52

 Ángel pone su palma llana sobre la parte baja de mi vientre, esa que se hunde de angustia cuando noto el toque frío de la cuchilla, y la desliza hasta que llega a mis clavículas. Me cubre el cuello de nuevo con un ancho lametón y una mordida dolorosa; su mano armada me toma de la barbilla, me hace ladear la cabeza, dejar mi garganta disponible para él. Para su boca. Para su mano. Para su cuchilla.

Noto inhalaciones rápidas, como si fuese un animal olisqueando mi miedo, y lleva su nariz justo bajo el lóbulo de mi oreja.

—Debería abrirte la garganta ahora mismo. —dice con un tono ronco que me clava en el suelo. Tiemblo incontrolablemente y noto su sonrisa formándose contra mi piel.

Toma la cuchilla con más precisión y la apoya suavemente la curva de mi cuello. El frío familiar del filo me hace tener escalofríos. Por unos segundos recobro ese obsoleto impulso de querer escapar, pero entonces recuerdo... recuerdo cuan hostil es el mundo, cuan engañosas las voces dulces y cantarinas. Lo mejor es quedarme aquí, incluso si este lugar se convierte en mi tumba.

Cierro los ojos con fuerza y espero el afilado dolor de un corte.

—Debería empezar a deslizar —aliento denso sobre mi oído, el calor subiéndome a la cabeza como fuego y el frío aguijoneándome el cuello. No puedo pensar. No puedo... —lentamente, muy lentamente la cuchilla. Hacer un corte pequeño y mantenerte bueno y obediente mientras te desangras unas cuantas jodidas horas. —noto la primera gota de sangre brotar y sus palabras calando en mi mente. Tirito de horror, de anhelo, porque quiero palabras bonitas y abrazos, no esto. Pero esto es lo que me he ganado. —Así me he sentido yo, pequeña mierda, por tu culpa. El corte de mi brazo ha dejado de sangrar y no duele tanto, solo escuece un poco, pero aquí... —y Ángel se lleva una mano al pecho, quitándola de mi espalda. Él ya no me está manteniendo cerca a la fuerza, pero yo me quedo, ladeando dócilmente la cabeza y gimoteando. —aquí me ha dolido como si me apuñalasen ¿Tienes idea de cómo se siente? Que la jodida persona a la que amas y a la tanto te esmeras por cuidar y hacer feliz te traicione. —aprieta sus dientes y veo la mandíbula tensa, ruda. Puedo sentir lo mucho que desea morder y arrancarme el cuerpo a pedazos. La cuchilla ahonda un poco, como el día que me afeitó, y noto una gota cálida bajar a mi clavícula —Que te traicione. —la desliza un poco, abriendo un minúsculo corte que arde demasiado. —Otra. —un poco más y empiezo a marearme. —Puta. —Ángel me pone la mano en la espalda de nuevo, sabiendo que mis piernas no aguantarán más. —Vez.

Ya está. Se acabó. Hará un movimiento hábil y mi vida va a salir disparada hacia su cuerpo como un aspersor, chorreando por el suelo, salpicando las paredes...

Pero entonces aleja la cuchilla y me rodea con esa mano también. Ambas en mi espalda, apretando duro y firme para acercarme hacia él. Me alza del suelo tan fácilmente. Mi cabeza reposa en la curva de su cuello y su boca se pega a la del mío. Noto su pulso acelerado, tan dispar a esas palabras tranquilas y homicidas. Su lengua caliente recoge mi sangre, lamiendo con la inocencia propia de un gatito.

—¿Qué me dices, Ty? —su voz reverbera en mis oídos, drogándome, mareándome —¿Quieres que te mate aquí y ahora? Es la única manera en que te dejaré escapar de mí.

Yo niego e inhalo profundamente. Su olor. Sus brazos. Esto es todo lo que necesito, este hueco en su cuello, contra su pecho. Mi lugar seguro.

—Quiero quedarme —digo hipeando, él me acaricia un poco la espalda, sosteniéndome lejos del suelo con solo la fuerza de su brazo bueno. —quedarme contigo. Lo siento... —musito, apenas puedo hablar. Sorbo mis palabras inútilmente, las sollozo. Pero Ángel asiente.

