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Casi me quedo dormido. Ángel ha dicho antes que no quiere que se nos haga tarde para nuestra cita, pero ya lleva dos horas rebuscando en el armario. Parece un adolescente inexperto, histérico por no saber qué ropa impresionará más a la persona que le gusta ¿Quién diría que él la ha secuestrado y encerrado? Es hasta gracioso. Hoy estoy risueño al parecer.

Se ha vestido y desvestido tantas veces que he perdido la cuenta, maldiciendo por lo bajo porque dice que la ropa le queda demasiado justa o demasiado holgada, que no sé qué jersey es demasiado soso y no sé cuántos pantalones demasiado llamativos.

He dejado de prestarle atención a su pataleta a los veinte minutos, ahora solo miro el techo blanco. Los rayos de sol entran por la ventana y al filtrarse entre las hojas de los árboles proyectan patrones de luz y color que me parecen bonitos. La casa es realmente bonita, el bosque también y Ángel sin duda es atractivo. Lo pensé desde que lo conocí, lo que no imaginé es que acabaríamos en esta fea situación.

Sin embargo, si no pienso mucho en lo que me ha hecho y me centro en el ahora somos eso: una linda pareja preparándose para una cita en la naturaleza. Respiro despacio, como si tuviese todo el tiempo del mundo, y cierro los ojos.

—¡Por fin! —la exclamación de Ángel me alerta, haciendo que me levante de la cama como un resorte.

Tan pronto lo hago una mano me revuelve el pelo, posiblemente hecho un gran matojo oscuro de tanto estar pegado a las sábanas.

—¿Qué te quieres poner tú? —me pregunta colocando sus manos en jarra en las caderas.

Me fijo en su atuendo y bien podría decir que Ángel me ha roto un hueso más: mi mandíbula está en el suelo.

—¿Ty? —pero su voz rebota contra un vacío.

Realmente no ha perdido el tiempo. Viste una camisa de tirantes negra, de un material delgado y angosto que se abraza a su cuerpo revelando los relieves de sus abdominales y acentuando que pese a que su cintura es estrecha su espalda y hombros parecen son realmente amplios. Con los tirantes puedo ver perfectamente sus brazos grandes, los músculos sin flexionar son enormes y proyectan grandes sombras cuando les da la luz, acentuando más sus volúmenes. También puedo ver mejor su cuello, ancho, marcado, con la nuez estremeciéndose cuando mi mirada intensa le pone nervioso. Los dorsales se le ven desde aquí y sus clavículas enmarcan pectorales que hacen que la camisa esté un poco tirante y forme pequeñas arrugas.

Ángel lleva la camisa metida por debajo de los pantalones, unos cargo color pino con varios bolsillos anchos un poco por encima de las rodillas y con un par de cadenas a los lados, colgando sobre la tela holgada. Los pantalones combinan perfectamente con el oscuro color de la otra prenda y al ser de tela fina y suelta no revelan sus piernas pegándose a ellas, pero dejan saber que son grandes y fuertes. Posiblemente piernas que permitirían a Ángel correr y saltar hábilmente por el bosque, atrapándome en un segundo si yo tuviese la mala idea de salir corriendo de su lado. Puedo imaginarlo de forma demasiado vívida, su mano en mi cuello y mi aliento acelerado. Su cuerpo grande, increíble, con una respiración pausada y, como mucho, alguna que otra gota de sudor recorriendo las clavículas del hombre para perderse en la apertura de la camisa de tirantes. Su mirada dura, un verde feroz, como lo es el verde del bosque: parece tranquilo por su calma, pero es mortal por su basta, selvática, salvaje extensión.

Y para rematar el atuendo unas botas de montaña. Esas botas de montaña.

—Dejabas pisadas en la puerta de mi casa —digo, ocultando una risilla entre irónica y nerviosa.

—¿Qué? —pregunta él, mirándose los zapatos con desconcierto.

