6

 Esta historia está a la venta en Amazon en todos los países, así que si queréis apoyarme, no esperar a las actualizaciones u obtener los capítulos extras solo disponibles en la versión de pago, podéis comprar este libro en físico o en ebook, que es mucho más barato (menos de 5 dólares) ^^

—Bien, ahora que hemos hablado todo debería ser más fácil ¿Qué te apetece?

Parpadeo un par de veces, tratando de averiguar si es una pregunta retórica. El peso de su mirada imperativa me aplasta y me cuesta coger aire. Él está esperando, está esperando y no sé qué pasará cuando agote su paciencia.

—¿Q-qué me apetece? —repito en voz baja, respetuosa.

—De cenar —añade molesto, sosteniéndose el puente de la nariz ¿Es acaso una broma? —, necesitas energía, mañana será un día atareado. —añade con seriedad, sin un mínimo atisbo de ironía.

Está jodidamente loco. Trago saliva, tratando de entender por qué este criminal quiere hacerme algo de cenar. Sea como sea, si puedo fiarme mínimamente de sus palabras, tengo la tranquilidad de saber que no me matará esta noche. Hasta entonces tengo tiempo para pensar algo.

—Cualquier cosa estará bien —murmuro, tratando de sonar agradecido, y él asiente.

Luego vuelve a acercarse hacia mí y el pánico se dispara. Me coge de un tobillo y me atrae hacia él, arrastrándome por la cama.

—¡Espera! ¡Espera, por favor! —grito, apabullado por su gran fuerza. Él me voltea en la cama y yo pataleo inútilmente. Tato de levantarme, pero me empuja la cabeza contra el colchón.

—Deja de hacer un escándalo por todo, necesito atarte mientras hago la cena. Ahora ¿Vas a parar de hacer una puta escena?

Yo asiento contra la cama, notando como cada vez más quedo más y más sin aire mientras su poderosa mano me mantiene firme, a apenas un leve movimiento de respirar. Él me suelta y yo alzo la cabeza, tomando una enorme bocanada de aire. Me volteo hacia él cuando vuelve a poner sus manos sobre mí y, jadeando, imploro.

—Es-espera, si me atas mi hombro empeorará, yo... —trago saliva mientras lo veo escucharme pacientemente. Mete una mano en su otro bolsillo, sacando un pedazo de cuerda. Tengo que esforzarme por seguir hablando y no echarme a llorar ahí mismo. —por favor, será muy doloroso si lo haces, realmente tengo el hombro mal.

Él hace una mueca tristona y lleva la mano con la que sostiene la cuerda hacia mi cara. Cierro los ojos con horror, pero lo siento tomándome de la barbilla para que lo mire.

—Oh, cariño —dice con lástima. —, pero es que no puedo arriesgarme a que te me escapes. Vamos, solo dolerá un ratito, respira hondo y aguántalo, hazlo por mí ¿Si?

La amabilidad y compasión en su voz hacen que me estremezca y cuando empieza a quitarme el cabestrillo, dando pequeños tirones que hacen que me retuerza de dolor, siento que moriré en sus manos. Si cuando es gentil conmigo me tiene llorando, sudando y balbuceando ¿Qué será de mí cuando le enfade? Me intento resistir, poniendo mis manos sobre sus antebrazos, pero apenas soy capaz de usar fuerza y él me aparta como si nada. Si intento algo más, si le golpeo, si le araño la cara, si me defiendo con todas mis fuerzas quizá pueda escapar, pero... recuerdo con un escalofrío su mano sobre mi hombro, la leve presión de sus dedos, el terrible dolor. No, no de nuevo.

Cuando logra quitarme la férula y la lanza al otro lado de la cama reaccionó. Si me dolió que me apretase el hombro me dolerá mil veces más tener mis manos atadas tensamente tras mi espalda.

—Escúchame, espera, por favor, por favor, dices que quieres cuidarme ¿Verdad? Si me atas solo me estarás haciendo daño, por favor, juro que me quedaré aquí y no intentaré escapar. Lo prometo.

Su mano sube, limpiando las lágrimas de mis mejillas. Noto sus dedos fríos llevarse la humedad y, al acabar, se mira las yemas brillantes con fascinación. Me mira de nuevo, sonríe, y dice:

—Adorable.

Luego él se levanta y se va hacia la cocina. Cuando lo veo alejarse apenas me lo creo hasta que me quedo solo en la habitación. Desde aquí, si me coloco en el filo de la cama, puedo ver el pasillo entero: la puerta cerrada que lleva hacia el comedor, la puerta abierta que da a la cocina y la salida.

