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—Tiene sentido que fuese tu niñero si éramos vecinos... —digo, pensativo. Él también parece tener la cabeza en otro lado. Lo miro a la cara, tiene un rostro grande y facciones marcadas; por mucho que su boca sea suave y sus ojos parezcan tiernos por el color verde claro sigue siendo muy masculino. Río un poco —Cuesta pensar que yo era tu niñero, ahora pareces incluso mayor que yo. Estás tan alto y fuerte...

—Crecí rápido y tuve que esmerarme en ser fuerte. Tenía que estar seguro de que no podrías hacer nada para escapar de mí y creo que he hecho un buen trabajo. De pequeño siempre me tenías que mirar desde arriba y ahora míranos, apenas eres nada a mi lado —murmura con un tono dulzón que me escama la piel. Me recorre el cuello y los hombros con la vista de una forma lasciva que no sé cómo manejar y dice: —. Eres tan frágil, Tyler, es como si tu cuerpo entero estuviese hecho para que lo sostuviese en mis manos. Eres perfecto, mi amor.

Su susurro tiembla un poco, puedo sentir la emoción en su voz tocarme y me estremezco entero. Cuando me atrevo a mirarle sus ojos están en los míos: la pupila pequeña clavándoseme como si fuese capaz de ver a través de mí y el salvaje verde de su iris atrapándome, reduciendo todo mi alrededor al bosque de su mirada. Cuando le veo a los ojos siente que no existe distancia alguna entre ambos, que me escruta por dentro, que me posee y que sus manos se funden con mi piel. Me siento tan suyo que tengo la certeza de que jamás escaparé. De que quizá no debería ¿Qué lugar hay para mí en el mundo a parte de con él? Si yo huyese él removería el mar y la tierra para encontrarme, pero ahora que he desaparecido de mi hogar mi madre no me busca, ni mi jefe, ni siquiera el casero vio algo extraño en el falso mensaje de texto y si alguna vez tuve amigos ellos me han olvidado tanto como yo a ellos.

Él es la única persona capaz de extrañarme. Y a veces se siente bien que alguien piense en ti, incluso si piensa que prefiere matarte a perderte.

—Me asusta cuando me sostienes —replico a Ángel con un tono dulce. —, pienso que me romperás.

—Amar siempre comporta un riesgo —me dice sonriendo. Luego toma un bocado de carne y siento un escalofrío al ver sus dientes blancos y perfectos. Los recuerdos sobre mi piel, en mi cuello.

Me pregunto si le gusta el sabor de mi carne. De mi sangre. Me pregunto si es capaz de matarme y devorarme solo para llevarme consigo.

Tengo calor de pronto.

—¿Fui tu niñero durante el verano? —pregunto, cambiando de tema. Él me sonríe con un poco de malicia y responde:

—¿No te he dicho que no pienso darte más pistas?

—Oh, vamos... —pido, haciendo un tierno puchero y él aprieta el puño como si no pudiese resistirlo. Es incluso carismático. —. Supongo que no me responderás a eso.

—No al menos si no haces algo para ganártelo. —me dice de forma seductora, sonriendo solo un poco y dejando que su tono muera en un susurro lleno de promesas mudas. Mi piel se eriza ¿Desde cuándo tiene este efecto en mí?

Me pone nervioso su forma de controlarme y de repente la mano me tiembla tanto que me cuesta sostener los cubiertos.

—Es gracioso que ahora hagas tantas preguntas y yo responda tan poco. Recuerdo que te conté muchas cosas cuando eras mi niñero, yo era un niño parlanchín. Pero tú jamás me contaste demasiado. Hasta hoy no sabía sobre tu padre —su cara de pronto luce taciturna, como acuciada por una gran tragedia —recuerdo hablarte sobre la soledad, sobre cómo odiaba quedarme en casa sin nadie que me hiciese sentir que existía, recuerdo como tú te convertiste en ese alguien y me escuchaste, me cuidaste. Me hiciste sentir en casa, incluso si no vivías ahí. Y yo jamás supe realmente nada de ti... esto... —Ángel se lleva una mano al rostro y la pasa por este, como queriendo quitarse una horrible máscara. Cuando arranca sus dedos apretados de su piel, puedo ver algo que jamás pensé que vería en sus ojos: lágrimas —, algo tan horrible como la mierda que era tu padre. Siento no haberte escuchado como tú a mí, no haberte ayudado.

