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Necesito tiempo para procesar lo que sucede, para hacerme a la idea de que pasará. De que soy yo quien está haciendo esto.

El estómago se me revuelve cuando pienso en mi situación ¿Qué clase de víctima complacería sexualmente a su captor solo para que este no le odie? ¿Acaso no deberíamos odiarnos? Siento que me vuelvo loco, que me ha contagiado lo que quiera que sea que tiene en el cerebro y le hace actuar tan irracionalmente por mí y me está sucediendo lo mismo. Porque, Ángel, ahora mismo haría lo que fuese para recuperarte.

Él se levanta un poco de la silla para ayudarme a bajarle los pantalones y la ropa interior. Trago saliva cuando tengo su miembro frente a mi rostro; bajo la mesa no puedo ver qué expresión pone y tan siquiera me habla para darme indicaciones, me siento tan perdido, tan vulnerable. Pero no merezco ayuda, no después de lo que he hecho.

Me limpio las lágrimas con el dorso de la mano y luego la uso para rodearlo; está suave y blando por el momento. Llevo la mano izquierda a su estómago, extiendo la palma sobre los poderosos y músculos y la bajo despacio, acariciando, siguiendo el camino de bellos claritos desde su abdomen hasta la base de su hombría. Entierro mis dedos en la maleza de esa erótica zona, araño un poco sin hacerle daño. Luego vuelvo a subir, nuevamente rozándolo con mis uñas y notando como su cuerpo se contrae. Su vientre se tensa con un par de caricias y puedo sentirlo en los abdominales duros bajo mi palma y en cómo su pene empieza a sentirse más caliente, un poco más grande también. Lo tomo firmemente y me lo acerco a la boca con duda.

Es grande incluso estando medio adormilado, me hace sentir inexperto y torpe. Cuando solía salir los fines de semana para tener sexo con cualquiera no era yo nunca el que estaba de rodillas o abajo, pero Ángel no parece de los que se someten y no me atrevo a insinuar que probemos otra cosa.

Abro un poco mi boca y lo acerco, pero el nerviosismo me recorre entero y me paro unos segundos para regular mi respiración. Todavía no he empezado y ya siento que me ahogo. Me limito a acariciar su estómago y bajar de vez en cuando a sus caderas, arrastrando mis uñas cuanto más me acerco al norte prohibido. Sostengo su hombría, derramando mi aliento en ella; crece por la anticipación.

No quiero llevarlo a mis labios todavía, no estoy preparado. Primero quiero darme mi tiempo, adorar su cuerpo y hacerlo sentir bien. Quiero compensarle por el mal que he hecho, no terminar rápido una tarea que me quiero quitar de encima. Necesito que sienta mi dedicación, mi esfuerzo, mi necesidad. Y también necesito ir despacio por mí mismo, porque, aunque desee que Ángel vuelva a ser el chico dulce de ayer también me aterra horriblemente el hombre agresivo que sé que puede despertar en cualquier momento.

Los monstruos tienen un sueño ligero, papá me enseñó eso.

Su cuerpo sube y baja levemente, las respiraciones son cada vez más profundas y empieza a crecer en mi mano derecha, irguiéndose y extendiéndose. Lo noto pulsante, caliente, deseoso. Un par de gotas de presemen perlan su cabeza enrojecida y necesitada de atención.

Detengo mis caricias, agarrando con dos manos su ancho eje ahora que ha crecido suficiente como para que me cueste domarlo con una sola, y lo atraigo hacia mis labios. Me quedo a un centímetro de probarlo.

—Siento haber intentado irme, Ángel —digo en un pequeño susurro, mi aliento cálido se derrama sobre su excitación, más cerca que antes.

Su cuerpo tiembla y se tensa en anticipación, lo oigo mascullar una maldición y su voz llena de deseo me conforta tanto. Me gusta saber que lo complazco y eso aplaca un poco mis tremendos nervios.

Pienso en empezar ya, en besar la punta de su miembro y lamer su aterradora longitud, en hacer desaparecer entre mis labios lo poco que pueda tomar de él hasta sentirme completamente lleno. Pero necesito esperar, la idea me asusta y por alguna razón hace doler todas mis heridas: el tobillo, el hombro, el cuello, la cabeza...

Mi cuerpo protesta ante mis deseos. Yo mismo reconozco lo enfermos que suenan, pero ¿Qué más puedo hacer? Mi única cura es Ángel, mi única forma de obtenerla es participando en sus enfermizas demandas.

Solo quiero ser visto. Querido. Recordado.

<<Necesitada>>

Me inclino hacia delante mientras sostengo su eje, lo muevo despacio, llevando mis manos hacia la base y luego apretándolas más cuando llego a la punta, haciéndolo temblar un poco y mojar mis manos con el líquido transparente que escurre desde la punta. Lo he excitado tan rápido, dioses, es como si estuviese hecho para esto. No puedo evitar sentirme un poco orgulloso.

