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La vida en palacio ha cambiado mucho, demasiado. Han pasado nueve meses y aunque la mayoría de los cambios se han dado repentinamente en el primero tras la guerra dorada nadie logra habituarse a ellos totalmente. Incluso Shin y Sanha parecen notar que en el castillo un aire de derrota flota entre los nuevos lujos y cuando juegan de vez en cuando se quedan parados, angustiados como un mal olor que los pone enfermos de la tripa y tienen que salir al pueblo para seguir jugando. Es como si percibiesen eso que todo el mundo sabe, pero que nadie les ha explicado: que hay una enorme cicatriz en palacio.

Los Seth dominan ahora casi todo su lado de las montañas, su imperio se extiende por largas llanuras, acorralando a los pocos lobos rubios que quedan en un angosto territorio donde la vida es sencilla y llevadera, pero donde formar un ejército sería imposible. Las tierras de los Kez son iguales: arrasadas por los lobos negros, caídas en manos del terreno de Vento, que crece a gran ritmo tras devorar los pueblos vencidos.

El imperio de los lobos negros es ahora mucho más grande que cualquier otro y si alguien dudaba antes de si eso sería así por mucho tiempo, ahora su crecimiento exponencial es una muestra indudable de que se mantienen en el poder firmes como la roca.

Pero el precio es alto y tanto Harry como todo el consejo preferiría no haberlo tenido que pagar. Son una corona capaz de arrasar a otra si la guerra estalla, pero jamás levantan las armas antes de tiempo. Son pacíficos, pero volátiles, no muerden hasta que no se les provoca, pero cuando sucede no sueltan hasta arrancar la mano que lo amenaza. Los lobos negros se han convertido en el imperio más temido y respetado a lo largo y ancho del mundo, rumores sobre su furia llegan hasta las islas de los lobos marinos, donde se dice que el lobo blanco que comparte trono con el negro es tan o más fiero que él y que de no tener espada, León habría matado al rey de la revolución dorada con sus propias garras.

Lo llaman garras de omega. A León le honra tener un apodo que es capaz de ponerle la piel de gallina hasta a él y no sabe si lo merece del todo, pero cada vez que entrena y mejora en el manejo de la espada tiene claro que si ese nombre todavía no le queda, se lo ganará en un futuro. Le hace feliz ser temido como si fuese un alfa y apuesta a que su familia estará en el cielo mirándolo con orgullo, se merecen ese alivio después de haberlo visto casi morir en manos de Wurf.

El nombre de ese desagradable ser todavía le crispa los nervios. Sabe que no puede hacerle nada, pero despierta recuerdos horribles y no solo eso, señala ausencias que nunca van a poder suturarse. Wurf está muerto y León se alegra de que no pueda volver a la vida, pero eso solo significa que Nath y Hermalias tampoco van a regresar nunca y tampoco el rey Towen. En cierto sentido le fue más fácil aceptar la muerte del rey, cuando Harry se sentó en su trono y dirigió a todos con voz firme y dirigente, como si llevase reinando toda la vida, León sintió que su ausencia pesaba menos. Seguramente fue porque León no conoció nunca a Towen más que como un rey bondadoso y Harry podía fácilmente ser es figura en su lugar; pero el lobo todavía despierta en medio de la noche, con sus rizos castaños empapados de sudor, diciendo que huele a quemado. Harry aún se estremece cuando pasa delante de la enfermería de Aura y lo primero que recuerda no es que allí marcó a su omega, sino que allí murió su padre. Solo.

El sitio de Towen es ocupado por Harry en las reuniones del consejo y aunque nadie lo ocupe en el corazón del joven rey él siempre supo, como todos los hijos saben, que viviría la muerte de su padre. No por ello duele menos, que sea predecible solo hace la espera más dolorosa y el momento más frustrante, como si la advertencia de que uno morirá antes se convirtiese en una especie de <<Podrías haberlo evitado>>, en una culpa que el que sobrevive carga de por vida. Pero como mínimo la muerte de Towen era esperable y una pequeña parte de Harry la había aceptado hacía mucho tiempo. Nath y Hermalias fueron dos golpes bajos, de esos que te tiran al suelo tan duro que no sabes si podrás volver a levantarte.

