Esta historia está a la venta en Amazon en todos los países, así que si queréis apoyarme, no esperar a las actualizaciones u obtener los capítulos extras solo disponibles en la versión de pago, podéis comprar este libro en físico o en ebook, que es mucho más barato (menos de 5 dólares) ^^
Unos dedos reptan en torno a mi cuello y lo sostienen con firmeza, pero sin maldad. La palma de su mano caliente me prensa la garganta y trago saliva contra su piel. Me hace alzar la cabeza cuando noto que empieza a caérseme del cansancio. Por detrás, se acerca a mi oído dice.
—Estás agotado ¿Verdad, cosita? Venga, vamos, levántate y pronto podrás ir a la cama. Mañana nos espera un día largo, larguísimo.
Tira de mí, con su mano en mi cuello cual correa, y me sostiene mientras intento permanecer de pie. Yo niego, llorando. No sé qué me espera mañana, no quiero descubrirlo. La dulce sensación de cerrar los ojos cuando los párpados pesan y que en ese parpadeo pase una noche entera y te levantes en un día nuevo, con nuevas energías y nuevas cosas que descubrir, suena ahora como una tortura. No quiero cerrar los ojos, no quiero convertir mi noche en un segundo que pasa fugazmente, no quiero abrirlos y enfrentarme a lo que sea que este lunático tiene planeado para mí.
—Ángel, Ángel... por favor, déjame ir. Yo sé que tú no quieres hacer es, e-es una locura, déjame ir, te prometo que nadie sabrá nada nunc-
De nuevo, un chasquido. Una chispa en su cabeza: rápida, abrasadora. Me golpea la cara contra la mesa y por un segundo no existe nada más que el dolor dentro de ella, este terrible, fulgoroso dolor que parece proyectarse cegadoramente desde mi frente, este dolor que me llega a los ojos, los oídos, los dientes. Pero luego descubro que es posible sufrir más. Ángel me toma por las manos amarradas a mi espalda y mientras yo estoy contra la mesa, las sube más y más y más, como queriendo que den la vuelta sobre mí y los hombros roten hasta romperse.
Tengo tantísimo miedo, que ni siquiera mi voz sale para gritar.
—La próxima vez que me pidas que me largue voy a romperte los dos brazos y los ataré aún más fuerte. No voy a irme, no voy a dejarte. Cuanto antes lo asumas, mejor para ti, para todos. —dice con voz tosca.
Me suelta los brazos y yo jadeo de dolor, escurriéndome de la mesa al suelo. Lo veo rodar los ojos, hastiado, y me vuelve a tomar por el cuello para ponerme de pie. Al hacerlo me mira unos segundos con desagrado y arruga la nariz.
—Que asco, apestas a sudor y comida. No puedo dormir contigo así. —sus palabras me atinan como un dardo ¿Dormir conmigo? Todo el vello de mi cuerpo se eriza. La cercanía de su cuerpo es insoportable durante minutos, si durase horas... siento que me mataría, que mi cuerpo se llenaría de veneno.
Él me arrastra por el pasillo, de camino al dormitorio, pero cuando llegamos gira a la derecha. Trago saliva cuando entramos ambos al baño y cierra la puerta. Me quedo estático, mirando el suelo mientras pienso en qué está por suceder. De repente, veo como tira su camisa por ahí y entro en pánico, volteándome a verle.
—¿Qué estás haciendo? —digo con los ojos fijos en su cuerpo. Trago saliva al ver que la ropa ocultaba justo lo que yo sospechaba y más: una figura grande, trabajada, capaz de someterme sin lugar a duda.
Mi cuerpo no es especialmente pequeño, pero no es gran cosa y él, en comparación, no parece ni de la misma especie que yo. Mueve su cabeza a los lados, tronándose el cuello mientras me ve con normalidad, y alarga sus manos hacia mi camiseta de pijama. Yo retrocedo como puedo, sabiendo que entre las cuatro angostas paredes no tengo lugar para huir.
—¿Quieres calmarte? Solo vamos a tomar una ducha. —dice con tono irritado, yo me alejo más cuando avanza unos pasos hacia mí y caigo de culo dentro de la bañera.