—Entonces vas a demostrarme que quieres ser mío ¿No es así? —pregunta, sonriendo complacido al ver la pila de ropa que me he quitado voluntariamente yaciendo en el suelo. Me acaricia un poco más, dedos apremiantes subiendo y bajando por la hendidura de mi columna.

—Sí, por favor, por favor, acepta mis disculpas, acep-

Él me interrumpe con un beso corto y casto que sabe un poco a sangre. Lo miro con ojos inundados en lágrimas y su rostro, todavía dolido, parece ahora un poco más tranquilo. Me sonríe como me sonrío en la tienda, entre una amabilidad sincera y un oscuro deseo. Trago saliva.

—Entonces vas a callarte de una puta vez con disculpas inútiles, vas a venir al dormitorio conmigo y vas a ser jodidamente bueno ¿No es así?

Asiento con la cabeza, un gimoteo de emoción y temor escapando de mi garganta. Ángel me deja en el suelo de nuevo y siento que el peso de mi cuerpo es demasiado para mí, pero logro sostenerme en pie incluso si mis piernas flaquean. Él mantiene una mano en mi espalda, reposando muy levemente, y me mira con tono de advertencia.

Cuando echa a andar la mano en mi espalda presiona y empuja, obligándome a ser el primero en cruzar el pasillo. A mitad de trayecto los dedos se desprenden de mi piel y me siento tan inseguro... oigo los pasos de Ángel justo detrás de los míos, pero quiero voltearme y pedir más de su contacto. No lo hago.

Avanzo con pasos hesitantes y veo emerger de la oscuridad los contornos de la habitación: la cama, la mesita de noche la dichosa puerta del baño, entreabierta. Si tan solo me hubiese duchado y hubiese ido a la cocina, si no hubiese rebuscado en el puto armario...

Pero Ángel no me deja pensar más en eso: la mano firme de mi espalda es agresiva, empujándome con fuerza a la cama. Me caigo de boca contra el colchón y no sé si debería voltearme y recibir a mi propietario con los brazos abiertos o solo yacer así, tranquilo, soportando sus deseos. Un terrible temor me inunda, pero también algo de emoción. Se siente como si revolotease por mi vientre bajo, un anhelo desconocido, ardiente.

Noto el colchón hundirse bajo el peso de Ángel; pone sus piernas entre las mías, las rodillas presionando mis muslos para abrirlos y sus manos cerniéndose alrededor de mis muñecas. Me dejo hacer, cerrando los ojos, respirando suave contra la almohada. Me pregunto si será cuidadoso o si será rudo, si está deseando que me duela, tenerme llorando bajo él. No quiero que sea así.

Noto su aliento en mi nuca, su peso levemente apoyado en el resto de mi cuerpo, poco a poco; el ancho pecho presionando mis hombros hacia abajo, el fuerte abdomen recorriéndome la espalda. Y esa maldita respiración. Pausa. Caliente. Arremolinándose en mi cuello, haciendo que mis pelitos se pongan de punta y mis rizos azabache se aparten del camino.

Deja un pequeño beso en ese lugar y luego otro y otro; su boca es sensible y suave, marcando mi cuello con una sensación agradable. Me cosquillea la piel cuando presiona los labios y la lengua, casi tímida, me roza solo un poco.

—No volverás a intentar escapar —susurra entre beso y beso y me aprieta duro las muñecas —, no lo harás. —repite, su voz demandante, sus dedos aplicando tanta fuerza contra mis muñecas que empiezan a temblar.

Jadeo por el dolor y me remuevo un poco bajo él, incómodo, pero me clava a la cama dejando más de su peso sobre mí. Otro ruido desesperado escapa de mi garganta cuando noto su excitación, tan grande y firme, presionando contra mi ropa interior, como si me estuviese probando. Recuerdo aquella vez en la ducha, cuando entró en mi casa, yo estaba tan aterrorizado... luego recuerdo mi vez en su ducha, cuando gemí su nombre. Temblé, pero no de miedo.