Veo el cuerpo de Ángel pasearse por la cocina, desapareciendo cuando llega a mi punto ciego. Cierro los ojos y escucho atentamente. El chirrido del cajón, el sonido de la madera tocando el mármol y el de metal chocando. Está buscando utensilios para cocinar entre mi cubertería y eso significa que está de espaldas a la puerta que da con el pasillo. Está abierta de par en par, pero mientras siga encarando los cajones él tiene tan poca visibilidad como si estuviese cerrada.

Me lo repito un par de veces, para tranquilizarme, y me deslizo hasta el filo de la cama. Mirando atentamente la salida y luego la cocina. La sombra de Ángel sigue oculta y ahora oigo el sonido rítmico de alguien cortando vegetales. Tengo que hacerlo, tengo que hacerlo ahora. Puedo hacerlo. No he cerrado la puerta con llave hoy, solo debo salir corriendo y abalanzarme hacia el exterior.

Dios santo, gracias al cielo que no he cerrado la puerta con llave.

Mi atención se desvía totalmente de la entrada a la cocina. La puerta no se irá a ningún lado, pero Ángel sí, así que por mucho que ansíe correr y mirar adelante debo estar atento y vigilarlo. Lo primero que hago, con mis ojos llorosos fijos en la cocina, es sentarme en la orilla de la cama y lentamente, muy lentamente, bajar los pies hacia el suelo.

Las puntas de mis dedos hallan la firmeza del parqué. Tomo aire. Lo retengo. No parpadeo. Muy despacio, voy apoyando el resto de la planta en la madera, rezando porque no cruja. Mis dedos, blancos de la presión, pueden descansar un poco cuando logro apoyar las almohadillas de los pies. El puente, arqueado, es un alivio: apenas roza el suelo, así que no amenaza con delatarme. Pero luego vienen los talones. Me tiemblan las piernas y apenas puedo coordinar el movimiento. Miro mis pies, que de los nervios sudan y se resbalan un poco, y luego a la cocina. El sonido desaparece y yo me congelo.

No veo el cuerpo de Ángel moverse en la cocina, pero tampoco lo oigo seguir picando vegetales. Por un segundo tengo la certeza de que, de alguna forma inhumana, está detrás de mí, listo para respirarme ese aire gélido en la nuda y volverme de hielo fino y frágil como el cristal. Casi siento sus manos sobre mí, apretándome hasta hacerme pedazos.

Luego reconozco el sonido de la nevera cerrándose y el cuchillo vuelve a golpear la tabla de cortar. Exhalo, tan tenso que ya no me duele solo mi hombro, sino todos los pequeños tendones del cuello, del antebrazo y de la mano. Me siento una marioneta con sus miles de hilos expuestos, visiblemente pintados de un rojo chillón lleno de dolor.

Apoyo un talón y mi pie derecho está firmemente en el suelo, tan fácil, tan silencioso, que me da la confianza para apoyar el otro. Sonrío un poco al lograrlo y miro mis dos pies con orgullo, como si no me quedase aún la hazaña de dar unos cuantos pasos. Vuelvo los ojos a la cocina, cerciorándome de que puedo seguir. Entonces me yergo despacio apoyando mi mano izquierda en el colchón, luego los dedos y luego solo las yemas, alejándome muy dificultosamente de la cama.

Cuando logro estar de pie un mareo repentino me sobreviene. El miedo y el hambre me hacen querer volver a la cama y mi cabeza se llena de pensamientos compulsivos sobre cómo de mal acabaré por no saber obedecer una orden tan sencilla.

<<No haces nada bien, eres como tu madre>>

No, no ahora. No la voz de papá.

Me duele la cabeza, necesito mis pastillas. Mis pastillas que están en la cocina.

Me invaden las ganas de llorar, pero no hay tiempo ahora para lamentos, ni para sedantes, ni para recuerdos dolorosos. Ahora solo importa este instante y como cada segundo en que logro sobrevivir es una victoria. Paso mi peso de un pie a otro. El suelo de madera cruje. La cocina se vuelve silenciosa.

Mi mente estalla con mil imágenes de Ángel viniendo a por mí, de él apoyándose en el marco de la puerta y atrapándome de pie porque estoy demasiado asustado para moverme, de su enorme cuerpo acercándose, haciendo sombra al mío, tomándolo con enormes manos y rompiendo cada hueso en mí: empezando por el hombro ya dislocado.

Noto la humedad de las lágrimas en mis mejillas y me tengo que llevar una mano a la boca para no sollozar audiblemente. Luego escucho la nevera. El cuchillo y un silbido.

