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Su voz me trae de vuelta al inevitable ahora, es dura y pesada. Me cae encima, dejándome sensible y asustado.

Con las llaves, la hoja del cuchillo también se ondea, reflejando un destello la luz de la cocina. Cierro los ojos, deslumbrado y atemorizado, y antes de abrirlos noto el agudo frío del cuchillo en mi cuello. Por un segundo la idea de morir no me aterra tanto, me tienta, tan calmada, como mi vida solía ser antes.

—Tyler —me llama, un tono decepcionado que arrastra las letras. De pronto el miedo a morir vuelve y tiemblo de pies a cabeza. Si muero, no quiero que sea en manos de él. —, creo que no he dejado claro el por qué estoy aquí. Pero puedo repetirlo para ti, soy paciente —dice aún más bajo, el cuchillo me acaricia fríamente la piel, poniéndomela de punta —de hecho, tú has esculpido esta paciencia mía. Déjame que te aclare las cosas una vez más: estoy aquí para cuidar de ti porque me necesitas, pero si insistes en demostrarme que puedes seguir sin mí... entonces me vales tan poco como un pedazo de carne muerta— exclama lo último alejando el cuchillo de mí repentinamente.

Mi alivio dura pronto: agarra el mango con una fuerza que le marca las venas de la mano y lo empuja hacia mi cuerpo. Doy un alarido que su otra mano tapa con dedos gigantescos, me sofoca hasta que mis gritos se pierden y luego noto una vibración al lado de mi cabeza. Para mi horror, veo de soslayo como el cuchillo se ha hundido en la puerta, varios centímetros y a menos de un palmo de mi carne.

—Vuelve a la habitación, no quiero que te alteres demasiado, no es bueno para ti. —dice hipócritamente, sin una muestra de remordimiento en tu rostro ecuánime. —En un rato estará la cena. —añade.

Luego me toma del brazo izquierdo bruscamente, arrancando con su mano libre el cuchillo de la puerta, y me arrastra hacia la habitación. Yo no puedo seguir sus grandes pasos, menos aún con mis piernas temblorosas, y solo trastabillo hasta que me arroja a la cama.

—Quítate eso, vamos. —me dice con prisas, señalando vagamente mi férula con el cuchillo.

Mis ojos no se despegan del filo y obedezco mudamente, deshaciéndome de mi cabestrillo tan rápido que me hago daño en el hombro.

—Lo siento —digo rápido, con la boca seca. —, siento haber intentado esc-

—Ven aquí. —ordena con el mismo tono autoritario, señalando el filo de la cama del que me he alejado con temor.

Vacilo unos segundos, luego obedezco. Su cercanía me hace bajar la vista y cuando me indica con un gesto de manos -y de cuchillo- que le dé la espalda, me siento un títere. Algo me toca la espalda, no sé si es su mano o el filo. No sé qué me asusta más.

—Por favor, no m-

—Las manos a la espalda. —de nuevo me interrumpe como si no me oyese y yo hago silencio, notando una leve nota molesta en su tono.

Pongo mi mano izquierda en mi espalda, la derecha apenas puedo llevarla a mi costado sin retorcerme de dolor, pero cuando me quedo atascado él me agarra de la muñeca y tira. El dolor sube, hirviendo, hasta que lo escupo gritando. Se me pone la cara roja de tanto chillar y él sigue a lo suyo, dando tirones, apretando la cuerda en torno a mis muñecas, retorciéndome el brazo herido hasta atarme a su gusto. Al final me pone la mano en la boca para callarme y yo trato de protegerme por instinto. Mis manos pulsan de dolor contra el agarre y el hombro duele tanto que lo noto entumecido e hinchado. Creo que ha vuelto a dislocarlo.

—¿Tengo que amordazarte también? —pregunta roncamente en mi oído. Yo lloro, empapándole la mano de lágrimas y saliva en mi intento por respirar. Él me da una fuerte sacudida, apretando tanto su mano en mi boca que me duelen las mejillas y dice, casi gritando: —¿Tengo que amordazarte? Responde ¿Si o no?

Yo niego con la cabeza, pero aun así no puedo calmar mi ruidoso llanto. Cuando me suelta caigo sobre el colchón y me alejo desesperadamente de él. Busco una almohada donde sofocar mis sollozos, temiendo enfurecerlo.

