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 Es la primera vez que Ángel me deja estar solo, sin cadena alguna y sin estar en mi habitación. Aunque tiene sentido, estando en la ducha no puedo hacer realmente mucho. Él está cocinando aquella pobre liebre, así que si quisiera ir a la entrada o al garaje debería pasar primero por la cocina y él jamás me permitiría escapar.

Suspiro, sintiéndome patético y desesperanzado y sigo enjabonándome. Hace ya rato que me he quitado la sangre de la mano derecha, pero sigo notándola. La forma en que se acartonaba, en que pasó de estar templada a ser ese frío viscoso tan desagradable... Me froto de nuevo, arañándome la palma y dejándome el espacio entre los dedos rojo de darle tantísima atención.

A parte de por este detalle, el baño es agradable. Se siente muy extraño darse una ducha sin las manos grandes de Ángel acosándote. Agradezco mucho este momento. Por fin puedo atenderme sin temor ni prisa, limpiar cada rincón y recoveco de mi cuerpo hasta sentirme aseado y feliz y no tener que temer todo el rato por si me pasará algo doloroso o humillante.

Cierro los ojos bajo el chorro de agua caliente. El vapor llena todo el baño como si fuese una sauna y mis músculos se relajan bajo los golpecitos del agua. Siento que mi cuerpo está increíblemente cansado, como si llevase siglos andando sin tregua por el desierto. Cierro los ojos dejando que el agua me dé en el rostro. Gotitas cálidas sobre mis párpados, llevándose las lágrimas disimuladamente, gotitas cálidas sobre mis labios, me hacen recordar los besos.

Pongo mis dedos en mis labios mientras que son la otra mano sigo frotando jabón en mi pecho. Mis labios pulsan, como si cada vez que cerrase los ojos mi boca esperase a la de Ángel sobre mí ¿Desde cuándo me gustan tantísimo los besos de ese jodido hijo de puta? Al inicio recuerdo que casi muero de hambre por no querer besarlo y ahora...

Entreabro un poco la boca, mis dedos reposando sobre el belfo inferior se adentran un poco y siento mi lengua en las yemas. Recuerdo de pronto lo que sucedió antes, Ángel empujando su polla hondamente en mi garganta, dándome órdenes, moviéndome a su antojo. El leve gusto salado cuando se corrió dentro de mí, sus manos varoniles tirándome del pelo, luego acariciando.

La mano de mi pecho baja indiscretamente, rodea mi polla, completamente dura.

Me siento un enfermo, un asqueroso. Poniéndome completamente cachondo por el recuerdo del cuerpo de mi captor, pero ¿Qué culpa tengo yo? Me ha encerrado por meses hasta que he olvidado como se sentía el sol, el aire, los besos amables y borrachos de desconocidos en un bar.

Me ha alejado de todo el mundo y solo le tengo a él obviamente mi cuerpo le buscará a él. ¿Cuántas veces me desfogaba antes de todo esto? Quizá estaba con una persona distinta cada fin de semana, pero durante la semana yo mismo calmaba mi ansía por lo menos cuatro veces más por semana con mi mano derecha.

Todo este tiempo que he pasado centrado solo en sobrevivir o morirme de una vez el deseo no se ha marchado, solo se ha ido acumulando, escondido en alguna parte profunda de mí. Ahora Ángel lo ha descubierto y hurga en mi interior, haciendo que brote.

Empiezo a moler mi mano, firmemente agarrada a mi excitación, y acallo mis gemidos empujando mis dedos en mi garganta. No son tan largos y anchos como la virilidad de Ángel, pero me sirve. Recuerdo cuando él los empujó dentro mío en otro lugar, pero no me atrevo a eso, no aún.

Gimo por la idea.

No es mi culpa.

Pienso en ese momento, un momento lleno de vergüenza, de dolor, de humillación. Ángel metió sus dedos en mí y no me gusto. Pero ahora lo recuerdo y me gusta, porque al menos él me estaba tocando. Porque al menos no estaba solo en mi habitación.