Ahora también tiemblo, pero no sé cuál de las dos cosas es.

—No escaparé de nuevo —murmuro, repitiendo sus palabras como un mantra, aunque mi voz sale desafinada y nerviosa, sin la templanza de la suya.

—Te quedarás conmigo —susurra, otro beso, como queriendo clavar esos mandamientos en mí. Y debo reconocer sus suaves labios lo logran mejor que sus duros golpes —para siempre. —continúa, ahora asomándose un poco para susurrar directo en mi oído.

Luego lame su contorno, la lengua afilada, su punta húmeda deslizándose por el cartílago y causándome escalofríos que bien podrían ser un terremoto. Cuando me demoro en responder mordisquea mi lóbulo con dureza.

—¡Ah! —grito asustado, veo por el rabillo del ojo su mirada tranquila, examinándome mientras sus dientes y dedos me aprietan más la carne. —P-para siempre... —cedo al final, aunque sé que él no necesitaba morderme para que lo dijese.

—Bien... —susurra complacido, aflojando la presión en mis muñecas y liberando mi torturado lóbulo; lo noto latir y seguro que está rojo... entonces Ángel se lo mete en la boca, lamiéndolo con la lengua llana como para aliviarme, pero mi sensibilidad hace que me retuerza debajo de él y que él empuje sus caderas contra mí. Su erección vuelve a hacerme jadear y temblar —eres mío, Tyler.

Yo asiento, tengo lágrimas en los ojos y mi cuerpo se encuentra tan, tan febril... es como si no pudiese más, como si hubiese llegado al límite ¿Qué es esto? ¿Qué me sucede?

—Soy tuyo —gimoteo, rompiendo a llorar. Solo quiero que me crea y me abrace y me acaricie mucho diciéndome lo orgulloso que está. Quiero estar bien con Ángel, quiero enmendar mi error —, soy tuyo... —repito con desesperación, queriendo incrustar esa idea en su cabeza.

Pero ya le he mentido antes.

Él sale de encima de mí de pronto, dejándome frío e inquieto. Quiero su cuerpo grande y seguro presionándose contra mi piel, quiero esta cercanía que se siente como un abrazo. Por favor, por favor... Ruidos patéticos escapan de mi garganta, agudos, suplicantes, pidiendo por él. Pero Ángel se pone el índice frente a los labios, mandándome a callar.

Entonces observo con los ojos abiertos por la sorpresa como empieza a desnudarse. La forma lenta en que desliza la camiseta fuera de su cuerpo, revelando, centímetro a centímetro, las dos líneas profundas en forma de uve que bajan por su vientre hasta los pantalones, el abdomen fuerte y largo, su pecho robusto, las clavículas profundas que lo coronan, el cuello ancho, venoso, los brazos... en uno de ellos un profundo corte rojo.

—Ángel... —murmuro preocupado, viendo el rastro carmesí que se forma en la tela cuando esta roza la herida —debería vendar tu corte, podría empeorar si no...

Me levanto un poco, preocupado por él, pero su mano fuerte me presiona la espalda, derrumbándome sobre el colchón de nuevo. Cuando se separa yo permanezco en el lugar obedientemente, aunque sigo preocupado. Solo de ver esa cuchillada profunda que le atraviesa el brazo se me desgarra el corazón. No puedo siquiera pensar en ello sin marearme y, sin embargo, he sido yo quien se la he hecho...

Sollozo sin poder evitarlo, queriendo disculparme tantísimo.

—Ty, preocúpate por ti ahora —me advierte, su tono es ronco y bajo, casi un ronroneo, pero reverbera por todo mi interior mandado cosquilleos por mis brazos, mis piernas, mi cuero cabelludo...

Gimo, azotado por su voz, y lo siguiente que oigo es el sonido de tela desgarrándose. Me volteo violentamente, viendo que Ángel está rompiendo la camiseta de pijama que acaba de sacarse y envolviendo una de las tiras blancas alrededor de su brazo. Me alivio un poco, aunque me gustaría tratar su herida.