Ángel se levanta de repente y por primera vez no me asusto, solo me quedo inmóvil, indefenso, mientras él viene hacia mí con sus brazos abiertos. Ángel se arrodilla frente a mi asiento y me rodea con los brazos con una fuerza desesperada; no me aprisiona, sino que se agarra a mí como si fuese a caer al vacío. Su cabeza se pone contra mi pecho y solloza, mis latidos enloquecen y me pregunto si podrá oírlos.

Ahora, desde aquí, Ángel no parece más que un pequeño niño. Un niño demasiado bueno, de esos que se sienten culpables por cosas en las que no tienen decisión alguna. Tan dulce. Mi mano se mueve hacia él, como una pulsión, y me hallo acariciando su suave cabello chocolate.

—Ya pasó —le digo con un susurro pueril —, mi padre se fue de mi vida hace mucho. No puede hacerme daño—lo consuelo, soltando una risa irónica por la situación. Es extraño tener que consolar a otro por las cosas que le han hecho a uno.

—Si puede —dice en un suspiro, alejándose de mí para frotarse los ojos. No, Ángel, no hagas eso. Vuelve, devuélveme tu calor. —, en tus pesadillas y en tus recuerdos. Él... todavía duele; lo sé porque a mí me duelen cosas que ya se fueron —dice con tristeza, poniéndose en pie y tomándome la mano para ayudarme a levantarme a mí. —. No tengo más hambre ¿Tú? —niego, entrelazando nuestros dedos y poniéndome de pie. Él me toma de la cintura y me acerca a él. —Vayamos a sentarnos, estoy mareado, creo que ambos lo estamos.

Yo asiento y suspiro y lo próximo que sé es que mis pies no tocan el suelo y que oigo sus latidos en mi cabeza. Abro los ojos cuando siento su aroma masculino, estoy apoyado en su pecho mientras él se acomoda en el sofá acogiéndome entre sus brazos. Me siento como un pajarillo en su nido. Me acurruco y cierro los ojos de nuevo, notando que he empezado a llorar.

Entonces él me besa los párpados, los pómulos, las mejillas. Se lleva mis lágrimas, se bebe mis penas.

—Mi padre jamás fue un mal hombre —dice Ángel en murmullos sobre mi rostro, como si me compartiese un secreto que solo debe existir en el minúsculo espacio entre sus labios y mi piel antes de un beso. —, pero era un hombre distante. Recuerdo que me dolía a rabiar, que le echaba de menos. No puedo imaginar cómo extrañabas tú a tu padre si además de no estar ahí, cuando lo estaba era un diablo. No puedo imaginar tu dolor, Tyler, pero quiero curarlo. Quiero cuidarte, igual que tú sanaste mi soledad. Quiero hacerte sentir bien.

Sus palabras se deslizan junto a sus manos: unas bajo la piel, otras bajo la ropa. Todo mi cuerpo se eriza, sus dedos fríos me rozan la cintura, luego la sostienen con firmeza y me manejan con cuidado, poniéndose encima suyo de modo que le encare. Su aliento me choca en la boca y nuestros rostros están tan cerca que sus lágrimas parecen querer besar las mías. Me da un casto beso en la punta de la nariz y sonrío sin poder evitarlo, luego la roza con la suya, haciéndome tiernas cosquillas.

—¿Hacerme sentir bien? —dejo ir una risa irónica, más bien como un bufido —No sé si me he sentido bien en la vida, Ángel. Mi infancia estaba llena de miedo y mi vida, hasta que llegaste tú, era solo aburrimiento. No era feliz, pero era lo máximo a lo que podía aspirar; si alguna vez lo fui, lo he olvidado. Y ahora... ahora no sé lo que siento. Al principio era terror, joder, que si era terror... y ahora estoy confundido.

No puedo pensar con claridad. Mi cabeza hace extrañamente demasiado que no duele, pero está borrosa por dentro, como plagada de una densa niebla. Y cierro mis ojos para mirar tras ellos, en este mundo que hay dentro de mis pensamientos, aguzo la vista, achico los ojos, y todo lo que veo es niebla. No estoy seguro de nada, no sé nada.

Lo único real es Ángel: sus manos en mi cintura, sus labios en mi mejilla, sus lágrimas goteándome en la clavícula. No soy más que la piel que toca, no recuerdo nada que no sea ese cosquilleo, ese calor devastador que dejan sus labios, esa electricidad que traen sus dedos. Mis huesos son puro escalofrío y mi piel es el dorso de sus labios. La única certeza que tengo en el mundo es que Ángel me está besando la cara y baja al cuello, que sus labios son calientes y sus besos lentos, que sus manos se deslizan y una me sostiene por la espalda mientras la otra traza círculos en mi tripa. Lo único que sé es lo bien que se siente.