—Unos días antes de que todo esto sucediese, había pisadas en la losa enfrente de mi casa. Pensaba que serían de algunos niños que veían a dar timbrazos o algo así, si hubiese sabido la verdad...

Me recorre un escalofrío. Y pensar que todas aquellas mañanas que yo estaba en el trabajo él iba a mi casa, planeando como secuestrarme sin dejar rastro de mí. Recuerdo pasar la fregona por las huellas de la losa, maldiciendo por ese minúsculo inconveniente. No tenía ni idea de lo que se me venía encima.

—Oh... —Ángel dice, entendiendo mis palabras. Mira las suelas de sus zapatos y ve que están poco sucias, no empapadas en barro, pero sí levemente terrosas, lo suficiente como para dejar huellas solo si uno pisa superficies prístinas. Palidece. —No tenía idea de que había dejado huellas, estaba tan emocionado... fui demasiado despistado.

Me encojo de hombros.

—Has conseguido lo que querías de todos modos.

Él deja de mirar embobado sus suelas, como si contuvieran algún misterioso secreto, y bate sus pestañas hacia mí. Sonríe cálidamente, satisfecho, y gatea en la cama hasta terminar encima de mí. Su figura alta y musculosa siempre me resulta imponente, así que retengo un suspiro. Lo exhalo cuando él baja, dándome pequeños besos por todo el rostro.

—Mhm —asiente contra mi piel, entre beso y beso. —He conseguido lo que quería —reafirma, mirándome de arriba abajo con una sonrisa boba en su cara y los ojos entrecerrados, chispeando. No sé si es la mirada de un jovencito enamorado o de un cazador deleitándose ante su presa.

Un escalofrío me recorre entero, como ya es costumbre, y llevo una mano a su mejilla para acariciársela. Notar su rostro caliente y sonrojado, algo áspero por la sombra de barba que empieza a nacer, me hace sentirlo más humano y un poco menos aterrador.

Una pregunta surge en mi mente.

—¿Por qué delante de la puerta de mi casa? —él me mira con algo de confusión, así que extiendo la pregunta —si querías espiarme antes de secuestrarme, no sería mejor que te hubieses puesto en frente de las ventanas.

Entonces Ángel estalla en dulces carcajadas, como si acabase de contarle el mejor chiste del mundo.

—Oh, tontito, no estaba espiando a ver que había dentro de tu casa —frunzo el ceño ¿Entonces? —, estaba entrando en ella.

—¿Qué? —pregunto, quedándome helado. Como si lo peor no hubiese sucedido ya.

—Oh, amor —dice, tapándose la boca un poco para no reír de forma tan descarada, luego me tira de una mejilla, quitándome la mueca de estupefacción —¿Creías que lo que yo hice fue un plan apresurado? Antes de entrar en tu casa el día que te disloqué el hombro, que, por cierto, pensaba romperte el brazo, aunque me alegro de que no fuese necesario ir tan lejos... lo que decía, ese día entré a tu casa para cortar la línea del teléfono y todo eso, pero llevaba meses entrando. Me aprendí cada rincón y recoveco de tu casa antes de actuar, quería hacer todo perfecto. No habría soportado perder mi oportunidad —dice con semblante solemne, con la boca apretada. Pone su mano sobre la mía, en su mejilla, y estrecha mis dedos con firmeza —, perderte...

—Tú... ¿Entrabas en mi casa cuando yo estaba en el trabajo? —pregunto tragando saliva, inquietado por la idea.

Esto ya no tendría que inquietarme, él ya me ha secuestrado y sometido, pero aun así una sensación desagradable en mi tripa crece cuando pienso en que mientras yo estaba viviendo con normalidad Ángel recorría mis pasillos, se tumbaba en mi cama, abría mis armarios...

Él ríe.