Él vuelve a la cocina y aún cuando se va puedo sentir su presencia: está en las cuerdas que me hacen latir las muñecas, en mi almohada manchada de saliva y sollozos, en el dolor vivo y palpitante de mi cabeza, de mi hombro, de mi pecho.

Me atormenta.

Mi casa, mis paredes, mi techo, todo se estrecha, todo se acerca, me acecha cuando no lo vigilo, las paredes reptan hacia mí, el cielo baja, se me cae encima como un gigantesco armario. Me encierran, me atrapan, me siento claustrofóbico. El mundo es demasiado pequeño porque siento que cualquier lugar es demasiado cerca de él. Me aparto de la almohada, siendo ruidoso la jadear, y es como si me ahogase y me cegase con manos invisibles.

<<¡Papá! ¡Papá abre, no veo, no puedo ver! ¡Me portaré bien! ¡Papá, haz que mamá deje de gritar! ¡Tengo miedo! ¡Mamá!>>

Mamá... La hecho tanto, tantísimos de menos. La recuerdo con imprecisión, pero ella siempre aplaca, siempre protege. Necesito sus manos, que me quiten de encima estas garras. Necesito su voz, una señal para no acabar a la deriva. Mamá, mamá, por favor, ayúdame otra vez.

—Deja de lloriquear —su voz me arrebata toda esperanza. No soy un niño pequeño, no tengo el consuelo de una madre bondadosa. No sé siquiera donde vive. Él se acerca a mí, sin importarle que apenas pueda respirar por el horror, y me agarra del brazo izquierdo con fuerza. Grito a todo pulmón. Sus dedos parecen atenazarse a mi carne tan fuerte que el hueso tiembla bajo ella. Tira de mí, obligándome a ponerme en pie. —. Vamos, deja de llorar, no quiero que se enfríe la cena.

Yo asiento, algo más calmado al saber a dónde me lleva. De camino intento calmarme mirando a mi alrededor. Estoy en mi casa, con mis paredes, mi cocina, e incluso el estofado lo ha servido en mi bajilla preferida. Todo es familiar, incluso el aroma. El olor del caldo es fuerte, no puedo ignorarlo, salado, con reminiscencias a varias verduras, y es... nostálgico. Huele apetecible, como cualquier sopa bien hecha, pero algo en él capta más mi atención que el sabor al que elude. Cierro los ojos un segundo y casi puedo notar mis labios enumerando sin que yo me dé cuenta: dos zanahorias, dos patatas, un puñadito de habas y dos pizcas de sal. Lo remueves cada cinco minutos y hechas la carcasa de pollo a los cinco.

Parpadeo perplejo mientras él me sienta frente a la comida ¿Es una receta mía? Quizá es de mamá... no lo sé, estoy confundido, no puedo rememorar la mayoría de cosas que debería. Pero a veces hay recuerdos enquistados que pulsan y duelen, que salen a la superficie, como esta sopa. No sé a qué me recuerda, pero es un recuerdo feliz. Ahora puedo respirar mejor.

—¿Por qué te quedas mirándola como un idiota? —brama, enfadado. Da un golpe a la mesa y el sonido de la madera estremeciéndose se me hace también familiar, solo que no nostálgico. No es algo que quiera recordar. —Cómetela antes de que se enfríe. —exige, tomando una cucharada de la suya y soplando.

Miro el plato de nuevo, luego aprieto los puños.

—Tengo... tengo las manos atadas. —digo en voz baja. No quiero enfadarlo. Es ilógico que él se enfade porque no como si literalmente no puedo hacerlo, pero él mismo me ha exigido que lo haga y sé que no puedo esperar nada racional de este sujeto.

Ángel hace una mueca molesta y expulsa aire con un leve gorgoteo, luego acerca su cuchara a mi boca, mirándome con cara de pocos amigos. Debo obedecer si quiero salir ileso, pero... trago saliva y miro la cuchara, el aroma es tan intenso, capaz de enmascarar el tufo de la muerte o de las drogas. Quizá cenar sea lo último que haga si accedo, quizá enfadarlo y aceptar la golpiza me salva la vida, quizá...