—Quiero hacerte feliz —susurra en mi cuello, luego sus roncas palabras se convierten en dientes sobre mi piel. Muerde duro unos segundos y dejo ir un gemido de dolor, el pinchazo, sin embargo, me distrae de la tristeza —, quiero hacerte mío, Tyler. Quiero que cada pequeña parte de ti me pertenezca, quiero adorarte entero, cuidarte, quiero acariciar tu piel todo el día y que te retuerzas de gusto.

Sus manos se vuelven más rudas, pero no demandantes. Me clava los dedos en las caderas y me empuja, haciéndome caer bocarriba en el sofá, volviendo a mi cuello para besar y lamer la zona que ha mordido; mi piel está tan sensible que su lengua me hace temblar y ladear la cabeza, ofreciéndole más de mí.

—Así, así —susurra, deseoso, y sus besos suben a mi oreja. Muerde mi lóbulo, lame el contorno y susurra: —, eres mío. —susurra roncamente. Sus dientes vuelven a hacerme estremecer, mordiéndome la oreja. Me quejo alto y él vuelve a mi cuello. Besa la marca de sus mordiscos. —Tyler, dilo. —demanda con urgencia; me muerde de nuevo, sus dientes clavándoseme en la piel; tan doloroso, como si tratase de arrancar las palabras de mí —Di que eres mío.

Se hunde de nuevo en mí, noto sus dientes punzar cuando trago saliva, el calor acumulándose en la zona: mi sangre busca su boca. Apenas puedo hablar, esta sensación delirante me arranca de este mundo, devasta todo a mi alrededor hasta que solo existe su voz y de mí únicamente queda la piel que hay bajo sus dientes y lengua. No tengo voz, ni manos, no tengo corazón, solo ese palpitar que besa sus labios, la piel que siento romperse un poco y las escasas gotas de sangre que lame.

Es una sensación extraña la de sentirse consumido. La peligrosa, perfecta mezcla entre sentir que eres todo para alguien y que puede reducirte a nada; es ese punto álgido desde el que rozas el cielo y te sientes Dios justo antes de caer y ser aniquilado.

Tan volátil, pero tan hermoso. No quiero una vida tranquila y un funeral vacío, no quiero más tardes frente al televisor con la baba cayéndoseme y un bote de pastillas siempre a mano. Quiero seguir siendo el centro del mundo de alguien, quiero ser visto, tocado, mordido. Quiero existir.

Incluso si solo puedo existir para él.

—Soy tuyo, Ángel —murmuro, mi voz me alcanza como un rayo. No reconozco mis palabras, pero pesan como si fuesen la verdad más absoluta. —soy tuyo, soy tuyo —repito más bajo, empezando a familiarizarme con mi voz, mis labios se sienten menos entumecidos y noto el cosquilleo de la lengua mientras hago —soy tuyo —lágrimas vienen a mis ojos ¿Alegría o desesperación? Quiero huir de aquí, quiero querer huir. Quiero tener un lugar al que huir. —soy t-

Su boca asciende por mi cuello y me calla de un beso. Lento, sangriento. Noto mi sabor metálico aún en sus labios y la forma en que me muerde los míos me recuerda su ansia, su voracidad. Me desea tanto, atrozmente; y es aterrador, pero es la primera vez que alguien me ha querido, al menos desde mamá. Es extraño, no se siente tan diferente.

Hay algo familiar en esta locura, en este agridulce amor.

—Quiero que sientas que este es tu hogar —susurra sobre mi boca, besándome antes de que pueda pensar ¿Así lo haces, Ángel? ¿Así me moldeas? ¿Con tus labios que me ablandan con dulces palabras y me amasan con besos? —, quiero que te sientas en casa.

Me despego de él con los ojos llorosos. Él está llorando también, sin vergüenza alguna. Beso sus mejillas desnudas, llevándome a la boca sus lágrimas como él ha hecho con las mías y lo abrazo, escondiendo mi rostro en su cuello.

—Mi casa nunca se sintió como un hogar —confieso entonces, las palabras brotan incontrolablemente, como un llanto —, no sé... no sé si nunca podré sentirme en uno. No sé cómo se reconoce.

—Mi casa tampoco —dice lleno de compresión —era un lugar frío y vacío, era como vivir en la casa de un extraño, hasta que llegaste tú. Me hacías sentir cómodo, quiero devolverte eso. Quiero cuidarte.

Asiento y sus palabras caen en mí como un goteo; lento, pero constante, amable, filtrándose por las grietas de mi armazón.