Todos notan la ausencia de Hermalias, su silla vacía en el consejo no es retirada por nadie, tampoco ocupada, se queda ahí como una presencia muda, un recordatorio de que una guerra ganada duele de todos modos y de que tras cada victoria hay miles de pérdidas, pérdidas inconmensurables porque un hombre muerto es menor que mil, pero todos duelen igual, todas las vidas perdidas duelen infinitamente. Kajat es quien encara la silla vacía en las reuniones, la mira con atención, como esperando que algo brote ahí de nuevo, pero sus ilusiones son estériles. Su mirada es inhóspita ahora, como un desierto donde nada crece. León no le culpa, no solo ha perdido a su compañera de guerra, siempre fiel, siempre un hombro sobre el que descansar antes de seguir peleando, también ha perdido a Nath.

Su pupilo, su soldadito, su amor. Y no puede llorarlo, tiene que guardarse su luto y sus lágrimas porque no está permitido que eche de menos un calor que estaba prohibido sentir. León se siente horriblemente culpable, se dice que, si hubiese reaccionado un poco antes, si hubiese golpeado un poco mejor... Pero siempre que Kajat lo pilla en los entrenamientos mirándolo con compasión le dice a León que no se lamente, que la culpa no es suya. Kajat nunca sigue la frase, pero todos saben cómo termina: mordiéndose el labio, atrapando entre el belfo y el diente un doloroso <<Es mía>>. Fue él quien lo alentó a ser guardia real y quien le dio la tarea de proteger al lobo blanco, fue él quien pensó en qué podía ir mal y quien decidió que Nath estaba preparado para afrontar las circunstancias. Él lo arrojó frente a un enemigo contra el que no tenía nada que hacer y le dijo que sí podía, le mintió y ni siquiera estuvo ahí para ayudarle o a para decirle, en sus últimos momentos que él error no había sido suyo, sino de él. Él lo lanzó a los lobos y lo dejó solo para morir, le hizo promesas antes de marcharse. Kajat le prometió que volvería con vida, pero olvidó hacerle prometer a Nath que sobreviviría.

Él no pensó que todo eso iba a pasar, pero siente que debió haberlo pensado. Al fin y al cabo, Nath era solo un soldado prometedor, pero joven, un cadete bajo sus órdenes y Kajat el coronel. Es él quien manda a los soldados a la guerra, las victorias son su logro, pero las derrotas son su responsabilidad. Y él sabe que ha matado a Nath. Quizá fue porque lo miraba con ojillos llenos de luz y lo vea tan especial que creyó que podría con todo el mundo, para él Nath era un soldado diferente, tan maravilloso, con tanto potencial, lo sobreestimó, lo desgastó, lo forzó a luchar cuando ya no podía más, lo rompió a base de golpear más duro de lo que podía soportar. Y tuvo que haberlo sabido, pero no lo hizo. Estaba ciego y ahora siente que no podrá volver a mirar a nadie como miró a Nath.

León le ha dicho lo contrario varias veces, le ha dicho que hallará el amor, pero él mismo sabe que su tono es inseguro. León solo ha perdido todo una vez en su vida, cuando los Kez arrasaron su aldea y cuando pensó que había perdido también a Harry tuvo la certeza de que su corazón no volvería a latir del mismo modo, que habría un antes y un después, que el amor se agota y luego ya no hay más, que los corazones rotos más de una vez tienen demasiadas brechas como para retener ese bonito sentimiento. Kajat ya perdió a alguien hace mucho y ahora a Nath y León no puede decirle nada para consolarle, absolutamente nada.

Cuando Kajat mira el asiento vacío de Hermalias, León se pregunta si piensa en Nath también. Si piensa en lo doloroso que es que no haya para él un asiento vacío también; es como si no tuviese tumba, como si todos se hubiesen olvidado solo porque era un soldado más. Kajat nunca lo llora, pero León sabe que no es porque no duela, sino porque tiene el dolor tan clavado dentro suyo que ni siquiera las lágrimas lo liberan.