Él, sonriendo, se mete en ella, quedando encima de mí con su gigantesco torso tapándome la luz. Así, con su figura oscurecida por el contraste y su rostro apenas visible, parece un verdadero monstruo: un contorno negruzco de deltoides enormes, brazos fuertes y manos hechas para tomar y romper. Para arrancar.
—¡No! No, espera —clamo aterrado, pero él actúa rápido, sin inmutarse mientras yo me retuerzo: me despoja de mi camiseta sin siquiera desatarme. La hace girones: con una mano tira de ella, con la otra me presiona contra el suelo; la tela se rasga violentamente contra mi piel, dejando marcas rojizas en la palidez de mis brazos, mi pecho y mi abdomen. Al ver las marcas él pone su mano contra mi pecho, maravillado. La deja ahí, reposando unos segundos, después araña hasta dejar nuevas tiras rojas en mí. —¡Para! ¡Para! P-puedo tomar el baño solo, por favor. —suplico.
—¿Tanto lloriqueo porque te vea desnudo? Vamos, vamos, ni que fueses un virgen, déjate de mierdas. —espeta, acabando de arrancar los últimos girones de mi camiseta destruida y lanzándola fuera.
Mi espalda desnuda se retuerce sobre la fría y dura superficie de la bañera mientras lucho, maniatado, contra este demente. Él solo me coge como a una muñeca y me acerca a su gran cuerpo, arrodillado frente a mi patética figura, y toma el elástico de mis pantalones.
—¡No! ¡No! —chillo, pataleando para defenderme. Mis piernas se mueven con fuerza, la suficiente para empujarlo y hacer que caiga hacia el otro lado de la bañera.
Cuando sus manos se separan por mí me siento profundamente aliviado. Un segundo después me arrepiento. Estoy atado, encerrado y herido, alejar a Ángel de mí unos segundos es una solución temporal. Una que viene con un gran precio.
Él se vuelve a levantar y mi estómago se hunde al verlo. Los puños cerrados hasta hacer resaltar las venas de la mano, que llegan hasta el amplio antebrazo, los músculos tensos del brazo y el hombro, elevándose con poderosa fuerza. Su pecho ancho, subiendo y bajando, su abdomen, contraído de la rabia. Sus manos vuelven a mí, más bruscas, más demandantes. No me muevo cuando me arranca hasta la ropa interior de un tirón. No me muevo mientras le oigo hacer tintinear la hebilla el cinturón.
Por favor, por favor, que no me golpee con él. Cierro con fuerza los ojos y me hago un ovillo en la fría bañera apenas sin respirar. Los segundos pasan, yo espero un horrible golpe, el dolor lacerándome, espero sonar igual que mamá cuando se rendía y aceptaba que al día siguiente tendría que ponerse maquilla en la cara y los brazos.
Escucho un golpe metálico en el suelo, luego el sonido pesado de tela moviéndose. Ángel está desnudo frente a mí y en su cuerpo encuentro mil motivos para para temerle que en cualquier cinturón o bolsillo donde quepa un arma. Me mira altivo y sonríe, recorriendo cada parte de mí antes de inclinarse sobre mí, como un depredador que se abalanza contra la indefensa presa, y encender la llave del agua. Un chorro frío me cae de lleno en el rostro y me separo, tosiendo y removiéndome, teniendo problemas para alejarme porque con las manos atadas no puedo buscar puntos de apoyo. Después me quedo en un rincón de la bañera, sentando con las rodillas contra el pecho, la espalda encovada y tiritando de frío. El resto de la bañera, de la estancia, de la casa entera, pertenecen a la enorme presencia de Ángel.
Siento que está en todos los rincones, tiene ojos en las paredes, manos en el aire. Es como si no pudiese estar a salvo de él, de sus anchos brazos que amenazan con romperme como si fuese de cristal, de su imponente cuerpo moreno, que se estira hacia mí grácil y confiado como una pantera.
—N-necesito que me desates para ducharme. —le digo, rompiendo con el sonido del agua fría caer. Él niega.