Mi preocupación cambia de foto cuando toma el elástico de sus pantalones, bajándolos. Se detiene para quitarse las botas de montaña, aun sin revelar nada más que unos centímetros de ropa interior. Desata sus cordones de una forma tan lenta que juro que es deliberada, luego baja la cremallera, punto por punto, y se siente eterna. Al final empieza a realmente sacarse las botas, tan cuidadoso y con tanto detenimiento como si fuesen de cristal, las toma ambas en una mano y va al otro extremo de la habitación para dejarlas recogidamente en un rincón.

De vez en cuando me dedica una mirada de soslayo, sonriendo cuando pueda atisbar mi impaciencia y mis nervios. Cuando ve cómo trago saliva con sus pequeños movimientos, como me quedo embobado en los fuertes músculos de sus brazos, de su cuello, de su torso, cada vez que los flexiona un poco y yo siento que su cuerpo está a años luz del mío.

Después de eso se saca los calcetines con delicadeza, dejándolos plegados en el interior de una bota. Me estremezco, porque sé que se desnudará, que subirá a la cama, que me...

El aire retenido en mis pulmones sale de golpe en un jadeo cuando él me mira intensamente a los ojos y se baja los pantalones. Muerdo mi labio cuando mi vista salta del verde salvaje de su iris a su entrepierna.

Su excitación pulsa húmedamente contra la tela blanca que apenas puede contenerla. Puedo sentir su firmeza, ese abrumador tamaño y el intenso, infernal calor con solo ver el contorno de su pene erguido a través de la ropa interior.

Aplasto mi rostro contra el colchón cuando él da un paso hacia mí, escondiendo mi vergüenza y mis nervios, pero también ofreciéndome, sumiso, a sus deseos. Me tiene tumbado de espaldas, con solo una fina tela, la cual él ha decidido dejar en mi cuerpo, cubriéndome, las piernas abiertas, conservando la posición erótica que él antes me ha forzado a poner cuando ha empujado con sus rodillas las mías, exponiéndome.

Siento su presencia por todos lados: en el colchón que se hunde, en la sombra que eclipsa mi cuerpo y lo zarandea con un escalofrío, en el aliento caliente que se derrama sobre mi garganta y... finalmente... en la presión erótica de sus caderas contra mi trasero. Solo dos finas telas no son suficiente para evitar que gima, porque eso hago: gemir y jadear cuando noto a Ángel empujándose contra mi culo con su erección jodidamente dura y ardiente; muele las caderas muy despacio, deslizándose entre las mejillas de mi culo y dejándome saborear despacio cada pulgada de su longitud, cada contorno, cada pequeña vena que descolla en el ancho tronco de su pene.

—Ángel... Ángel... —murmuro desesperado, aferrándome a las sábanas. Mi cuerpo tiembla sin control, el miedo y el deseo poseyéndome y confundiéndome.

Quiero demostrarle a Ángel que soy suyo, quiero pedir perdón, quiero borrar mis errores y ganarme un hueco entre sus brazos, en su pecho... pero me da tanto miedo mi merecido castigo. Tanto jodido terror... pienso en él siendo brusco y violento, penetrándome sin preparación y arremetiendo contra mí con un salvajismo sediento de sangre. Pienso en sus dedos cortándome la circulación, sus dientes arrancándola de mis venas. Su sonrisa sádica mientras yo esté llorando, suplicándole que se detenga. No quiero ser desflorado así, no quiero que duela ni que sea rudo ni que yo luego vaya a tener este feo recuerdo...

Pero quiero que me perdone.

—Ángel... —lloriqueo, llamándolo inútilmente, pero sin ser capaz de decirle nada.


Fin del cap ¿Qué os ha parecido?

¿Creíais que Ángel iba a matar a Ty con la cuchilla?

¿Aún creéis que hará algo más con ella?

¿Qué pensáis que pasará ahora?

¿Cómo creéis que esto va a modificar la dinámica entre los personajes?

¿Creéis que Tyler podrá volver a querer escapar en el futuro?

Gracias por leerme <3 Si te ha gustado el cap, recuerda dejar una estrellita y con comentario n.n)/


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