Gimo más alto.

No es mi culpa.

Los recuerdos y las fantasías se juntan. Besos, mordiscos, Ángel lanzándome a la cama, desnudándome. Ángel empujándose hondo, llenándome de calor. Ángel tapándome la boca, siendo rudo, pero dándome besos. Ángel siendo cariñoso.

—Ángel... —susurro sin querer, el sonido escapando traicioneramente de entre los dedos que me amordazan y mi semen manchando el suelo.

Dejo que el agua se lo lleve mientras mi excitación se marcha también, como siendo limpiada por las gotitas calientes.

No es mi culpa, me repito, que mi cuerpo responda así hacia él; hacia su maltrato; hacia la idea de que me violente más, de que rompa.

Él me ha vuelto así. Encierra a un hombre a solas en una pequeña cajita oscura y después de unas semanas rogará incluso por un bofetón, porque es más cercano a una caricia que seguir solo.

Él me ha vuelto así. Obligándome a correrme cuando me hacía tanto daño, enseñándole a mi cuerpo que solo merece placer cuando hay un sacrificio antes ¡Maldición!

Caigo de rodillas al suelo de la ducha. Me siento asqueroso, repugnante. Ya no es solo mi mano, sino mi cuerpo entero. Este cuerpo que es más suyo que mío.

Me froto, clavando mis uñas entre mis costillas en mi espalda, en mis brazos, mi cara. Arrastro, pero no me arranco la piel ni me hago sangre: a Ángel no le gustaría que rompiese su juguete.

Trago saliva y me pongo de pie en la ducha, intentando templar un poco mi cabeza. No pasa nada, solo me he masturbado, es necesario hacerlo después de tanto tiempo, para liberar tensiones, y he pensado en lo poco que podía pensar. Hace tanto que no tengo un encuentro sexual que no sea con Ángel y que no veo a ninguna otra persona que no podía pensar en nada más para estimularme. Solo ha sido eso, suplir una necesidad física. Nada más.

Me aclaro el jabón restante del cuerpo y el acondicionador del pelo. Cuando he terminado cierro la llave del agua y siento un repentino frío, así que me enrosco el cuerpo en una toalla que Ángel ha dispuesto para mí. También me ha dejado ropa preparada: un mullido pijama gris de manga larga y unos slips color blanco como ropa interior.

Empiezo a arrastrar la toalla por mi cuerpo para secarme y finalmente me revuelvo el pelo con ella, logrando dejarlo húmedo; se secará solo, además, si usase el secador mis rizos quedarían extraños y picosos. Me miro al espejo: ojos oscuros como los de la liebre y mechones negros cayendo sobre mi frente, rizándose sobre sí mismos.

Atrapo algo con mi vista periférica: uno de los armarios de al lado del espejo. La puerta es traslúcida y puedo ver un poco lo que hay en el interior. Lo único que distingo es un bote de pastillas para el dolor. Pego mi oído a la puerta, escucho la sartén chisporrotear a lo lejos y luego el leve sonido de la cuchara de madera arrastrándose por ella. Ángel está en la cocina removiendo la cena.

Si me tomo una pastilla ahora es imposible que me pille. No me duele horrores la cabeza, pero me duele un poco. Un dolor pulsátil, como si alguien llamase a insistentemente a una puerta, es tan molesto... Abro el armario y tomo el bote de pastillas. Sé que no he tenido suerte cuando lo levanto, notándolo demasiado ligero, pero aun así lo abro. Queda una única pastilla.

Podría tomarla, pero no es buena idea. Si quedasen más lo haría, nadie echa en falta una sola pastilla, pero sí si es la última. Ángel se extrañaría el ver que tiene un bote vacío en la cabina y no tardaría mucho en juntar todas las piezas y darse cuenta de que... bueno, de que he tomado un calmante para mi dolor sin su permiso. No es algo muy grave, suena ridículo cuanto más lo pienso, pero sé que el castigo sería horroroso y no quiero lidiar con ello.