—¿Crees que te voy a envenenar? Es tu receta ¿Sabes? Si llevase algún ingrediente extra supongo que lo sabrías. —comenta riendo con sorna, luego acerca la cuchara a mí y yo me aprieto contra el respaldo de la silla, desconfiado.

—P-pruébala tú antes.

Su amplia sonrisa desaparece de golpe y sé que he cometido un error.

—¿Te crees que sigues a cargo, niñato? No tengo por qué hacer lo que tú digas, a ti, sin embargo, te conviene obedecer.

Yo lo miro en silencio, incapaz de desafiarle explícitamente, pero sin probar aún su comida. Sostiene unos segundos más la cuchara, dándome una oportunidad. Una que desperdicio.

Él golpea la mesa con rabia, haciéndome estremecer, y el caldo de la cuchara se derrama. Miro con horror sus nudillos blancos por la presión y las enormes venas que su mano y antebrazo con las que sostiene el cubierto como si fuese a apuñarme con él. Acto seguido lanza la cuchara al otro lado de la habitación y se levanta tan fuerte que tira su silla. La mesa tiembla, cae sopa por ella y no parece importarle, aunque yo balbuceo algo sobre ello. Me acerco al filo de la silla cuando él rodea la mesa, listo para levantarme y huir, pero soy demasiado cobarde, demasiado lento. Me agarra por el cuello pegándome al respaldo de la silla, luego por mi pelo. Tira de los mechones rizados hacia atrás hasta yo miro al cielo notando la horrible tensión en mi cuello.

Grito. Mejor dicho: intento gritar.

Cuando mi voz debería salir, un chorro de caldo humeante me cae entre los labios. Abro los ojos con horror, viendo como el lunático derrama el plato de sopa encima de mi cara. Está hirviendo. Intento gritar y gritar y solo me ahogo con el copioso líquido que me inunda la boca, que él me obliga a tragar tirando tan fuerte de mi cabello que puedo sentir cada pequeña raíz en mi cabeza al rojo vivo. Los labios se me calcinan y noto el infierno en mi cuello, bajando por mi interior, quemándome por dentro. Me revuelvo, enloquecido, hasta que noto la cuerda de mis muñecas húmeda de sangre, y él tira más fuerte, más decidido. Me mantiene quieto mientras noto mis entrañas fundirse, mientras, al respirar, solo puedo ahogarme y escupir, mientras siento el vómito subir y ser empujado de vuelta adentro. Siento que me pudro, me enveneno. Y el forcejeo, más que liberarme, me salpica de gotas como hierro fundido que me hacen llorar los ojos y frotar las piernas mientras noto la piel en mi regazo quemar.

La tortura se siente eterna y cuando por fin la horrible comida deja de manar y puedo escupir para jadear en busca de aire él deja el plato en la mesa, tranquilamente, y vuelve a su sitio. Me mira con aburrimiento y alza una ceja mientras sopla otra cucharada. La idea de probar el caldo me revuelve el estómago, pero me esfuerzo por reprimir mis ganas de vomitar.

Luego él toma la cucharada. Lo miro perplejo, con los ojos abiertos y un enorme por qué entre mis labios separados, teñidos de un rojo furioso por el calor. Si la sopa no estaba envenenada él podía haber hecho esto antes. Trago saliva, siendo consciente de lo poco que le importa mi sufrimiento.

—¿Por qué tienes que comportarte tan mal? —pregunta con voz dura, pero sin gritar, el mismo tono lleno de decepción de un padre cansado. —¿Acaso yo no fui un niño obediente? —recrimina. Sopla otra cuchara de su sopa y la toma, suspirando después, mientras me ve frotar las piernas y sacudirme para evitar el ardor en mi piel. —Ahora es tu turno ¡No seas un jodido egoísta! Estoy intentando que todo vuelva a ser bonito y agradable como antes, deja de arruinarlo.

Yo asiento en mi lugar sin mediar palabra. No sé si él era un niño amable, no sé si todo antes era agradable entre nosotros, no sé ninguna respuesta para sus preguntas, pero sé que debo decir lo que le complazca si no quiero acabar mal. Por ahora solo aguantaré y cuando vuelva a tener una oportunidad, huiré sin vacilar ni un maldito segundo.

