca especias en la alacena. ¿Está chiflado? ¿Darle un arma a tu rehén? No, esto no tiene que ver con su locura, sino con su confianza. Está seguro de que no intentaré nada.

Pero podría. Puedo apuñalarlo ahora mismo, incluso si no tengo fuerzas. Él no tiene ningún arma en la mano y yo... Dios, yo tengo un cuchillo. No puedo parar de pensarlo, me hormiguean los dedos, me suda la palma y mi cuerpo está congelado ¿Debería intentarlo? Miro el filo y veo mi cara, pálida como si hubiese visto a un muerto. Tengo todas las de ganar y si no lo intento ahora quizá jamás vuelva a obtener una posibilidad de liberarme.

Pero entonces pienso en Ángel en mi hombro, en Ángel llorando, en Ángel moviendo su cabeza hacia mi mano para pedir mimos. Puedo matar a un monstruo, pero no a un hombre.

Quizá si simplemente le hiero, si le inutilizo y... ¿Pero y si sale mal? ¿Y si él toma el cuchillo? ¿Y si cuando estoy huyendo me atrapa de nuevo? Si me rompió un tobillo por tratar de tomar su coche al inicio de todo esto ¿Qué me hará cuando traicione su confianza tratando de apuñalarlo?

—¿Has olvidado como hacerlo bien, tontito? Con esas manos de mantequilla no vas a cortar nada.

Doy un saltito y un grito al escuchar su voz en mi oído y mi espalda choca con su pecho. Él ríe cerca de mi cuello y da un pequeño beso en mi mejilla.

—No te asustes bobo ¿Estabas distraído o qué?

—Estaba pensativo, perdón... —le respondo, agarrando una zanahoria y poniéndola en la tabla para actuar como si nada sucediese.

Las manos de Ángel están apoyadas en al mármol, apoyadas a ambos lados de mí y aprisionándome. Cuando llevo el cuchillo a la tabla la mano me tiembla tanto que temo cortarme.

Ángel me agarra la mano del cuchillo y me congelo un segundo ¿Ha advertido mis intenciones de antes? No he hecho nada, él no puede saberlo, no puede entrar en mi cabeza. Pero y si...

Un golpe seco corta mis pensamientos y solo escucho un largo, agudo eco. Ángel ha tomado mi mano y la ha guiado. La zanahoria se ha partido por la mitad y el filo del cuchillo está clavado en la tabla de cortar, abriendo una pequeña brecha. El impacto todavía me retumba por todo el brazo.

—Así, tienes que hacerlo con decisión o si no, no lo hagas. —me dice con voz firme, dándome un apretón en el hombro bueno.

Yo doy un repullo y asiento, totalmente mudo.

Fin del cap ¿Os ha gustado?

Hoy hemos visto a Ángel ponerse... Inusualmente vulnerable ¿Qué pensáis de eso? ¿Creéis que no es tan cruel como intenta parecer? ¿O quizá está cambiando?

Y respecto al pasado de Ty ¿Qué pensáis que se oculta ahí?

Gracias por leer<3


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