Me inclino hacia su entrepierna y empiezo por besar su abdomen bajo, a la altura del ombligo. Su vientre trabajado es una pared de sólido músculo y mi boca, blanda y suave como seda, tiene el atrevimiento de recorrerlo.

Cuando mis labios y mi fría nariz lo rozan su estómago se hunde de la impresión y acto seguido suelta aire largamente. Cambia su posición, poniendo una mano tras el respaldo de la silla y otra empujando sus pantalones y ropa interior hasta que le caen por los tobillos. Se desliza en la silla, como si se fundiese, acercándose más a mí. Deja una mano reposando en su gran muslo y quiero fregar mi mejilla contra ella, pedir que me acaricie, pero sé que ahora no me dará nada. Es mi turno de ofrecer.

Beso su piel ardiente, pasando la lengua por la depresión que cruza sus abdominales y luego muerdo levemente su cadera. Pego mis labios a ella, todavía pinzando su piel con los dientes, y chupo como él suele hacer con mi cuello.

De repente, su mano tira de mi pelo dolorosamente y cuando me ha alejado de su cadera me da un bofetón. No es fuerte, pero me sorprende y duele un poco, así que permanezco quieto, asustado.

—No te emociones, Ty, soy yo quien deja tu cuerpo marcado. No al revés —me advierte con voz ronca, escalofriantemente tranquila.

Me ha desarmado: es inmune a mis encantos. Mientras yo estoy rojo, temblando y sudando por solo besarlo y masturbarlo, él puede conservar su estoicismo sin problema. Me aterra el control que tiene y lo mucho que lo pierde a veces.

Una vez me dejó morderle el cuello hasta hacerle sangre, mientras él empujaba sus dedos dentro mío, pensé que un chupón no le molestaría. Al principio no entiendo su lógica, pero me lo repienso: en ese momento me dejó morderle como premio por estar aguantando el dolor por él, ahora no merezco marcarlo, no me lo he ganado.

Asiento con un hilillo de voz y simplemente me dedico a besar y lamer, bajando poco a poco a donde mis manos llevan un rato pecando con movimientos lentos y tentadores. Su pene crece cada vez más, demostrándome que su excitación aún no llega al límite incluso si hace rato que ha rebasado mis expectativas.

Mi nariz se hunde en sus bellos rizados y el aroma a almizcle me llena los pulmones. Es agradable, con un sutil trasfondo de canela. Ángel es dulce de alguna manera.

Arrastro mi lengua desde el pubis hasta el hueso de su cadera y luego doy pequeños besos por su ingle, notando los estremecimientos que causo al pasar por una zona tan sensible. Poco a poco me separo y miro la erección que tengo entre mis manos ya totalmente formada.

Jadeo intimidado. Ángel tiene una longitud envidiable y un grosor al que mis dedos se adaptan temblorosamente. Temo por cómo será cuando decida ir más allá de los besos y los toques indecentes. La base de su pene es gruesa y el robusto tronco está revestido de venas que pulsan cuanto más se excita, todo coronado por una cabeza redondeada color coral, brillosa por el líquido lleno de deseo que cubre mis manos y me ayuda a moverme con más soltura.

Beso la punta probando el sabor salado del hombre; lo hago como lo haría con su boca: prenso mis labios y acaricio tentativamente con la lengua, sin exigir demasiado. Ángel suspira, un sutil sonido gutural se oye desde el fondo de su garganta, un jadeo de placer que deseo causar de nuevo. Su virilidad está increíblemente caliente y hace que mi boca y manos ardan al tocarla, me siento en un dulce infierno.

Aprieto un poco mis manos, notando como las marcadas venas de su eje laten contra mis palmas y dejo de masturbarlo. Chasquea la lengua y yo me inquieto. Tengo que hacerlo ya.

Abro mi boca, pero me acobardo en el último momento. Lo compenso dando una lamida a su miembro, cubriendo su caliente punta con mi lengua y deteniéndome unos segundos en la hendidura de esta. Nuevamente Ángel parece satisfecho y puedo relajarme un poco.

Lo suelto y apoyo mis manos en sus muslos, su pene se balancea un poco cuando lo dejo ir, apuntando arriba con firmeza. Empiezo a besar por abajo, en sus testículos. Recuerdo que alguna vez uno o dos de mis ligues me atendieron así y fue agradable. Me hacían impacientarme, pero la espera merecía la pena al final.

