39

 Esta historia está a la venta en Amazon en todos los países, así que si queréis apoyarme, no esperar a las actualizaciones u obtener los capítulos extras solo disponibles en la versión de pago, podéis comprar este libro en físico o en ebook, que es mucho más barato (menos de 5 dólares) ^^

Cada vez que recuerdo algo me siento más inquieto. Debería estar feliz, estoy recuperando las memorias que me fueron arrebatadas, pero... no se siente como si me perteneciesen. El protagonista de mis recuerdos es un extraño. Tiene mi cara, mi voz, mis manos. Tiene de mí todo, excepto que no dice las cosas que yo diría y no hace las cosas que yo haría.

Y me pregunto ¿Qué pierde uno al perder los recuerdos? Siempre he pensado que mis lagunas eran solo una falta de información sobre mí, nada más que eso y que recuperar los recuerdos era algo así como cuando tienes una palabra en la punta de la lengua y por fin te sale o cuando acabas de usar tu teléfono y no lo encuentras, hasta que te das cuenta de que lo tienes en tu mano. Pensaba que sería algo tranquilizador, que recordar mi pasado sería como poner algo por fin en su sitio. Pero estas escenas que me vienen a la mente se sienten desencajadas.

Si alguien olvida su pasado, sus motivaciones, sus pasiones, sus sentimientos respecto a ciertas cosas y personas, si alguien olvida sus miedos, sus cosas favoritas y sus rarezas y peculiaridades, sus anécdotas más graciosas, sus planes de futuro, sus valores, lo que ha aprendido a través de sus errores ¿Sigue siendo la misma persona?

Quizá en el momento en que perdí esos recuerdos dejaron de pertenecerme, quizá se perdió con ellos la persona que fui. Ese desconocido que protagoniza mis recuerdos y al que tanto me resisto a llamar yo. ¿Y si el chico de mis recuerdos murió cuando yo lo olvidé y yo nací ese día? Si es así ¿Qué derecho tengo sobre esos recuerdos? ¿Por qué los reclamo? Y si se me devuelven ¿Volverá ese chico tras su letargo para reclamar esta cara, esta voz, estas manos, como un lugar que le pertenece desde antes de que yo naciese? Si esto es una lucha y yo no soy más que fragmentos...

Retengo la respiración.

¿Qué quedará al final? ¿Quién?

Y si tengo razón ¿No significa eso que todos cambiamos a cada segundo? ¿Qué en un minuto somos sesenta personas distintas?

En ese caso el desconocido de mis recuerdos me es tan extraño como el yo de hace un mes o una semana o una hora. No me reconozco en ningún lugar. No puedo asir algo concreto o señalarlo y decir, con toda seguridad <<Esto. Esto soy yo>>; la persona que empieza la frase es distinta a quien la termina.

Cada vez me da más miedo recordar ¿Quién soy? No siento que se me esté haciendo justicia, siento que se me persigue: un pasado que no reconozco como mío me atormenta.

Si el chico de esos recuerdos goza ¿Me pertenece esa felicidad? Si erra ¿soy responsable de las consecuencias? Quiero decir que no, pero entonces ¿A dónde irá la culpa?

—Ángel... —murmuro separándome un poco de su camiseta. Está húmeda al pasarme la mano por el rostro me doy cuenta de que estaba llorando ¿Me he dormido? —Ángel —insisto.

Ya no está abrazándome por la espalda, sino que lo encaro, mi rostro se había hundido en su pecho y tenemos las piernas entrelazadas. Lo miro a la cara y veo sus ojos cerrados y la forma apacible en que respira. Está dormido y tiene una pierna y un brazo sobre mí, apresándome.

Me abrazo a él cuando noto un poco de frío, acercando nuestras caras. Es extraño, hasta ahora no lo había visto tan de cerca nunca, siempre que nuestras caras se aproximaban mis ojos estaban borrosos de llorar, cerrados para anticipar un beso o simplemente me sentía incapaz de sostenerle la mirada. Ahora parece la cosa más inofensiva del mundo y su cara está frente a mí como algo para admirar deliberada y pacientemente.

Su pelo castaño cortito, con algunas hebras que le caen por la frente. Sus cejas anchas que siempre proyectan una terrorífica sombra sobre sus ojos cuando frunce el ceño están ahora relajadas y sus ojos son solo dos pequeñas líneas de largas pestañas. Tiene unas leves ojeras color cetrino que lo hacen lucir enfermo y la boca entreabierta. Sus labios son pálidos y gruesos, tienen un no sé qué delicado que contrasta con su mandíbula fuerte, como si no pudiese acabar de alcanzar ese aspecto fiero que yo pensaba que tenía al inicio.

Luce como una bestia aletargada. Tan grande, pero tan bonito con los párpados temblándole solo un poco y mi aliento movimiento los mechones de pelo que rozan su frente. Sin pensármelo la beso un instante y cuando me alejo intensos ojos verdes me están mirando de cerca.

—Perdón, yo... —trato de excusarme, apartando la mirada y escondiéndome en su pecho de nuevo.

Su mano me agarra la nuca. Ya está, me pegará. Me va a apalizar por haber besado su rostro cuando siquiera tengo derecho a mirarlo ¿En qué estaba pensando? ¿Estoy loco? Me obliga a alzar mi cara hacia la suya, solo que esta vez no soy capaz de mirarlo.

—Ángel, espe-

Sus labios me apaciguan. Me da un beso lento. Su mano en mi cintura me atrae hacia él hasta terminar con el poco espacio entre nuestros cuerpos y la mano en mi nuca me mantiene quieto mientras sus labios calientan los míos y su lengua me acaricia seductoramente. Mi cuerpo se destensa por completo y abro un poco mi boca, dejando que profundice el beso.

Dioses, se siente tan bien. Se separa de mí con un sonido chicloso, pero su boca vuelve a por más, dejando pequeños besitos sobre la mía. Me da piquitos en los labios, las comisuras y finalmente la punta de mi nariz, haciéndome reír un poco.

—Mi amor... —murmura con modorra mientras hunde su rostro en mi cuello y me aprieta como para no soltarme jamás.

—Ángel, he recordado algo de repente. —Y con el recuerdo que ha desencadenado esto otros pequeños vuelven, fragmentos que forman el día en que lo conocí. Ángel se pone tieso y alza su rostro, mirándome con ojos abiertos. —He recordado un poco del primer día que fui tu niñero. Primero he recordado llegar a casa después de cuidarte, me sentía tan feliz de poder ayudarte. Ahora cada vez más me están viniendo nuevos recuerdos... —musito sonriendo como un bobo. Mi mente se llena del pequeño Ángel y su forma de hablar educada, sus mejillas coloreadas, su voz llena de emoción y nerviosismo. —Eras un niño tímido y tan bueno. Eras un amor, te encariñaste rápido de mí y yo realmente te apreciaba. Incluso en el primer día ya me tenías pensando en ti como en un hermanito, como un polluelo al que tenía que cuidar. Que adorable... No sé cómo pude hacerte daño —digo apretando mis labios. Frunzo el ceño cuando la ráfaga de recuerdos deja de llegar. Ahora solo hay un molesto dolor —, lo siento tanto.

—Aún no sabes lo suficiente como para pedirme perdón en condiciones —dice duramente, con ese tono implacable que tiene cuando hará algo malo. Acto seguido suaviza su rostro y me da otro beso en la nariz —, pero estoy tan feliz de que te estés acordando. Solo debo presionar más y más —dice, su nariz contra la mía, su boca susurrando en el espacio que le falta a nuestros labios para besarse— tocar los botones adecuados en ti hasta que esa barrera que tienes sobre los recuerdos se haga pedazos.

Sus palabras me reconfortan, pero algo en ellas me hace temblar. Pensar en hundirme en esa profunda, solitaria laguna que ahoga mis recuerdos me aterra. Es como volver al sótano de Ángel, a ese lugar de pesadilla donde todo parece no existir excepto el dolor; me aterra encontrar esa pequeña habitación en mi cabeza y ser incapaz de salir, terminar ciego, sordo y mudo en mi propia mente, hundiéndome en mi incapacidad para recordar quién soy.

Pero incluso en la oscuridad y la quietud las manos de ángel se aferran a mí, sus gruesos dedos asiéndome de la cintura y la nuca, trayéndome de vuelta a la superficie para darme aliento en un largo beso. Me da uno ahora, recordándome que no estoy solo, que no tengo por qué sumergirme en mi mente con miedo a perderme en ella. Ángel tirará de mí, me arrastrará a la superficie incluso si debe arrancarme del pozo más profundo de la tierra por las cadenas que él mismo me ha puesto.

Sus labios me hacen perder el hilo de mis pensamientos, me desarman las frases que tan siquiera pronuncio, adormecen mi lengua con una danza que no domina. Me besa de esa forma apasionada y voraz que apenas puedo soportar, me muerde un poco los labios, me los lame como cura, busca en mi boca cobijo para su lengua y me llena tanto de su sabor que mi cuerpo se vuelve casa suya.

Nos despegamos con los labios rojos cual cerezas y me mira a los ojos. El verde en su iris no es nada más que un anillo que contiene la pupila abismal como una boca feroz que busca consumirme. Veo mis ojos en esa negrura, también oscuros, también voraces.

—Mi dulce Ty —murmura con la voz más tierna y llena de amor que he escuchado nunca. —, voy a romperte y a arrancar tus pedazos para que veas lo que hay dentro de ti. Voy a quebrar tu espíritu y tu carne. Te reduciré a nada y luego te reconstruiré. —sonríe un poco, inocentemente, no como las veces que parecía reír por mi desgracia, y me retira el cabello de la cara con una caricia llena de suavidad —Voy a salvarte.

Dejo que las extrañas palabras viren entre nosotros. Son intoxicantes y adictivas, me marean, pero también me sostienen. Acaricia con sus dedos mi oreja, causándome un escalofrío, y termina en mi cuello, pasando el dorso de sus dedos sobre mi acelerado pulso.

