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De repente se levanta de la silla y siento el impulso de levantarme también para no estar vulnerable. Solo eso: lo siento, no actúo al respecto. Me quedo quieto como un muñeco, mirándolo mientras rodea la mesa despacio, acercándose a mí.

Lento. Como cuando cortaba ese delicioso pedazo de carne. Sus ojos sobre mí y la lengua limpiándole rápidamente una de las comisuras. Ángel parece hacerse más grande con cada paso que da y es que son tan seguros y silenciosos que a veces dudo de mis ojos y me pregunto si lo que tengo en frente es un hombre o un animal. Un depredador grande, rápido y oscuro, que se funde con la noche y la temible negrura de ese sótano, una bestia que emerge de las sombras porque de ellas viene. Una pantera de ojos claros, brillando de deseo, o quizá algo menos terrenal, menos conocido. Un monstruo más allá de mi comprensión, uno que me succiona la vida solo con su presencia y una sonrisa bonita y aterradora.

Su mano está sobre la mesa, la desliza poco a poco mientras se me acerca y el levísimo sonido que hacen sus dedos al rozar la madera me hacen pensar en ese contacto prolongado y agónico que él llama caricia. Sus dedos siguen sobre el mueble inerte, reptando hacia mí, pero yo ya puedo sentirlos bajando por mi espalda, por mi cuello, mi cintura, mis piernas. Sus dedos son hielo, mi cuerpo puro escalofrío. Me deshago, quiero llorar, obedecer, ganarme que esas manos me acaricien y no que me rompan, y ni siquiera me ha tocado. Aún.

Llega a mí, su enorme figura extendiéndose hacia lo alto y ancho, barrándome la visión con dos amplios hombros. Pone su mano en mi hombro y el contacto me hace tensarme tanto que ambos duelen hasta el punto de que olvido cuál tengo dislocado. Es el derecho, lo sé cuando él aprieta un poco mis dedos y eso no empuja un grito de agonía fuera de mi garganta. Se inclina un poco, hacia mi oído, y siento como si una montaña se me viniese encima. Una avalancha. Vuelven los escalofríos.

Me agarra de la barbilla con la mano que estaba en la mesa. Mi cuerpo entero reacciona sabiendo lo que desea: me inclino hacia él con los ojos cerrados.

Ángel deja un beso en mis labios, uno superficial, delicado. Yo suspiro de alivio y entonces la mano de su hombro se relaja.

—Ya apenas necesito ser agresivo cuando quiero que cooperes ¿No es así?

Niego en silencio. La cabeza me da vueltas: su voz grave, su rostro serio, los ojos verdes tan oscuros como la muerte. Me encuentro mal.

—¿No es así? —insiste, cogiéndome fuerte del pelo y tirando de mi cabeza hacia atrás. Su aliento caliente cae sobre mi garganta expuesta y cuando trago saliva él da un lametón sobre mi nuez de Adán, disfrutando de sentir el nervioso movimiento.

—¿Estás... estás enfadado? —pregunto con preocupación. Se ha acercado a mí con ese porte imponente y autoritario y aunque no me ha herido odio cuando hace eso.

Es lo mismo que hacía antes de golpearme en el sótano.

Lo mismo que hacía papá al volver a casa.

Lo mismo que hacía m-

—No, no cariño —responde con una expresión dolida, capturando entre sus manos mi cara con un puchero. —, lo siento, solo estaba tomándote el pelo. Siento haberte asustado —dice con ese tono delicado que tanto me gusta. Y además me sonríe. —, pero tu carita es tan hermosa cuando me miras así.

Yo le sonrío de vuelta porque estoy feliz de que él lo haga. Se inclina hacia mí y sus labios continúan lo que antes ha dejado a medias. El beso es mágico: sus manos me toman de la cintura y me alzan como si flotase. Me siento ingrávido. Cuando cierro los ojos y él tiene sus labios sobre los míos no es oscuridad lo que veo, sino bonitos colores: el color cálido de sus labios después de que los humecte, el color de sus caricias, de sus ojos cuando brillan, el color de una sonrisa y un día de verano. El color de estar en casa.