León, en las reuniones, también tiene un ausente vacío que encarar, pero no es uno que le duela. La silla de Gerard no inspira un silencio ceremonioso, como la de Hermalias, sino que lleva en ella una amenaza inscrita a gritos, una amenaza para cualquiera que se atreva a volver su espada, su palabra o incluso su mirada contra la corona. Es una ausencia que le provoca a León sentimientos encontrados.

León jamás había presenciado una ejecución pública y pensó que ver a Harry matar a alguien no le afectaría. Cuando acabó con Wurf sintió un profundo alivio, como si la sangre que le manchaba la planta de los pies fuese el agua caliente del baño después de un largo día, pero en la plaza de Seth, cuando Harry dio muerte a su propio hermano, la imagen le pareció espantosa. No fue pena lo que León sintió, sino algo más violento, le escocieron los ojos cuando vio los rizos negros rodando lejos del cuerpo, no podía mirar y las lágrimas no dejaban de acudirle a los ojos. Vomitó durante largos minutos mientras Harry le sostenía el pelo, el alfa decía que el embarazo le habría dejado el estómago sensible, León sabía que no era eso.

Ahora, cuando recuerda el final de Gerard, se siente algo afectado, se marea un poco y no puede parar de pensar en que el alfa le dijo que todo lo que hizo lo hizo porque pensó que no había opción y que, al final, los ayudó contra los lobos rubios. León no piensa que eso lo redima, pero hace su muerte más dolorosa porque se la merecía y el mismo ejecutado logró recapacitar lo suficiente para comprenderlo y andar apaciblemente hacia su muerte aquel día. León suele preguntarse si merece morir también, por abandonar a su pueblo hace ya más de cuatro años, pero siempre que Harry siente el angustioso tironcito en su corazón va corriendo a animarlo.

Hoy Harry siente un tirón similar. Cuando León se siente mal el lazo le hace notarlo, aunque de una forma que no podría explicar bien, que no podría señalar. Es como cuando Shin o Sanha le estiran del pantalón para decirle algo y al ser tan pequeños, Harry no ve a los niños. Es algo parecido a eso, pero en su corazón. El alfa se disculpa, puesto que estaba hablando con Roger sobre Chenli, que está atravesando una época de rebeldía que se le escapa de las manos, y va corriendo a la habitación.

—¿Mi amor? —pregunta asomando la cabeza por la puerta.

León lo mira desde la cama, vestido con fina seda blanca que deja pasar la luz del sol y transparente su mágico cuerpo. Todos sus contornos parecen pintados, demasiado hermosos para existir en el mundo de las cosas que se pueden tocar, pero Harry no necesita un pincel para delinear a León; se le acerca, le pone un dedo en la frente y le recorre la curva de la nariz, las suaves montañitas de los labios, la redondeada barbilla, el cuello, las clavículas, el raso pecho y luego el gran monte de su abdomen. La barriguita de León es ja gigantesca después de tantísimos meses de embarazo.

Al omega le cuesta andar con ella y siempre lo hace con las piernas un poco abiertas, los niños le dicen que es gracioso y que anda como un pato y León siempre les rectifica diciendo <<Como una mamá pato>>. Harry piensa que ningún animal en el mundo es suficiente bonito para que alguien lo compare con León. El muchacho no puede ver sus pies y como pesa más de lo que lo ha hecho nunca a veces se tambalea al andar, así que pasa casi todo el día en la cama y cuando Harry oye uno de sus pasitos descalzos corre como si le fuera la vida en ello, lo toma del brazo y lo acompaña a donde sea. Harry también se ha dado el lujo de vestir, bañar y alimentar a su omega, como si fuese él su siervo. León insiste en que puede hacerlo solo, Harry dice que lo sabe, pero que quiere cuidarlo y consentirlo y que nadie va a impedírselo. León solo le rueda los ojos.

El muchacho se lleva las manos al estómago y lo frota con cariño, pero tiene los labios curvados y el ceño fruncido, sus pequeños ojos cerrados hasta formar solo una finísima línea. El alfa se sienta a su lado en la cama y le besa la frente durante varios segundos, comprobando que no tenga fiebre.

—¿Náuseas de nuevo? —pregunta haciendo un puchero mientras pellizca el labio interior del omega.

—No... no es eso, me duele. —dice León frotándose su pancita, sus manos son pequeñas y pasan una y otra vez sobre la piel estriada, como queriendo arrancar el dolor, pero por su rostro es evidente que no lo logra.

León gimotea con fuerza y Harry pone una mano sobre su estómago. Eso siempre le hace sentir mejor, las manos del alfa son grandes y cálidas, como una manta que lo tapa y le hace sentir seguro y feliz. Esta vez el dolor no remite y Harry se acerca un poco, preocupado, hasta que palpa algo en las sábanas.

—León... —dice alzando la mano, despacio y viendo su palma brillosa y húmeda. El omega voltea su cabeza hacia él, apenas abriendo los ojos para mirarlo y haciendo un débil ruido para preguntarle que qué sucede. Harry traga saliva. —Has roto aguas.

El omega abre sus ojos con gran sorpresa. Ese es el momento de la verdad, el momento en que se demostrará si su especie de es capaz de dar vida a cachorros impuros. León está demasiado asustado, lo estuvo durante los primeros meses de embarazo, cuando sentía que se hinchaba poco a poco y temía no parar hasta explotar; se calmó de nuevo cuando la situación se normalizó y ahora la zozobra vuelve a él como un enjambre de preocupaciones que le revolotea tras los oídos. Harry lo ha levantado en brazos con toda la delicadeza del mundo, sin importarle si se mancha, y baja las escaleras con prisas, pero intentando que León no se maree.

El omega siente cada escalón como una puñalada, algo pesado se mueve dentro de él, suelto. Hasta ahora su hijo había sido parte de su cuerpo, adherido a su terso y esférico vientre como una barriguita firme, ahora lo siente queriendo salir, abrirse paso. Le aterroriza pensar en las garras de un alfa abriéndole el vientre o en la delicadeza de un omega sin saber cómo salir. Tiene tantísimo miedo a morir o a que su hijito muera que no puede hacer más que aferrarse al cuello de Harry y llorar porque sabe que algo saldrá mal, pero no sabe el qué y todas las posibilidades le dan demasiado miedo.

Aura acude corriendo cuando el alfa da un grito con su voz de mando. El omega, pálido como la cal, da un chillido a su vez y varios otros omegas y betas lo siguen a esa sala donde Harry lo marcó. León se pregunta si será ahí donde empiece todo y donde acabe, donde ambos se prometieron una manada y donde su naturaleza le hará romper la promesa. Si su pequeño cachorro nace sin vida, León no será capaz de mirar a Harry a los ojos nunca más, no para nada que no sea pedirle que lo ejecute por traición, como a su hermano.

—Ponlo en la silla —ordena Aura, colocándose frente a esta y ordenando un montón de útiles de metal que Harry encuentra aterradores y que no dejará que León vea. —¡Cubos con aguas, toallas y un cuchillo! —grita el castaño y los médicos bajo sus órdenes corretean de un lugar a otro como hormigas.

Harry coloca a León sobre la silla de madera y Aura se pone tras él, mete la mano bajo el asiento, tirando de una palanca y regulando el respaldo, deja a León un poco recostado, pero no horizontal y con la cabeza empapada en sudor mirando al frente. El cabello del omega es tan largo que le llega a los pies y tiene que amarrarlo con un cordel y colocarlo detrás del respaldo para que no esté en el camino del parto.

—Harry, ata sus pies aquí —le ordena el médico, corriendo a coger los cubos de agua con toallas que le traen sus enfermeros y a ponerlos frente a la silla.

El alfa asiente y se queda paralizando unos segundos, olvidando la orden por el nerviosismo, pero reacciona al instante y toma los tobillos de Harry, subiéndolos a las plataformas que lo hacen quedar con las piernas alzadas y abiertas. El omega no se resiste ni un poco y su piel quema y está resbalosa por el sudor. Con algo de lástima, Harry amarra los tobillos de su amado a la madera, para impedirle que cierre las piernas y luego ve como sus rodillas hacen en el amago de juntarse en vano.

—Harry... Harry... me duele —murmura el muchacho

—Traedme hilo, aguja y una botella de ron —chilla Aura, secándose el sudor de la frente con la muñeca y luego colocando un trapo en el suelo, sobre el que se arrodilla. El omega alza las faldas de León, colocándose entre sus piernas, observando con horror como el bulto de la barriga de León es imposiblemente grande respecto a su tamaño. —. Su majestad, necesito su permiso. —dice el omega, tragando saliva.

—¿Para qué? —pregunta Harry, frunciendo el ceño. Él nunca ha sabido de ningún alfa que deba dar permiso para que se asista el parto de su omega.

—El bebé es muy grande, tengo que cortar.

León jadea de dolor, golpea su cabeza contra el respaldo de madera y agarra con fuerte la mano de Harry que hasta el alfa se queja.

Aura lo mira desde abajo, el cuchillo en una mano, un trapo empapado con alcohol en la otra. Su omega gimotea, tan débil, se queja del dolor, le toma de la mano, pidiéndole que lo ayude. Y él debe decidir si van a dejar que lo abran por la mitad, que lo corten y le revuelvan por dentro.

—Si no lo hago León y el bebé morirán, su majestad. —informa Aura con un tono más bajo, tratando de no alertar al omega, pero lo oye.

—¡Harry! ¡Harry! Nos vamos a morir, el bebé... —se lamenta el omega, hipeando, pero Harry corre a besarle toda la cara perlada de sudor, a acariciarle las mejillas y decirle que no.

—Mi amor, mírame, nunca, nunca dejaría que nada malo te pasase. Nunca. —dice con esa voz firme, esa voz amable que no ordena, pero promete, esa voz que no necesita dar miedo para infundir respeto. León ama como Harry le habla, al principio temía lo seductor que sonaba porque era como si con cualquier palabra pudiese convencerlo de todo, ahora lo ama, porque es lo único que le hace sentir seguro. —Aura, puedes cortar. Salva a mi omega y a su bebé, Aura, sálvalos porque si no lo haces no respondo de mí.

El médico traga saliva, pero no se achanta ante la amenaza. Tiene una tarea demasiado importante entre manos como para andar preocupándose por él cuando son dos las vidas que están en juego. <<Tres>> piensa angustiado, sabe que si falla morirá él también. Llama a sus ayudantes, que se arrodillan con él y les da indicaciones, sobre dónde poner agua, donde secar sangre y dónde desinfectar con el alcohol. Le escuchan atentos, pero sudando a mares y mirando a Harry de reojo, produciendo un aroma de horro que solo es enmascarado por el olor de la sangre cuando Aura hace el primer corte.

León grita como un condenado, su seguridad, su certeza, todo se esfuma y los ojos llenos de lágrimas no le dejan ver a Harry. Lo ha perdido y siente que no lo recuperará jamás, que va a morirse solo. Como el rey. Grita más y más fuerte, aúlla pidiendo auxilio y Harry ruge a los médicos por acto reflejo, uno de ellos solloza, Aura la grita que se centre y tira el cuchillo. A Harry le tranquiliza saber que no cortará más, pero León no puede parar se gritar, de removerse y lanzar sus brazos al aire tratando de defenderse de una bestia que no está.

—¡Es Wurf, es Wurf! ¡Harry, él me está mordiendo! ¡Ayúdame! —clama desesperado, sus ojos cerrados con horror y cualquier sensación se su cuerpo reducida al desgarre de su vientre.

Harry lo toca, le besa las mejillas, le agarra las muñecas, pero León solo siente el corte limpio, el filo. Su cuerpo ya no es carne, es el espacio que el cuchillo ha abierto, el basto dolor entre un pedazo de piel y otro que nunca deberían haberse separado.

—¡Basta! ¡Harry! —grita de nuevo, zarandeándose con una fuerza que nadie esperaría de un embarazado, las ataduras se resienten con un crujido y todos temen que León rompa la silla.

Harry lo coge de los hombros cuando ve que su brusquedad está causando que sangre más y más y ya no sea suficiente con cinco toallas para absorber toda la sangre, y lo empuja contra la silla, manteniéndolo quieto.

—Estoy aquí, León, estoy aquí. —le promete y pone sus labios sobre la frente del chico, sobre los párpados, sobre sus labios en un intento desesperado de decir que está aquí, pero León no está en su rostro sudoroso, cubierto en lágrimas, León está en las manos de Aura, en cómo se meten dentro suyo y lo tocan en el reverso del cuerpo, en cómo le arrancan algo de dentro, lo abren, lo vacían.

León está en toda esa sangre del suelo, en los gritos que hacen eco por los pasillos, en las feromonas que escupe por toda la sala. Está fuera de sí, está en el dolor, no en las caricias y las palabras dulces de Harry. Está tan solo como lo podría estar cualquier muerto. Solo, porque nadie lo acompaña en el dolor, solo, hasta que dolor toma una forma: un hilo. Un hilo afilado que lo parte, un hilo invisible que se mancha de sangre y cuando se torna rojo León ve que tiene un final. Y Harry está al otro extremo de ese hilo, sosteniendo su dolor, cortándose también, sangrando.

León abre los ojos, Harry está llorando por su dolor también y el omega entiende dónde está y que está pasando. Entiende que, pese al sufrimiento, es vida lo que está por acontecer, no muerte. Agotado de desgarrarse la garganta gritando y de luchar contra sus ataduras, León relaja el cuerpo como puede. Siente que le han quitado un peso de encima. Literalmente, se siente ligero. Entonces nota pequeños pinchazos, como pellizcos en su vientre y si puede notar un vientre y no dos, como antes, escindido, es que Aura lo está cosiendo. Harry suspira de alivio cuando se asoma y ve la barriga de León unida por un cordel manchado de sangre. El omega lo limpia con un trapo que parece llevar fuego de lo mucho que escuche, pero que cuando se apaga tal llama, parece haber evaporado un poco el dolor, y entonces, al otro lado de la habitación se escucha un llanto que no es ni de Harry, ni de León.

Ambos miran con ojos brillosos al omega que les tiende una pequeña criatura envuelta en lienzo. Harry lo coge y lo pone contra el pecho de León, sin soltarlo, y el calor de ese ser diminuto es tan grande que ambos dejan de temblar. Se quedan tranquilos, viendo a esa cosa pequeña con uñas manos diminutas y uñas pequeñas como una línea moverse con torpeza. Tiene los mofletes llenos, la nariz respingona de León y las manazas de Harry y, en la punta de su cabecita, la alfa tiene un ricito.

Un rizo de color gris.

—Lo hemos hecho, mi amor. —dice León con lágrimas en los ojos, incapaz de apartar la vista de su hija ni para dirigirse a su alfa.

Harry le sonríe, le besa la frente y dice:

—Lo has hecho, León, me has dado un cachorro y me has hecho el alfa más feliz del mundo.

Fin

¿Qué os ha parecido el final?

¿Y la historia en general?

Aaaaaaaa Siempre me da un sentimiento muy extraño acabar una historia. Por un lado, me siento orgullosa de haber completado algo, pero por otro me siento triste de que esta experiencia se haya acabado, de no leer ya vuestros comentarios cada semana, vuestras teorías, reacciones...

Espero que hayáis disfrutado muchísimo de esta historia y del viaje que hemos dado de principio a fin. Espero que haya sido una experiencia que recordéis con cariño y muchas emociones más, algunas dulces, algunas ácidas.
Y espero que os gusten también mis otras historias, tanto las presentes como las futuras <3

Os recuerdo que si queréis los caps extras, esos están en la versión que vendo en Amazon, ya que sé que muchos me preguntaréis si hay contenido extra del bebé, de Nath cuando vivía, de Aura, etc. :3

También quería recordaros que quizá estoy un poco ausente en Wattpad unos meses porque estoy escribiendo muuuuchas historias pero ninguna está lista para publicar aún (me ha faltado mucho tiempo porque hace poco acabé mis estudios, pasé una mala racha y ahora tengo dos trabajos 💀). Por esa razón, estaré publicando durante un tiempo solo mi otra historia en proceso ("El niñero") y, para compensar, creo que haré un librito donde suba semanalmente adelantos de mis otras historias ("Contrato con un vampiro", la segunda versión de "Oscura Perdición", otro omegaverse...)

Muchísimas gracias a todas las personitas que están aquí por leer esta historia<3


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