—Cuando estabas en el trabajo y cuando no. A veces entraba mientras dormías, al parecer tus pastillas para el dolor de cabeza te dejaban con un profundo, profundo sueño —trago saliva. Me espió tanto tiempo que conocía mi rutina, incluso detalles tan tontos como lo de las pastillas. —. Me gustaba acercarme a tu cama, acariciarte el rostro y rodear tu cuello con la mano. Solía pensar en lo fácil que sería asfixiarte hasta hacerte perder el conocimiento y meterte en el maletero de mi coche, pero necesitaba planearlo todo mejor.

Me quedo boquiabierto al escucharle. Cuando él se paró frente a mi habitación aquel día sentí que el corazón me daba un vuelco y pasé tanto miedo, estaba realmente aterrorizado. Pero es que despertar en medio de la noche con un extraño grande y fuerte estrangulándote y que lo próximo que sepas es que estás en un maletero suena demasiado. No sé si mi corazón lo habría resistido siquiera.

Ángel me saca de mis pensamientos dándome un sonoro beso en la mejilla.

—¿Te gusta? —pregunta apenas en un susurro. Lo miro confundido, hasta que unos segundos más tarde entiendo que se refiere a su ropa y no puedo evitar ponerme rojo. Asiento y él se sonroja también.

—Estás... estás realmente guapo —confieso, sintiéndome un idiota. Siempre lo he considerado atractivo, pero después de todo lo que me ha hecho debería vomitar al verle y aun así... algo se remueve en mi interior.

Pienso en lo que ha pasado antes. En sus manos venosas y fuertes empujándome hacia su hombría, obligándome a chuparle hasta que me he quedado desesperado por aire. Ángel siempre me toca cuando me fuerza a hacerle algo malo y esta vez, sin necesidad de sus manos, he acabado duro yo solo.

Mierda, tengo que pensar en otra cosa, no quiero tener otra erección ahora.

—¿Qué quieres ponerte tú para la cita? —me pregunta totalmente ajeno a mi debate mental.

Se voltea, abriendo de par en par el armario y me doy cuenta de algo ¡Es el armario de Oliver! No lo había pensado hasta ahora, pero con lo caro que le costó si él al final no hubiese ido a recogerlo habría quedado muy sospechoso, así que debe haber ido algún día de estos a por él. Ah, me pregunto si Oliver estaba triste porque yo ya no trabajo ahí.

Ángel señala una esquina del armario, donde cuelgan varias prendas mucho más pequeñas que las demás. Deduzco que son para mí. Me acerco un poco y me fijo mejor, notando la gran variedad. La ropa de Ángel es básica y práctica, pero la mía... Hay de todo un poco: ropa ancha, ropa estrecha, ropa de mujer y de hombre, ropa de colores pastel y otras prendas oscuras como la noche, con patrones psicodélicos o estampados de distintos estilos. Me acerco para curiosear en el armario y veo que debajo de las perchas hay más ropa plegada, gorros, guantes, calcetines y ropa interior. Me fijo un poco más: hay boxers, slips...

Trago saliva. Ángel pone sus manos en mis hombros.

También hay piezas de lencería.

Noto su boca en mi cuello, la lengua pasando orgullosa por la marca que me ha dejado antes.

—¿Ves algo que te guste? —pregunta con normalidad. Sus dedos me masajean los costados, como harían los de un novio mimoso.

Aparto mis ojos de la ropa interior y vuelvo sobre las otras prendas tratando de decidirme. Al final selecciono algo simple, como la ropa de Ángel: unos leggins grises y una camisa de tirantes blanca. Si vamos a ir al bosque será mejor que no me arregle mucho.

Ángel asiente y toma las prendas, dejándomelas sobre la cama. Junto a ellas deja unos calcetines y unos slips ajustados de color negro. Siento algo de reparo pensando que tengo que desvestirme delante de él, incluso si me ha hecho pasar semanas desnudo, pero pronto todas las dudas que me asaltan se ven arrasadas cuando Ángel toma los extremos de mi camisa, empezándola a levantar.

Alzo los brazos para que se le haga más fácil desnudarme y cuando estoy descamisado y voy a tomar la prenda para ponérmela él me agarra las muñecas desde detrás, obligándome a permanecer quieto.