Él no reacciona y eso es lo mejor que puedo esperar de él: absolutamente nada. Al menos me está dejando tranquilo mientras come la sopa, de hecho, ahora ni siquiera me mira, solo mantiene la vista en el plato. Deja ir una leve risa melancólica y dice:

—¿Recuerdas el día en que me enseñaste a cocinar esto? —pregunta manteniendo una sonrisa dulce. Me mira un escalofrío me recorre entero porque no lo reconozco; no es el chico tímido que conocí al inicio, aquel era solo un personaje, tampoco es lunático violento que se me ha revelado esta noche. Es una mirada pueril, pero terriblemente sincera. Niego y veo como el brillo se la apaga mientras vuelve a poner una expresión hastiada. —Fue la primera vez que probé algo que no era precocinado. Pensé que te haría ilusión ver que sigo recordando la receta. No es la gran cosa... da igual.

Deja caer la cuchara en el plato, salpicando, y me tenso pensando que volverá a enloquecer como antes. Lo veo levantarse con el plato entre las manos y tiemblo, pero suspiro cuando lo oigo echar el contenido por el fregadero. Luego vuelve a la mesa, se sienta y me mira. Siento que en cualquier momento saltará sobre mí para devorarme.

Los intento ignorar, pero sus ojos me inquietan. Algo en ellos... no, en su mirada, me revuelve las tripas. No tiene los típicos ojos exorbitados e inyectaos en sangre que uno imagina para un loco, pero puedo ver perfectamente en esa mirada calmada, a veces casi tímida, que este hombre está profundamente demente. Lo veo en la forma en que me mira unos segundos y luego desvía la vista con un gesto que está entre el típico apartarse de un adolescente enamorado y el tic nervioso, impulsivo, de alguien que observa sin querer una escena repulsiva y se arrepiente. Me mira con esa mezcla extraña de admiración y asco que me pone los pelos de punta. No puedo soportarlo: el iris claro, casi brillante, y la diminuta pupila en el centro, como un alfiler que me pincha y me hace saltar en el sitio. Odio sus ojos, odio esa forma en que me mira, esa forma indecisa, estúpida. Esa forma desquiciada en que me ve.

Me hace sentir enfermo.

—¿Por qué me miras así? —pregunta de repente, como si encarnase mis pensamientos. —Todo esto es tu culpa, pero claro, te crees que puedes limpiarte las manos y olvidarlo, como si fuese algo banal.

—L-Lo siento —digo de repente. Hablo en un impulso de supervivencia al advertir en su voz ese tono rencoroso que anuncia uno de sus ataques violentos. —. No es una decisión que haya tomado, yo... apenas recuerdo muy vagamente las cosas de entre los diez y los diecisiete años. Tuve... a los dieciocho tuve una crisis y me hospitalizaron, desde ahí todo está borroso, no es mi culpa no recordarte. De veras, yo no puedo hacer nada para remediarlo, pero estoy seguro... no, sé, que fuiste un niño muy dulce y g-

—Por Dios, cierra la boca. —dice irritado. Yo tartamudeo y opto por obedecer, sintiéndome totalmente vencido al ver como mis intentos de despertar su compasión no hacen más que darle jaqueca. Se frota las sienes y me mira lleno de odio. —No voy a dejarte solo porque te hayas olvidado, Tyler, no voy a dejarte nunca, es algo que deberías saber, algo que debería hacerte feliz, pero no importa, supongo que no hasta que tu memoria vuelva. Vas a recordar, Tyler, lo harás. Por mí.

No le respondo. Me limito a quedarme quieto, con la vista al suelo y mis muslos húmedos y pegajosos frotándose en busca de calor. Ahora que se ha templado la sopa estoy completamente empapado y tengo la piel de gallina. Él se queda mirándome por un periodo de tiempo que me resulta eterno y tengo la sensación de que no piensa nada que yo pueda comprender. Sus ojos son herméticos, siempre atentos, siempre opacos. Me inquieta cuando no dicen nada y también cuando mandan mensajes que soy incapaz de descifrar. Su mirada sobre mí se siente como un puño que me encierra y aprieta, dedos como barrotes, un abrazo asfixiante. Tengo todo el cuerpo tenso, el hombro duele con pulsaciones rítmicas y mi cabeza está al rojo vivo por dentro. Estoy tan rígido que apenas puedo respirar y solo tomo aire deprisa, superficialmente.