Dejo ir aire dolorosamente y al cogerlo siento los pulmones llenos de fuego. Doy un paso y otro. Me detengo. Respiro. Me lagrimean los ojos de no parpadear mirando la puerta de la cocina y el sonido de su silbido me taladra la cabeza. El cuchillo corta contra algo jugoso y crujiente, quizá lechuga o cebolla, pero yo solo puedo pensar en mi hombro. Un escalofrío me recorre y me reactiva. Doy otros tres pasos, logrando salir de la habitación y pégame al pasillo. Ahora estoy fuera de su vista, igual que lo estaré cuando me acerque a la entrada, pero para eso primero necesito pasar frente a la cocina, a plena vista.

Quiero mentalizarme para ello, pero todo lo que logro, entre paso y paso es imaginarme a Ángel arrastrándome más y más lejos de la salida, llevándome a un lugar que luce como mi habitación y se siente como el infierno. Avanzo suficiente para llegar al marco de la puerta de la cocina y me detengo. Mis piernas tiemblan, apenas puedo respirar sin hacer ruido y los latidos de mi corazón me suben a la garganta y resuenan por toda mi cabeza. Tengo que concentrarme para darme cuenta de que sigue silbando y cortando.

Doy un paso al frente, quedando justo en el umbral, y palidezco. Veo su espalda ancha, la forma en que los omóplatos se mueven con cada golpe de cuchillo, cómo se tensa su cuello, como se tira el cabello castaño para atrás. Está a cinco pasos de mí. A un giro de cabeza, a un simple verme por el rabillo del ojo. Y yo estoy ahí, parado frente a él, expuesto, con una enorme fuerza tirando de mí hacia la salida y otra de vuelta a la cama. Mi cuerpo se tensa entre esos dos grandes impulsos y dejo de respirar, mirándolo fijamente.

Para de silbar y de cortar. Mira al frente, hacia la ventana, y tengo la certeza de que se volteará. El recuerdo de su rostro me da una arcada y siento que me desmayaré ahí mismo. Luego abre la ventana, respira aire fresco y sigue cortando. Agotado, doy otro paso y otro más, son torpes, rápidos y arriesgados, pero no hago ni un solo ruido y por fin logro alcanzar la puerta.

Me apoyo en el pomo con todo el cuerpo flaqueándome y lloro de alegría. Tiro hacia mí y la puerta se resiste. Vuelvo a tirar. ¿Cerré la puerta con llave? Estaba tan convencido de que no, tan seguro... ¿Esa es la fuerza de mi cerebro haciéndome creer algo falso solo con tal de mantenerme esperanzado? Siento un profundo dolor subiéndome del pecho a la garganta, los latidos más rápidos, ardientes y llenos de espinas.

Pero no es el final, no aún. Solo necesito las llaves y siempre las dejo en el... mueble de la entrada. Veo con horror la superficie vacía ¿Y si las dejé en los bolsillos de la chaqueta? ¿En la habitación? ¿O en la cocina al ir a por pastillas? Un dolor pulsátil me ha sostenerme la cabeza y no puedo escuchar más que horribles predicciones, ni siquiera puedo oír el silbido o el cuchillo o el ruido de mi propio cor-

Un tintineo.

El sonido corta mis pensamientos con su dulce melodía. Abro mis ojos, con la mente en absoluto silencio y veo mis llaves. A diferencia de lo que habría esperado, su visión me causa un profundo horror. La anilla de mi llave cuelga de su meñique. Pone una mano en la puerta, cerca de mi cabeza y me atrapa entre él y la salida, ondeando el llavero delante de mí de forma burlesca, como cuando fanfarroneas al quitarle su ansiado juguete a un niño que no puede recuperarlo. Solo que yo sí podría. Incluso si él es grande y fuerte con un tirón mío la anilla movería su dedo y seguramente se lo rompería. Y lo haría, pero el motivo por el que lleva mi llavero a modo de anillo es porque tiene la mano ocupada, abrazándose al mango de un cuchillo.

Trago saliva, él ondea de nuevo su mano, las llaves chocan entre ellas, haciendo el mismo ruido que las campanitas de la tienda cuando él entró. Si jamás le hubiese atendido, si no hubiese encargado ese armario y si no me hubiese dislocado el hombro quizá tendría una oportunidad.

—¿Buscas esto? —susurra en mi oído, como un secreto.



CHAN CHAN CHAAAAAAAN ¿Os ha gustado el cap?

¿Os ha dejado con la intriga?

¿Qué os parece el personaje de Ángel?

¿Si estuviéseis en la situación de nuestro pobre protagonista, qué haríais?

¿Cómo creéis que va avanzar la cosa?

Gracias por leer <3 Recordad votar y seguirme si os está gustando la historia y comentar si tenéis ganas y tiempo :D Nos leemos en el próximo cap ^^


Comentarios