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Flores, hojas y un sol deslumbrante. Desliza los dedos por el suelo, tierra entre sus dedos, hojas crujiendo bajo el barrido de su brazo. Cierra los ojos, los párpados rubicundos por el sol, el aire lleno de polen. Huele a jazmín a rocíos de la noche y a dientes de lobo. Huele a metal. Huele a sangre.

<<Suicídate>>

León despierta de golpe por culpa de un dolor punzante en su pecho. Tras una bocana de aire se aleja, dejando su cuerpo tranquilo, extrañamente tranquilo. <<Como una tumba>> piensa León, llevándose una mano al pecho angustiosamente. No nota la preocupación ni la alegría de Harry, no nota dolor o cansancio. No nota más que sus latidos, un sonido hueco, insufrible. Lleva sus dedos a la marca, que no late, que no sangra, solo cicatriza lentamente, como amenazando con desaparecer de su piel sin dejar rastro.

León siente repelús de repente y tiene un escalofrío. Mira por la ventana, la luna brilla en el medio del cielo y se pregunta si Harry estará viendo la misma luna allá donde esté. Si está en el campo de batalla o si está en el cielo. La quietud de su lazo le susurra que está muerto y el corazón le duele tanto que no encuentra forma alguna de llorar todo ese dolor. León siente que se lo guarda, que lo empuja dentro como quien empuja montones de ropa en un cofre estrecho, esperando que, de alguna forma, al cerrarlo, la contenga toda. Y sabe que un día explotará.

Mareado, decide salir al balcón, pero al ponerse en pie e inspirar a través de la brisa que entra por la ventana nota algo inquietante. El olor a sangre no era solo parte de su sueño. Asustado, corre a tomar la espada de la madre de Harry, su espada, y se asoma al pasillo con temor.

—Nath, creo que alg... —León aguza la vista en la oscuridad, hallando su puerta desértica —¿Nath? —pregunta alzando un poco más la voz.

Sale por completo de la habitación, espada en mano, y nota que los demás guardias del pasillo tampoco están. El chico traga saliva, bajando las escaleras lentamente. No sabe qué sucede, pero no tiene un buen presentimiento y los hechos respaldan esa sensación inquietante que lo acompaña. Al llegar al piso bajo encuentra a Nath arrodillado en las puertas de entrada, sosteniendo la mano de un soldado ensangrentado mientras los otros corren afuera.

—¿Qué... qué está sucediendo? —pregunta el omega en un murmullo, viendo como el soldado del suelo respira dificultosamente y escupe sangre.

—¡Levantad a todos, llamad a los guardias del cuartel, rápido, rápido! —dice el soldado, ordenando a los otros que alerten a todo el palacio.

León se acerca, dubitativo, y repite.

—Nath ¿Qué está pasando?

El alfa se voltea hacia él, abrazándolo como si lo creyese muerto y le sostiene el brazo con fuerza incluso después de soltarlo. León lo mira asustado, sobre todo cuando sus pies rozan el charco de sangre del soldado herido, que ya no respira.

—¿Ya han salido todos? —pregunta Nath a los guardias del portón principal, ignorando la pregunta del omega, haciéndolo sentir más ansioso. Los hombres asienten. —Bien, cerrad las puertas y traed refuerzos a la entrada. Localizad a todos los miembros de la familia real y traedlos aquí, necesito saber que están todos bien. —El omega abre su boca, tratando de insistir, pero entonces Nath baja la mirada, viéndolo de forma penetrante, y dice: —León, están atacando Seth, vienen a por el palacio.

—¿Qué? —pregunta, procesando la frase después de hacerlo. —¿Quiénes?

—Lobos dorados. —dice Nath con rapidez, lo toma del brazo con más fuerza, alejándose de la puerta. —Debes dar una orden ¿Qué hacemos?

—Reúne a todos los omegas, ancianos y niños del palacio en la sala de medicina, lleva a todos los guardias que puedas con ellos para protegerlos. Los alfas que se queden en las puertas del palacio, protegiéndolos. —dice de repente, con una firmeza que no sabe de dónde ha salido. Solo sabe que, por primera vez desde que perdió a su familia, tiene una oportunidad para arreglarlo.

—¡Bien! —dice Nath sonriendo por la inteligencia de su orden, toma a León de la muñeca, pero este se zafa alejándolo de un manotazo.

—No. —dice con convencimiento —Yo me quedaré a defender el palacio con los alfas.

El guardia le lame los labios como si planease discutir con él, pero después le da una sonrisa corta y luego sus ojos a la mano derecha de León. Ya está empuñando la espalda. Sus manos se adaptar al mango, la hoja refleja su rostro como si hubiese sido afilada para él y afuera se escuchan los gritos de los guardias reales peleando contra los lobos rubios. Ya están aquí.