—Lo haré yo. —me dice con la voz contenida, tomando el bote de jabón que tengo a mi lado, encerrándome entre su cuerpo y la pared. —Date la vuelta.
Muerdo mi labio y niego.
—No me hagas esto, no quiero... por favor, solo desátame, no me escaparé, pero por favor, no hagas esto, no quiero ser tocado p-
Me callo de repente cuando lo veo en sus ojos. El cambio, el chasquido. La forma en que el iris se oscurece cuando algo ominoso toma el control.
—Te dije... —murmura iracundo, casi jadeando. Me toma del hombro malo, lo aprieta con fuerza y yo grito y lloro mientras él me obliga a girarme. —lo que pasaría si seguías insistiendo.
Me inunda el pánico: va a romperme los brazos.
No puedo, no quiero asumirlo. Soy incapaz. Me vuelvo loco, lucho con todas mis fuerzas y me pongo de pie. Mi cuerpo arde, una llamarada de adrenalina me recorre de arriba abajo, suprime el dolor de sus dedos atenazados en mi hombro, de las muñecas, húmedas de sangre, rozándose contra la cuerda. Intento correr lejos, pero no me deja salir de la bañera. Me agarra fuerte por ambos hombros. Nuestras pieles mojadas resbalan, él clava sus uñas. Luego me empuja contra la fría pared, primero con las manos, luego con el resto de su poderoso cuerpo.
—¡No! ¡No, por favor! —berreo desesperado cuando me toma de la cuerda que une las muñecas y tira para arriba. Yo quiero doblarme hacia abajo, pero la sólida pared me lo impide y noto mis brazos subir y subir a mi espalda, temblando. Va a quebrar mis huesos. Mis ojos se ponen en blanco y lo único que me sostiene en pie es su cuerpo. Ni siquiera puedo gritar, solo lloro en silencio. —Por favor... —suplico en un susurro mientras la saliva resbala por mi boca.
Entonces él apoya su cabeza en mi hombro, como si no pudiese más. Tiene la frente ardiendo y su cuerpo se sacude con un temblor. Gime roncamente en mi oído. No entiendo nada hasta que empieza a molerse contra mí y noto su virilidad completamente dura contra mis nalgas. Me pongo pálido y volteo la cabeza, incrédulo. Con una mano me sube más y más el agarre, me hace tener arcadas de dolor y me arranca todo tipo de quejidos y súplicas, con la otra cubre su gran miembro erecto. La cabeza enrojecida reclama atención y él sube y baja frenéticamente, necesitado.
Lo miro con horror y repugnancia. Enfermo de mierda. Está cachondo, totalmente cachondo por oírme llorar y suplicar que se detenga.
Es un sádico, un jodido sádico, se le ha puesto dura por verme desesperado pensando que iba a romper mis brazos ¿Qué clase de persona hace algo así? No es humano, es escoria, es...
—Tyler... —murmura con voz empalagosa; de no ser por lo mucho que me revuelve el estómago, creería que habla con cierto afecto. Gruñe de placer y se acalla besándome el hombro. Yo intento apartarme, pero estoy aprisionado. Su agarre se torna flácido y por fin puedo estar seguro de que mis brazos seguirán intactos al menos unos minutos más. —Oh, Tyler... —repite, ahora mordiéndome.
Doy un grito al notar sus dientes clavándose profundo. Tiene una expresión apacible, sonrojada. Me perturba que pueda lucir tan tranquilo cuando está haciendo algo como esto. Casi me rompe la piel bajo esos labios acaramelados y con sus grandes manos ahora me apresa, manteniéndome indefenso mientras empuja sus caderas contra mí. Noto su hombría contra el trasero, restregándose con fuerza, desespero. Tengo unas terribles ganas de gritar, pero una bola de nervios me amordaza y me baja por la garganta.
Es horrible. Es asqueroso ¿Cómo su puede su desnudez ser tan amenazante y la mía tan vulnerable?
Su aliento se vuelve más pegajoso y caliente en mi cuello mientras lo muerde y lame las marcas rojas que sus dientes dejan en mi pobre piel. Cuanto más se muele contra mí, más fuerte me muerde y me aprieta. Una de sus manos vuelve a su polla, la sostiene firme y con ella busca la hendidura entre mis nalgas.