Dejo el pote de pastillas en el armario, desanimado, cuando veo otra cosa que me llama la atención: la navaja de afeitar y una caja de cuchillas.

Tomo la caja con cuidado, viendo que en cartón hay un rótulo gigante que anuncia que la marca tiene la mejor relación <<Calidad, CANTIDAD, precio>>. Bajo la palabra en mayúsculas hay un número.

Cincuenta.

Lo abro, viendo que quizá no están todas las cuchillas, pero sí más de la mitad de esa copiosa cantidad y se hallan desordenadas.

Exhalo un suspiro profundo como mis entrañas que llevaba un buen rato reteniendo. Mis hombros bajan y me siento infinitamente más ligero que hace unos segundos. Si robo una cuchilla no la echará en falta, pero el problema es ¿Dónde podría guardarla? Mi pijama no tiene bolsillos y aun así serían una opción demasiado ingenua.

Y de todos modos ¿Para qué la quiero? Vista la situación suicidarme me sale más rentable que intentar matarlo y ninguna de las dos opciones me agrada. Pero si ahora que tengo una oportunidad no la tomo luego me arrepentiré.

Si tengo en bandeja de plata un arma y no la cojo, no porque es peligroso, no porque él podría atraparme, sino porque no me apetece ¿No significaría eso que me he acomodado tanto a esta vida infernal que prácticamente quiero quedarme?

La idea me aterra. No. Quiero huir.

Me visto rápido y tomo una cuchilla mientras guardo la caja con el resto. Esconderé la cuchilla en el colchón de mi habitación cuando él vuelva a llevarme ahí para dormir, luego ya pensaré que hacer con ella. Cuando volvíamos a casa el cielo estaba casi negro, así que posiblemente Ángel se irá a dormir y me mandará a mí al sótano después de la cena, antes si tengo suerte.

Hasta entonces debo mantenerla escondida.

Finalmente decido esconderla en una de las tiras laterales de mis slips. Agradezco que Ángel no me haya dado unos boxers holgados, incluso si son mi ropa interior preferida. Tomo la cuchilla y la pongo en mi cadera, luego pongo el elástico del slip encima, notando como la deja sujeta contra mi piel. La cuchilla está increíblemente fría, haciéndome imposible ignorar su presencia, pero está sobre mi cadera como si fuese una pegatina, así que no hay riesgo de que me corte por accidente.

Tomo el pomo de la puerta, me llevo la mano a la cadera, presionando la fría y sólida lámina que llevo dentro de la ropa interior para cerciorarme de que está bien sujeta y salgo del baño.

—Ven, ya casi está lista la cena —dice la suave voz de Ángel desde la cocina.

El hambre se me quita de repente, sustituyéndose por una incómoda pesadez en el estómago. Después de haberme intentado escapar ya varias veces y haberle pedido perdón he logrado restaurar su confianza en mí y ahora Ángel me trata bonito y me cocina comidas deliciosas y yo... yo voy por ahí robándole y escondiéndole secretos. Secretos afilados.

Niego con fuerza, tratando de expulsar toda culpa de mi cabeza ¡Estoy haciendo lo que tengo que hacer! Además, no es como si fuese a asesinarle, yo... solo quiero huir. No quiero hacerle nada malo, a diferencia de las cosas que él me ha hecho a mí, solo recuperar mi libertad ¿Es eso tan egoísta de mi parte?

¿Qué os ha parecido el capítulo?

Tyler tiene muchos sentimientos encontrados ¿Qué pensáis vosotros de ello?

¿Esperábais que su cuerpo asociarse la excitación con Ángel?

¿Esperábais que cogiese la cuchilla? ¿Pensáis que es buena idea?

¿Qué creéis que logrará con eso?

Gracias por leer <3


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