Un escalofrío recorre a León y este atenaza sus manos contra el arma. Se voltea, viendo que los miembros del consejo ya han llegado por la llamada de Nath, todos se hallan ojerosos y confundidos.

Nath grita a los soldados que lo rodean, dándoles claras órdenes: hace a tres quedarse ahí y a cinco tomar a Paola, Gandel, Aura y Roger para llevarlos a un lugar seguro. Después exige a gritos que todos busquen y lleven a los niños y a los siervos que no sean alfas a la sala de medicina. León se queda junto a Lendra, Gerard y tres soldados desconocidos viendo como la puerta principal tiembla por la arremetida de los lobos rubios. No sabe cómo han llegado hasta ahí ni por qué ha tenido que ser ahora, solo sabe que luchará. Luchará por Shin, Chenli y Sanha, luchará por los omegas del pueblo de los lobos negros, por los betas, por los alfas, por la familia real a la que ama y da la que forma parte. Luchara por Harry.

<<Incluso si está muerto>>

Se enjuaga las lágrimas con el dorso de la mano sin saber cuándo ha empezado a llorar. Siente que nada es una coincidencia, pero no puede pensar. No con la espada temblándole en la mano, no con Lendra a su lado, aterrada porque nuca ha tenido que luchar fuera de un entrenamiento controlado, no con Kajat y Hermalias a kilómetros de ahí, Harry en manos de vete a saber qué destino y la puerta del palacio sacudiéndose como si fuese a derrumbarse ante el golpe de una bestia titánica. Una respiración agitada le pone la mano por detrás.

—Hecho, mi rey. —dice Nath, dándole apoyo, colocándose frente a él con la espada en alto.

—¿Los tres pequeños reinos que atacaron la antigua capital de Raghs han decidido atacar aquí en Seth también? —pregunta León, intentando darle un mínimo sentido a toda la situación.

Nath se voltea, pálido como la cal, y dice:

—León, hay demasiados soldados rubios como para que sean solo tres reinos.

Ni siquiera tiene tiempo de horrorizarse, la puerta se abre, enormes bestias doradas entran como relámpagos: veloces, fulminantes. Es como si la puerta los tragase sin final, entran decenas y decenas de lobos que algunos no tienen que preocuparse por luchar y se cuelan por los pasillos, olfateando, buscando. Los tres guardias frente a ellos son partidos por la mitad antes de que puedan blandir la espada más de un par de veces. Los lobos dorados son grandes e imponentes como los negros, con una labilidad que los hace moverse fluidamente como el agua, esquivando ataques precisos por los más pequeños huecos, como si no tuvieses huesos, atacando a través de aperturas mínimas con las mandíbulas abiertas de par en par. Los tres guardias que mueren de golpe lo hacen así: partidos entre dientes largos. Sin embargo, varios guardias más los protegen.

—¡Atrás! —grita la hilera de hombres y mujeres que tienen en frente. Nath agarra a León, reculando junto a Lendra y Gerard.

La mujer está sosteniendo el arma con mayor torpeza que León la primera vez y no puede parar de llorar y Gerard solo frunce el ceño, esperando estoicamente a la lucha que sabe que vendrá. Durante un segundo su parecido con Harry es suficiente como para engañar al corazón de León. El muchacho cree notar una pequeña vibración en su lazo, pero cuando cae en la cuenta de que ese semblante serio y solemne está enmarcado por cabellos negros, no castaños, el hilo se corta.

Los lobos negros luchan, logrando llevarse consigo las vidas de varios lobos dorados, sin embargo, son demasiados. León ve como los lobos negros se vuelven blancos, como los dorados, se vuelven pardos y cómo los muertos mudan el rostro, volviéndose las caras de su madre, de su padre, de su hermano, sus vecinos... Parpadea rápidamente, disipando una película de lágrimas que se le había formado en los ojos y distinguiendo con claridad que está en Seth y no en el bosque virgen, que está peleando contra los Raghs y no contra los Kez. Que todavía no ha perdido.

Los alfas frente a él atacan fieramente, transformándose cuando algunos enemigos, agotados por su propia transformación, vuelven a su forma humana. Los lobos negros tienen menos fuerza, pero más estrategia, y un par de ellos logran dar muerte a más de diez soldados dorados bajo sus mordidas. Luego llegan todavía más lobos rubios, atacando a los hombres y canes oscuros, mordiendo en el cuello y dejando su pelaje húmedo, chorreando sangre. Tras morderlos en la yugular, atacan al siguiente sin darse tiempo a acabar con los soldados heridos, simplemente los dejan en el suelo, desangrándose despacio mientras miran con horror a sus compañeros. Algunos mueren rápido, otros ven como sus amigos sufren el mismo destino que ellos. León aparta la vista, horrorizado, unos segundos. Tiene la certeza de que vomitará, pero ahora no puede permitirse enfermar, así que toma una gran bocanada de aire incluso si sabe a óxido, y vuelve a enfrenar el dantesco panorama.