Al final él se levanta y yo me aprieto contra la silla con temor. Rodea la mesa, viene hacia mí. Me rebasa. Suelto aire cuando escucho agua en la pica y el sonido de la botellita de lavaplatos siendo apurada. Me volteo muy levemente y lo veo de espaldas, frotando con delicadeza la tabla de cortar y los afilados cuchillos. Mientras lo hace empieza a tararear una melodía aguardentosa que me eriza la piel y tira de mí extrañamente.

No lo entiendo, no entiendo como esta bestia que me aterroriza con su gigantesca sombra tiene la delicadeza de un ama de casa. La forma en que se mueve para recoger los platos sin derramar ni una gota de sobras, el tarareo encantador que llena la cocina, junto al sonido del agua, mientras limpia cada plato prensando suavemente el estropajo y dejando hasta la punta de los pinchos del tenedor reluciente, la forma en que pasa un trapo por la mesa y recoge la sopa que hace nada me ha echado por encima, la forma cuidadosa con la que trae una servilleta y me da un par de golpecitos en cada comisura, limpiándome la boca... tiene un aura tan tranquila, tan maternal de hacer las cosas. Es como si realmente tuviese la intención de cuidarme y la maña propia para ello, pero algo chispease en su cerebro a medio proceso, un cortocircuito que deja intacta su delicadeza, pero da horribles descargas de violencia entre medio. Es aterrador, porque si ahora le miro la ancha espalda fijándome en cómo se mueven sus hombros mientras frota y en el meloso tarareo siento que soy un niño de nuevo, que mamá me cuida, que podría quedarme dormido. Él sigue tarareando una canción, el ritmo es lento, un golpe de voz, un eco sostenido, viene y va, como las olas del mar.

<<Oh, gavina voladora, que volteges sobre el mar... i al pas del vent mar enfora, vas voltant fins arribar...>>

Mis ojos pasan de estar cerrándose por el sueño a abrirse enormemente. No puedo creer que me sepa la letra ¿Acaso se la enseñé yo la canción? Dios, él debe estar realmente obsesionado conmigo. Loco por mí.

Aunque en mi cabeza la canción no tiene mi voz, tampoco la suya, es una voz más fina, susurrante. Me arrulla mientras huele a metal. No entiendo, no entiendo estos recuerdos a medias y me duele la cabeza. No quiero seguir hurgando más.



Fin del cap ^^ 

¿Qué os ha parecido? 

¿Cómo os comportaríais vosotros si estuviéseis en manos de Ángel?

¿Qué os parece Tyler como personaje?

¿Tenéis alguna teoría sobre como avanzará la cosa?

¿Quien quiere un poco de la sopita de Ángel :3? El ingrediente principal es mucho amorcito efnkjf

Gracias por leer <3 Si te ha gustado el capítulo y te apetece, dale una estrellita y sígueme, que son solo dos clicks y para mí es una alegría. Cualquier comentario, mientras no sea irrespetuoso, es muy muy bienvenido <3 ¡Nos vemos en el próximo cap!

Por cierto, hace poco @YLeyd_JJ me mencionó la maravillosa idea de hacer un server de discord para mis seguidores, ya que ya tengo un grupo de FB, un blog, un twitter... pero el discord ofrece una forma de comunicación más directa donde muchos de mis lecotras podréis hablar entre vosotros (por voz y chat escrito) y conmigo (escucharé los chats de voz, pero responderé por escrito), podreís recibir por ahí avisos de actualizaciones, adelantos, etc... un poco de todo, ya veréis que el server es muy completo y con muchos apartados.

YLeyd_JJ ha hecho un trabajón impresionante con el server y lo ha dejado todo hermoso, super bien ordenado, completo y muy chulo en general. Hoy hemos estados dándole los últimos retoques y comprobando que vaya todo bien yyyyyyyy ¡Ya está listo para que os podáis unir! 

Dejo el link aquí, pero si no os va, lo he publicado también en mi muro:  https://discord.gg/hhbESUt2


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