—No puedo evitar preguntarme... —susurro llevando mi mano a su mejilla. Su cuerpo arde y mientras los ojos se mantienen oscuros, no fríos, tampoco infernales, sino opacos, como si ocultasen un enorme secreto detrás. El verde apenas brilla. —¿Qué hay en mí que te haga obsesionarte de este modo? No sé apenas quién soy. Dime tú... tú eras un niño solitario y te terminé gustando ¿Verdad? Tenías doce cuando fui tu niñero, a esa edad uno se enamora de un chispazo y yo debí haberte roto el corazón cuando dejé el trabajo.

—Cariño —dice profiriendo una escueta risa —, decir que estoy enamorado de ti desde que te conocí no es una deducción muy difícil de hacer. Esmérate más —Ángel, de un rápido movimiento, se pone sobre mí. Como una gran bestia que acorrala a su presa, me siento indefenso bajo su figura y cuando él acerca su rostro al mío en vez de devorarme me llena el rostro de besitos. Tan contradictorio. —Abrázame —ordena con la voz firme, tan aterrador como cuando me dijo que pusiese mi mano en el coche para rompérmela —, quiero que me abraces.

Lo hago sin rechistar: subo mis manos su gran cuerpo y lo atrapo entre ellas. Parece fundirse con mi tacto, deja su peso sobre mi regazo y su gran cabeza descansando en mi estómago.

—Estoy tan feliz de estar contigo. Te quiero tanto, tantísimo... si tú no estuviese conmigo. Oh, Tyler, si no estuvieses conmigo no sé qué sería capaz de hacer.

Un escalofrío me recorre la espina dorsal. Yo tampoco puedo imaginar qué sucedería si tuviese la suerte y el valor de irme. Incluso si Ángel es solo un hombre su ira, su pasión, no son las de una persona normal; él lleva el diablo dentro y solo yo lo apaciguo. El día, si llega, en que no esté, no sé si alguien podrá pararlo.

—No pienses en eso, estoy contigo —murmuro asustado, queriendo quitar este feo pensamiento de mi cabeza y de la suya.

Llevo mi mano a su cabeza, acariciándole el pelo. Expira y se relaja tanto que parece desinflarse un poco.

—¿Para siempre?

—Para siempre —mis palabras salen automáticamente, como el alma escapándome del cuerpo después de un disparo.

Me siento extraño.

Ángel exhala una suave risa y se acomoda sobre mi cuerpo como un animal en busca de cobijo.

—Esa promesa ya me la hiciste hace mucho tiempo —dice con una sonrisa amarga en el rostro, suspirando después.

Yo sigo acariciándole el cabello hasta que su cuerpo se queda inmóvil durante largos minutos ¿Se ha vuelto a dormir?

Si es así podría matarlo ahora mismo. Si tuviese un cuchillo o incluso algo tan simple como una roca grande, él no sería capaz de hacer nada. Todo hombre es un niño mientras duerme, tan indefenso, tan inocente. Ahora, mientras su consciencia no está en su rostro, su cara no es la de un criminal o la de un loco, es solo un chico. Un chico más joven que yo, un chico herido, asustado. Ahora, mientras duerme, yo soy quien tiene el poder, por el simple hecho de tener mis ojos abiertos. La idea de matarlo me hace sentir excitado y asustado al mismo tiempo, librarme de él sería un sueño, tenerlo siempre en este estado en que no puede verme ni herirme... pero a la vez algo me aterra de disfrutar tanto de la idea.

Está dormido y antes de pensar en escabullirme sigilosamente hacia la puerta, he pensado en mancharme las manos con su sangre. Me asusta pensar así, tan como él. Por suerte o por desgracia, estas contradicciones se quedan en mi cabeza: si me muevo lo despertaré, así que no puedo intentar nada.

Tampoco sé si quiero.

Todavía luce un poquito como cuando era niño, pero ha cambiado demasiado, me pregunto por qué. Me pregunto si el rostro de niño es solo un antifaz que se pone para dormir o una verdad que se escapa cuando cierra los ojos y no puede vigilarla. Su respiración se detiene un segundo, luego suelta aire con fuerza y se le arrugan los párpados.

Una vez abre los ojos es como si un dios cayese y poseyese su cuerpo: me desarma con solo verme. Su cara muta en una fracción de segundo. Sus facciones son las mismas, pero podría decir perfectamente que es otro rostro, el rostro de la ira, la mentira y el secreto. Ese rostro indescifrable que a veces rompo con un beso.

Fin del cap ¿Qué os ha parecido?

¿Qué pensáis sobre las reflexiones de Tyler respecto a la identidad y los recuerdos?

¿Qué os parece la relación actual que tienen ambos?

¿Creéis que Ángel logrará que Ty recuerde todo?

¿Pensáis que Tyler caerá en los trucos de Ángel o que siempre conservará las ganas de huir?

Gracias por leer <3 Nos vemos la semana que viene owo


Comentarios