León espera a lo inevitable mientras ve las filas de soldados caer y caer, hasta que solo quedan un puñado de lobos negros. Todos saben que serán masacrados sin piedad, incluso ellos mismos, pero aun así gritan y luchan con todas sus fuerzas. Se rompen huesos, dientes y garras en la pelea, siguen atormentando al enemigo incluso cuando este les arranca un brazo o una pierna de cuajo, incluso cuando una flecha les atraviesa el ojo. Los lobos negros solo la parten para que no estorbe y corren hacia la muerte. No son suicidas, pero son los soldados más leales que León ha conocido nunca. Le gustaría ser como ellos, haberlo sido hace tres años. Se pregunta si Harry también es así, si también morirá en batalla. Si ya ha muerto, convencido de que así sería, incapaz de huir incluso si su vida se hallaba en juego.

El último soldado cae. León contiene el aire en sus pulmones. Nath ataca.

Decapita a un lobo rubio con un movimiento rápido y limpio y el omega abre los ojos enormemente. El castaño lo hace parecer fácil, incluso si la mitad de soldados han muerto sin lograr hacerle un rasguño al enemigo. Un reguero de sangre empapa los pies de León; no se aparta, mira al suelo, al reflejo del sol en la sangre y a la forma en que el charco se expande despacio, como si no quiera ser notado. Hay algo hipnótico en la sangre, algo que a la vez te aparta, como un empujón, la mirada, y te llama, te incita a mirarlo a través del rabillo del ojo. León mueve los dedos del pie, notando la sangre entre ellos, húmeda, caliente. Mira arriba cuando un nuevo salpicón de sangre le cruza el rostro. La espada de Nath se alza, partiendo el sol, y el goteo de sangre le llega a la muñeca. A dos centímetros del alfa un lobo rubio cae muerto. Nath respira agitadamente, pero no desfallece. Lobos vienen por la izquierda, la derecha y el frente, y el da vuelvas con la espada a la altura de su hocico, asegurándose una distancia que luego le permite saltar sobre el lobo que tiene en frente, aterrizando la espada en su cráneo y los pies en su cuello; los otros dos lobos se le lanzan encima y tiene tiempo se cortarle la pata a uno, pero el otro detiene la hoja con los dientes, arrancándosela de las manos.

—¡Nath! —grita León dando un paso al frente.

—¡No! ¡Quédate ahí! ¡Quedaos ahí! —advierte el lobo, reglándole la espada a su oponente mientras su cuerpo empieza a crecer y su piel se rompe, dejando entrever un pelaje azabache brilloso.

León voltea a ver a sus compañeros, Gerard y Lendra. Ambos inmóviles, pero defensivos, listos para luchar si algún soldado logra pasar a través de la defensa de Nath. Pero el castaño no lo permite; el soldado es joven y, para ser un alfa, es bastante delgado, pero su forma animal es gigantesca, capaz de competir perfectamente con Harry y de sobras contra Kajat. León abre la boca de par en par y recula instintivamente, la espada le tiembla entre las manos y Nath ruge con tanta fuerza que ni los fieros enemigos son capaces de atacar. El sonido es implacable, recorre a León como la vibración recorrería las cuerda de un arpa y todo él se siente de gelatina.

Aprovechando la confusión, Nath muerde en el cuello a tres lobos rubios y por fin el número empieza a decrecer de forma notoria. Allí afuera quedan todavía muchos soldados luchando contra los protectores del imperio, los gritos de guerra y de horror y el hedor a sangre se lo indican a León, pero en palacio solo restan unos cuantos lobos rubios y el omega se siente confiado. Nath no tiene habilidades sobrehumanas, pero su determinación ha matado ya a más de cinco lobos. La decena de bestias que queda se miran entre ellos, convirtiéndose todos y atacando a la par.

Nath salta sobre uno, esquivando a los demás con dificultad, y rota cuando toca el suelo, teniendo tiempo suficiente para morderle las patas traseras. El animal da un chillido y se voltea chasqueando sus mandíbulas, a lo que el azabache recula, salvándose por los pelos de su ataque, retrocede despacio, buscando una pared donde guardarse las espaldas, pero los lobos corren en círculo, rodeándolo en cuestión de segundos.

León sabe que no podrá vencerlos, así que agarra con fuerza su espada y corre hacia la batalla; de todos modos, su fuerte jamás ha sido la obediencia. El chico aprovecha que los lobos no se volteen hacia él al sentir el aroma de un omega acercarse, alza su espada y sin dificultad alguna la clava en la espalda del lobo con las patas heridas, haciéndolo caer al suelo. Arranca la hoja manchada de sangre de su cuerpo, preparándose para defenderse cuando los demás canes de voltean, alarmados, hacia él. Todos rugen amenazantemente y el muchacho del suelo se retuerce de dolor, incapaz de pelear más.