—¿¡Qué coño haces?! —sollozo —¡Para!
No puedo parar de moverme y luchar, incluso si el hombro me duele tanto como paralizarme, mi cuerpo se niega. Siento que rompería todos los huesos de mi cuerpo ahora mismo para hacerme líquido y escapar de entre sus dedos. Cualquier cosa, cualquier cosa menos este horror.
Me agarra de los cabellos con una fuerza brutal, haciendo que mi cabeza duela más que nada en mi maltrecho cuerpo, y luego me da con la cabeza contra la pared. Un profundo calor sigue al golpe, hierro fundido derramándose en mi cabeza, chorreando por mi cuello, mis hombros, metiéndose en mis nervios y lacerándome con un dolor que se ramifica hasta los dedos de mis pies. Luego el frío de mi mejilla pesada contra las baldosas. El golpe me ha aturdido, me ha apagado. Mis miembros caen, flácidos, y él me sostiene mientras refriega su excitación contra mi culo. Lo siento, tan caliente y firme, tan excitado por mi dolor. Le odio.
—Por favor, por favor, por favor...
—¿Es que no te callas nunca? —susurra, la voz grave, tan adulta, tan cansada... algo se remueve dentro de mí, esos recuerdos tan duros de mi infancia, esos recuerdos que no he tenido la suerte de olvidar. Casi puedo escuchar a mamá llorar mientras papá le recrimina el ruido.
Quizá de ella aprendí a rendirme como lo hago ahora. A quedarme quieto, llorar bajito y apretar los dientes.
—Por favor, por favor —me resisto al impulso de ser un mártir, pero él no me deja más opción. —por favor, alguien, ayuda... —murmuro, sabiendo que no seré oído. Quizá soy creyente de golpe y le pido a Dios un milagro, quizá solo trato de encontrar la compasión de este demonio. Mi mente está borrosa, mis palabras enredan. —Por favor, ayuda... mamá, por favor... —lloriqueo instintivamente, sin siquiera saber por qué.
Él ríe sarcásticamente y yo me siento hecho pedazos con ese sonido.
—¿Cómo de patético tienes que ser para pedir ayuda a tu madre? Ella ni siquiera sabía dónde vivías la última vez que le pregunté, idiota, ni siquiera lo notará cuando desaparezcas. La única persona a la que tienes es a mí. Y harás lo que yo diga, ahora: cállate.
Totalmente deprimido, obedezco. Tiene razón, nadie me buscará ¿Por qué siquiera he mencionado a mamá? Ha sido tan... tan un acto reflejo, pero no tiene sentido. No sé ya nada de ella más que cómo era cuando yo era un niño. Me cuidaba tanto, pero yo sé que ahora no tengo a nadie que se preocupe por mí.
Ángel parece encenderse más por mi actitud derrotada y sumisa y se ayuda con la mano mientras se restriega suciamente contra mí. Me pega más a la pared, como si buscase hacerme pequeño, reducirme a nada. A mí también me gustaría hacerme desaparecer. Sus dientes, sus manos, su virilidad, lo siento todo clavándose en mi piel, pasando lábilmente, como la lengua, y dejando una marca que jamás se borrará. Muerde fuerte, el frío de mi cuerpo se disipa en el cuello con el calor de mi sangre. Me duele y me duele tanto que tan siquiera puedo evitarlo, es un dolor que me desarma. Él sigue, empujando más rápido, más fuerte, y siendo la extensión venosa en esa zona tan delicada de mí; el miedo me invade ¿Va a profanarme? ¿A violarme en mi propia casa? Ya no podré sentirme seguro en ningún lugar, ni en mi propia ducha, lugar por excelencia en que uno se abraza a sus rodillas y llora, ocultándose gracias al cómplice ruido del agua caer. No hay agua que me purifique a mí, nunca la habrá, incluso si no se fuerza en mi interior, no olvidaré está sensación asquerosa, este ser convertido en objeto de placer.
—Vamos, joder, no llores —murmura en mi oído, como si acaso le molestase. —. Ni siquiera estoy follándote.