—Mi casa... estoy seguro de que era normal, una casa bonita, pero la recuerdo como una cueva; la veía así de niño: como un sitio aterrador, oscuro, grande y lleno de ruidos. Siempre estaba con la luz apagada, porque así mi padre pensaba que dormía, pero yo escuchaba todo desde ahí. Él... él era tan horrible. Los gritos, los golpes... Aún los oigo cuando me quedo en silencio. Odio el silencio.

Ángel me acaricia el pelo con sus manos y recoge uno de mis tirabuzones azabaches tras mi oreja. Mi piel cosquillea cuando me roza y me relajo tanto que dejo de hablar.

—¿Te pegaba? —me pregunta con voz contenida, un susurro que ansía ser grito.

—Siempre pegaba a mamá —sollozo al decir eso. Ella era tan buena conmigo ¿Por qué me fui de ese modo? Recuerdo la ira, la urgencia por irme, pero no recuerdo por qué querría hacerle lo que papá nos hizo a nosotros. Dios, soy un monstruo. —y cuando venía a por mí ella se interponía y me mandaba a la habitación. Si yo hubiese sido un poco más fuerte quizá habría podido plantarle cara, pero nunca... nunca hice nada, solo escuchaba como le pagaba.

—Por eso reaccionas tan sensiblemente cuando me pongo violento. Además, ahora no está tu madre para interponerse. Debes tener miedo. —su voz tiembla, la barbilla se le arruga y sus cejas se acercan la una a la otra con preocupación. Se compadece de mí, pero ¿Por qué ahora? ¿Por qué después de todo lo que me ha hecho?

—Tengo mucho miedo, Ángel...

Él lo sabe y yo sé que lo sabe, no necesita que lo diga, pero al hacerlo me siento tan desnudo, tan vulnerable. Las palabras hacen las cosas más reales: a veces para convertirlas en un veneno que poder vomitar, otras para hacerlas una espina que se clava hondo y duele en cuerpo y alma. Ahora las palabras son un espejo que me muestran mi cuerpo desnudo, descarnado: soy un patético animalito sin piel. Ángel tiene las manos manchadas de sangre, los dedos a mi alrededor. Solo él elige si sanarme o destruirme. Tengo tantísimo miedo.

—Mi dulce niñero... —murmura en mi oído, apretándome fuerte en un abrazo. Me acaricia la espalda, los dedos suben y bajan por mi columna, relajándome —no tienes nada que temer. No mientras estemos el uno para el otro ¿Entiendes?

Trago saliva. No mientras estemos el uno para el otro. Las palabras me marean. Me dicen: porque cuando tú no estés por y para mí, témeme. No sé si quiero quedarme a su lado o no, no sé si el peligro merece la pena. Solo sé que si vuelvo a mi vida tranquila esta ya no podrá saciarme.

—Siento que mi casa me persigue. —confieso, de nuevo, mi boca me desobedece, expulsa espíritus del pasado sin permiso y es solo después de hablar que me doy cuenta de la verdad de mis palabras. —De pequeño en la escuela no prestaba demasiada atención, me daba miedo que papá matase a mamá mientras yo estaba fuera y quedarme solo con él, así que incluso cuando estaba fuera de casa me sentía encerrado ahí, de algún modo. A veces me siento así aquí. Contigo.

Sus manos se afirman más a mí y temo haberle enfadado, pero un segundo después descubro que me agarra firme para alzarme. Yo me sorprendo, rodeo su cintura con mis delgadas piernas y sus hombros con mis brazos; él me carga mientras habla, dirigiéndonos a su habitación.

—Cuando eras mi niñero, aunque no me contaste nada esto, se te notaba bien que odiabas volver a casa. Cuando tenías que irte parecías tan, tan decaído...

Frunzo el ceño con confusión.

— Pero... pero en esa época no estaba mi padre...

—Nunca me hablaste de eso tampoco —dice adentrándose en la habitación. Aguanta mi peso con una sola mano, con la otra enciende la luz y cierra la puerta —¿Qué edad tenías cuando os abandonó?

Cierro los ojos, no quiero ver sus sábanas, no quiero pensar en qué me trae a hacer en ellas. Él se tumba en la cama, dejándome sobre su pecho. Su rostro tranquilo me engaña, pero si corazón no puede mentir: late tan rápido...