Cierro los ojos y los imito recordando esos besos lentos y esas lamidas que me hacían sentir cosquillas. Ojalá Ángel se sienta así de bien. Subo despacio hacia la ancha base y una vez ahí mi lengua recorre su excitación de abajo arriba hasta llegar al tenso frenillo. Lo oigo maldecir de nuevo y la mano que descansaba en su pierna ahora clava los dedos hasta hundir la carne. Lamo el lugar donde me he quedado, pasando la lengua de izquierda a derecha por la sensible membrana y luego tomo su polla con la mano que no me duele, dirigiendo la cabeza a mis labios.

Tomo aire, cierro los ojos y la adentro en mi boca. Mis mandíbulas duelen, pero logro abarcar el principio de su gran hombría mientras empiezo a masturbarlo; trazo círculos con mi lengua alrededor de la punta, achicándolos hasta llegar a la hendidura, por donde paso una y otra vez recogiendo ese sabor salado que me hace sentir electricidad recorriéndome el cuerpo.

La mano de Ángel deja su pierna para venir a mi cabeza y me asusto, alejándome de golpe, pero es demasiado tarde: sus dedos ya me agarran el cabello. Noto la tensión en mi cuero cabelludo, aunque aún no duele.

—Apóyate en mis piernas, deja que dirija yo el movimiento. —su voz es dulce, casi empalagosa, pero sé distinguir bien cuando estoy recibiendo órdenes y cuando son peticiones. —Si quieres empezar a compensarme por lo de antes vas a necesitar complacerme mucho más que hasta ahora, pero has empezado bien, muy bien.

Alejo la mano de su pene que antes me servía de tope y la apoyo en su muslo de nuevo. Es él quien agarra su virilidad y la alinea con mis labios. Abro la boca sin que me lo pida, nervioso por haber perdido el control, pero queriendo complacerlo de todos modos.

Le he traicionado, así que no puedo esperar que mi sacrificio no me haga sufrir un poco. Y debo agradecer que está vez mi castigo no sea un hueso roto, meses en la oscuridad sin compañía alguna ni mi cabeza hundida en un cubo de agua hasta que piense que voy a morir.

Saco mi lengua, apoyando su miembro, conduciéndolo a mi boca entreabierta.

—Abre más. Más.

Debo forzar mis mandíbulas a abrir enormemente hasta que noto la dolorosa tensión y entonces él empuja mi cabeza hacia delante. Su miembro entra en mi boca de lleno, caliente y resbaladizo, llegando a mi garganta antes de que pueda prepararme.

Me arqueo por una arcada, quiero separarme incluso si no he alcanzado la mitad de su longitud, pero él me mantiene firme en el lugar, temblando mientras el principio de mi garganta se cierra a su alrededor.

La mano que sostenía su pene viaja a mi cabello, ahora me lo agarra con ambas manos y mucha fuerza.

—Voy a llegar hasta el fondo ¿Entendido? Te dejaré momentos para que puedas respirar un poco, así que aprovéchalos.

La idea me causa estremecimientos; él empuja más y más, obligándome a soportar. Un escalofrío me recorre la nuca y luego noto el sudor frío en mis manos. Ángel empuja más y más y aún puedo ver como su longitud no ha desaparecido por completo entre mis labios; cruza violentamente mi cuello, golpeando la campanilla de forma que me hace marearme y salivar, y su mano empuja más fuerte cuando yo dejo la cabeza quieta, con el cuello tieso como un alambre.

Me obliga a tomar su hombría entera hasta que no puedo respirar. Me esfuerzo en aguantar las arcadas y el dolor de la mandíbula, en no rozarlo con los dientes. Se me saltan las lágrimas al notar como expande mi garganta y no me deja tomar aire para seguir. Noto su vello rizado en la punta de mi nariz y su mano en mi nuca: firme. Presiona sin moverse y yo me opongo en vano.

Necesito aire.

Me suelta de golpe. Caigo para atrás tosiendo violentamente, jadeando por aire. Algunos hilillos me unen con su brillosa erección y su mano se aferra a mi cabello otra vez. Respiro acelerado, aprovechando la oportunidad, y luego cedo ante sus deseos. Me muevo al son de sus empujes, no contra ellos, y sigo la dirección que sus dedos me indican.

Al principio me folla la boca solo con la mitad de su impresionante longitud, llegando a golpear mi garganta varias veces, pero sin invadirla por completo. Cuando tengo una arcada y mi cuerpo se arquea, queriendo alejarse de él, Ángel taladra mi boca con movimientos rápidos, exigiéndome que me acostumbre a su ferocidad. Luego, cuando logro aguantar mis reacciones y consigo quedarme quieto mientras él se desliza hasta el final de mi lengua, empieza a hacerlo en serio: hunde tu miembro entero y noto como me llena por completo la garganta. Las sensaciones son más intensas y no puedo respirar, por cada embate se me corta el aire y apenas puedo mantenerme quieto, pero sus manos hacen eso por mí.

