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Giro mi muñeca y el sonido metálico que la acompaña es contundente. Permanezco arrodillado frente a la trampilla, las manos temblándome, la vista en el suelo. Las bisagras gimen largamente, indicando que la puertecita está siendo lentamente levantada.

El suelo se abre: una franja delgada e infinitamente oscura, como si encerrase el pozo más profundo de la tierra. Y entonces emergen dos ojos esmeralda de ella; una mirada furiosa, inyectada en sangre, casi incandescente. Del verde tranquilo de su iris no queda ya más que un aro delgado que contiene la gran pupila, como evitando que se expanda más y más y suma toda su mirada en la negrura. Sus ojos lucen como si pudiesen devorarme y yo, aterrado, cierro los míos y me estremezco.

Lo escucho salir, paso a paso, el agónico gemir de los escalones bajo su peso, la forma en que su respiración pausada, pero profunda, se va elevando, como si fuese un espíritu que sale del suelo y que poco a poco se hincha hasta ser inconmensurable. Siento que Ángel crece frente a mí, un monstruo mudando su piel humana, transformándose en una gran bestia lista para cazarme.

Luego un golpe me sobresalta, haciéndome abrir los ojos: es el sonido de la trampilla cerrándose de nuevo. Veo las botas de Ángel paradas frente a mí. Húmedas de sangre.

Él no dice ni hace nada, solo aguarda con infinita paciencia a que yo actúe, pero este silencio y este quedarse quieto no es la usual indiferencia de Ángel. Normalmente él tiene una quietud fría, misteriosa, que le hace parecer una estatua, un gigante tranquilo. Ahora, sin embargo, no hay nada pétreo en él: su silencio es puro fuego, su boca prensada en una línea, como conteniendo sus dientes y su lengua, es puro fuego, sus manos quietas, pero con sangre y madera bajo las uñas, son puro fuego.

Esta no es la calma de un hombre calculador.

Es la calma antes de la tormenta.

Es ese segundo de paz engañosa que uno apenas puede saborear antes de que se desate el infierno. Y es mi responsabilidad apagar las llamas antes de que Ángel de rienda suelta a toda su ira. Pero una parte de mí teme que no pueda apaciguarlo. Si la primera vez que intenté escaparme me rompió el tobillo y la segunda casi me desfiguró el rostro, las manos y los pies ¿Qué toca ahora sino el asesinato? Yo sabía que el precio de mi crimen sería mi vida y aun así he decidido no huir, he decidido apagar su teléfono, dejarlo en la mesa, y entregarme a mi verdugo.

Oh, Ángel ¿Qué me has hecho?

Llevo mis manos a los bordes de mi pijama, la camiseta fina que él me sacó anoche a tirones y que yo me volví a poner para sentirme protegido. Agarro la tela con decisión y la alzo, lanzando después la prenda al suelo.

Ángel observa en silencio, juzgando sin mostrar todavía complacencia o insatisfacción. Atraviesa con sus ojos de fuego mi pecho desnudo, mis hombros, mis brazos. Saborea el pedazo de carne que se le ofrece antes de lanzarse a él.

Trago saliva y me pongo de pie con el torso desnudo y el aire frío que corre entre nosotros arañándome la piel. Mi cuerpo entero se eriza, como si sintiese el peligro que hay frente a mí. No miro a Ángel, pero puedo sentirlo, su respiración sobre mí y cómo esta se siente más caliente, más cercana, cuando se inclina un poco sobre mi cuello, pero sin tocarlo. Puedo sentir la tensión en su cuerpo por la forma en que la madera cruje bajo sus pies cada vez que yo hago un movimiento y él reacciona casi imperceptiblemente.

Puedo ver los tendones de sus brazos saltar cuando llevo las manos a mis pantalones, como si él desease tomar por su cuenta lo que yo ya le ofrezco. En su cuello también hay pequeños movimientos, se tensa cuando empiezo a bajar la prenda y la nuez de adán sube y baja por su garganta cuando me agacho, deslizando la parte inferior del pijama hasta los tobillos.

Me termino de quitar el pantalón del todo y lo pateo hacia atrás para no tropezarme. Cuando me vuelvo a incorporar me siento un poco mareado.

Esta vez Ángel actúa antes de que yo pueda ver los pequeños indicios. Su boca está en mi cuello y sus manos en mi ropa interior. Sus labios calientes sobre mi pulso, la lengua húmeda recorriendo el movimiento de mi nuez cuando trago saliva.

Pasa los dedos por los bordes de mis slips. Los recorre. Despacio.

No los baja todavía.

Toda mi tripa se hunde cuando su índice me pasa por debajo del ombligo y luego lo desliza hasta la cadera. Toma el elástico y lo separa un poco. Pienso que va a deslizar la ropa interior fuera de mis piernas, pero entonces suelta la pequeña liga elástica y esta me azota en la piel, sobresaltándome. Su mano me recoge más cerca de él, dedos largos en la hendidura de mi columna, su firme palma en mi espalda baja. La boca aumentando la presión un poco más debajo de mi mandíbula. Siento que atrapa mis latidos entre sus labios, que los encierra, los pone nerviosos, los acelera. Es como si buscase beberse mi pulso, morderme el corazón.

Y bien podría tenerlo en su boca ahora mismo, porque me da un vuelco cada vez que mueve su lengua sobre mi piel.

—Soy... soy tuyo, Ángel. Quiero, quiero darte m-¡Ah!

Sus dientes me arrancan un grito y casi la piel.

Muerde duro mi garganta, recordándome que su pasión no es suave y que su ira no desaparece con su fogosidad: más bien se inflama.

—Ha estado mal —susurra increíblemente ronco contra mi cuello, separándose un poco. Sus dientes estaban tan hincados que les cuesta un poco separarse mi piel y cuando lo hacen el dolor pulsa y su aliento frío sobre la humedad de mi herida se siente como una ventisca afilada —, ha estado muy mal. Robarme, mentirme, cortarme, encerrarme... ha estado muy, muy mal.

—Lo siento... —digo con un hilillo de voz, bajando la cabeza.

Y al mirar mi cuerpo semidesnudo y ver su mano derecha jugar con el borde de mi ropa interior, mi mirada se topa con algo desagradablemente familiar. Ángel la sostiene gentilmente, atrapada entre su índice y su corazón, como un cigarro. Ángel me acaricia con la cuchilla en la mano.

Siento mi estómago lleno de piedras, pesadas como la certeza de que me va a matar. De que solo está tranquilo porque quiere que sea lento, hacerme sufrir. Y sus siguientes palabras no hacen más que confirmármelo:

—Lo sentirás.

Asiento de nuevo, profundamente, un gesto lleno de reverencia y de aceptación. Pero eso no me quita el profundo miedo.


Fin del cap ¿Qué os ha parecido?

¿Esperábais que Tyler decidiese liberar a Ángel? ¿Entendéis por qué lo ha hecho o es difícil ponerse en su lugar?

Y respecto a Ángel ¿Qué creéis que hará? ¿Pensáis que va a hacerle algo realmente malo a Ty o que solo está de farol?

¿Cómo creéis que cambiará su relación a partir de ahora? 

Gracias por leerme <3 Nos vemos dentro de poco, ojalá os haya gustado mucho el cap y os esté gustando mucho también la historia owo

Recordad dejar una estrellita si habéis disfrutado la lectura :3


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