Él lame la sangre que me chorrea por el cuello y la espalda, me sigue empujando con una mano, como si fuese a moverme o huir a estas alturas, y se masturba más rápido. Noto la velocidad de su mano en sus nudillos, que me rozan atrás, y después de varios jadeos siento el inconfundible calor de su semen derramándose encima de mí. Tengo náuseas y él suspira dulcemente, como enamorado.
Por fin se ha terminado.
Cuando me suelta yo me tambaleo, quizá lo mejor sea que me resbale ahora y golpee mi cabeza. Pero Ángel me agarra, no como hace unos segundos, sino de esa forma amplia y protectora en que lo hacen los amantes. Me atrae hacia sí con cuidado, envolviéndome en un abrazo que me sostiene ¿Qué clase de hipócrita, de bestia cruel, es capaz de ser tan gentil conmigo después de esto?
Lo miro con profundo rencor, pero él me devuelve una mirada complacida, brillante, que me aterra. Su felicidad está llena de una locura que me hace sentir escalofríos y temer por mi vida incluso cuando pienso que deseo morir. Aparto la vista y me dejo hacer entre sus grandes, monstruosas manos. Pasamos el rato el silencio mientras él me enjabona y me aclara, asegurándose de alcanzar cada parte de mí como conociese mi cuerpo por completo.
—Ha sido tan maravilloso —me susurra, abrazándome por detrás y frotando mi tripa con jabón, haciendo movimientos circulares con sus dedos. —, es mejor de lo que esperaba, mucho mejor. No puedo esperar a hacerlo de nuevo.
—¿Por qué? —pregunto lleno de una fortaleza que no entiendo. —¿Por qué me haces esto?
—Porque me gustas. —me responde con simpleza. Ni siquiera está siendo irónico, solo... sincero. Me besa el cuello y siendo su sonrisa de afilados dientes.
—Pero... acabas de... Oh, Dios, me acabas de... —un nudo en la garganta retiene mis palabras, como si no quisiera dejar salir la que tengo en mente. No hay letras suficientes para contener este horror.
—Estoy harto de ser complaciente y me estoy hartando de responder a tus preguntas. Solo quedémonos tranquilos por ahora.
Suspiro y asiento. Si le presiono no voy a obtener respuestas, solo más dolor. De todos modos ¿Por qué quiero respuestas? Un guion del escabroso proceso de pensamiento de este lunático no me serviría de nada, solo me horrorizaría. Pero si no busco respuestas, siento que simplemente no tengo ya nada que me dé una mínima esperanza de poder huir.
Ángel me aclara, me seca y me viste con una de las camisas anchas que guardo en mi armario. No la ha tenido que buscar, sabía dónde estaba.
Ha estado antes dentro de mi casa.
Es decir, es obvio que ha estado mientras yo estaba en el hospital, cortando el cable del teléfono, examinando por donde podría huir y por donde no, pero ¿Cuánto tiempo más lleva metiéndose aquí dentro y esperando el momento idóneo? ¿Desde que le vi por primera vez hace dos semanas? ¿Desde que las pisadas aparecieron en la puerta de mi casa, hace casi un mes?
Se me revuelve el estómago y jadeo. Imaginar que todas esas noches que he dormido tranquilo él estaba aquí, bajo la cama, acariciando mis sábanas, oliéndolas... que yo miraba el televisor con total calma, en la seguridad de mi intimidad, y él estaba en la cocina, contando cuchillos, que yo tomaba baños cantando como solo uno canta cuando nadie le oye y él me observaba, duro, planeando tomar mi cuerpo a la fuerza. Siento como si tuviese insectos sobre la piel, infestada, mi casa esta infestada.
—Sé bueno y duérmete, yo volveré en seguida. —me dice poniéndose su ropa de antes, con esas pesadas botas de montaña.
Fin del cap ¿Qué os parecido?
¿Qué pensáis que planea hacer Ángel?
¿Creéis que Tyler podrá salir de esta?
¿Tenéis alguna teoría loca que querráis compartir?
Gracias por leer, nos vemos la semana que viene <3
Comentarios
Publicar un comentario
Comenta: