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León no recuerda que ese lobo rubio le ha noqueado hasta que despierta y la consciencia le golpea duro como los barrotes. Ahora su cuerpo está paralizado de nuevo, pero de forma distinta. Ya no se trata de que sus sentidos se desbordan y su cuerpo es incapaz de dar la orden, ahora la da, alta y clara, pero algo apretado lo restringe y le hace pulsar las muñecas.
León parpadea varias veces notando que la luz que lo rodea es demasiada para ser la de la luna colándose los barrotes. Un brumoso brillo lo cubre todo, como polvo, y además el suelo no está duro, es blando y rojo y...
<<Las sábanas de Harry>>
León pensaría que está de vuelta con su amado y que todo ha sido una horrible pesadilla de no ser porque no puede mover las manos. Mira arriba con angustia, notando que le sangra la cabeza y la nariz y que al moverse el goteo se ha más intenso, y ve sus dos manos atadas con cuerda gruesa al león del cabecero de la cama. Recuerda la primera vez que entró en esa estancia y lo vio, cómo pensó que lucía peligroso, pero noble, y ahora tiene cuerdas a su alrededor como si fuese un animal doméstico amarrado a un poste. Le llena de ira pensar que Wurf ha ocupado la habitación de Harry, su cama, su trono... como si pudiese substituirlo, siente que todo lo que toca, lo deshonra. Su calor todavía está en la cama, pero a León le parece vomitivo. El de Harry era como los rayos de sol, el de Wurf es como el calor de una herida infectada, un calor pulsante que cubre una pústula llena de pus y podredumbre. Un calor pegajoso, repugnante. Las sábanas se le pegan al cuerpo por el sudor y cree que quizá eso lo ayudará a resbalarse fuera de sus ataduras, pero cuanto más tira más angosto se vuelve el nudo y llega el punto en que le cuesta mover sus dedos, como si estuviesen envueltos en esparadrapo.
Sus muñecas palpitan con dificultad, su marca no lo hace en lo absoluto. León jadea, buscando algo con lo que escapar. Se percata de que está completamente desnudo y su cuerpo amoratado solo muestra que luchar ha servido únicamente para que lo maltraten más. Sus marcas le recuerdan a cuando llego a Seth con la marca de los alfas de Kez todavía en su cuerpo, todavía en su piel, todavía haciéndole dudar de si algo en él era suyo. Y León tiene claro que no piensa volver a ese punto. Prefiere morir y que su cuerpo vuelto cadáver no sea de nadie más que de la muerte, prefiere arrancarse él mismo la vida antes de que Wurf lo toque, prefiere...
<<Pero...>>
El omega mira abajo, a su vientre. No hay ningún relieve, es demasiado pronto, pero en él una calidez extraña se asienta. No es una sensación intrusa, pues el organismo de León la acoge con hospitalidad, pero el omega sabe perfectamente que algo nuevo, algo diferente, se está gestando en su interior. Y aunque prefiere morir a ser obediente, no es su vida la que está en juego ahora, no es solo su vida. Debe luchar.
Escucha el sonido del agua, el goteo agudo sobre la piedra y el eco específico que hace en el baño de Harry. Wurf está aseándose en el mismo lugar donde Harry lo desnudó, en el mismo lugar donde hicieron el amor por tercera vez, en el mismo lugar donde sintió que podía ser amado, tocado, por un alfa sin que dejase una cicatriz dolorosa. Está manchando ese lugar con su presencia incluso si se frota con agua y jabón y por un instante León se siente incontrolable. De no ser por sus ataduras correría enloquecido a golpear, arañar y patear al gigantesco lobo, lo cual terminaría muy, muy mal para León, así que en cierto modo agradece no haberlo hecho. Aun así, León se siente asqueado y no puede detener el torrente de pensamientos que lo azora cuando pienda en Wurf dándose un baño relajante en la ducha privada del príncipe, no, del rey Harry.
Wurf no merece esa agua, esas sábanas suaves, esa habitación hermosa. Wurf no merece intentar ocupar el lugar de Harry ni en su imperio, ni en su castillo, ni en su habitación y mucho, muchísimo menos, en el vientre de León.
El omega examina mejor todo mientras oye al alfa acercarse peligrosamente a la puerta. Tiene poco tiempo para ser consciente de sus alrededores porque después tiene claro que, por su bien, no debería descuidar los movimiento del rubio ni un segundo. No halla nada útil: el alfa ha tirado el tarro de flores, el baúl de Harry e incluso los papeles que siempre solía tener en su escritorio. La espada de León, de la madre de Harry, está colgada al lado de la terraza, en el lugar de siempre, pero pese a estar a pocos metros, está demasiado cerca como para que el omega la considere una opción y eso le frustra increíblemente. Lo único que León tiene a mano es su propio cuerpo y ni siquiera suficiente poder sobre él como para moverlo a voluntad. Pero sus piernas están libres, no es demasiado y le cuesta moverlas por el mareo, pero es suficiente para no rendirse aún.
El lobo sale del baño con una toalla enrollada en la cintura y la mirada clavada en León. Su cuerpo es enrome, pero la única herida que tiene es la que León le hizo en el pecho y se siente orgulloso al verla, al saber que le ha enseñado a ese ser engreído qué es la vulnerabilidad. Para la próxima quiere enseñarle qué es el miedo a morir.
El alfa se le acerca, dejando caer su toalla. Para la suerte de León el hombre lleva ropa interior holgada, aunque aparta la mirada de todos modos. No se dicen nada por un buen rato, solo se comunican el uno con gestos perezosos, demostrando que tiene todo el tiempo del mundo para hacer lo que le venga en gana, el otro con miradas asqueadas, retándolo a que trate de llevar a las manos lo que su cabeza piensa. León jura morderle los dedos y escupírselos a la cara, pero luego piensa en las represalias. Piensa en morir, en dejar morir al cachorro que jura que lleva dentro.
No quiere ser un omega más de su raza muerto durante el embarazo, no quiere ser el último.
—Entiendo por qué Harry estaba tan obsesionado contigo, eres tan pequeño y blanco, todo un dulce regalo para saborear. —ríe el hombre, subiéndose en la cama poco a poco.
Su sonrisa le repugna, los dientes puntiagudos e irregulares son los propios de un monstruo, incapaces de demostrar felicidad, solo malicia. León patea la cara del alfa tan pronto empieza a gatear sobre la cama, tirándolo unos metros atrás. El lobo se sostiene la nariz y León se muerde la lengua para no suplicarle clemencia por mucho que su lobo se lo pida, espera verlo erguirse con los ojos inyectados en sangre, tronándose los dedos, preparándose para joderlo a golpes. En vez de eso, se ríe.
—Oh, con que quieres pelear. —se burla, haciendo una mueca con la cara y arrugando un poco la nariz porque todavía le molesta. —Pateas fuerte, pero eres estúpido. Si fueses solo la mitad de listo de lo que eres peleón sabrías que tu mejor opción es obedecer. Así, atado, poco puedes hacer ¿Acaso quieres que te mate? Oh, niño, no vas a tener esa suerte.
—Tú no vas a tener la suerte de poner tus asquerosas manos sobre mí. —gruñe el omega, luchando de nuevo contra las ataduras, nota como sus dedos empiezan a enfriarse por la falta de circulación sanguínea, pero no le importa, no si salvarse significa entregarse. No puede dejar que ese hombre lo tome, no puede dejar que lo destruya por dentro, que siembre en él un veneno capaz de matar lo que Harry ya sembró.
—¿No? —pregunta en tono jocoso, lazando una de sus garras al tobillo derecho de León.
El omega patea violentamente, sintiendo que su toque quema como caminar sobre brasas, pero el alfa es fuerte y golpea su puño contra la cama con el tobillo todavía en su mano, dejándolo ahí clavado. León mueve libremente su otra pierna y trata de patearlo en la cara, pero la agarra contra la otra mano y la inmoviliza del mismo modo contra la cama. El omega grita, siente que su cuerpo se envenena con el toque del lobo rubio, que las cenizas de sus ojos le llenan la boca, los pulmones, que se ahoga. La habitación es demasiado pequeña de repente y Wurf demasiado grande, siente su cercanía, su piel, como metal ardiendo contra él, siente que lo marca, que lo quema, que hace un daño irremediable.
Se retuerce con todas sus fuerzas, el cabecero de la cama se resiente con un débil crujido, su espalda se levanta de la cama como si estuviese poseído, pero ni la fuerza del diablo logra liberar sus muñecas ni sus tobillos.
—¿Te has cansado ya de hacer el idiota? No estoy para juegos, omega. —dice en tono de advertencia, el mismo tono impaciente que usaron los Kez con los omegas de su pueblo antes de violarlo.
El mismo tono subido, orgulloso, como si hubiese honor alguno en despojar a alguien inocente de su propio ser, como si forzarse en un omega y arrancarle la libertad a mordiscos fuese un acto valiente, una batalla ganada; el cuerpo de un omega reducido a mero territorio de conquista, sus adentros un receptáculo para la semilla del conquistados, sus afueras un mapa donde el alfa marca con garras y dientes todos los puntos sobre los que tiene poder. Y los ojos, los barrotes por lo que el omega ve el exterior, pero es incapaz de salir a él, de actuar, de decidir. Los ojos no son la puerta del alma, son los barrotes de la cárcel, la ventana por la que un omega encerrado en un cuerpo que no le pertenece ve las atrocidades que reafirman que él no es nadie, no es un hombre, ni un nombre, solo un lugar arrasado que el alfa saquea, quema y reconstruye en su propio honor. El cuerpo de la víctima no es más que un monumento que el agresor erige en su nombre, un cadáver que solo queda en pie porque él lo decide.
Wurf no va a dejarlo vivir para follarlo, él le quitará a vida, pero también la muerte, le quitará el poder de decidir, la liberad, incluso de marchar. León no puede permitirlo, no puede permitir que le ponga esas horribles cadenas, no puede permitir que borre la marca de Harry, una marca de no de propiedad, sino de amor, una marca que no dice <<Esta piel es mía, para morder>> sino <<Este cuerpo es mío, para adorar>>. Mío, pero no como un objeto de usar y tirar, sino como un dios al que le haría un altar porque sabe que no merece mirarlo a los ojos. Suyo, porque lo lleva en el corazón, no entre cadenas.
Lucha con más fuerza, buscando en su interior ese poder, esas garras de omega, que puedan liberarlo de la tiranía de Wurf, pero el lobo lo manipula a su antojo, algo fastidiado por los movimientos bruscos del omega, pero totalmente libre de quitarle su libertad a León. Y dispuesto a ello. El omega se siente desesperado, su batalla, sus últimas fuerzas, todo su dolor traducido a patadas, gritos y lloros no es más que una pequeña molestia para Wurf. Se siente insignificante.
<<Una pequeña mota blanca perdida en el bosque>>
Fin del cap uwu ¿Qué os ha parecido?
Depositen sus lágrimas aquí 💧.
¿Creéis que León va a poder salir de esta?
¿Creéis que la historia podrá tener un final feliz?
¿Cómo pensáis que continuará todo?
Muchas gracias por leer <3
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