—No lo sé, diez u once. Solo recuerdo a mamá hablando con un policía, pero está todo borroso. —frunzo mi ceño, siento lágrimas en los ojos y miro a Ángel de nuevo. Él me ve con ternura, acariciándome la espalda mientras escucha —Creí que estaría feliz por librarme de mi padre, pero ahora que lo recuerdo, no sé qué siento. Uno de los primeros recuerdos que tengo es de él amenazando con irse de casa, siempre lo hacía, así que no era algo inesperado y recuerdo, de bien pequeño, desear que se hiciese realidad, que se fuese de una vez y nos dejase tranquilos, pero... Era un cabrón, un maltratador y una escoria, pero era mi padre y... me abandonó. Se me hace triste que le fuese tan fácil irse, como si no pudiese importarle a nadie, como si no valiese la pena quedarse, cambiar por mí, y yo soy su hijo... me siento tan... tan nada... tan...

Siento que las palabras se me amontonan en la boca, un horrible lío de letras que me atraviesan la lengua, incapaces de tejer una red que atrape mis sentimientos, una gran bola que crece y crece cuando más me duele el corazón y menos puedo calmarlo con palabras, un nudo destinado a que lo trague y se me atore en la garganta, sofocándome, callándome. Un nudo de sentimientos que no me puedo arrancar de dentro, que solo se enquista, se pudre y me envenena la sangre.

Y entonces Ángel me lo arranca de la boca. Me besa un par de segundos. Un gesto hermoso: labios con labios. Sin lengua, ni dientes ni sangre, solo una caricia tan sutil que parece mentira que con ella me haya arrebatado este dolor.

—Ty, escúchame bien —dice con dulzura, antes de morderme los labios con dureza un segundo, haciendo que mi mirada llena de sopor y humo se fije en él con atención. —. Te lo diré mil veces si es lo que necesitas: que yo jamás te abandonaría, jamás, que yo siempre estaré a tu lado, para cuidarte, para quererte, para que mi vida gire en torno a la tuya. Que he hecho todo esto sabiendo cuan arriesgado es, que he esperado años por ti y que he hecho... Dios, las cosas que he hecho, solo para poder llegar a este momento. Y todo ha sido por ti, porque sé que mereces la pena. Y tu padre no lo sabía, pero es así ¿Lo entiendes?

Le miro desconcertado, sus ojos brillan como si el bosque de su iris estuviese en llamas. Él desliza su mano grande sobre la mía, cubriéndola entera. Se siente cálido en mis dedos y en mi pecho ¿Qué es esta cascada de agua tórrida que me baña entero?

¿Qué es esta alegría?

¿Por qué tengo que sentirla con él? Es un loco obsesionado, un secuestrador y quien sabe si será un asesino. Pero tiene razón, incluso siendo un criminal es mejor que papá. Al menos él quiere cuidarme, incluso si para eso me rompe antes, al menos él me ama, incluso si es un amor impuro.

La única otra persona en mi vida que no me ha dado la espalda es mi madre y la he arrancado cruelmente de mi corazón. Pero Ángel es diferente a mamá, él no me dejará ir.

Pero eso... eso es algo espantoso. Tiemblo al pensar en ello siento emoción y horror a la par. Incluso si me ama como nadie me amará nunca, eso acabará matándome ¿Realmente merece la pena? Llegará el momento en que ninguna cantidad de gentilezas podrá ocultar toda la mierda que ha hecho. Ningunas mariposas en el estómago van a sobrevivir cuando me pegue de nuevo y se me revuelvan los adentros. O cuando me... toque.

Las lágrimas se me acumulan en los ojos y él prensa su boca contra la mía para consolarme, ajeno al hecho de que sus labios son a la vez elixir y veneno, que ningún beso me salva ni me condena del todo.

Me recoge en un estrecho abrazo, me oculto en su pecho, respirando hondo. Su corazón late tan tranquilo...

—¿No te sientes mejor después de haberte desahogado conmigo? —pregunta con amabilidad.

Afirmo, pero bajo y con poco convencimiento. La realidad es que sí, firmemente sí, pero tengo una sensación de ahogo pequeña, como cuando se te queda un pedazo grande de comida atorado en la garganta. Quiero escupirlo y no puedo. Hay algo más que debo decir ¿Qué es?

Ángel se acurruca conmigo y da un gran bostezo, luego me besa la coronilla y dice unas terribles palabras:

—Mi amor, se hace tarde, debes volver a tu habitación.

Fin del cap ¿Qué os ha parecido?

Nuestros personajes empiezan a saber más el uno sobre el otro ¿Qué teorías tenéis formadas con la info que hay hasta el momento?

¿Os cae mejor u os gusta más Ángel ahora que al principio?

Gracias por leer <3


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