Dejo que su erección me invada la boca y golpee el final de mi garganta, me trago mis quejas, mis arcadas y mi miedo. Cierro los ojos tratando de imaginar cuan amable estará Ángel después, cuan compasivo y misericordioso. Mientras tenga esa certeza, puedo sobrellevar este sacrificio.

Sus movimientos son cada vez más violentos y jadea roncamente, incapaz de mantener la compostura. No puedo ver su rostro desde debajo de la mesa, pero me gusta imaginarlo enrojecido, con sus ojos achicados por el placer, pero brillando. Él tampoco puede ver el mío: patético y rojo, chorreando lágrimas y saliva desde mis comisuras como un animal enrabiado. No me importaría que me viese así, siento que Ángel me ha quitado el derecho a sentir vergüenza en frente suyo, que siempre he estado desnudo.

Gimoteo pidiendo un respiro, logrando no ahogarme entre embestidas. Ángel gime, su voz es varonil, poderosa. Una voz hecha para ser temida y obedecida. Empuja mi cabeza hasta que noto su estremecedora longitud dentro de mí. Pone sus manos en mi nuca, empujándome hondo, hasta que mi nariz se hunde en sus vellos almizclados. Mantiene la posición mientras siento su polla estremecerse en mi cuello, dilatando mi garganta de esa forma tan impresionante, tan posesiva. No puedo respirar y gimoteo como puedo, advirtiéndole, sus manos me empujan más aún y él jadea ronco, lleno de placer. Clavo mis dedos en sus muslos.

Entonces noto como se derrama en mí. El calor baja por mi cuello despacio, invadiéndome, intoxicándome.

Me libera y me aparto con brusquedad, tosiendo y notando el regusto salado al final de mi lengua. Me duele la boca entera y todavía me palpitan los labios por la furiosa fricción. Ángel se sube los pantalones y la ropa interior, se acomoda de nuevo en la silla y actúa como si nada hubiese sucedido.

Algo incómodo, gateo hasta mi silla de nuevo, salgo de debajo de la mesa y vuelvo a sentarme. Miro a Ángel de reojo, parece haber recuperado el apetito y el único indico que queda de lo sucedido es su rostro un poco rojo. Juego un poco con mis cubiertos en el plato ¿Qué mierda acabo de hacer? ¿Le he hecho un favor sexual a mi secuestrador por iniciativa propia?

Llevo una mano a mi frente, me duele tantísimo la cabeza ¿No había dicho Ángel que iba a traer pastillas?

—No tengo mucho apetito... —confieso cuando veo que él mira mi plato, algo revuelto pero totalmente entero.

—No pasa nada —dice susurrando. Se levanta de su silla para rodear la mesa y venir a por mí con una bonita sonrisa en el rostro. Sus mejillas siguen arreboladas y sus ojos, tal como imaginé, brillan. —, ven necesitas despejarte.

Tiende sus brazos hacia mí y yo me acomodo en ellos como si se tratasen del lugar más seguro sobre la faz de la tierra. Lo rodeo con los míos, hundo mi cabeza en su cuello y afirmo mis piernas en su cintura, dejando que me cargue hasta la cama.

No sé bien por qué, pero me pongo a llorar de repente. Me siento extraño, tan, tan roto y culpable.

<<Hazlo por mí... Hazlo por m...>>

—Ya pasó, has sido un buen chico —me dice mientras acaricia mi nuda —, tan buen chico... —repite más suavemente, dejándome sobre la cama.

Quiero envolverme en mantas, esconderme bajo ellas y que al salir todo sea como antes de Ángel. Quiero dejar de sentirme enfermo, de que algo que no sé bien que es deje de dolerme.

Su cuerpo se coloca detrás del mío, me estrecha hacia él hasta que tengo en mi espalda el subir y bajar de su pecho.

Se siente tan bien. La forma en que me arropa, en que me atrae hacia su cuerpo, en que me rodea entero como si unas grandes alas me ocultasen del infierno que él mismo ha creado para mí.

¿Por qué se siente como el cielo el cariño retorcido de este demonio? Tan inocente, tan puro... ese amor por el que me ha secuestrado, por el que me golpea, me tortura y me abusa, ese amor que no merece tal nombre ¿Por qué a veces se siente sincero y pueril? A veces, con un pequeño gesto, disfraza todo lo malo, y siento que Ángel es aquel niño otra vez. Aquel niño... Recuerdo a ese niño...

Fin del cap ¿Qué os ha parecido?

¿Tenéis sentimientos encontrados respecto a lo que acaba de suceder?

¿Cómo creéis que alterará esto la dinámica entre estos dos?

¿Qué pensáis que recordada Ty?

¿Qué creéis que pasará más adelante? ¿Volverá Tyler a intentar irse?

Gracias por leer <3


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