Me aúpa un poco, logrando que enrosque mis brazos en su cuello y mis piernas en su ancha cintura. Él me sostiene con una bajo mi trasero y otra tras mi nuca; la última presiona un poco, manteniéndome preso en ese ósculo tan bonito. Sus labios se mueven lentos y su lengua, juguetona, marea a la mía con un intenso baile. Me muerde un labio, tira de él, rompiendo el beso con un sonido chicloso. Cuando me quejo afirma la mordida, la suelta y vuelve a unir mi boca con otro de esos sonidos, como buscando sanarme a besos. El aire se nos escapa entre beso y beso, formando una atmósfera caliente entre nuestras bocas. Volvemos el uno al otro constantemente con necesidad, con ansia. Me gusta cuando Ángel me besa y me sostiene, me gusta porque nada malo sucede de mientras.

Me gusta pensar que el resto del mundo no existe, solo esta bonita sensación que deja mi pecho caliente y mis labios pulsando, como si mi corazón estuviese donde sus besos están.

Ángel se separa poco a poco y yo me inclino, buscando más. Me quejo bajito cuando su mano presiona mi nuca, haciéndome retroceder. Su pecho sube y baja rápido, sus mejillas están arreboladas y luce tan, tan hermoso.

—¿He hecho algo mal? —pregunto con angustia. Quiero más besos.

Él parece leerme el pensamiento, porque baja y me da dos pequeños besos en las comisuras y otro en la frente. Niega.

—No quiero que se nos haga tarde para el paseo, cuando se hace de noche el bosque no es demasiado hermoso.

Oh.

¡El paseo! ¿Cómo he podido olvidar algo así? Me siento emocionado, tan emocionado. Agradezco que Ángel me esté alzando, porque si estuviese de pie posiblemente caería al suelo.

—Si sigues besándome así, Ty, no tendremos tiempo de pasear, voy a pasar toda la noche jugando con tu cuerpo hasta que me sienta satisfecho, así que es mejor parar ahora, luego seguiremos con lo que has empezado —susurra bajito, prometedor. Me recorre un escalofrío y muerdo mi labio. —Vamos a vestirnos y prepararnos para salir ¿Si?

Cuando asiento él se lanza a la cama conmigo en brazos. Ambos rodamos sobre sábanas calientes, entrelazándonos entre abrazos. Ángel me aprieta contra él y me besuquea las mejillas como si quisiera desgastármelas.

—Voy a ponerme guapo para nuestra cita —me dice poniéndose colorado hasta las orejas. Su rostro es juvenil y lleno de pudor. Me besa la nariz, luego roza la suya con la mía en un tierno gesto. Me sostiene por la cintura y dice: —tú no necesitas hacer nada, siempre estás bonito.

Acto seguido empieza a pincharme los costados con los índices, haciendo estallar de risa. Noto las cosquillas cada vez que me da con sus grandes dedos en las costillas y no puede detener las carcajadas, me intento librar de él, manoteándolo de forma juguetona, pero él me aparta con facilidad y sigue haciéndome retorcer bajo sus dedos. Noto la cara caliente, mi cuerpo moviéndose y saltando, tan feliz. Las sábanas se me enroscan por el cuerpo mientras me revuelvo, el pelo me cae por la cara ¡Debo lucir espantoso!

—Pero mira que sonrisa tan bonita —me halaga, continuando con su ataque de cosquillas.

—¡Ay! ¡Par-¡ ¡Para! ¡Auch! ¡Para, para! —intento pronunciar entre fuertes carcajadas. Se me saltan las lágrimas y me duelen ya las mejillas de tanto reír.

—¡Pero estás tan bonito! —se excusa, poniendo un puchero.

Sus manos siguen atormentando mi cuerpo: dedos hábiles corretean por mi cintura y mis costillas, arrancándome una risa tan violenta que me doblo y retuerzo para huir. Las cosquillas son divertidas, pero también tortuosas. Apenas puedo respirar entre carcajadas. Y a sus dedos Ángel le suma su boca: empieza a darme besos por toda mi cara, iluminada de intenso rojo, y el cuello.

Poco a poco las costillas paran y centra la atención en sus besos.

—Tan bonito... —murmura en mi cuello. Yo trato de recobrar el aliento.

Sus manos siguen en mi cintura, pero ahora me agarran firmemente. Su boca muerde mi cuello y recuerdo la vez que me hizo sangre. Quiero acariciarle el pelo como a un cachorro ansioso y decirle ''con cuidado'', pero todavía no sé si me he ganado el poder pedirle delicadeza. Por ahora solo lo dejo hacer y rezo por que siga siendo amable, como cuando me estaba haciendo reír hace apenas unos segundos.

Todavía noto la cara tensa, las mejillas y el abdomen dolorido como si hubiese hecho ejercicio. Restos de un buen momento, restos agrios, porque duelen un poco, pero dulces porque es un dolor bonito.

Sus besos son lentos, pareciera que quiere fundirme la piel con los labios, como si fuese de chocolate. Río un poco por la idea y me llevo una mano al dolorido vientre. Él sonríe contra mi cuello, noto los dientes. Mi piel se eriza y él se detiene un momento, observando los pelitos en punta de mi cuello como maravillado.

—Precioso... —me murmura en el oído, haciendo que los vellos que empezaban a bajar se yergan de nuevo. Firmes como soldados. Muerde la piel de mi garganta unos instantes, haciéndome jadear —quiero dejarte una marca. Una marca preciosa como tú.

—Mhm... —asiento con calma, pasando mis dedos por su pelo castaño claro y luego por su nuca y su espalda. —¿Dolerá?

Él niega contra mi cuello, su sonría se amplía.

—No más que las cosquillas —bromea, haciendo que yo también deje ir una corta risa. Es más como una exhalación fuerte.

Le acaricio la espalda por encima de la camisa con la punta de mis dedos. Subo y bajo por su columna y entonces me doy cuenta de algo: él también tiene la piel erizada. Se me escapa otra risilla, pero pronto otro sonido la substituye.

Ángel prensa sus labios contra mi cuello y succiona. Fuerte. Se me escapa un gemido y hundo mis uñas en su espalda. Se despega un segundo, mirándome de cerca como si fuese a rugir cual animal salvaje.

—Tus manos —dice despacio, yo tomo consciencia de ellas y de cómo estoy hundiendo las uñas en su espalda —sobre tu cabeza. Ahora.

Obedezco sin rechistar, queriendo que su rostro vuelve a ser deseoso, no enfadado. Él atrapa mis dos muñecas con su mano derecha, manteniéndolas firmas contra el colchón. Sin decir nada, vuelve a mi cuello y antes de volver a hacerme el chupetón da un fuerte mordisco. Gimo en alto, dolorido por el castigo, pero pronto afloja la dura mordida. Tras eso lo noto chupar mi piel con ansia, cada vez con más y más presión, pasando la lengua por la zona que empieza a amoratarse. El corazón se me acelera, la sangre me viaja rápidamente al cuello, noto el calor, el infierno en su boca. Y cuando se despega tengo ese dolor típico de cuando has reventado varios vasos sanguíneos, el dolor de una marca morada y bonita en mi cuello. Me suelta y paso una mano por la zona: está húmeda y arde al tacto.

Ángel se aleja para contemplar su obra y sonríe con sus ojos pegados en donde su boca ha estado.

—¿Contento? —pregunto risueño, él asiente con la más feliz de las sonrisas en el rostro.

—Muchísimo.

Fin del cap ¿Qué os ha parecido?

¿Vosotros/as habríais caído por Ángel?

¿Creéis que Tyler lo hará realmente?

Pronto se viene E L  P A S E O ¿Cómo pensáis que irá?

Si sale mal algo ¿Qué creéis que será?

Gracias por leer <3


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