Dos lobos van tras León mientras tres acorralan a Nath. El alfa salta fuera del círculo en el que está inscrito, causando que sus atacantes los persigan, y ataca desde detrás a uno de los que acechan a León. Lo tira al suelo y ambos muerden frenéticamente intentando llegar al cuello del otro. Ignoran a León de repente, sabiendo que Nath está demasiado ocupado en no ser mordido como para defenderse de forma apropiada y el omega vuelve a la carga, dando un enorme espadazo entre dos de los lobos y Nath, situándose en ese espacio para barrarles el paso. Escucha lamentos detrás y huele la sangre dorada, sabiendo que el castaño ha acabado con el otro. Furiosos, los dos lobos se abalanzan sobre León y este los esquiva pasando bajo su salto, con un espacio muy justo que le hace latir el corazón rápido y le advierte de que podría haber muerto. Otro crujido, otro lamento. León se voltea, Nath ha matado a otro lobo. Quedan tres.

Entonces los lobos se miran entre ellos como si supiesen algo que los demás, se quedan muy quietos un segundos y León apenas puede respirar. Tiene un mal presentimiento. Dejan a Nath atrás y lo miran a él. Lo atacan a él. Todos a la vez.

León traga saliva, inmóvil, y sabe que no puede contra tantos enemigos al mismo tiempo. Ve sus fauces enormes acercársele, engullirle, ve solo dientes y oscuridad, garras, sangre. Lavanda. Siente que la espada se le escurre de las manos. Se pregunta si Harry podrá sentir que él se muere. Se pregunta si se reencontrará con él después de morir. Y entonces Nath se interpone.

El alfa empuja a León Lejos con su enormísimo cuerpo, haciendo que se proyecte en el aire, se golpee contra el suelo y ruede. El omega se obliga a sí mismo a agarrar su espada más fuerte cuando ya no puede sostenerse sobre el suelo y su certeza de que va a morir es sustituida por otra que en vez de darle calma, lo aterra: Nath va a morir. León se recompone de los golpes, se levanta del suelo con sus costillas doliendo como el infierno y la espada alzada y ve a Nath con su boca entorno al cuello de uno de los tres lobos. Los otros dos lo tienen a él entre sus fauces, mordiendo, soltando y volviendo a morder. Piernas, brazos, espalda, abdomen, cuello... Ni una sola parte de él se libra de los mordiscos.

Nath suelta un alarido de dolor horrendo y se transforma en hombre de nuevo, quizá por el agotamiento, quizá para escapar de las dentaduras de los alfas con su cuerpo menudo y escurridizo. Cuando León lo ve arrastrándose en un charco de su propia sangre se le parte el corazón. Avanza un paso, gritando como si el cuerpo entero se le fuese a caer a pedazos por cada vez que se mueve, y es que así se siente, y ataca a uno de los lobos que siguen atormentado a su guardián. León le rebana el cuello y la sangre le salpica en la frente, en los ojos, en la boca. Y sabe a venganza, dulce, caliente, deseada. Quiere hacer un río de sangre por cada gota que Nath derrame, quiere enterrarlo en un valle hecho de los cadáveres de esos lobos rubios.

El otro can lo mira con los ojos exorbitados y las comisuras llenas de sangre y espuma, acercándose a él lentamente. León se aleja, también despacio, haciendo tiempo para que Nath pueda recuperarse y huir. Al principio piensa que está bien, que puede aguantar, pero cuando se pone en pie y ve su camiseta teñirse de color rojo sin dejar un solo hueco sabe que algo anda peor de lo que esperaba. El imponente alfa ruge, reclamando la atención de León. Lendra chilla, agarrando su arma, por fin saliendo de su paralizante terror para luchar, pero entonces se escucha un golpe sordo, pone los ojos en blanco y cae al suelo como un tronco.

León ve con horror a Gerard detrás de ella, sosteniendo el mango metálico de su espada, con el que le ha golpeado la parte trasera de la cabeza.

Chan Chan chaaaaaaan D: Fin del capítulo ¿Qué os ha parecido?

¿Os habéis quedado con mucha intriga?

¿Cuáles son vuestras teorías de qué pasará más adelante?

¿Qué creéis que hará León ahora? ¿Os ha gustado que luche?

Muchas gracias por leer <3

Y aprovecho para recordaros que si os gustan las historias Yaoi con misterio, hombres bastante desquiciados, secuestros y mucha tensión... Mi historia, "El niñero" todavía está en emisión aquí en Wattpad hehe


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