—Déjame admirarte —dice en mi nuca. Sus dedos se deslizan desde ahí hasta el final de mi columna y yo me arqueo, sintiendo el roce como si se tratase de un relámpago que me atraviesa —, he esperado mucho por ti, he sido tan paciente. —dice orgulloso, arrastrando sus palabras y empujándome para que me tumbe en la cama mientras él sigue acariciando mi espalda —Ahora, quiero poder saborearte despacio, así que cuando te desnude no vas a ponerte ropa hasta que yo te lo diga ¿Entendido? No hay ninguna prisa para tapar este cuerpo tan hermoso, este cuerpo que me pertenece.

Habla de forma deliberadamente lenta y ronca, mientras mantiene una de sus manos en mi nuca, presionándome contra el colchón, y la otra me baja los pantalones y la ropa interior. Yo me quedo quieto, los ojos cerrados y respirando profundo. A Ángel es mejor darle lo que quiere sin oponer resistencia, además sus manos no se sienten tan mal ahora.

Me desnuda con poco esfuerzo y quedo tendido sobre la cama, con el rostro hundido en el colchón. Ángel se sienta sobre mis piernas y me contempla como si fuese su obra.

Él ya lo ha dicho mil veces: soy suyo.

Siento su ardiente mirada sobre cada parte de mí, pesada, deseosa, como la respiración acelerada de una bestia que está a punto de saltarte al cuello. Su mirada lame mi cuerpo, desde los hombros pequeños y angulosos hasta mi trasero, pasando por la línea curva de mi espalda y mis estrechas caderas. Entonces decide que sus ojos no son suficientes y me toca. Pone sus manos en mis hombros, notando como sobra espacio en su palma para abarcarlos. Los aprieta un poco incluso si jadeo porque mi hombro malo aún duele y luego desliza sus palmas por mi espalda, presionando mis omoplatos.

Se queda mirando la extensión de su mi cuerpo raso y dice para sí:

—Como un lienzo...

—Ángel, se nos hará tarde... —advierto nervioso, empezando a notar en mi trasero que verme desnudo empieza a excitarlo.

Él me mira como si acabase de salir de un trance, confundido al inicio, asintiendo después.

—Te llenaré de marcas cuando volvamos entonces —declara con voz rígida y tranquila.

La idea me asusta, pero si son marcas como la de antes quizá todo sucede rápido y sin demasiado dolor. Se levanta de encima de mí, dejándome vestirme. Él me observa con frialdad analítica mientras lo hago, como queriendo memorizar cada movimiento en su máximo detalle. Finalmente, cuando estoy vestido, me pongo el cabestrillo y unos zapatos de deporte que él ha dispuesto para mí. Son de mi talla exacta, igual que el resto de la ropa.

Ángel me sonríe y baja para darme un rápido beso.

—Estás precioso —me dice sobre los labios. Luego me los muerde y añade —, pero estabas mejor sin ropa.

No puedo ocultar mi nerviosismo ante ese comentario y él ríe por ello. ¿Qué estoy haciendo? ¿Sonrojándome cuando mi jodido secuestrador flirtea conmigo? Quiero parar, pero joder ¿Acaso no es mejor disfrutar de su mejor lado que enfadarle y sufrir por su peor faceta? Si nunca saldré de aquí prefiero pasar mis días dándole besos que pudriéndome en la oscuridad.

Ángel toma una pequeña mochila donde ha guardado un poco de agua y alguna cosa más que desconozco y se la cuelga de un hombro y me dirige hacia la puerta.

Fin del cap ¿Qué os ha parecido?

¿Qué os parece la dinámica entre Ty y Ángel ahora?

¿Esperabais que Ángel llevase tanto tiempo espiandolo y hasta entrando en su casa?

¿Cómo irá el P A S E O?

Gracias por leer <3 No olvidéis votar y comentar n.n


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